It (Eso) – Stephen King

—¿Violado? —preguntó Eddie.

—No. Sólo mutilado.

—¿Cuántos, en total? —preguntó Eddie, aunque no parecía tener ganas de saberlo.

—Muchos —dijo Mike.

—¿Cuántos? —repitió Bill.

—Nueve. Hasta ahora.

—¡No puede ser! —exclamó Beverly—. ¡Habría salido en los periódicos…, en la televisión! Cuando ese policía loco mató a tantas mujeres en Castle Rock, Maine…, y todos esos niños que asesinaron en Atlanta…

—Sí, eso —dijo Mike—. He pensado mucho en eso. En realidad, es lo más parecido a lo que está pasando aquí, y Bev tiene razón: ese episodio fue noticia en todo el país. En algunos aspectos, la comparación con lo de Atlanta es lo que más me asusta de todo esto. El asesinato de nueve niños…, deberíamos tener aquí corresponsales de televisión, parapsicólogos falsos, periodistas de los principales diarios…, todo el circo informativo, en resumen.

—Y no es así —dijo Bill.

—No, no es así. Oh, el dominical Telegram, de Portland, publicó un artículo. Después de los dos últimos casos salió otro en el Globe de Boston. Y un programa de televisión que se grababa allí, ¡Buenos días!, lo mencionó en un bloque dedicado a asesinatos nunca resueltos, pero sólo de pasada… Ciertamente, el experto que mencionó los casos de Derry no parecía saber que hubiera existido una serie similar en 1958, ni otra en 1929.

»Hay algunos motivos ostensibles, por supuesto. Atlanta, Nueva York, Chicago, Detroit…, son ciudades de grandes medios y cuando en las ciudades de grandes medios ocurre algo, causa impacto. En Derry no hay una sola emisora de radio ni de televisión, a menos que se cuente la pequeña FM que llevan los departamentos de idiomas de la escuela secundaria. Tratándose de medios de difusión, Bangor ha copado este mercado.

—Exceptuando el Derry News —apuntó Eddie, y todos rieron.

—Pero todos sabemos que esto no concuerda con el modo en que funciona el mundo actual. En algún momento la historia debería haber cobrado difusión nacional. Pero no fue así. Y creo que el motivo es éste, simplemente: Eso no quiere.

—Eso —musitó Bill, casi para sus adentros.

—Eso —concordó Mike—. Si debemos dar un nombre a Eso, bien puede ser el que solíamos darle. He empezado a pensar que Eso, sea lo que fuere, está aquí desde hace tanto tiempo que se ha convertido en parte de Derry, tanto como la torre-depósito, el canal, el parque Bassey o la biblioteca. Sólo que Eso no es un detalle de la geografía exterior, ¿comprendéis? Tal vez lo fue en otros tiempos, pero ahora está… dentro. De algún modo, Eso se ha metido dentro. Es el único modo en que llego a comprender todas las cosas terribles que han ocurrido aquí, tanto las explicables como las que no tienen explicación alguna. En 1930 hubo un incendio en un club de negros llamado Black Spot. Un año antes, un grupo de delincuentes no muy brillantes fue eliminado a tiros en Canal Street, en plena tarde.

—La banda Bradley —dijo Bill—. Los apresó el FBI, ¿no?

—Eso es lo que se dice oficialmente, pero no es la verdad. Por lo que he podido averiguar (y daría cualquier cosa por creer que no fue así, porque amo a esta ciudad), la banda Bradley, sus siete miembros, murieron a manos de los buenos ciudadanos de Derry. Algún día lo contaré.

»Existió también la explosión de la fundición Kitchener durante una búsqueda de huevos de Pascua, en 1906. Hubo una horrible serie de mutilaciones a animales, ese mismo año, por la que finalmente detuvieron a Andrew Rhulin, el tío-abuelo de quien ahora dirige las granjas Rhulin. Al parecer, lo mataron a porrazos los tres agentes que debían detenerle. Ninguno de los agentes fue sometido a juicio.

Mike Hanlon sacó una pequeña libreta de un bolsillo interior y siguió hablando mientras la hojeaba, sin levantar la mirada:

—En 1877 hubo cuatro linchamientos dentro de los límites municipales. Uno de los ahorcados fue el predicador laico de la Iglesia metodista, quien, al parecer, ahogó a sus cuatro hijos en la bañera, como si fueran gatitos y después mató a su mujer de un tiro en la cabeza. Le puso el revólver en la mano para que pareciera suicidio, pero no engañó a nadie. Un año antes encontraron a cuatro leñadores en una cabaña, a orillas del Kenduskeag, literalmente hechos pedazos. En viejos diarios se habla de desapariciones de niños, de familias enteras, pero no figuran en ningún documento público. Y hay más y más. Pero con eso podéis haceros una idea.

—Me hago una idea, sí —dijo Ben—. Aquí pasa algo, pero debe quedar en privado.

Mike cerró la libreta, volvió a guardarla y los miró con seriedad.

—Si yo fuera agente de seguros en vez de bibliotecario, tal vez podría haceros un gráfico. Mostraría una tasa anormalmente alta de cuanto crimen violento conocemos, sin excluir la violación, el incesto, los robos de domicilios, los robos de coches, los malos tratos a mujeres y niños, los asaltos.

»En Texas hay una ciudad, de medianas dimensiones donde la tasa de crímenes violentos está muy por debajo de lo que cabría esperar en una población de ese tamaño y de composición racial mixta. Se ha atribuido la extraordinaria placidez de la gente que la habita a un elemento del agua, una especie de sedante natural. Aquí ocurre exactamente lo contrario. Derry es un lugar violento en cualquier época. Pero cada veintisiete años, aunque el ciclo nunca ha sido exacto, la violencia aumenta hasta un punto furioso… y nunca ha sido noticia de difusión nacional.

—Estás sugiriendo que aquí hay un cáncer en funcionamiento —dijo Beverly.

—En absoluto. El cáncer no tratado resulta invariablemente mortal. Derry no ha muerto, por el contrario, progresa… de un modo nada espectacular, que no llama la atención a la prensa, por supuesto. Es, simplemente, una pequeña ciudad, bastante próspera, en un estado relativamente despoblado, donde pasan cosas desagradables con demasiada frecuencia… y donde ocurren cosas siniestras cada veinticinco o veintisiete años.

—¿Eso es constante desde un principio? —preguntó Ben.

Mike asintió.

—Constante desde un principio: 1715-1716, 1740 a 1743 aproximadamente (ése debió de ser un mal período), 1769, etcétera. Hasta la actualidad. Tengo la sensación de que ha ido de mal en peor, tal vez porque al terminar cada ciclo hay más habitantes en Derry, tal vez por otros motivos. Y en 1958, el ciclo parece haber llegado a un final prematuro. De lo cual fuimos responsables.

Bill Denbrough se inclinó hacia adelante, súbitamente encendidos los ojos.

—¿Estás seguro de eso? ¿Seguro?

—Sí —dijo Mike—. Los otros ciclos, en su totalidad, llegaron al momento culminante en septiembre y después terminaron a lo grande. Hacia Navidad o hacía Pascua a lo sumo, la vida ya había recobrado más o menos su ritmo normal… En otras palabras, hubo períodos malos de catorce a veinte meses, cada veintisiete años. Pero el año malo que se inició cuando murió tu hermano en octubre de 1957, terminó abruptamente en agosto de 1958.

—¿Por qué? —preguntó Eddie, con ansiedad. Su respiración se había tornado más hueca. Bill recordó ese silbido agudo al inhalar y comprendió que pronto estaría prendido al viejo chupabofes—. ¿Qué hicimos?

La pregunta quedó colgando allí. Mike pareció estudiarla… y al fin sacudió la cabeza.

—Ya te acordarás —dijo—. A su debido tiempo, te acordarás.

—¿Y si no recordamos? —preguntó Ben.

—En ese caso, que Dios nos ayude a todos.

—Nueve niños muertos este año —dijo Richie—. ¡Cielos!

—Lisa Albrecht y Steve Johnson, a fines de 1984 —puntualizó Mike—. En febrero desapareció un chico llamado Dennis Torrio, de la escuela secundaria; su cadáver apareció a mediados de marzo, en Los Barrens, mutilado. A poca distancia encontraron esto.

Sacó una fotografía del mismo bolsillo en el que había guardado la libreta y la hizo circular. Beverly y Eddie le echaron una mirada, intrigados, pero Richie Tozier reaccionó violentamente dejándola caer como si quemara.

—¡Por Dios! ¡Por Dios, Mike!

Levantó la vista, con los ojos grandes y espantados. Un momento después pasó la fotografía a Bill.

El novelista la miró y tuvo la sensación de que el mundo flotaba alrededor en tonos grises. Por un momento experimentó la certeza de que iba a desmayarse. Oyó un gruñido y supo que lo había emitido él. Dejó caer la foto.

—¿Qué pasa? —oyó decir a Beverly—. ¿Qué significa eso, Bill?

—Es la foto escolar de mi hermano —dijo Bill, por fin—. Es Ge-Ge-Georgie. La foto de su álbum. La que se movió. La que me guiñó el ojo.

Volvieron a pasarla de mano en mano mientras Bill permanecía inmóvil a la cabecera de la mesa, perdida la vista en el espacio. Era la fotografía de una fotografía. Mostraba una maltratada instantánea puesta contra un fondo blanco. Labios sonrientes que descubrían dos agujeros donde nunca habían crecido dientes nuevos («A menos que crezcan en el ataúd», pensó Bill, estremecido). En el margen se leía: Compañeros de escuela 1957-1958.

—¿Apareció este año? —preguntó Beverly, otra vez. Como Mike asintiera, se volvió hacia Bill—. ¿Cuándo la viste por última vez?

Él se humedeció los labios y trató de hablar. No salió nada. Hizo otro intento mientras las palabras le resonaban en la cabeza, consciente de que volvía el tartamudeo. Luchó, luchó contra el terror.

—No he visto esa foto desde 1958. Esa primavera, el año en que George murió… Cuando traté de enseñársela a Richie, había de-desaparecido.

Hubo un jadeo angustiante que les hizo girar la cabeza. Eddie volvió a poner el inhalador en la mesa, algo azorado.

—¡Eddie Kaspbrak en marcha! —exclamó Richie, alegremente. De pronto, fantasmagórica, surgió de su boca la voz del locutor de noticieros cinematográficos—. En el día de la fecha, en Derry, toda una ciudad sale a presenciar el desfile de los asmáticos. El astro del espectáculo es el gran Ed Cabeza de Moco, conocido en toda Nueva Inglaterra como…

Se interrumpió abruptamente. Una mano se alzó hacia la cara, como para taparse los ojos. Bill pensó: «No, no es eso. No lo hace para taparse los ojos, sino para empujarse las gafas hacia arriba. Gafas que ya ni siquiera están allí. Oh, Dios bendito, ¿qué está pasando aquí?».

—Disculpa, Eddie —dijo Richie—. He sido cruel. No sé en qué diablos estaba pensando.

Y miró a los otros, desconcertado.

Mike Hanlon dijo:

—Me había prometido, al descubrirse el cadáver de Steven Johnson, que, si ocurría algo más, si se producía un solo caso que fuera evidente, haría esas llamadas. Y acabé demorando otros dos meses las llamadas. Era como si me hubiera hipnotizado lo que ocurría, la conciencia, la deliberación con que ocurría. La foto de George apareció junto a un tronco caído, a menos de tres metros del cadáver de Torrio. No estaba escondida. Por el contrario, se hubiera dicho que el asesino deseaba que fuera descubierta. Y estoy seguro de que así era.

—¿Cómo conseguiste la foto de la policía, Mike? —preguntó Ben—. Porque de eso se trata, ¿no?

—Sí, de eso se trata. En el departamento de policía hay un tío que no se opone a ganar un poco de dinero extra. Le pago veinte dólares por mes, todo lo que puedo permitirme; él me pasa los datos.

»El cuerpo de Dawn Roy apareció cuatro días después del de Torrio. En el parque McCarron. Trece años. Decapitada.

»Veintitrés de abril de este año. Adam Terrault. Dieciséis años. Se denunció su desaparición cuando no volvió a su casa tras el ensayo de la orquesta. Lo encontraron al día siguiente, a muy poca distancia del sendero que atraviesa la arboleda detrás de Broadway Oeste. También decapitado.

»Seis de mayo. Frederick Cowan. Dos años y medio. Apareció en el baño de la planta alta, ahogado en el inodoro.

—Oh, Mike —exclamó Beverly.

—Sí, horrible —repuso él, casi con furia—. ¿No crees que me doy cuenta?

—La policía —preguntó ella—, ¿está convencida de que no pudo ser…, bueno, una especie de accidente?

Mike sacudió la cabeza.

—La madre estaba tendiendo ropa en el patio trasero. Oyó el ruido de un forcejeo y un grito de su hijo. Corrió tanto como pudo. Mientras subía la escalera dice haber oído que el depósito del baño se vaciaba repetidas veces. Después, la risa de alguien. Dijo que no parecía humana.

—¿Y no vio a nadie? —preguntó Eddie.

—A su hijo —dijo Mike, simplemente—. Tenía la columna rota y el cráneo fracturado. La mampara de la ducha tenía el vidrio roto. Había sangre por todas partes. La madre está ahora en el Instituto de Salud Mental de Bangor. Mi…, mi informante policial dice que ha enloquecido.

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