Extrañaba al pequeño, ésa era la verdad. Extrañaba su voz y su risa, el modo en que sus ojos solían buscar los de él, llenos de confianza, seguros de que Bill tenía la respuesta a cualquier problema. Y había una cosa rarísima: a veces sentía que quería a George mucho más cuando le tenía miedo, pues en ese miedo (cuando temía que un George-zombi estuviera acechando en el ropero o debajo de la cama) recordaba mejor su cariño por George y el cariño de George. En su esfuerzo por reconciliar esas dos emociones, el cariño y el terror, Bill se sentía muy cerca de hallar la resignación definitiva.
Ésas no eran cosas que él hubiera podido expresar; en su mente, las ideas eran sólo una maraña incoherente. Pero su corazón, cálido y lleno de deseos, comprendía, y bastaba con eso.
A veces ojeaba los libros de George. Otras veces repasaba sus juguetes.
Desde diciembre no había mirado el álbum de fotografías de George.
Esa noche, después de su encuentro con Ben Hanscom, Bill abrió la puerta del armario (preparándose, como siempre, para enfrentarse a la presencia de Georgie con su impermeable ensangrentado, entre la ropa colgada; esperando, como siempre, ver una mano pálida, con dedos como pescados, salir de la oscuridad para aferrarle el brazo) y tomó el álbum del estante superior.
MIS FOTOGRAFÍAS, rezaba la portada, con letras de oro. Abajo, pegadas con una cinta Scotch ya algo amarillenta y desprendida, varias palabras cuidadosamente impresas: GEORGE ELMER DENBROUGH, EDAD 6 AÑOS. Bill lo llevó a la cama en donde Georgie había dormido, con el corazón más acelerado que nunca. No sabía por qué volvía a sacar el álbum, después de lo que había pasado en diciembre.
Un segundo vistazo, nada más. Sólo para convencerme de que la primera vez no pasó de verdad, de que fue sólo mi cabeza jugándome una mala pasada.
Bueno, era una idea, de cualquier modo.
Hasta era posible que fuera así. Pero Bill sospechaba que la culpa era del álbum mismo. Ejercía cierta fascinación descabellada sobre él. Lo que había visto… o creído ver…
Abrió el álbum. Estaba lleno de fotos que George había conseguido de sus padres y sus tíos. A George no le importaba conocer o no a las personas o los lugares fotografiados; lo que le fascinaba era la idea de la fotografía en sí. Cuando no conseguía, por mucho que fastidiara, que alguien le diera fotos nuevas para su álbum, se sentaba en la cama, cruzado de piernas justo donde Bill estaba ahora, y contemplaba las viejas, volviendo cuidadosamente las páginas para estudiar las imágenes en blanco y negro. Allí estaba su madre, joven e increíblemente hermosa; allí, su padre, con dieciocho años apenas, uno entre tres cazadores, junto al cadáver de un venado. El tío Hoyt, de pie entre algunas rocas, con un esturión. La tía Fortuna, en la Feria Agrícola de Derry, orgullosamente arrodillada junto a un cesto de tomates de su cosecha. Un viejo Buick, una iglesia, una casa, una ruta que iba de alguna parte a otra. Todas fotografías tomadas por razones perdidas y encerradas allí, en el álbum de un niño muerto.
Allí, Bill se vio a sí mismo a los tres años, incorporado en una cama de hospital, con un turbante de vendajes cubriéndole el pelo, las mejillas y la mandíbula fracturadas. Había sido atropellado por un coche en el aparcamiento de A & P, en Center Street. Recordaba muy poco de esa hospitalización: sólo que le daban helados batidos con leche por medio de un sorbete y que la cabeza le había dolido espantosamente durante tres días.
Allí estaba toda la familia, en el césped de la casa: Bill, de pie junto a su madre, cogido de su mano; George, apenas un bebé, dormido en brazos de Zack. Y allí…
No era la última página del álbum, pero sí la última que importaba, porque las siguientes estaban en blanco. La última fotografía era la del curso de George, tomada en octubre del año pasado, diez días antes de que muriera. Se lo veía con una camisa de marinero, el pelo rebelde aplastado con agua. Estaba muy sonriente, con dos huecos en la dentadura donde jamás crecerían dientes nuevos… a menos que sigan creciendo después de la muerte, pensó Bill y se estremeció.
Miró con fijeza la fotografía por un rato. Estaba a punto de cerrar el libro cuando lo de diciembre volvió a ocurrir.
En la fotografía, los ojos de George se movieron. Buscaron los de Bill. Su sonrisa artificial, de fotografía, se convirtió en una horrible mueca libidinosa. Su ojo derecho se cerró con un guiño: Nos veremos pronto, Bill. En mi armario. Tal vez esta noche.
Bill arrojó el libro al otro lado de la habitación y se cubrió la boca con las manos.
El álbum chocó contra la pared y cayó al suelo, abierto. Las páginas se volvieron, aunque no había corriente de aire, y el libro quedó mostrando otra vez esa horrible foto, la que rezaba: Amigos de la escuela, 1955-1958.
De la foto empezó a manar sangre.
Bill quedó petrificado. Su lengua era un bloque hinchado y sofocante en la boca; le ardía la piel, tenía el pelo erizado. Quiso gritar, pero los ruidos gemebundos que surgieron de su boca parecían ser lo único posible.
La sangre corrió por la página y comenzó a gotear al suelo.
Bill huyó de la habitación con un portazo.
VI. UNO DE LOS DESAPARECIDOS:RELATO DEL VERANO DE 1958
1
No todos aparecieron. No, no todos aparecieron. Y de tanto en tanto, las suposiciones no daban en el blanco.
2
Extracto del Derry News, 21 de junio de 1958, primera plana:
NUEVOS TEMORES POR LA DESAPARICIÓNDE UN NIÑO
Anoche se denunció la desaparición de Edward L. Corcoran, domiciliado en el 73 de Charter Street, Derry. La denuncia fue efectuada por su madre, Monica Macklin y por su padrastro, Richard P. Macklin. El niño Corcoran tiene diez años. Su desaparición ha renovado los temores de que un asesino aceche a los niños de la ciudad.
La señora Macklin dijo que el niño falta de su hogar desde el 19 de junio, fecha en que no volvió a su casa al terminar el último día de clases, antes de las vacaciones.
Cuando se le preguntó por qué habían tardado más de veinticuatro horas en efectuar la denuncia, el matrimonio Macklin se negó a hacer comentarios. Richard Borton, jefe de policía, también rehusó hacer comentario alguno, pero una fuente policial informó al Derry News que el niño Corcoran no tenía buenas relaciones con su padrastro y que anteriormente había pasado alguna noche fuera de su casa. Según esa fuente, las notas escolares del pequeño pudieron influir en el hecho de que el niño no volviera a su hogar. Harold Metcalf, director de la Escuela Derry, declinó hacer comentarios sobre las calificaciones de Corcoran, señalando que no son de interés público.
«Espero que la desaparición de este niño no provoque temores innecesarios —dijo el comisario Borton, anoche—. Es comprensible que la comunidad esté intranquila, pero quiero destacar que recibimos anualmente entre treinta y cincuenta denuncias de desapariciones de menores. La mayoría de ellos aparecen sanos y salvos en el curso de una semana. Si Dios quiere, tal será el caso de Edward Corcoran».
Borton reiteró también su convicción de que los asesinatos de George Denbrough, Betty Ripsom, Cheryl Lamonica, Matthew Clements y Veronica Grogan no eran obra de una sola persona. «En cada crimen hay diferencias esenciales», afirmó Borton, aunque se negó a dar detalles. Dijo que la policía local, trabajando en estrecha colaboración con la fiscalía del estado de Maine, aún sigue varias pistas. Al preguntársele anoche, en entrevista telefónica, qué valor pueden tener esas pistas, el comisario Borton respondió: «Son muy buenas». Ante la pregunta de si se esperaba algún arresto próximamente por cualquiera de esos asesinatos, Borton se negó a hacer comentarios.
Del Derry News, 22 de junio de 1958, primera plana:
SORPRESIVA EXHUMACIÓN POR ORDENDEL TRIBUNAL
La desaparición de Edward Corcoran dio un extraño giro al ordenar el juez de distrito de Derry, Erhardt K. Moulton, la exhumación del hermano menor del niño ausente, llamado Dorsey, a última hora de ayer. La orden del tribunal se produjo a petición conjunta del fiscal de distrito y el forense oficial.
Dorsey Corcoran, quien también vivía con su madre y su padrastro en Charter 73, murió en mayo de 1957 por causas accidentales, según se dijo. El niño fue llevado al Hospital Municipal con fracturas múltiples, incluyendo una de cráneo. Richard P. Macklin, el padrastro del niño, quien lo inscribió en el nosocomio, declaró que el niño había estado jugando en una escalerilla, en su garaje, y, al parecer, había caído desde arriba. El niño murió tres días después sin haber recobrado la conciencia.
La desaparición de Edward Corcoran, de diez años, fue denunciada el miércoles último. Cuando se preguntó al comisario Richard Borton si el señor Macklin o su esposa estaban bajo sospecha por la muerte del hijo menor o por la desaparición de Edward, rehusó hacer comentarios.
Del Derry News, 24 de junio de 1958, primera plana:
MACKLIN ARRESTADO POR DAR MUERTE A GOLPES A SU HIJASTRO
Se sospecha de él por la desaparición de otro menor
El comisario Richard Borton, de la policía de Derry, anunció ayer en conferencia de prensa que Richard P. Macklin, domiciliado en el 73 de Charter Street, de ésta ciudad, había sido detenido y acusado del asesinato de su hijastro Dorsey Corcoran. El niño Corcoran murió en el Hospital Municipal de Derry el 31 de mayo del año pasado por causas supuestamente «accidentales».
«El examen del médico forense demuestra que el niño fue brutalmente golpeado», dijo Borton. Aunque Macklin declaró que el pequeño había caído de una escalerilla mientras jugaba en el garaje, Borton dijo que el informe forense mostraba fuertes golpes causados con un instrumento romo. Cuando se le preguntó de qué tipo de instrumento se trataba, Borton dijo: «Puede haber sido un martillo. Por ahora, lo importante es la conclusión del forense en cuanto a que el niño recibió repetidos golpes con un objeto lo suficientemente duro como para romperle los huesos. Las heridas, particularmente las del cráneo, no se ajustan con las que se producirían en una caída. Dorsey Corcoran fue golpeado casi hasta la muerte y luego abandonado en la Sala de Emergencias del hospital para que allí muriera».
Al preguntársele si los médicos que atendieron al niño Corcoran pudieron haber incurrido en negligencia por no informar de un caso de maltrato o la verdadera causa de la muerte, Borton manifestó: «Tendrán que responder a muchas preguntas cuando el señor Macklin sea sometido a juicio».
Al pedírsele una opinión sobre la posible incidencia de estos hallazgos en la reciente desaparición del hermano mayor de Dorsey Corcoran, Edward, cuya desaparición fue denunciada por Richard y Monica Macklin hace cuatro días, el comisario Borton respondió: «Creo que las cosas se presentan más graves de lo que supusimos al principio, ¿verdad?».
Del Derry News, 25 de junio de 1958, página 2:
«EDWARD CORCORANPRESENTABA MAGULLADURAS»,DICE LA MAESTRA
Henrietta Dumont, a cargo del quinto curso de la Escuela Primaria Municipal, de Jackson Street, declaró que Edward Corcoran, desaparecido desde hace aproximadamente una semana, solía presentarse en la escuela «lleno de moretones». La señora Dumont, maestra de uno de los dos quintos cursos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, dijo que el niño Corcoran, unas tres semanas antes de su desaparición, llegó a la escuela «con ambos ojos casi cerrados». Cuando le preguntó qué le había pasado, dijo que su padre «se la había dado» por no comer la cena.
Al preguntársele por qué no había informado sobre un maltrato de tan obvia gravedad, la señora Dumont declaró: «No es la primera vez que veo algo semejante en mis años de maestra. Las primeras veces que me encontré con un alumno cuyos padres confundían disciplina con golpes, traté de hacer algo para remediarlo. La subdirectora, que en esos tiempos era Gwendolyn Rayburn, me dijo que no me entrometiera, que cuando el personal de una escuela se involucra en casos donde se sospecha maltrato, el Consejo Escolar se ve perjudicado cuando llega el momento de asignar presupuestos. Acudí al director y me ordenó que me olvidara del asunto si no quería ser amonestada. Le pregunté si, en un caso como ése, la amonestación figuraría en mi expediente. Él respondió que las amonestaciones no tenían por qué figurar en los expedientes. Y yo capté el mensaje».