«Respecto a este asunto, nuestro mosquetero Lammy Cochen, propietario del bar «Orion» y líder del club «Salvajes», nos da otra explicación: «Busquen a los rojos —nos dice—. Ellos enrojecen no sólo nuestra política, sino también el aire que respiramos». ¿No tiene relación con la niebla la paliza que recibió el abogado neoyorquino Roy Desmond en la puerta de un bar de esta ciudad, al negarse a responder a la pregunta relacionada con su votación en las próximas elecciones? La policía llegó al instante al lugar del hecho, pero, lamentablemente, fue incapaz de encontrar a los culpables».
La interviú al almirante Thompson publicada en la revista «Time and People» llevaba el encabezamiento siguiente:
«Sand City es una ciudad apestada —dice el almirante—. Busquemos el talón de Aquiles de las «nubes» rosadas».
«En estos días, la pequeña ciudad sureña, sita en la carretera N° 66, ha sido el punto donde coincidieron todas las miradas del continente americano. Los periódicos de nuestro país han publicado noticias sobre la niebla purpúrea que envolvió súbitamente la ciudad y el relato del agente comercial Lesley Baker acerca de los sucesos extraños acaecidos en la ciudad melliza. A este respecto, nuestro corresponsal conversó con el almirante retirado Thompson, miembro de la expedición antártica norteamericana y primer testigo ocular de las acciones de las «nubes» rosadas.
—Almirante, ¿cuál es su opinión respecto a los sucesos de Sand City?
—Por favor, soy simplemente Thompson, una persona sin uniforme. Bien, pues, creo que mi opinión es la alarma de un hombre corriente, preocupado por el futuro de la humanidad.
—¿Considera usted que hay motivos para inquietarse?
—Claro que sí. Las «nubes» ya no se limitan a copiar a individuos aislados, sino que van más allá y sintetizan masas humanas. Como ejemplo evidente de mis palabras pueden servir: el barco «Alameida» con sus tripulantes y pasajeros; la tienda de Buffalo, en un día de baratillo y la fábrica de plástico en Evansville. Es imposible creer que todos los testigos hayan visto un mismo sueño, como si al lado de su fábrica surgiera una fábrica-copia que luego desapareció. No, nadie puede convencerme de que todo esto fue sólo un espejismo provocado por la diferencia de temperaturas en las diversas capas del aire. Ahora bien, lo importante no es que la existencia de la segunda fábrica fue efímera, sino el que nadie podría demostrarme convincentemente ¡cuál de las fábricas desapareció y cuál quedó!»
—Al hablar sobre los sucesos de Sand City usted afirmó en el club «Apolo» que esa ciudad está apestada. ¿En qué sentido?
—En el sentido directo. Esa ciudad exige un aislamiento total, estudio sistemático y observaciones permanentes en el futuro. El problema que nos desconcierta es el mismo: ¿son gentes reales o sus dobles? Lamentablemente, ni el Gobierno ni la sociedad han prestado la debida atención a este problema.
—Señor, ¿no está usted exagerando? —objetó nuestro corresponsal—. ¿Acaso se puede acusar al país de indiferente a los visitantes cósmicos?
El almirante respondió con ironía:
—No, naturalmente, no podemos acusarlo de indiferente si hablamos de las faldas «nubes rosadas» o de los peinados «Jinetes del mundo incógnito». O si hablamos del congreso de espiritistas, que declaró que las «nubes» eran las almas de los difuntos regresadas a la Tierra, trayendo los sacramentos del Todopoderoso. ¡Eso no se llama indiferencia! ¿O quizás tiene usted en cuenta a los senadores-filibusteros que pronunciaron discursos de doce horas acerca de los «Jinetes» con el propósito de revocar el proyecto de ley respecto a los impuestos sobre las grandes fortunas? ¿O a los agentes de bolsa que utilizan a las «nubes» para jugar a las bajas y alzas? ¿O a los predicadores que proclaman el fin del mundo? ¿O quizás a los productores de películas como «Bob Merrile, el vencedor de los «Jinetes del mundo incógnito»»? Todo esto no es más que un tubo de alcantarillado perforado por ambos lados, y solamente eso. Yo me refiero a otra cosa…
—¿A la guerra?
—¿A la guerra contra quién? ¿Contra las «nubes» rosadas? No soy tan idiota como para considerar a la humanidad lo suficientemente bien armada para luchar contra una civilización capaz de crear de la nada cualquier estructura atómica. Me refiero a la expulsión de las «nubes», mejor dicho, a la necesidad de encontrar un medio que ayude a tal expulsión. Porque, pese a todo, el poder de esa civilización —siguió diciendo el almirante—, podría tener su punto débil, su talón de Aquiles. Siendo así, ¿por qué nosotros no buscamos ese punto vulnerable? Considero que nuestros científicos no se esfuerzan como se debe para establecer contacto con los visitantes. No me refiero sólo al contacto en el sentido de comprensión mutua, sino en el sentido de acercamiento directo, inmediato, más acertadamente, de acercamiento espacial con los visitantes del cosmos, para, de ese modo, estudiarlos y observarlos. ¿Por qué no se ha podido localizar aún su base, su cuartel general terrestre? Yo enviaría a ese lugar más de una expedición, a fin de que, además de otros problemas, encontraron su vulnerabilidad, su talón de Aquiles. Entonces, todo tomaría otro aspecto completamente diferente».
Pese a la vocinglería de esta admonición, el almirante no me parecía un maníaco o una persona carente de inteligencia a quien le diesen la oportunidad de expresarse ante un sinnúmero de lectores. Sin embargo, pensé que su consecuente y convincente fanatismo podría resultar en el futuro más peligroso que las acciones aún desconocidas de nuestros visitantes del cosmos. Esta inquietud fue insinuada con cautela por el corresponsal que le hizo la interviú. Este señaló que la inclusión del almirante Thompson en la delegación científica norteamericana que tomaría parte en el Congreso internacional de Paris podría dificultar la realización de acuerdos conjuntos.
Los dos recortes del periódico y la carta de Martin se los entregué a Zernov ya en el avión. Ocupábamos un compartimiento que parecía aislado, porque los espaldares de los sillones nos separaban de los pasajeros que había delante y detrás. Osovets y Rogovin debían arribar a Paris dentro de dos días, justamente hacia la apertura del Congreso. Nosotros volábamos antes, a fin de tomar parte en la conferencia de prensa de los testigos oculares y platicar con los norteamericanos llegados de MacMurdo que no compartían las ideas del almirante Thompson y que después de la partida de éste habían acumulado propia experiencia en los encuentros con los visitantes del cosmos. Pasó cierto tiempo después del despegue del aeropuerto Sheremétievo de Moscú; nosotros acabábamos de desayunar. En el avión imperaba la quietud y todos los ruidos locales, las conversaciones de los pasajeros y los despliegues de los periódicos, se ahogaban con el zumbido suave y monótono de los motores. Era el momento preciso para conversar sobre la carta de Martin. En tanto que Zernov leía y releía las páginas de la misiva, yo le susurré a Irina:
—Tú, naturalmente, recuerdas la carta. Bien, entonces trata de rememorar todos aquellos puntos esotéricos para tí y formular algunas preguntas. Zernov es como el profesor en la cátedra, que no soporta la incomprensión imprecisa.
—¿Crees que existe incomprensión precisa?
—Claro que sí. Yo no comprendo tal o cual cosa o dudo de algo concreto. Ahora bien, la imprecisión surge cuando uno no puede determinar cuál es el punto más confuso. Entonces se hacen preguntas estúpidas y se mira con ojos de carnero.
Ipso facto, me tapé con el periódico para no oír la réplica. Por otra parte, yo mismo debía formular todos los puntos confusos. ¿Cuál es la diferencia existente entre los brujos aparecidos ante Martin y nuestros dobles? Mentalmente agrupé las diferencias: los ojos vacíos; la incomprensión de muchas preguntas que les formulaban; el automatismo en los movimientos y acciones; las ideas confusas con respecto al tiempo, rayanas en una visión distinta que la del hombre: ellos no veían el sol ni el azul del cielo y no les sorprendía la iluminación eléctrica de las calles en pleno día. Estaban privados de memoria humana: la muchacha de Martin no solamente no lo había reconocido, sino que hasta lo olvidó. Las balas de la pistola de Martin penetraban en ellos sin causarles daño. En consecuencia, incluso la estructura interior de sus cuerpos era diferente que la humana. Al parecer, las «nubes» no copiaron en este caso a las personas, sino que construyeron solamente robots similares exteriormente, con un programa limitado. De aquí surge la primera diferencia: ¿por qué se cambió el método de copiar y entre qué límites se cambió?
Ahora bien, además de las personas, las «nubes» duplicaban también las cosas. El doble de nuestro cruzanieves fue real. Reales fueron también las cosas en la ciudad de Martin. Los refrescos se podían beber, los cigarrillos se podían fumar y los automóviles se podían conducir y utilizar. Las balas de los policías lograron perforar hasta las piedras. Las casas tenían ventanas y puertas reales y en los bares verdaderos se vendía café y salchichas calientes verdaderas. El dueño de una estación de gasolina verdadera vendía gasolina y aceite verdaderos. Y, al mismo tiempo, los automóviles reales surgían como fantasmas por la carretera que cruzaba la ciudad, aparecían de la nada y se disolvían en el borde de la carretera de un modo inconcebible, tragados por la nada y transformados en nada, dejando como única huella de su existencia una nubécula de polvo, levantada por sus ruedas que acababan de rozar el asfalto. No todas las puertas de las casas conducían a un lugar determinado. Algunas no daban a ningún sitio, tras ellas sólo había el vacío, aunque impenetrable y negro a guisa de humo comprimido. Esto significa que, para copiar el ambiente que rodea al hombre del mundo material se empleó también otro sistema, un sistema hasta cierto grado limitado. Formulemos ahora el segundo punto confuso. ¿Por qué se empleó otro sistema, con qué objeto y en qué consiste su limitación?
Y aquí surge una nueva pregunta: Zernov supuso la posibilidad de que en la creación del avión-doble en la ruta Moscú-Mirni se había empleado otro sistema. ¿No coincide esto con lo que Martin escribió? Esta pregunta la planteé a Zernov.
—Sí, en algunos aspectos —respondió Zernov, después de meditar—. Es obvio que las «nubes» crean diversas copias de manera distinta. ¿Recuerda usted la niebla purpúrea del avión, que no dejaba ver a los pasajeros vecinos? Desconocemos con exactitud la densidad que alcanzó la niebla de Sand City. Los periódicos informan que el aire era transparente y puro y estaba tan sólo coloreado de rojo. Posiblemente que los tipos de las copias estén en relación directa con la densidad del gas. Mi opinión es que la gente de la ciudad de Martin era menos humana que los pasajeros de nuestro avión-doble. ¿Por qué? Tratemos de resolver este problema. En Karachi, usted lo recuerda muy bien, yo afirmé que los pasajeros de nuestro avión no fueron copiados en toda su complejidad biológica, sino solamente en sus funciones específicas. Toda la compleja vida psíquica del hombre se echó a un lado, se rechazó, por la sencilla razón de que los creadores de las copias no la necesitaban. Empero, los pasajeros de nuestro avión no eran simplemente pasajeros, como otros cualesquiera. ¿Acaso su única relación social era la de viajar en un mismo avión? No. Entre ellos existía algo más: el año vivido en conjunto, el trabajo, amistad o aversión para con los vecinos, los planes futuros, los sueños de encontrarse con personas amadas y parientes. Estas circunstancias ampliaban y complicaban su función de pasajeros. He ahí la razón por la cual los creadores de las copias no podían limitarse a una simple función y se vieron obligados a complicarla, conservando algunas células de la memoria y determinados procesos mentales. Yo creo que la vida en el avión-doble transcurría similarmente a la nuestra.
—Es decir, ¿que se repetía como una grabación magnetofónica? —le dije.
—Pienso que no. Recuerde que ellos crean copias y no patrones. Ni en la ciudad de Martin la vida repetía todo lo que sucedía en la Sand City real. Le puedo dar un ejemplo: la persecución policial. Pero preste atención a un dato muy curioso: la gente de la ciudad copiada se diferencia más aún de las personas reales. Las copias encarnan una función como tal: el transeúnte camina, el que pasea, pasea, el chofer sólo conduce el automóvil, el vendedor vende u ofrece mercancías, el comprador las compra o rechaza. Y nada más. Sin embargo, pese a esa actividad tan limitada, ellos no son muñecos. Pueden razonar, pensar y actuar, aunque sólo dentro de los límites de sus funciones. Si usted le dijese a la camarera de una cafetería de la ciudad-copia que no le agradan las salchichas, ésta le contestaría que las salchichas conservadas no se estropean, que la lata fue abierta un cuarto de hora antes, pero que, si usted insiste, ella le puede traer en cambio un bistec asado o un bistec con sangre, como lo desee. Puede coquetear con usted, y, si ella es aguda, hasta podría contarle un chiste. ¿Por qué? Porque todo esto entra dentro de su función profesional. He ahí la razón por la cual no recordó a Martin: él no estaba asociado con su trabajo.