It (Eso) – Stephen King

»—¡Por allí no! —grita—. ¡Por aquí! —Y señala el estrado de la orquesta… justo donde estaba el fuego.

»—¡Estás loco! —gritó Trevor. Tenía un verdadero vozarrón, pero entre el ruido del fuego y los gritos de la gente apenas se le oía—. ¡Ásate tú, si quieres! ¡Willy y yo nos largamos fuera!

»Todavía me tenía cogido por la mano y empezó a arrastrarme hacia la puerta, aunque por entonces había tanta gente arremolinada contra ella que no se la veía. Yo iba a seguirlo. Estaba tan aturdido que no sabía dónde estaba el techo y dónde el suelo. Sólo sabía que no quería asarme cómo un pavo humano.

»Dick sujetó a Trev por el pelo, con todas sus fuerzas. Cuando Trev se volvió hacia él, le dio una bofetada. Recuerdo que la cabeza de Trev rebotó contra la pared y yo creí que Dick se había vuelto loco. Y entonces Dick aulló:

»—¡Si vas por ahí morirás! ¡Han atascado esa puerta, negro estúpido!

»—¡Qué sabes tú! —le bramó Trev.

»Y entonces se oyó un fuerte ¡bang!, como el de un cohete, pero era el tambor de Marty Devereaux, que había estallado por el calor. El fuego ya corría por las vigas y se estaba encendiendo el aceite del suelo.

»—¡Claro que sé! —gritó Dick—. ¡Claro que sé!

»Dick me tomó de la otra mano y, por un momento, quedé en medio del tira-y-afloja. Por fin Trev echó un buen vistazo a la puerta y siguió a Dick. Dick nos llevó hasta una ventana y levantó una silla para romperla, pero el calor la hizo estallar antes que él. Entonces tomó a Trev Dawson por el fondillo de los pantalones y lo impulsó hacia arriba.

»—¡Trepa! —le grita—. ¡Trepa, hijo de puta!

»Y Trev subió, pasando de cabeza por el agujero.

»Después me levantó a mí. Yo me cogí del marco de la ventana para tirar. Al otro día tenía las manos llenas de ampollas, porque esa madera ya estaba humeando. Caí de cabeza. Si Trev no me hubiera sujetado, tal vez me habría roto el cuello.

»Cuando nos volvimos, aquello era la peor pesadilla que puedas imaginar, Mikey. Esa ventana era sólo un cuadrado de luz amarilla y quemante. Las llamas salían por varios lugares, en el techo de lata. Se oían los aullidos de la gente que estaba dentro.

»Vi que dos manos pardas se agitaban delante del fuego: las manos de Dick. Trev Dawson me hizo un estribo con las de él y así llegué hasta la ventana para ayudar a Dick. Cuando cargué con su peso, la panza se me apoyó contra el costado del edificio, y fue como apoyarla contra un horno que se ha calentado bien. Apareció la cara de Dick; por unos segundos creí que no podríamos sacarlo. Había respirado un montón de humo y estaba a punto de desmayarse. Tenía los labios partidos y le ardía la espalda de la camisa.

»Y entonces estuve a punto de soltarlo, porque me llegó el olor de la gente que se quemaba dentro. Algunos dicen que el olor de carne humana chamuscada es como el de costillas de cerdo asadas, pero no, no es así. Es parecido a lo que se huele cuando terminan de castrar potros. Encienden un buen fuego y arrojan todo eso allí, y cuando el fuego se aviva bien se oye que las pelotas de caballo revientan como castañas, y así huele la gente cuando empieza a cocinarse dentro de la ropa. Olí eso y comprendí que no iba a soportar mucho tiempo, así que tiré una vez más, con fuerza, y Dick salió. Había perdido un zapato.

»Perdí apoyo en las manos de Trev y caí. Dick cayó encima de mí, y te puedo asegurar que ese negro piojoso tenía la cabeza dura, dura. Quedé casi sin aliento, rodando en el polvo por algunos segundos, rodando y apretándome la barriga.

»Al fin pude ponerme de rodillas y luego de pie. Y entonces vi esas figuras que corrían hacia la arboleda. Al principio creí que eran fantasmas; después les vi los zapatos. Por entonces había tanta luz alrededor del Black Spot que parecía de día. Vi los zapatos y comprendí que eran hombres enfundados en sábanas. Uno de ellos había quedado algo rezagado. Y vi que…».

Dejó la frase inconclusa, humedeciéndose los labios.

—¿Qué viste, papá? —pregunté.

—No importa —dijo—. Dame agua, Mikey.

Se la di. El bebió la mayor parte y tuvo un acceso de tos. Una enfermera que pasaba asomó la cabeza y dijo:

—¿Necesita algo, señor Hanlon?

—Un juego de intestinos nuevos —dijo mi papá—. ¿Tiene alguno a mano, Rhoda?

Ella le dedicó una sonrisa nerviosa y vacilante, antes de seguir de largo. Mi papá me entregó el vaso y yo lo puse sobre la mesa.

—Lleva más tiempo contar que recordar. ¿Vas a llenarme otra vez el vaso antes de irte?

—Claro, papá.

—¿Esta historia va a darte pesadillas, Mikey?

Abrí la boca para mentir, pero lo pensé mejor. Y ahora pienso que, si hubiera mentido, él se habría interrumpido allí mismo. Por entonces estaba muy perdido, pero quizá no tanto.

—Creo que sí —dije.

—Eso no es tan malo. En las pesadillas podemos pensar lo peor. Supongo que para eso son.

Alargó la mano y yo se la tomé. Así estuvimos mientras él terminaba.

—Me volví a tiempo para ver a Trev y Dick, que iban hacia el frente del edificio; corrí tras ellos, aún tratando de recobrar el aliento. Había, quizá, cuarenta o cincuenta personas, allí fuera; algunas lloraban, otras vomitaban, las había gritando y haciendo las tres cosas al mismo tiempo, al parecer. Algunos yacían en el pasto, desmayados por el humo. La puerta estaba cerrada y se oían alaridos al otro lado; la gente aullaba pidiendo que se la dejara salir, por el amor de Dios, que estaban quemándose.

»Era la única puerta, aparte de la que comunicaba la cocina con el lugar donde teníamos los cubos de basura y esas cosas. Para entrar había que empujar la puerta. Para salir, se tiraba de ella. Algunas personas habían salido; después, la misma gente empezó a apelotonarse y a empujar contra la puerta, que se cerró. Los que estaban atrás seguían empujando para alejarse del fuego y todo el mundo quedó atascado. Los de delante quedaron aplastados. No había modo de abrir esa puerta contra el peso de todos los que empujaban. Allí estaban, atrapados, mientras el incendio rugía.

»Fue Trev Dawson quien hizo que murieran sólo unos ochenta, en vez de cien o doscientos, y por su esfuerzo no le dieron una medalla sino dos años en la prisión militar de Rye. Porque en ese momento se acercó un camión grande y viejo. ¿Y quién venía al volante? Nada menos que mi viejo amigo el sargento Wilson, el dueño de todos los agujeros de la base.

»Baja y empieza a vociferar órdenes que no tenían mucho sentido y que, de cualquier modo, la gente no podía oír. Trev me tomó del brazo y corrimos hacia él. Yo había perdido el rastro a Dick Hallorann, por entonces; ni siquiera lo vi hasta el día siguiente.

»—¡Necesito este camión, sargento! —le chilla Trevor, en la cara.

»—No me estorbes, negro piojoso —dice Wilson, y lo empuja. Y sigue gritando todas esas tonterías confusas. Nadie le estaba prestando atención, pero de cualquier modo no le duró mucho, porque Trevor Dawson saltó como un muñeco de caja de sorpresa y lo dejó tendido de un puñetazo.

»Trev podía pegar muy fuerte; cualquier otro hombre habría quedado en el suelo, pero ese idiota tenía la cabeza dura. Se levantó, chorreando sangre por la nariz y la boca, y dijo:

»—Te voy a matar por esto, negro cabrón.

»Bueno, Trev le atizó en la barriga con todas las ganas y, mientras él estaba doblado en dos, yo junté las manos y lo golpeé en la nuca con tanta fuerza como pude. Era cosa de cobardes, golpear a un hombre por la espalda, pero los momentos desesperados exigen medidas desesperadas. Y mentiría, Mikey, si no te dijera que fue un placer hacerlo.

»Cayó, como un venado bajo el hacha. Trev corrió al camión, lo puso en marcha y lo hizo girar hasta quedar frente al Black Spot, pero a la izquierda de la puerta. Puso la primera, pisó el acelerador y ¡adelante!

»—¡Apartaos! —grité a la multitud que estaba alrededor—. ¡Cuidado con el camión!

»Salieron desperdigados como codornices, y por puro milagro Trev no atropelló a nadie. Chocó contra el costado del edificio a cuarenta o cuarenta y cinco kilómetros por hora y se estrelló de cara contra el volante del camión. Vi que despedía sangre por la nariz cuando sacudió la cabeza para despejarse. Puso marcha atrás, retrocedió cincuenta metros y se lanzó otra vez. ¡Wam!

»El Black Spot era sólo lata arrugada, y bastó con esa segunda embestida. Se derrumbó todo el costado de aquel horno y las llamas salieron bramando. No me explico cómo alguien pudo sobrevivir en ese infierno, pero sí, así fue. La gente es mucho más dura de lo que parece, Mikey, y si no me crees fíjate en mí, que estoy cogido al mundo sólo con las uñas. Ese lugar era un horno de fundición, un mar de llamas y humo, pero la gente salía corriendo en un torrente. Eran tantos que Trev ni siquiera se atrevió a retroceder con el camión, por miedo a atropellar a algunos. Así que bajó y se me acercó corriendo, dejando el vehículo en donde estaba.

»Nos quedamos allí, viendo el final de todo. En total, no habían pasado ni cinco minutos, pero pareció una eternidad. Los últimos diez o doce salieron en llamas. La gente los sujetaba y los hacía rodar por tierra, tratando de apagarlos. Al mirar hacia dentro, vimos que otros trataban de salir y comprendimos que no podrían.

»Trev me cogió de la mano y yo se la apreté con el doble de fuerza. Y así nos quedamos, de la mano, como tú y yo en este momento, Mikey, él con la nariz quebrada y la sangre corriéndole por la cara, los ojos tan hinchados que se le estaban cerrando. Mirábamos a la gente. Ellos fueron los verdaderos fantasmas, aquella noche, sólo brasas con forma de hombres y mujeres caminando hacia la abertura que Trev había abierto con el camión del sargento Wilson. Algunos estiraban las manos, como si esperaran que alguien los rescatara. Otros caminaban, nada más, pero parecían no llegar a ninguna parte. Tenían la ropa en llamas y la cara empapada. Uno tras otro, fueron cayendo y no se los vio más.

»La última fue una mujer. Se le había quemado el vestido encima y sólo tenía la braga. Ardía como una vela. En el último segundo pareció mirarme a los ojos; entonces vi que tenía los párpados en llamas.

»Cuando ella cayó, terminó todo. El edificio se convirtió en una columna de fuego. Cuando llegaron los coches de bomberos de la base y otros dos del cuartel de Main Street, ya estaba casi consumido. Y ése fue el incendio del Black Spot, Mikey».

Bebió el resto del agua y me dio el vaso para que lo llenara en el surtidor del pasillo.

—Creo que esta noche vamos a mojar la cama, Mikey.

Lo besé en la mejilla y fui al pasillo para llenarle el vaso. Cuando volví, estaba otra vez medio perdido, con los ojos vidriosos y contemplativos. Dejé el vaso en la mesilla de noche y él murmuró un «gracias» casi incomprensible. El reloj de su mesilla marcaba casi las ocho. Hora de volver a casa.

Me incliné para darle un beso de despedida…, pero en cambio me oí susurrar:

—¿Qué viste?

Sus ojos, que se estaban cerrando, se levantaron apenas ante el sonido de mi voz. Tal vez sabía que era yo; tal vez creía estar oyendo la voz de sus propios pensamientos.

—¿Humm?

—Lo que viste —susurré. No quería oír, pero tenía que oír. Tenía calor y frío al mismo tiempo, me ardían los ojos, las manos se me congelaban. Pero tenía que oír. Tal como supongo que la mujer de Lot tuvo que volverse a mirar la destrucción de Sodoma.

—Era un ave —dijo él—. Arriba, sobre los últimos hombres que corrían. Un halcón, tal vez. Pero grande. Nunca se lo conté a nadie. Me habrían encerrado. Ese pájaro tenía unos dieciocho metros de ala a ala. El tamaño de un Zero japonés. Pero vi…, vi sus ojos…, y creo… que me vio.

Se le deslizó la cabeza hacia la ventana, desde donde venía la oscuridad.

—Se lanzó en picado y agarró al último hombre. Lo agarró por la sábana… y oí sus alas cuando se lo llevaba… Era un ruido como de fuego… y se quedó suspendido en el aire, como los helicópteros… Y yo pensé: «Los pájaros no pueden hacer eso». Pero ése podía, porque… porque…

Quedó en silencio.

—¿Por qué, papá? —susurré—. ¿Por qué podía quedarse suspendido en el aire?

—No estaba suspendido en el aire —musitó él.

Guardé silencio, pensando que esa vez, con toda seguridad, se había dormido. Nunca en mi vida había sentido tanto miedo… porque, cuatro años antes, yo había visto a ese pájaro. De algún modo, de una manera inimaginable, tenía esa pesadilla casi olvidada. Fue mi padre el que la volvió a mí.

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