La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Sim había casi alcanzado la puerta principal cuando Twinkle pasó corriendo haciendo girar un aro con energía. Iba seguido con rapidez por Morgan, que llevaba los brazos estirados y gruñía:

—¡Ado, ado, ado!

Sim se desequilibró. Charmain intentó agarrarse a la pared mientras Twinkle pasaba corriendo. Hubo un momento en que le pareció que Twinkle le dedicaba una extraña mirada escrutadora al pasar, pero un aullido de Waif hizo que se lanzara en su rescate y no volvió a pensar en ello. Waif había caído boca abajo y estaba muy molesta por ello. Charmain la recogió y casi choca con Sophie Pendragon, que perseguía a Morgan.

—¿Por dónde? —dijo Sophie casi sin aire.

Charmain señaló el camino. Sophie se arremangó la falda y echó a correr, murmurando algo sobre tripas y serpientes mientras corría.

La princesa Hilda apareció en la distancia y se paró para devolver el equilibrio a Sim.

—De verdad que lo siento, señorita Charming —le dijo a Charmain cuando esta la alcanzó—. Ese niño es como una anguila, bueno, de hecho, ambos. Voy a tener que tomar medidas o la pobre Sophie no va a tener tiempo de atender nuestros problemas. ¿Estás bien, Sim?

—Perfectamente, señora —dijo Sim. Se inclinó ante Charmain y la dejó salir por la puerta principal al brillante sol de la tarde como si nada hubiese pasado.

«Si algún día me caso —pensó Charmain atravesando la plaza Real con Waif en brazos—, no tendré hijos. Me convertirían en una persona cruel y dura de corazón en una semana. Quizá debería hacer como la princesa Hilda y no casarme nunca. Así, al menos tendría la oportunidad de aprender a ser amable. En cualquier caso, practicaré con Peter, que ya es un trabajo duro».

Estaba completamente decidida a ser amable cuando llegó a la casa del tío abuelo William. Ayudó el hecho de que, al pasar entre las plantas de hortensias, no estuviese Rollo. Ser amable con Rollo era algo que Charmain estaba segura de que sería incapaz de hacer.

«Es humanamente imposible», se dijo a sí misma mientras dejaba a Waif sobre la alfombra del salón. Se sorprendió porque la habitación parecía inusualmente limpia y ordenada. Todo estaba en su sitio, desde la maleta, pulcramente apoyada en la parte trasera de uno de los sillones, al jarrón de las hortensias multicolor sobre la mesa del café. Era, sin duda, el que había desaparecido al dejarlo sobre el carrito. «Quizá Peter ha pedido el café de la mañana y han vuelto —pensó sin prestar mucha atención porque recordó de repente que había dejado ropa húmeda por toda su habitación y las sábanas caídas en el suelo—. ¡Vaya! Tengo que ordenarlo».

Se paró en la puerta de su habitación. Alguien había hecho la cama. Su ropa, ya seca, había sido doblada cuidadosamente sobre la cómoda. Fue demasiado. Sintiéndose de todo menos amable, Charmain irrumpió en la cocina.

Peter estaba sentado a la mesa de la cocina con tanta pinta de bueno que Charmain supo que había hecho algo. Tras él, sobre el fuego, una gran olla negra borboteaba dejando escapar extraños, sabrosos y débiles olores.

—¿Qué pretendías ordenándome la habitación? —preguntó Charmain.

Peter pareció herido, aunque Charmain sabía que estaba lleno de secretos y pensamientos emocionantes.

—He pensado que te gustaría —musitó él.

—Bueno, ¡pues no! —dijo Charmain. Se sorprendió a sí misma al notar que estaba a punto de ponerse a llorar—. Estaba empezando a aprender que, si dejo algo tirado en el suelo, ahí se queda a no ser que lo recoja y que, si desordeno las cosas, tengo que ordenarlas porque no lo hacen solas, ¡y entonces llegas tú y lo haces por mí! ¡Eres tan malo como mi madre!

—Algo tenía que hacer mientras estaba aquí solo todo el día —protestó Peter—. ¿O acaso esperabas que me quedase aquí sentado?

—¡Puedes hacer lo que quieras! —gritó Charmain—. Bailar, hacer el pino, hacerle muecas a Rollo. ¡Pero no arruines mi aprendizaje!

—Aprende lo que quieras —replicó Peter—. Aún te queda mucho. No volveré a tocar tu habitación. ¿Quieres saber algunas de las cosas que he aprendido hoy o estás demasiado centrada en ti misma?

Charmain tragó saliva.

—Quería ser amable contigo esta noche, pero me lo pones muy difícil.

—Mi madre dice que son las dificultades las que te ayudan a aprender —dijo Peter—. Deberías estar agradecida. Te diré una cosa que he aprendido hoy, y es cómo conseguir suficiente cena.

Señaló con el pulgar la olla borboteante. Su otro pulgar estaba decorado con un lazo rojo y otro de sus dedos con uno azul.

«Ha intentado ir en tres direcciones al mismo tiempo», pensó Charmain. Esforzándose mucho por parecer amigable, dijo:

—Entonces, ¿cómo se consigue suficiente cena?

—He golpeado la puerta de la despensa —explicó Peter— hasta que han aterrizado en la mesa suficientes cosas. Después las he puesto a hervir en la olla.

Charmain miró la olla.

—¿Qué cosas?

—Hígado y beicon —dijo Peter—. Col, más nabos y un trozo de conejo. Cebollas, otras dos chuletas y un puerro. En realidad, ha sido fácil.

«¡Puaj!», pensó Charmain. Para no decir algo muy desagradable, dio media vuelta hacia el salón.

Peter gritó tras ella:

—¿No quieres saber cómo he recuperado el jarrón?

—Te has sentado en el carrito —dijo Charmain fríamente, y volvió a la lectura de La varita de doce puntas.

Pero no fue una buena idea. No dejaba de levantar la vista para mirar el jarrón de hortensias y, después, el carrito y preguntarse si realmente Peter se habría sentado allí y había desaparecido con el té de las cinco. Y después se preguntaba cómo había vuelto. Y cada vez que miraba, era más consciente de que su decisión de ser más amable con Peter se había quedado en nada. Se aguantó durante casi una hora y después volvió a la cocina.

—Lo siento —dijo—. ¿Cómo has recuperado las flores?

Peter estaba inspeccionando el contenido de la olla con una cuchara.

—Creo que aún no está —murmuró—. La cuchara choca con cosas.

—Oh, vamos —suspiró Charmain—. Estoy siendo educada.

—Te lo contaré mientras cenamos —prometió Peter.

Cumplió con su palabra a conciencia. No dijo casi nada durante una hora, hasta que el contenido de la olla estuvo dividido en dos cuencos. Dividir la comida no fue fácil, porque Peter no se había molestado en pelar ni trocear nada antes de meterlo en la olla. Tuvieron que partir la col en dos con unas cucharas. Peter tampoco se había acordado de que el estofado necesita sal. Todo, cosas blancas, el beicon blando, el trozo de conejo, los nabos enteros y la cebolla fofa, flotaba en una salsa clarita y aguada. Para decirlo de una forma suave: la comida era horrible. Intentando al máximo ser amable, Charmain no lo dijo.

Lo único bueno era que a Waif le gustaba. Es decir, se bebió la salsa aguada y se comió con cuidado la carne entre la col. Charmain hizo más o menos lo mismo e intentó no hacer ascos. Estaba contenta de poder pensar en otra cosa escuchando lo que Peter tenía que decir.

—Sabes —empezó, en opinión de Charmain, pomposamente. Pero se dio cuenta de que lo tenía todo en la cabeza como una historia y que lo iba a contar tal y como lo había pensado—, ¿sabes que cuando las cosas desaparecen del carrito se van al pasado?

—Bueno, supongo que el pasado es un buen cubo de la basura —dijo Charmain—. Siempre y cuando te asegures de que de verdad se van al pasado y de que las cosas no regresarán todas mohosas.

—¿Quieres oír la historia o no? —preguntó Peter.

«Sé amable» se dijo Charmain. Comió otro trozo de col asquerosa y asintió.

—¿Y sabes que hay partes de esta casa que están en el pasado? —siguió Peter—. No me senté en el carrito. Me fui a explorar con una lista de los sitios en los que tenía que girar y, en realidad, lo encontré por accidente. Debo de haberme equivocado al girar una o dos veces —«No me sorprende», pensó Charmain—. Da igual —dijo Peter—. He llegado a un sitio donde había cientos de mujeres kobold fregando teteras y poniendo comida en bandejas de desayuno y té y demás. Me he puesto un poco nervioso al verlas, por cómo las molestaste con el tema de las hortensias, pero he intentado parecer agradable al pasar y he saludado con la cabeza y sonreído y tal. Y me ha sorprendido que todas me han devuelto el gesto, me han sonreído y me han dicho «buenos días» de forma totalmente amigable. Así que he ido saludando y sonriendo y avanzando hasta que he llegado a una habitación que no había visto. Al abrir la puerta, lo primero que me he encontrado ha sido el jarrón encima de una mesa muy, muy larga. Lo siguiente ha sido al mago Norland sentado a la mesa.

—¡No me digas! —dijo Charmain.

—A mí también me ha sorprendido —admitió Peter—. La verdad es que me he quedado ahí de pie mirándolo. Tenía bastante buen aspecto, ya sabes, estaba fuerte y tenía buen color, y tenía mucho más pelo del que yo recordaba, y estaba muy ocupado trabajando en el esquema de la maleta. Lo tenía todo extendido sobre la mesa y sólo tenía acabada una cuarta parte. Supongo que fue eso lo que me dio la pista. Da igual, el caso es que ha levantado la vista y ha dicho, muy educadamente: «¿Te importaría cerrar la puerta? Hay corriente». Entonces, antes de que pudiese decir nada, ha vuelto a levantar la vista y ha preguntado: «¿Quién demonios eres?». Y yo he dicho: «Soy Peter Regis». Él ha fruncido el ceño y ha dicho «¿Regis, Regis? ¿Tienes algún tipo de relación con la bruja de Montalbino, tal vez?». «Es mi madre», he dicho yo. Y él ha contestado: «Creo que no tiene hijos». «Sólo me tiene a mí —he dicho—. Mi padre murió en la gran avalancha de Transmontain justo después de que yo naciera». Él ha fruncido aún más el ceño y ha dicho: «Pero esa avalancha fue el mes pasado, jovencito. Dicen que la provocó un lubbock, y la verdad es que ha matado a mucha gente. O ¿es que estamos hablando de la avalancha de hace cuarenta años?», y me ha mirado con severidad y con aspecto de no creerme. Me he preguntado cómo podría convencerlo de lo que ha pasado y le he dicho: «Le prometo que es cierto. Una parte de la casa tiene que haberse ido atrás en el tiempo. Es donde desaparece el té de las cinco. Y esto lo demuestra: nosotros dejamos ese jarrón en el carrito el otro día y ha llegado hasta aquí». Él ha mirado el jarrón, pero no ha dicho nada. Yo he dicho: «He venido porque mi madre acordó con usted que yo sería su aprendiz». Él ha dicho: «¿En serio? Pues seguramente quería complacerla mucho. No me parece que tengas ningún talento especial». «Puedo hacer magia —he dicho—, pero mi madre puede conseguir lo que quiera cuando quiera». Él ha dicho: «Cierto. Tiene una gran voluntad. ¿Qué he dicho cuando has aparecido?». «Nada —he dicho—, porque no estaba. Una chica llamada Charmain Baker estaba cuidando de su casa, o eso se suponía, porque se fue a trabajar para el Rey y conoció a un demonio de fuego…». Aquí me ha interrumpido con aspecto aturdido: «¿Un demonio de fuego? Jovencito, son seres muy peligrosos. ¿Me estás diciendo que la Bruja del Páramo estará pronto en Norland?». «No, no —he dicho—, uno de los magos reales de Ingary acabó con la Bruja del Páramo hace casi tres años. Este tiene que ver con el Rey, me ha dicho Charmain. Supongo que para usted ella acaba de nacer, pero me ha contado que usted está enfermo y que los elfos se lo han llevado para curarle y que tía Sempronia se ha encargado de que Charmain cuide de la casa mientras usted está fuera». Ha parecido molestarse por esto. Se ha reclinado en la silla y ha parpadeado un poco. «Tengo una sobrina nieta encantadora llamada Sempronia —ha dicho con lentitud y pensativo—. Podría ser. Sempronia se ha casado y se ha emparentado con una familia muy respetable, creo…». «Sí que lo son —he dicho—; debería usted ver a la madre de Charmain. Es tan respetable que no le permite hacer nada a su hija».

«Muchas gracias, Peter —pensó Charmain—. Ahora creerá que soy un desperdicio de espacio».

—Pero no parecía muy interesado —siguió Peter—. Ha querido saber qué le ha hecho enfermar y no he sabido decírselo. ¿Tú lo sabes? —le preguntó a Charmain. Ella negó con la cabeza. Peter se encogió de hombros y dijo—: Entonces ha suspirado y ha dicho que suponía que no importaba porque parecía que había sido inevitable. Pero, después de eso, ha dicho con tristeza y confundido: «¡Pero yo no conozco a ningún elfo!». Yo le he dicho: «Charmain dice que ha sido el Rey quien los ha enviado». «Oh —ha dicho él mucho más contento—, claro que sí. La familia real tiene sangre élfica, muchos de ellos se han casado con elfos y los elfos mantienen el contacto, creo —entonces me ha mirado y ha dicho—: Esta historia empieza a encajar». Yo le he dicho: «Tiene que hacerlo. Es todo verdad. Lo que no entiendo es qué ha hecho usted para enojar tanto a los kobolds». «Nada, te lo aseguro —ha dicho—. Hacen muchos trabajos para mí. Nunca se me ocurriría hacer enfadar a un kobold, al igual que no haría enfadar a mi amigo el Rey». Parecía tan molesto que he pensado que era mejor cambiar de tema. He dicho: «¿Puedo preguntarle por esta casa? ¿La construyó o se la encontró?». «La encontré —ha dicho— o, al menos, la compré cuando era muy joven, un mago principiante, porque me pareció pequeña y barata. Después descubrí que era un laberinto lleno de pasillos. Fue un descubrimiento magnífico, debo decir. Parece ser que había pertenecido al mago Mélicot, el mismo hombre que hizo que el tejado de la mansión real pareciese de oro. Siempre he tenido la esperanza de que en algún punto de esta casa estuviese escondido el oro de verdad que estaba en el tesoro real en aquella época. Ya sabes». Y, como comprenderás, esa frase me ha hecho aguzar el oído —dijo Peter—. Pero no he podido preguntar más porque él, mirando el jarrón de la mesa, ha dicho: «Así que esas flores son realmente del futuro, ¿verdad? ¿Te importa decirme de qué tipo son?». A mí me ha sorprendido mucho que no lo supiera. Le he dicho que eran hortensias de su jardín. «Son las de color que han cortado los kobolds», he dicho. Y él las ha mirado y ha murmurado que eran magníficas, especialmente por sus distintos colores. «Tendré que empezar a cultivarlas —ha dicho—, son más coloridas que las rosas». «También las puede tener azules —he dicho—; mi madre usa un hechizo de polvo de cobre con las nuestras». Y mientras murmuraba sobre ello, le he preguntado si podía llevármelas de vuelta para poder demostrar que le había visto. «Claro, claro —ha dicho—, aquí molestan bastante. Y dile a la jovencita que ha conocido al demonio de fuego que espero haber acabado mi esquema para cuando ella haya crecido lo suficiente para necesitarlo». De modo —concluyó Peter— que he cogido las flores y he vuelto. ¿No es genial?