—Hay un punto que no está claro para mí en su informe. ¿Son estas «nubes» criaturas hostiles a los hombres?
—No lo creo. Destruyen solamente las copias que ellas mismas crean.
—¿Está usted seguro de ello?
—Pero si usted mismo lo acaba de ver —replicó asombrado Zernov.
—Yo quisiera saber si usted está convencido de que las criaturas destruidas son de verdad copias y no gente. Porque si las copias son idénticas a los humanos, entonces, ¿quién me convencería de que mi piloto Martin es realmente mi piloto y no una copia atómica?
Conversaban en inglés, pero la sala estaba al corriente del diálogo porque muchos de los asistentes comprendían el idioma y traducían a sus vecinos. Nadie se sonreía: la pregunta era terrible. Hasta Zernov se turbó buscando la respuesta.
Senté de un tirón a Martin y me levanté para decir:
—Almirante, le puedo asegurar que yo soy en realidad yo, el camarógrafo de la expedición, Yuri Anojin, y no una copia creada por la «nube». Cuando yo filmaba la película mi doble se apartó de mí y se dirigió hacia el cruzanieves como si estuviera hipnotizado. Usted mismo lo acaba de ver en la pantalla. El me dijo que alguien o algo le forzaba a retornar a la cabina. Por lo visto, a él le estaban preparando para la eliminación.
Cuando terminé de hablar, observé las gafas plateadas del almirante y me llené de rabia.
—Eso es posible —dijo—, aunque no muy convincente. Yo tengo una pregunta para Martin, levántese, por favor.
El piloto se levantó mostrando sus dos metros de altura de todo un experto jugador de baloncesto.
—A sus órdenes, sir. Yo destruí mi copia con mis propias manos.
En los labios del almirante se dibujó una sonrisa:
—¿Y si fue la copia quien le destruyó a usted? —Movió sus labios y agregó—: ¿Disparó usted al notar las intenciones agresivas de la «nube»?
—Sí, disparé, sir. Lancé dos ráfagas con balas trazadoras.
—¿Con éxito?
—No, sir, no tuve éxito. Es como disparar con una escopeta contra una avalancha de nieve.
—¿Y de haber tenido otra arma? Por ejemplo, un lanzallamas o una bomba de napalm. ¿Eh?
—No lo sé, sir.
—¿Habría evitado la «nube» el encuentro?
—No creo eso, sir.
—Siéntese, Martin, y no se ofenda; yo sólo quería aclarar unos detalles de la información del señor Zernov que me habían desconcertado. Señores, gracias por sus exposiciones.
La insistencia del almirante desató la lengua de los otros presentes. Las preguntas surgieron unas tras otras, como en una conferencia de prensa.
—Usted afirmó que las masas de hielo son transportadas al espacio. Pero, ¿a qué espacio, al aéreo o al cósmico?
—Y si son transportadas al espacio aéreo, ¿qué se hará con esa masa de hielo en la atmósfera?
—¿Permitirá la humanidad ese robo masivo del hielo?
—¿Quién, en general, necesita el hielo aquí en la Tierra?
—¿Qué ocurrirá con los continentes al ser liberados del hielo? ¿Se elevará el nivel del agua en los océanos?
—¿Cambiará el clima?
—Compañeros, por favor, no hablen todos al mismo tiempo —imploró Zernov levantando los brazos—. Empecemos por orden. ¿A qué espacio se transporta? Supongo que al espacio cósmico. Los glaciares son necesarios en la atmósfera terrestre solamente para los glaciólogos. Hablando en términos generales, consideraba a los científicos personas de conocimientos profundos; empero, a juzgar por las preguntas que me han hecho, comienzo a dudar de ese axioma. ¿Cómo puede elevarse el nivel del agua de los océanos, si no se aumenta la cantidad de agua? Esta es una pregunta de geografía para los escolares. Así como la pregunta de que si cambiará o no el clima.
—¿Cuál es, a su juicio, la estructura posible de la «nube»? A mí me pareció ser un gas.
—Un gas pensante —dijo uno riéndose—. ¿De qué libro de texto ha sacado esa idea?
—¿Es usted físico? —inquirió Zernov.
—Sí, ¿y qué?
—Entonces, usted escribirá este libro de texto.
—Yo, desgraciadamente, no poseo actitudes de comediante. Le estoy preguntando en serio.
—Y yo le respondo en serio. Desconozco la estructura de la «nube». Quizás sea una estructura físico-química desconocida para nuestra ciencia. Pienso que es más bien coloide que gas.
—¿De dónde, a su parecer, surgió?
—¿Y al suyo?
El corresponsal del periódico «Izvestia» y conocido mío, se levantó:
—En una novela de ciencia-ficción leí sobre los visitantes llegados desde el planeta Plutón. Incidentalmente, llegaron también a la Antártida. ¿Será posible que usted crea en esa eventualidad?
—No sé. Además yo no he mencionado el planeta Plutón.
—Aceptemos que no hayan llegado desde el planeta Plutón, sino desde el cosmos, desde cualquier sistema estelar. Siendo así, ¿por qué volaron ellos por el hielo a la Tierra, a los límites de nuestra galaxia? Sabemos que en el Universo hay hielo suficiente y éste se puede obtener mucho más cerca.
—¿Más cerca de qué? —inquirió sonriente Zernov.
Yo lo admiraba: pese a la lluvia de preguntas, conservaba la tranquilidad y el humor. El no era el autor de un invento científico que necesitara aclaración, sino el testigo ocasional de un fenómeno único e inexplicable y sobre el cual sabía tanto como los espectadores de la película; pero éstos lo olvidaban y él seguía respondiendo a sus preguntas con paciencia y calma.
—El hielo es agua —afirmó él con la entonación de un cansado maestro hacia el final de la lección—. El agua es un compuesto muy raro incluso en nuestro sistema estelar. Nosotros desconocemos si hay agua en Venus. La hay en Marte, aunque en cantidad muy limitada, y no hay en absoluto en Júpiter y Urano. Como pueden ver, en el Universo no hay mucho hielo. Si acaso no tengo razón, que los astrónomos me corrijan, pero creo que el hielo cósmico es sobre todo una formación de gases congelados: amoníaco, metano, dióxido de carbono y nitrógeno.
—¿Por qué nadie pregunta sobre los dobles? —le susurré a Anatoli.
Y en el acto, como adivinando mi pensamiento, el profesor Kedrin inquirió:
—Quisiera que Anojin me contestara una pregunta. Anojin, ¿conversó usted con su doble? Es interesante, ¿cómo y sobre qué?
—Sí, conversé con él. Hablamos mucho y de diferentes cosas —repuse.
—¿Notó usted alguna diferencia exterior pequeña, algún detalle insignificante? Me refiero a una diferencia entre ustedes dos.
—Entre nosotros no había ninguna diferencia. Hasta la sangre de él y la mía eran idénticas—. Les relaté lo que sucedió junto al microscopio.
—¿Y la memoria? ¿El recuerdo de la infancia, de la juventud? ¿Lo comprobó usted?
Le conté mi conversación con el doble sobre el pasado. Aunque yo seguía sin comprender a dónde quería llevarme el profesor. Hasta que, por fin, él mismo aclaró:
—La pregunta que hizo el almirante Thompson es inquietante y terrible, y nos debe poner alerta. Porque si los dobles de las personas aparecen en lo sucesivo y al mismo tiempo son indestructibles, entonces, ¿cómo podríamos diferenciar al hombre de su copia? Además, ¿cómo ellos mismos se diferenciarían? En todo esto, a mi juicio, el asunto no radica en la semejanza absoluta, sino en la convicción de cada uno de que él es el verdadero y no la copia creada artificialmente.
A la sazón recordé la discusión que tuve con mi desafortunado doble y me turbé. Zernov me sacó del apuro:
—Hay un detalle muy curioso —afirmó él—, y es que el doble aparece siempre después de un mismo sueño. El individuo cree estar sumergido en una sustancia roja o morada (a veces violeta), espesa y fría, semejante a la jalea. Esta extraña sustancia llena por completo todo su interior y todas sus arterias. Yo no puedo aseverar que lo llena realmente, pero ésa es la sensación del hombre que la experimenta. El individuo yace privado totalmente de movimiento, como si estuviera paralizado, y empieza luego a experimentar sensaciones iguales a las de un hipnotizado: le parece que alguien invisible observa su cerebro, palpando cada una de sus células. A poco, la oscuridad escarlata se disipa, su pensamiento se aclara y vuelve la libertad en los movimientos y cree que ha visto simplemente un sueño absurdo y terrible. Luego, pasado un rato, aparece el doble. Empero, el hombre, después de desadormecerse, piensa, conversa con alguien o hace algo. El doble no lo sabe. Guando Anojin despertó, encontró no una sola «Jarkovchanka», sino dos, con las mismas abolladuras en el vidrio delantero y con idénticas soldaduras en las orugas. Todo esto fue un descubrimiento para su doble, porque este último recordaba solamente lo que recordaba Anojin antes de su inmersión en la oscuridad escarlata. Discrepancias semejantes se observaron en otros casos. Diachuk, después de despertarse, se afeitó, produciéndose una pequeña herida en la mejilla. Su doble apareció sin la herida. Chojeli se acostó ebrio porque se bebió un vaso de alcohol, pero se levantó cuerdo, con la mente despejada. Su doble, por el contrario, apareció frente a él completamente borracho y excitado, sosteniéndose a duras penas sobre las piernas y mostrando una mirada turbia. Creo que en lo sucesivo, este momento o, más bien, la acción del hombre después del «sueño escarlata» ayudará en los casos dudosos a diferenciar el original de la copia; siempre y cuando no hayamos encontrado otro modo para saberlo.
—¿Tuvo usted también un sueño de esa naturaleza? —inquirió alguien de la sala.
—Sí, lo tuve.
—Pero, ¿no tuvo su doble?
—No. Eso es justamente lo que me desconcierta. ¿Por qué fui yo una excepción?
—Usted no fue una excepción —le respondió a Zernov su propia voz.
El que habló estaba de pie detrás de todos los presentes, casi en la puerta y vestido algo diferente que Zernov. Zernov llevaba puesto un traje gris hermoso, en tanto que aquél llevaba el viejo suéter verde que utilizaba Zernov en la expedición. Completaban la vestimenta del extraño los pantalones de guata de Zernov y sus botas canadienses de piel, cuya belleza yo había mirado con envidia en el transcurso de la expedición. Sin embargo, no se podía decir que éste fuese un extraño, porque hasta yo, que había convivido con Zernov mucho tiempo, no podía ahora diferenciar uno del otro. Zernov estaba en la tribuna, mas en la puerta se encontraba su copia perfecta y exacta.
En la sala se oían exclamaciones de asombro, unos se pusieron de pie observando confusos a ambos Zernov y otros permanecieron en sus asientos con la boca abierta. Kedrin, entornando sus ojos, examinaba detenidamente al doble de Zernov. En los finos labios del almirante se dibujó una sonrisa burlona: él parecía satisfecho por la confirmación inesperada de su idea. Zernov, a mi juicio, estaba también satisfecho al ver consumados su duda y su temor.
—Ven acá —dijo casi alegre—. Hacía tiempo que esperaba este encuentro. Ven y conversemos. Será interesante para todos.
El doble de Zernov echó a andar con calma hacia la tribuna acompañado por las miradas de los presentes, miradas que mostraban un interés cautivador, con las cuales se honra únicamente a las grandes celebridades mundiales. Miró a su alrededor, acercó una silla y se sentó a la misma mesa que Zernov. El espectáculo en sí no era extraño: en la mesa se hallaban dos gemelos que se encontraron después de una larga separación. La única diferencia consistía en que cada uno de nosotros sabía que entre ellos no hubo ninguna separación y que no eran hermanos. Simplemente, uno de los dos era un fenómeno incomprensible para la razón humana. Sí, pero, ¿cuál de ellos? Comprendía ahora la idea del almirante Thompson.
—¿Por qué no apareciste durante el viaje? Te estaba esperando —dijo el Zernov número uno.
El Zernov número dos, perplejo, se encogió de hombros:
—Yo recuerdo todo lo que sucedió antes del sueño rosado; después del mismo me falló la memoria y, de pronto, entré en esta sala. Aquí, he visto y escuchado y, si no me equivoco, ya he empezado a comprender… —El miró a Zernov y se sonrió con ironía—: ¡Qué parecidos somos!
—Me lo imaginaba —observó Zernov.
—Pues yo no. Si nosotros nos hubiésemos encontrado allá como Anojin encontró a su doble, yo no habría cedido en mi prioridad. Porque, ¿quién me habría demostrado que tú eres el real y yo soy solamente la reproducción? Tanto más que yo soy tú. Yo recuerdo toda mi… o tu —no sé de quién— vida en sus detalles más ínfimos; mejor que tú quizás: la memoria sintetizada es más fresca. Antón Kuzmich —dijo él dirigiéndose al profesor Kedrin que estaba en la sala—, ¿recuerda usted la conversación que sostuvimos antes del viaje? No concretamente sobre los experimentos, sino las últimas palabras que cambiamos. ¿Las recuerda usted?