Jinetes del mundo incógnito – Alexander Abramov, Serguei Abramov

El académico Osovets resumió: «Nadie ha sufrido daño durante estos experimentos y nadie ha sufrido pérdidas materiales. A excepción del taburete que desapareció junto con el doble en la reunión de Mirni y el automóvil del piloto Martin, luego de ser abandonado imprudentemente en la ciudad copiada, nadie podría mencionarme una cosa que haya sido destruida o dañada por los visitantes del cosmos. Se escribió sobre la bicicleta perdida por un ciclista checo, que la dejó abandonada en una carretera cercana a Praga, pero se supo posteriormente que fue encontrada en la parada durante un período de descanso. Se escribió sobre el alpenstock, que le arrebató el doble al guía suizo Fred Schomer, cuando éste caminaba por un sendero montañoso. Sin embargo, el mismo Fred Schomer escribió a los periódicos negando la veracidad de esta noticia y declarando que él mismo abandonó al alpenstock, asustado por lo que había visto, pero que posteriormente las «nubes» lo devolvieron picando sobre la puerta de su cabaña. Todos los otros casos mencionados en los periódicos resultaron ser inventos de individuos que querían pasar por «víctimas», o de los propios reporteros. Las «nubes» rosadas retornan al cosmos sin causar ningún daño a la humanidad y sin llevarse nada, excepto el hielo terrestre y esas supuestas grabaciones de la vida terrestre, codificadas inexplicablemente en una niebla roja. Esta última idea, a propósito, es una hipótesis, no demostrada de ninguna manera por persona alguna».

El informe del académico Osovets fue aprobado por la mayoría de los delegados. Decidí no leer el discurso de Thompson. Este no encontró apoyo y los debates se transformaron en un cambio de réplicas y preguntas, lejos de ser polémicas, ni tampoco audaces o convincentes. Se expresaron, por ejemplo, temores de que el espíritu de paz de los visitantes era nada más que camuflaje y que ellos regresarían con otras intenciones muy diferentes.

—¿Con cuáles? —quiso saber el académico.

—Con intenciones agresivas.

—Poseyendo tales posibilidades técnicas, dudo mucho que ellos necesiten tal camuflaje.

—¿Y si esto es sólo un reconocimiento del terreno?

—¿Y qué? Los primeros encuentros les han demostrado ya la diferencia sustancial entre nuestros potenciales técnicos.

—¿Acaso les hemos mostrado nuestro potencial? —interpeló Thompson.

—Ellos lo copiaron ya.

—Pero nosotros ni siquiera tratamos de utilizarlo contra sus ataques.

—¿Hubo acaso ataques?

—No, pero, ¿puede usted asegurar que no los habrá?

—En defensa de mis aseveraciones cité numerosos hechos comprobados; en defensa de las suyas, sólo hemos escuchado hipótesis.

Después de esta discusión —sin gloria para los oponentes del académico soviético—, los «incrédulos», como fueron llamados luego en los pasillos del Congreso, empezaron a desquitarse en las comisiones que se crearon, especialmente en la Comisión para los Contactos y Conjeturas, la cual comenzaba a ser famosa por sus tempestuosas sesiones. En ella se exponía todo tipo de hipótesis y a la postre se destruían sin compasión. De una deliberación se pasaba a otra, luego a otra, alejándose así de la discusión primaria, hasta que finalmente era cortada por el timbre del presidente. Los corresponsales ni siquiera trataban de dar forma de reportaje a estas discusiones, sino que simplemente las citaban.

Tomé al azar uno de los recortes del periódico y leí:

PROFESOR O’MELLY (Irlanda del Norte). Yo sugiero una adición a la formulación del profesor MacAdo: de amoníaco y flúor.

PROFESOR MacADO (USA). La apoyo. Esto fue mencionado ya en la conferencia de prensa.

PROFESOR TAINE (Inglaterra). Si mal no recuerdo, en la conferencia de prensa se habló ya de que las nubes rosadas provenían de un planeta frío. Para los seres fluóricos, una temperatura de 100 grados bajo cero es sólo un frío placentero. No deseo ser severo, pero tengo el temor de que cualquier escolar podría corregir al colega que hizo tal declaración. El problema de las proteínas fluóricas…

VOZ DESDE EL FONDO DE LA SALA: Tal problema no existe.

TAINE: No existe, pero podría existir. Esta comisión es de conjeturas y no de hechos científicos.

VOZ DESDE EL CENTRO PARA LA PRENSA: ¡Eso aburre!

TAINE: Si no le interesa, váyase a ver un espectáculo de variedades. Los compuestos orgánicos de flúor se pueden activar sólo a temperaturas muy altas. ¿O es que mi colega olvidó la diferencia que existe entre el más y el menos? La vida fluórica es una vida basada en azufre y no en agua. En los planetas «calientes», y no en los fríos.

MacADO (saltando de su asiento): ¿Quién habló de agua o de azufre? El profesor Dilinger, que se encuentra ahora ausente, se refirió al fluoruro de hidrógeno. No me sorprende que a él no le comprendan los reporteros, pero me asombra la incomprensión de un científico de renombre. El fluoruro de hidrógeno o el óxido fluórico son justamente los que pueden ser «solventes de vida» a las temperaturas de 100 grados bajo cero y aún más bajas. Las «nubes» rosadas podrían ser huéspedes venidos desde un planeta frío, señores.

VOZ DESDE EL FONDO DE LA SALA (el que hablaba se escondía tras la espalda del que estaba sentado delante): ¿A qué temperatura, profesor, las nubes cortan la capa de hielo de un kilómetro de espesor?

TAINE: Ese es un tanto más en favor de la hipótesis relativa al planeta «caliente».

PROFESOR GUINELLI (Italia): Yo diría mejor en pro de la hipótesis relativa a la vida gasoplásmica.

TAINE: Es difícil creer que, aun en las condiciones extraterrestres, el gas podría servir de medio para las reacciones bioquímicas.

GUINELLI (con arrebato): ¿Y los experimentos famosos de Miller, que sintetizó componentes orgánicos simples en una mezcla de gases? ¿Y las investigaciones del académico soviético Oparin? En cualquier rincón del Universo pueden ser encontrados carbono, nitrógeno, oxígeno e hidrógeno. Y esos elementos, por su parte, forman combinaciones que nos elevan por la escalera de la vida, hasta el salto desde lo inanimado hasta lo animado. Entonces, ¿por qué no suponer que justamente en el medio gaseoso surgió la vida que se elevó hasta la supercivilización?

PRESIDENTE: ¿Puede usted formular su idea en forma de hipótesis?

GUINELLI: Sí, naturalmente.

PRESIDENTE: Escucharemos al profesor Guinelli en nuestra próxima sesión…

VOZ DESDE EL FONDO DE LA SALA (interrumpiéndole): …Escucharemos también al Dr. Schnellinger, de Viena, que ahora está ausente. El tiene una hipótesis bastante elaborada sobre las intercomunicaciones de los visitantes: algo sobre la modulación de frecuencia directa, sobre una irradiación de impulsos de ondas ultracortas y hasta sobre la posible transmisión telepática a base de ondas gravitacionales…

RISITA CERCANA: ¡Disparates!

VOZ DESDE EL FONDO DE LA SALA (testaruda): Les ruego excusarme por cualquier inexactitud en la formulación de la hipótesis del profesor Schnellinger. Espero que los especialistas me hayan comprendido.

El profesor Janvier, que lleva un bonete de seda negro, se levanta lentamente (es el profesor más viejo de la famosa Escuela Politécnica francesa) y sin despojarse del aparato auditivo empieza a hablar por el micrófono.

JANVIER: Respetables damas y caballeros. Yo postergaría la información del Dr. Schnellinger hasta tanto no escuchemos las hipótesis respecto a dos cuestiones: ¿con quién nos las tenemos que ver, con seres vivos o con sistemas biocibernéticos superorganizados? En el primer caso podríamos admitir la comunicación telepática directa.

El observador Parisiense concluyó su reportaje con las siguientes palabras: «Yo no sugiero ninguna hipótesis, pero temo que todas éstas tengan una fuente única e inagotable. Y ustedes, queridos lectores, también pueden aprovechar esta fuente que es nada más que una rica fantasía. Precisamente por eso ustedes pueden leer en los periódicos que el número de hipótesis presentadas en las sesiones de esta comisión supera la cifra de cien…»

Tomé en la mano otro recorte de periódico. Este citaba fragmentos de otro estenograma, pero escogidos y comentados con el mismo estilo irónico. En el tercer reportaje el autor recordaba a Guliver y se compadecía condescendientemente de los hombres que no sabían asemejarse a los liliputienses, los cuales no inventaban hipótesis. Sin embargo, después del discurso de Zernov, no quedó nada de esa condescendencia irónica. Cuando abrí los periódicos de la tarde traídos por Irina, vi que esta vez su solidaridad era de otra índole:

«¡El enigma ha sido resuelto!» «¡Los rusos han penetrado en el misterio de las nubes rosadas!» «¡Anojin y Zernov establecen contacto con los visitantes!» «¡Los Soviets sorprenden de nuevo al mundo!» Bajo estos encabezamientos se relataba sobre la transformación del moderno Paris en la ciudad provincial de St. Dizier de los tiempos de la ocupación fascista, sobre la materialización maravillosa de la trama de un famoso director de cine y sobre mi duelo con el primer floretista de Francia. Esto último fue lo que más cautivó a Paris: que un cineasta común y corriente cuyo nombre nunca figuraba en los campeonatos de esgrima hubiera cruzado su espada con el propio Mongeusseau y quedado vivo. Esa misma tarde Mongeusseau fue entrevistado varias veces por los periodistas y pidió duplicar sus honorarios por la participación en la película. Los corresponsales, luego de sacarles todo a Mongeusseau y Carresi, se lanzaron al asalto de la clínica del profesor Peletier y sólo su severo régimen monasterial me libró de otra conferencia de prensa. Zernov tuvo suerte. Aprovechándose de los rituales que acompañan a la apertura y conclusión de las sesiones del Congreso, salió furtivamente de la sala y, en el primer taxi, se alejó de la ciudad con rumbo a la casa de un conocido suyo.

No encontré nada nuevo en el informe de Zernov, acompañado de comentarios detallados, pues todo su contenido había nacido en nuestras discusiones sobre lo acontecido; empero, los comentarios hechos por los periódicos más conservadores, no podían por menos que halagar el orgullo a todo hombre soviético.

En la primera página del «Paris Jour», adjunto a las fotografías de Martin, Zernov y la mía, se decía: «Dos rusos y un norteamericano vivieron una aventura fantástica durante una noche en un hotel Parisiense. Esa noche les hizo recordar las pesadillas de una novela gótica. No todo individuo, transportado en un instante del mundo corriente y verdadero al mundo de sueños materializados y de visiones extraídas de una mente ajena, hubiera actuado con tanta valentía, comprensión de las circunstancias y lógica razonable de las acciones como los tres participantes de esa Odisea asombrosa. Ahora bien, Zernov debe ser destacado entre los tres, puesto que fue el único científico del mundo capaz de responder a la pregunta que inquieta a millones y millones de habitantes de nuestro planeta: ¿por qué los visitantes, pasando por alto nuestros intentos por establecer contacto con ellos, no tratan por sí mismos de comunicarse con los seres de nuestro planeta?» Zernov responde: «La diferencia que existe entre nuestra vida psíquica y física y la de ellos es, posiblemente, inconmensurablemente mayor que la que puede existir, digamos, entre la organización biológica y psíquica del hombre y la de las abejas. ¿Qué ocurriría si cada cual buscara comunicarse con sus propios medios: el hombre, con sus medios humanos y la abeja, con sus medios insectiles? Siendo así, nos preguntamos ahora, ¿es posible, en general, el contacto entre dos formas de vida aún más diferentes? Sí. Nosotros no pudimos lograrlo, pero ellos lo encontraron. Hubieran podido no mostrarnos las copias de nuestra propia vida, pero nos las mostraron. ¿Y para qué? Para estudiar nuestras reacciones psíquicas y físicas, el carácter y la profundidad de nuestro razonamiento y la capacidad de comprender y valorar las acciones que ellos mismos han realizado. Ellos eligieron a argonautas dignos, pero sólo Zernov resultó ser Ulises: él comprendió a los dioses y se mostró más listo que ellos».

Leí este artículo con el rostro tan alegre, que Irina, sin contenerse, me dijo:

—Quisiera castigarte por lo que me ocultas; pero, bueno, te lo mostraré.

Y me enseñó un telegrama desde Umanak, Groenlandia.