It (Eso) – Stephen King

—¡Retroceded! —les gritó Ben—. ¡Apartaos de esto, se está cayendo!

Tomó a Beverly de la mano y tiró de ella hacia la puertecita mientras Stan se levantaba trabajosamente y, después de dirigir a su alrededor una mirada aturdida, aferraba a Eddie. Los dos echaron a andar hacia Ben y Beverly ayudándose mutuamente; parecían fantasmas bajo la luz menguante.

Allá arriba, la telaraña se derrumbaba perdiendo su temible simetría. Los cadáveres giraban perezosamente en el aire, como plomadas. Las hebras transversales caían como peldaños podridos de un complejo de escalerillas. Los filamentos rotos golpeaban contra las lajas, siseaban como gatos, perdían forma y empezaban a fundirse.

Mike Hanlon avanzó en zigzag por entre ellas, tal como más tarde avanzaría entre los miembros del equipo adversario, en el instituto: con la cabeza gacha, esquivando. Richie se reunió con él. Increíblemente, reía, aunque tenía el pelo de punta como púas de puercoespín. La luz se hizo más escasa; la fosforescencia que se había enroscado a las paredes, iba muriendo.

—¡Bill! —gritó Mike—. ¡Vamos! ¡Salgamos pitando de aquí!

—¿Y si no ha muerto? —aulló Bill—. ¡Tenemos que seguirla, Mike! ¡Tenemos que asegurarnos!

Un bramido de telaraña se descolgó como paracaídas con un ruido espantoso, como de pellejo arrancado. Mike aferró a Bill por el brazo y lo apartó de un tirón,

—¡Ha muerto! —gritó Eddie, reuniéndose con ellos. Sus ojos eran lámparas afiebradas; su respiración, un gélido viento de invierno en la garganta. Las hebras de telaraña habían quemado complejas cicatrices en su yeso—. ¡Yo la oí! Estaba agonizando. Nadie da esos quejidos cuando sale a bailar. ¡Se estaba muriendo, estoy seguro!

Las manos de Richie buscaron a tientas en la oscuridad, sujetaron a Bill y lo atrajeron a un recio abrazo, castigándole la espalda con palmadas estáticas.

—Yo también la oí. ¡Estaba agonizando, Gran Bill! Se moría… ¡Y ya no tartamudeas! ¡Ni un poquito! ¿Cómo lo has conseguido? ¿Cómo diablos…?

A Bill le daba vueltas la cabeza. El agotamiento tironeaba de él con dedos gruesos y torpes. No recordaba haberse sentido tan cansado en toda su vida, pero en su mente oía la voz arrastrada, casi cansada, de la Tortuga: En tu lugar, terminaría ahora; no dejes que se te escape… lo que se puede hacer a los once años, con frecuencia no se puede hacer nunca más.

—Pero tenemos que asegurarnos…

Las sombras se estaban tomando de la mano; la oscuridad era ya casi completa. Pero antes de que la luz faltara totalmente, Bill creyó ver la misma duda infernal en la cara de Beverly… y en los ojos de Stan. Y todavía, al apagarse el último resplandor, seguían oyendo el tenebroso susurro-estremecimiento-golpeteo de esa indecible telaraña que caía en pedazos.

3

Bill en el vacío, después

—¡bueno otra vez por aquí amiguito! pero ¿qué ha pasado con tu pelo? ¡estás calvo como una bola de billar! ¡lástima! qué vida triste y corta tienen los humanos cada vida no es sino un breve panfleto escrito por un idiota y bueno y todo eso.

Aún sigo siendo Bill Denbrough. Mataste a mi hermano, mataste a Stan, el Galán, y trataste de matar a Mike. Y yo voy a decirte algo: esta vez no quedaré tranquilo hasta que la obra esté terminada.

—La Tortuga era estúpida, demasiado estúpida para mentir, te dijo la verdad, amiguito… la oportunidad sólo se presenta una vez, me heriste… me cogiste por sorpresa, pero no volverá a suceder, fui yo quien te llamó para que volvieras, yo.

—Tú llamaste, sí, pero no eras la única.

—Tu amiga, la Tortuga… murió hace unos cuantos años, la vieja idiota vomitó dentro de su caparazón y murió ahogada con una o dos galaxias, lástima, ¿no? pero también muy extraña, la cosa merecía figurar en el Créase o no, de Ripley, en mi opinión, sucedió más o menos cuando tú sufriste ese bloqueo de escritor, seguramente sentiste su desaparición, amiguito.

—Eso tampoco lo creo.

—Oh, ya lo creerás… ya lo verás, esta vez, amiguito, quiero que lo veas todo, incluyendo los fuegos fatuos.

Bill sintió que Eso elevaba su voz, zumbante, chillona; después percibió toda la extensión de su furia y quedó aterrorizado. Buscó la lengua de esa mente, concentrándose, tratando desesperadamente de recobrar la fe infantil en toda su amplitud, comprendiendo, al mismo tiempo, que había una mortífera verdad en lo que Eso acababa de decir: la vez anterior la había pillado por sorpresa. Esta vez… aun si Eso no había sido quien los había llamado, sin duda los estaba esperando.

Pero…

Sintió su propia furia, limpia y cantarina, en cuanto sus ojos se fijaron en los de la Araña. Percibió sus viejas cicatrices y comprendió que la había herido de verdad, que aún estaba herida.

Y en el momento en que Eso lo arrojaba, mientras sentía que la mente le era arrancada del cuerpo, concentró todo su ser en aferrarse a esa lengua… y falló.

4

Richie

Los otros cuatro lo observaban todo, paralizados. Era una exacta repetición de lo que había pasado antes… en un principio. La Araña, que parecía a punto de atrapar a Bill para devorarlo, quedó súbitamente quieta. Los ojos de Bill se fijaron en los de Eso, que parecían de rubí. Hubo una sensación de contacto…, un contacto cuya captación estaba más allá de sus posibilidades. Pero sintieron el forcejeo, el enfrentamiento de voluntades.

Entonces Richie levantó la vista hacia la nueva telaraña y reparó en la primera diferencia.

Como en la anterior ocasión había cadáveres, algunos medios podridos y a medio comer; eso era lo mismo. Pero a buena altura, en un rincón, se veía otro cuerpo, un cuerpo de mujer, y Richie tuvo la seguridad de que ése estaba fresco, tal vez con vida. Beverly no había levantado los ojos que mantenía fijos en Bill y en la Araña, pero Richie, a pesar de su propio terror, notó el parecido entre Beverly y la mujer de la telaraña. Su cabellera larga y roja; tenía los ojos abiertos, pero vidriosos e inmóviles; un hilo de saliva le corría desde la comisura izquierda de la boca hasta la barbilla. Había sido atada a uno de los hilos principales de la telaraña por medio de un arnés de grasa que le rodeaba la cintura y pasaba por debajo de sus brazos, de modo que pendía hacia adelante, medio inclinada, brazos y piernas balanceándose flojamente. Estaba descalza.

Richie vio otro cadáver acurrucado a los pies de la tela, un hombre al que no conocía; sin embargo, su mente registró un parecido casi inconsciente con el difunto y no llorado Henry Bowers. La sangre había brotado de los ojos del desconocido y estaba coagulada en espuma alrededor de la boca y sobre el mentón. Al parecer…

En eso, Beverly gritó:

—¡Algo anda mal! ¡Algo anda mal! ¡Haced algo, por el amor de Dios, que alguien haga algo…!

Richie levantó la vista hacia Bill y la Araña… y sintió/oyó una risa monstruosa. La cara de Bill se estaba estirando de un modo sutil. Su piel tenía el tono amarillento de un pergamino, el brillo de una persona muy vieja. Tenía los ojos en blanco.

Oh, Bill, ¿dónde estás?

A los ojos de Richie, la sangre brotó súbitamente de la nariz de Bill en forma de espuma. Se le retorcía la boca tratando de gritar… y ahora la araña estaba avanzando otra vez hacia él. Giraba, presentando su aguijón…

Lo quiere matar… matar su cuerpo, por lo menos… mientras su mente está en otra parte. Quiere expulsarlo para siempre. Está ganando… Bill, ¿dónde estás? Por el amor de Dios, ¿dónde estás?

Desde algún lugar, vagamente, como a través de distancias inconcebibles, oyó gritar a Bill… y las palabras, aunque sin sentido, eran claras como el cristal; estaban llenas de una horrible

(la Tortuga ha muerto, oh Dios, era verdad, la Tortuga ha muerto)

desesperación.

Bev volvió a chillar y se cubrió los oídos con las manos, como para apagar esa voz menguante. El aguijón de la Araña se elevó. Richie corrió hacia Eso con una enorme sonrisa de oreja a oreja y clamó, con su mejor Voz de Policía Irlandés:

—¡Tate, tate, chica! ¿Qué diablos estás haciendo, eh? ¡Te me quedas muy quietecita si no quieres que te baje las bragas y te caliente el culo!

La Araña dejó de reír. Richie sintió que, dentro de aquella cabeza, se elevaba un aullido de furia y dolor. ¡La herí! —pensó, triunfante—. La herí, qué te parece. ¿Y sabes algo más? Estoy prendido a su lengua. Creo que a Bill se le escapó, de algún modo, pero mientras Eso estaba distraída yo…

En ese momento, los gritos en la cabeza de Eso parecían una colmena de abejas furiosas. Richie se vio arrancado de sí mismo y arrojado a la oscuridad, apenas consciente de que Eso estaba tratando de sacudírselo de encima. Y lo hacía bastante bien. Lo invadió el miedo, reemplazado de inmediato por una sensación de absurdo cósmico. Se acordó de Beverly con su yo-yo Duncan, enseñándole a hacer el dormilón, el perrito, la vuelta al mundo. Y allí estaba Richie, el yo-yo humano, y la lengua de Eso era el cordel. Allí estaba él, y eso no era «pasear el perrito» sino, tal vez, «pasear la Araña». Y ¿qué cosa había más absurda que ésa?

Richie rió. No estaba bien reír con la boca llena, claro, pero era dudoso que alguien, por esos lados, hubiera leído un texto de Buenos Modales.

Eso lo hizo reír otra vez. Mordió con más fuerza.

La araña aulló, sacudiéndolo furiosamente, bramando su furia por haber sido, nuevamente, tomada por sorpresa. Eso había creído que sólo el escritor la desafiaría. Y de pronto ese hombre, que reía como un niño enloquecido, acababa de atraparla cuando menos preparada estaba.

Richie sintió que se desasía.

—Un momentito, señorita. O nos metemos juntos en esto o no le vendo ningún billete de lotería, joder, y le juro por mi madre que todos tienen un premio grande.

Sintió que sus dientes se clavaban otra vez, con más firmeza. Hubo un leve dolor cuando también Eso clavó sus dientes mordiéndole la lengua. Vaya, eso sí que era divertido. Aun en la oscuridad, arrojado tras Bill, con sólo la lengua de ese monstruo indecible conectándolo con su propio mundo, aun con el dolor de sus colmillos ponzoñosos invadiéndole la mente como niebla roja, era muy divertido. Mirad bien, amigos, y os convenceréis de que un disc-jockey puede volar.

Estaba volando, sí.

Estaba en una oscuridad tan profunda como no la había conocido antes, como nunca sospechó que pudiese haberla, viajando a la velocidad de la luz, por lo que parecía, y sacudido como una rata entre las fauces de un terrier. Sintió que había algo allá delante, un cadáver titánico. ¿La Tortuga a la que Bill había llorado, con voz menguante? Sin duda. Era sólo un caparazón, una mole muerta. Quedó atrás y Richie siguió volando en la oscuridad.

Quemando neumáticos, ahora sí, pensó y sintió otra vez esa gran necesidad de reír.

bill, bill, ¿me oyes?

—Se ha ido, está en los fuegos fatuos. ¡Suéltame! ¡SUÉLTAME!

(¿richie?)

Increíblemente lejos, increíblemente lejos en la negrura.

¡bill! aquí estoy, bill, sujétate, por el amor de dios, sujétate.

—ha muerto, todos ustedes han muerto, son demasiado viejos, ¿no te das cuenta? ¡y ahora suéltame!

vamos, zorra, nunca se es tan viejo que no se pueda bailar el rock.

¡SUÉLTAME!

llévame a donde esta él y tal vez te suelte.

(Richie)

—Más cerca, ahora estaba más cerca, gracias a Dios…

aquí vengo, Gran Bill. ¡Richie al rescate! ¡Aquí viene Richie, a salvar ese culo viejo y arrugado! Te debía una por lo de Neibolt Street, ¿recuerdas?

—¡SUÉLTAMEEEE!

Eso estaba sufriendo mucho y Richie comprendió hasta qué punto la había tomado por sorpresa. La Araña había creído que sólo tendría que lidiar con Bill. Bueno, mejor así. Muy bien. A Richie no le interesaba matarla de inmediato; ya no estaba seguro de que se la pudiera matar. Pero a Bill sí lo podía matar, y Richie sintió que a su amigo le quedaba muy, muy poco tiempo. Se acercaba ya a una enorme, horripilante sorpresa en la que era mejor no pensar.

(¡No, Richie! ¡Vuélvete! ¡Esto es el límite de todo! ¡Los fuegos fatuos!)

Eso vendría a ser lo que uno enciende para fumar cuando va conduciendo su coche fúnebre a medianoche, señor. ¿Y dónde estás, cariñito? ¡Sonríe para que pueda ver dónde estás!

De pronto Bill estaba allí, resbalando a

(¿la derecha, la izquierda?, allí no había dirección)

un lado u otro. Y más allá de él, acercándose a toda prisa, Richie vio/percibió algo que, por fin, secó su carcajada. Era una extraña barrera, algo de forma extraña, no geométrica, que su mente no podía aprehender. Su cerebro lo tradujo lo mejor que pudo, tal como había traducido la forma de Eso a una Araña y Richie lo concibió como una colosal muralla gris, hecha de picas de madera fosilizada. Esas picas se prolongaban eternamente hacia arriba y hacia abajo. Y por entre ellas brillaba una luz cegadora. Eso se movió, fulminante, con una sonrisa y un bramido. La luz estaba viva.

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