—¡Vete, Waif! —chilló Charmain—. ¡Buuu! ¡Lo digo en serio! No puedes entrar aquí a menos que seas… que seas… que seas respetable. ¡Vete!
Waif la miró lastimeramente, suspiró con fuerza y dio media vuelta. Cuando la señora Baker y tía Sempronia, cada una sosteniendo con cuidado una pequeña taza rebosante de café, pudieron darse la vuelta para ver con quién estaba hablando Charmain, Waif se había ido y la puerta había vuelto a cerrarse.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó la señora Baker.
—Nada —dijo Charmain tranquilamente—, sólo la perra guardián del tío abuelo William, ya sabes. Es muy glotona…
—¡Tienes un perro aquí! —interrumpió la señora Baker alarmada—. No estoy segura de que me guste, Charmain. Los perros son sucios. ¡Y podría morderte! Espero que lo tengas atado.
—No, no, no, es increíblemente limpia. Y obediente —añadió Charmain preocupada por si eso era verdad—. Es sólo… es sólo que come demasiado. El tío abuelo William intenta que siga una dieta, así que claro, estaba intentando conseguir uno de estos pastelillos.
La puerta de la cocina volvió a abrirse. Esta vez fue la cara de Peter la que apareció por el hueco con expresión de que tenía algo urgente que decirle. Su gesto se convirtió en uno de pánico cuando captó la finura de tía Sempronia y la respetabilidad de la señora Baker.
—Ya vuelve —dijo Charmain bastante desesperada—. ¡Vete, Waif!
Peter captó la indirecta y desapareció justo antes de que tía Sempronia pudiese volver a darse la vuelta y verlo. La señora Baker parecía más alarmada que nunca.
—Te preocupas demasiado, Berenice —dijo tía Sempronia—. Admito que los perros huelen, son sucios y ruidosos, pero no hay nada que supere a un buen perro guardián a la hora de proteger una casa. Deberías estar agradecida de que Charmain tenga uno.
—Supongo —asintió la señora Baker con tono de no estar nada convencida—. Pero… pero ¿no me habías dicho que esta casa estaba protegida por… por las… artes mágicas de tu tío abuelo?
—Sí, sí, lo está —dijo Charmain con entusiasmo—. ¡La casa es doblemente segura!
—Por supuesto que sí —confirmó tía Sempronia—. Creo que no puede entrar nada que no haya sido invitado desde el otro lado del umbral.
Como para llevarle la contraria a tía Sempronia, apareció de repente un kobold en el suelo al lado del carrito.
—¡Vaya, mira esto! —vociferó el pequeño, azul y agresivo ser.
La señora Baker soltó un berrido y se tiró el café sobre la pechera de la blusa. Tía Sempronia apartó sus faldas de él con mucha dignidad. El kobold se quedó mirándolas, claramente confundido, y después miró a Charmain. No era el kobold jardinero. Su nariz era más grande, su ropa azul era de mejor tejido y parecía acostumbrado a dar órdenes.
—¿Eres un kobold importante? —le preguntó Charmain.
—Bueno —dijo el kobold bastante sorprendido—, podría decirse que sí. Soy el jefe de esta zona; me llamo Timminz. Lidero este contingente y estamos todos bastante enfadados. Y ahora nos dicen que el mago no está o que no nos recibirá o…
Charmain vio que su ira crecía por momentos. Dijo rápidamente:
—Es cierto. No está. Está enfermo. Los elfos se lo han llevado para curarle y yo cuido de la casa en su ausencia.
El kobold alzó los ojos por encima de su gran nariz y le lanzó una mirada asesina:
—¿Estás diciendo la verdad?
«¡Parece como si llevase todo el día oyendo que miento!», pensó Charmain enojada.
—Es completamente verdad —afirmó tía Sempronia—. William Norland no está aquí ahora mismo. Así que, ¿sería tan amable de irse, querido kobold? Está aterrorizando a la pobre señora Baker.
El kobold miró indignado a tía Sempronia y después a la señora Baker.
—Entonces —le dijo a Charmain—, no veo ninguna posibilidad de que esta disputa quede resuelta jamás.
Y desapareció tan súbitamente como había aparecido.
—¡Oh, Dios mío! —suspiró la señora Baker con la mano en el pecho—. ¡Tan pequeño, tan azul! ¿Cómo ha entrado? ¡No dejes que te suba por la falda, Charmain!
—Sólo era un kobold —indicó tía Sempronia—. Reponte, Berenice. Por regla general, los kobolds no tratan con los humanos, así que no tengo ni idea de qué estaba haciendo aquí. Pero supongo que el tío abuelo William debe de haber tenido algún trato con estas criaturas. La regla no afecta a los magos.
—Y, además, me he tirado el café encima —lloriqueó la señora Baker sacudiéndose la falda.
Charmain cogió la tacita y la volvió a llenar de café cuidadosamente.
—Coge otro pastelillo, madre —dijo a la vez que sostenía el plato—. El tío abuelo William tiene un kobold que le arregla el jardín, y también estaba enfadado cuando le conocí.
—¿Qué hacía el jardinero en el salón? —preguntó la señora Baker.
Como solía pasar, Charmain empezó a lamentar haber intentado explicar algo a su madre. «No es tonta; simplemente, nunca usa la cabeza», pensó.
—Era otro kobold… —empezó.
La puerta de la cocina se abrió y Waif entró dando saltitos. Volvía a tener su tamaño original. Eso quería decir que era, por lo menos, más pequeña que el kobold, y estaba encantada de haber encogido. Trotó alegremente hacia Charmain y levantó la nariz implorante hacia el plato de pastelillos.
—¡Francamente, Waif—la regañó Charmain—, cuando pienso en todo lo que has comido para desayunar!
—¿Es este el perro guardián? —inquirió la señora Baker con nerviosismo.
—Si lo es —opinó tía Sempronia—, sería la segunda mejor cosa después de un ratón. ¿Cuánto dices que ha comido para desayunar?
—Unos cincuenta platos enteros de comida para perros —dijo Charmain sin pensar.
—¡Cincuenta! —repitió su madre.
—Estaba exagerando —se corrigió Charmain.
Waif, al ver que todas la miraban, se sentó en posición de pedir con las patas bajo el mentón. Se esforzaba en parecer adorable. «Deja caer las orejas peludas y consigue todo lo que quiere», decidió Charmain.
—¡Oh, qué perrita tan dulce! —exclamó la señora Baker—. ¿Así que tienes hambre?
Le dio a Waif el resto del pastelillo que se estaba comiendo. Waif lo cogió educadamente, lo tragó de un bocado y siguió pidiendo. La señora Baker le dio un pastelillo entero del plato. Eso provocó que Waif pidiera con más ganas que nunca.
—Estoy enfadada —le espetó Charmain a Waif.
Tía Sempronia también le dio graciosamente otro pastelillo a Waif.
—Debo decir —le comentó a Charmain— que con este gran sabueso guardándote no hay que temer por tu seguridad, aunque tal vez acabes pasando hambre.
—Ladra muy bien —dijo Charmain. «Y no hay ninguna necesidad de ser sarcástica, tía Sempronia. Ya sé que no es un perro guardián». Pero Charmain no había acabado de pensar eso cuando se dio cuenta de que, en realidad, Waif estaba cuidando de ella. Había conseguido que madre se olvidara completamente de los kobolds, de la cocina, de cualquier peligro que ella pudiera correr y se había obligado a encogerse al tamaño correcto para poder hacerlo. Charmain se sintió tan agradecida que ella también le dio un pastelillo. Waif le dio las gracias con mucho cariño, oliéndole la mano, y volvió a mirar expectante a la señora Baker.
—¡Oh, es tan mona! —suspiró la señora Baker, y le dio a Waif su quinto pastelillo como premio.
«Va a estallar», pensó Charmain. Sin embargo, gracias a Waif, el resto de la visita transcurrió del modo más tranquilo, hasta casi el final, cuando las señoras se levantaron para irse. La señora Baker dijo:
—¡Ay! Casi se me olvida —y se palpó el bolsillo—. Llegó esta carta para ti, cariño.
Tendió a Charmain un tieso y alargado sobre con un sello rojo de lacre por detrás. Estaba dirigido a la «Señorita Charmain Baker» con una caligrafía elegante y trémula.
Charmain se quedó mirando fijamente el sobre y notó que el corazón le martilleaba en los oídos y en el pecho como un herrero sobre un yunque. Se le nubló la vista. Su mano tembló al coger la carta. El Rey le había contestado. Le había contestado. Sabía que era el Rey. La dirección estaba escrita con la misma caligrafía temblorosa que había visto en las cartas del estudio del tío abuelo William.
—Oh, gracias —dijo intentando sonar indiferente.
—Ábrela, cariño —la instó su madre—. Parece importante. ¿Qué crees que es?
—Oh, no es nada —contestó Charmain—. Sólo es el título de la escuela.
Fue un error. Su madre exclamó:
—¿Qué? ¡Pero tu padre espera que sigas yendo a la escuela y aprendas algo de cultura, cariño!
—Sí, lo sé, pero siempre le dan a todo el mundo un título al final del décimo año —inventó Charmain—. Por si alguien quiere irse, ya sabes. Toda mi clase recibirá uno. No te preocupes.
A pesar de la explicación, que Charmain encontró bastante buena, la señora Baker se preocupó. Podría haber montado una escena si Waif no hubiese estirado las patas traseras, y caminado hacia la señora Baker con sus patas delanteras puestas de nuevo con gracia bajo el mentón.
—¡Oh, bonita! —exclamó la señora Baker—. Charmain, si tu tío abuelo te deja traer a este adorable perro a casa cuando él se mejore, no me importará nada. Nada de nada.
Charmain pudo meterse la carta del Rey bajo el cinturón y besó a su madre y a tía Sempronia para despedirse de ellas sin que ninguna la volviese a mencionar. Las despidió alegremente con la mano mientras se alejaban por el camino entre las hortensias y cerró la puerta principal con un suspiro de alivio.
—¡Gracias, Waif! —suspiró—. ¡Perra lista!
Se apoyó en la puerta principal y empezó a abrir la carta del Rey, «aunque ya sé que va a decir que no —se dijo a sí misma, temblando de nervios—. ¡Si fuera yo fuera él me diría que no!».
Antes de acabar de romper el sobre, Peter abrió de golpe la otra puerta.
—¿Ya se han ido? —preguntó—. ¡Por fin! Necesito que me ayudes. Una turba de kobolds enfadados me está molestando aquí dentro.
Capítulo 6
Que trata del color azul
CHARMAIN suspiró y se metió la carta del Rey en el bolsillo. No le apetecía compartir lo que fuera que dijese con Peter.
—¿Por qué? —inquirió—. ¿Por qué están enfadados?
—Ven a verlo —dijo Peter—. A mí todo me suena ridículo. Les he dicho que tú estabas al mando y que tenían que esperar a que acabases de ser educada con esas dos brujas.
—¿Brujas? —repitió Charmain—. ¡Una de ellas era mi madre!
—Bueno, mi madre es bruja —observó Peter—. Y bastaba con echarle un vistazo a la orgullosa vestida de seda para saber que era bruja. Vamos, ven.
Aguantó la puerta a Charmain y ella entró pensando que seguramente Peter tenía razón con respecto a tía Sempronia. Nadie en la respetable casa de los Baker mencionaba jamás la brujería, pero Charmain estaba segura desde hacía años de que tía Sempronia era bruja, aunque nunca lo había reconocido ante sí misma tan crudamente.
Se olvidó de tía Sempronia en cuanto entró en la cocina. Había kobolds por todas partes. Hombrecillos azules de diferentes formas con grandes narices estaban de pie en cualquier lugar del suelo donde hubiese espacio y que no estuviera lleno de platos de perro o té derramado. Estaban sobre la mesa, entre las teteras y en el fregadero, haciendo equilibrios entre los platos sucios. También había mujercitas azules, la mayoría posada sobre las bolsas de ropa sucia. Las mujeres se distinguían por sus narices más pequeñas y amables y sus faldas azules de volantes bastante elegantes. «Me gustaría tener una falda de esas —pensó Charmain—. Aunque más grande, claro». Había tantos kobolds que a Charmain le llevó un rato darse cuenta de que las burbujas de la chimenea casi habían desaparecido.
Todos los kobolds dieron un estridente grito cuando entró Charmain.
—Parece que tenemos a toda la tribu —dijo Peter.
Charmain pensó que seguramente tenía razón.
—Ya estoy aquí. ¿Qué problema tenéis?
La respuesta fue tal tempestad de gritos que Charmain se tapó las orejas con las manos.
—¡Ya vale! —gritó—. ¿Cómo voy a entender una sola palabra de lo que decís si gritáis todos al mismo tiempo?
Reconoció al kobold que había aparecido en el salón encima de una silla con, al menos, otros seis. Su nariz tenía una forma muy fácil de recordar.
—Cuéntamelo tú. ¿Cómo te llamabas?
El asintió bruscamente.
—Mi nombre es Timminz. Entiendo que usted es Charming Baker y que habla en nombre del mago. ¿Es así?
—Más o menos —dijo Charmain. No parecía tener mucho sentido discutir por su nombre. Además, le gustaba que la llamaran Charming[1]—. Ya le dije que el mago está enfermo. Se ha ido a que le curen.