It (Eso) – Stephen King

Por favor, tú eres buena, siento y creo que eres buena y te lo estoy suplicando. ¿No vas a ayudarme?

—Tú ya lo sabes. No tienes sino Chüd y a tus amigos.

Por favor, oh, por favor.

—Hijo, tienes que golpear exhausto el poste tosco y recto e insistir infausto que has visto a los espectros…, es todo lo que puedo decirte. Una vez te metes en una mierda cosmológica como ésta, tienes que tirar el manual de instrucciones.

Se dio cuenta de que la voz de la Tortuga estaba desapareciendo. Ya la había dejado atrás, disparado a una oscuridad más profunda que lo profundo. La voz de la Tortuga estaba siendo sofocada, superada, por la voz alegre y parloteante de la Cosa que lo había arrojado hacia ese vacío negro: la voz de la Araña, de Eso.

—¿qué te parece esto, amiguito? ¿te gusta? ¿le das una buena puntuación porque tiene un ritmo muy bailable? ¿puedes sujetarlo con las amígdalas y sacudirlo a derecha e izquierda? ¿te ha gustado mi amiga la Tortuga? yo creía que esa vieja estúpida había muerto hacía años y para qué te sirvió, lo mismo hubiera dado. ¿creíste que podía ayudarte?

—no no no castiga exhausto no c-c-cast-t-t-t- no

—¡basta de cháchara! hay poco tiempo; hablemos mientras sea posible, háblame de ti, amiguito… dime, ¿te gusta la fría oscuridad de aquí fuera? ¿estás disfrutando de este recorrido por la nada que se extiende Afuera? ¡ya verás cuando pases al otro lado, amiguito! ¡ya verás cuando cruces a donde estoy yo! ¡espera! ¡espera a ver los fuegos fatuos! los verás y te volverás loco… pero vivirás… y seguirás viviendo… dentro de ellos… dentro de Mí.

Eso aullaba de venenosa risa y Bill notó que su voz empezaba a borrarse y a crecer, como si él estuviera, a un tiempo, alejándose de su alcance… y precipitándose hacia él. ¿Y no era eso, exactamente, lo que estaba ocurriendo? Tuvo la impresión de que así era. Porque, si bien las voces mantenían una sincronización perfecta, la que en ese momento estaba más cerca era totalmente extraña; pronunciaba sílabas que ninguna lengua, ninguna garganta humana podía reproducir. Bill se dijo que era la voz de los fuegos fatuos.

—queda poco tiempo; hablemos mientras podamos.

Su voz humana se borraba como se borran las emisoras de radio de Bangor cuando uno viaja en coche hacia el sur. Bill se llenó de un terror intenso, quemante. Muy pronto estaría más allá de toda comunicación cuerda con Eso… y una parte de él comprendía que, a pesar de toda la risa, de su extraña alegría, Eso no deseaba otra cosa. No le bastaba con enviarlo al sitio donde estaba, cualquiera que fuese, sino que necesitaba romper la comunicación mental. Si eso se interrumpía, Bill sería totalmente aniquilado. Quedar sin comunicación era quedar sin salvación; él lo sabía por la forma en que sus padres se habían comportado con él a partir de la muerte de George. Era la única lección aprendida de esa frialdad de nevera.

Distanciarse de Eso… y aproximarse a Eso. Pero el distanciarse era, de algún modo, más importante. Si Eso quería comer niños allá afuera, o chuparlos o lo que fuera, ¿por qué no los enviaba a todos allá? ¿Por qué sólo a él?

Porque Eso tenía que deshacerse de su yo-Araña, por eso. De algún modo, el Eso Araña y el Eso de los fuegos fatuos estaban vinculados. Aquello que vivía en la negrura podía ser invulnerable cuando estaba allí, pero Eso también estaba en la tierra, debajo de Derry, con una forma física. Por repulsiva que resultara, en Derry era física… y lo físico se podía matar.

Bill resbalaba en la oscuridad a velocidad siempre creciente. ¿Por qué será que toda esa charla me parece sólo una amenaza hueca? ¿Cómo es posible?, pensaba.

Creyó comprender cómo… quizá.

«Sólo hay Chüd», había dicho la Tortuga. ¿Y si eso fuera Chüd? ¿Y si acaso se habían mordido profundamente las lenguas, no en lo físico sino en lo mental, en lo espiritual? ¿Y si, en el caso de que Eso arrojara a Bill al vacío, hacia su yo eterno e incorpóreo, el rito hubiera terminado? Eso se habría liberado de él, lo mataría y lo ganaría todo, al mismo tiempo.

—lo estás haciendo bien, hijo, pero muy pronto será demasiado tarde.

¡Está asustada! ¡Eso me tiene miedo! ¡Nos tiene miedo a todos!

Resbalaba, seguía resbalando y allá adelante había un muro, lo sintió, lo percibió en la oscuridad, el muro del límite final y más allá la otra forma, los fuegos fatuos…

no me hables, hijo, y no hables contigo mismo; así estás desprendiéndote, muerde si te atreves, si quieres, si puedes ser valiente, si puedes soportarlo… ¡muerde, hijo!

Bill mordió con fuerza; no con sus dientes, sino con la dentadura de su mente.

Bajando la voz a un registro más grave (en realidad, adoptó la voz de su padre, aunque se iría a la tumba sin saberlo; algunos secretos nunca se saben y probablemente es mejor así), gritó:

¡GOLPEA EXHAUSTO EL POSTE TOSCO Y RECTO E INSISTE INFAUSTO QUE HA VISTO A LOS ESPECTROS! ¡AHORA SUÉLTAME!

Sintió en su mente el grito de Eso, un alarido de rabia frustrada y arrogante…, pero también era un alarido de miedo y dolor. Eso no estaba habituada a ser derrotada; nunca le había ocurrido semejante cosa y hasta los momentos más recientes de su existencia, tampoco había sospechado que fuera posible.

Bill la sintió debatiéndose; ya no tiraba de él: empujaba, tratando de apartarlo.

—¡GOLPEA EXHAUSTO EL POSTE TOSCO Y RECTO, HE DICHO!

—¡BASTA!

—¡LLÉVAME DE VUELTA! ¡TIENES QUE HACERLO! ¡YO LO ORDENO! ¡LO EXIJO!

Eso volvió a gritar, con un dolor más intenso, tal vez, en parte, porque había pasado su larguísima existencia infligiendo dolor, alimentándose de él, pero sin experimentarlo nunca como parte de sí.

Aún trataba de empujarlo, de deshacerse de él, insistiendo, ciega y tercamente, en vencer, como siempre había vencido hasta entonces. Pujaba, pero Bill sintió que su velocidad exterior había disminuido y una imagen grotesca le vino a la mente: la lengua de Eso, cubierta de esa saliva viviente, extendida como una gruesa banda de goma, resquebrajada, sangrando. Se vio a sí mismo aferrado a la punta de esa lengua con los dientes, desagarrándola poco a poco, con la cara bañada en ese convulsivo icor que era la sangre de Eso, ahogándose en su mortífero hedor, pero siempre aferrado, sujetándose de algún modo, mientras Eso se debatía en su ciego dolor y su ira acumulada, para no dejar que su lengua se retirara hacia atrás.

(Chüd, esto es Chüd, aguanta, sé valiente, sé leal, defiende a tu hermano, a tus amigos; cree, cree en todas las cosas que has creído: creo que, si dices a un policía que te has extraviado, él se encargará de que llegues a tu casa sano y salvo; cree que hay ratones que cambian los dientes caídos por monedas y que los Reyes Magos vienen en camellos a repartir juguetes y que el Capitán Medianoche bien puede existir, sí puede, aunque Carlton, el hermano mayor de Calvin y Cissy Clark, diga que todo es un montón de cuentos para niños; cree que tus padres volverán a quererte, que el valor es posible y que las palabras surgirán siempre con fluidez; no más Perdedores, no más acurrucarse en un agujero del suelo diciendo que es la casita del club, no más llorar en el cuarto de Georgie porque no pudiste salvarlo y porque no sabías; cree en ti mismo, cree en el calor de ese deseo)

De pronto, Bill comenzó a reír en la oscuridad; no era histeria, sino un asombro total, encantado.

—¡OH, QUÉ JODER, CREO EN TODAS ESAS COSAS! —gritó, y era cierto: aun a los once años, había observado que las cosas salían bien antes que mal, en una proporción absurda.

Una luz se encendió a su alrededor. Levantó los brazos hacia fuera, sobre su cabeza. Volvió la cara hacia lo alto y, de pronto, sintió que el poder fluía a borbotones de él.

Oyó que Eso gritaba otra vez… y se vio arrastrado hacia atrás por el mismo camino que ya hiciera, aún sujeto a la imagen de sus dientes profundamente clavados en la carne de esa lengua, dientes apretados como una lúgubre muerte. Voló por la oscuridad, arrastrando las piernas detrás de sí; los cordones de sus sucias zapatillas flameaban como estandartes; el viento de ese lugar vacío le soplaba en los oídos.

Pasó, arrastrado, junto a la Tortuga y vio que ella había escondido la cabeza en su caparazón. Su voz surgió hueca y distorsionada, como si hasta esa concha fuera un pozo con profundidad de eternidades.

no estuviste mal, hijo, pero en tu lugar terminaría ahora mismo con ella; no dejes que se te escape. La energía tiende a disiparse, ¿sabes? Lo que se puede hacer a los once años, con frecuencia no se puede hacer nunca más.

La voz de la Tortuga se borraba, se borraba. Sólo quedó la oscuridad precipitada… y después, la boca de un túnel ciclópeo…, olores a tiempo y podredumbre…, telarañas rozándole la cara, como putrefactas hebras de seda en una casa embrujada…, azulejos mohosos que pasaban en un borrón…, intersecciones, ya oscuras en su totalidad, desaparecidos ya los globos de luna, y Eso que gritaba, gritaba:

suéltame, suéltame y no volveré jamás déjame DUELE DUELE DUEEEE

¡Castiga exhausto el poste! —aulló Bill, casi en el delirio.

Vio luz hacia delante, pero se estaba desvaneciendo, vacilando como una gran vela que, por fin, se ha consumido casi por completo… y por un momento se vio a sí mismo con los otros, en fila, tomados todos de la mano; Eddie estaba a un lado; Richie al otro. Vio su propio cuerpo que se derrumbaba, vio que la cabeza le daba vueltas en el cuello, siempre mirando a la Araña, que se retrocedía y giraba como un derviche, castigando el suelo con sus patas flacas y ásperas, dejando gotear el veneno desde su aguijón.

Eso aullaba en su agonía de muerte.

Al menos, así lo creyó Bill, honradamente.

Luego cayó sobre su cuerpo con todo el impacto de una pelota contra un guante de béisbol. Toda la fuerza de la caída arrancó sus manos de las de Richie y Eddie, haciéndolo arrojarse de rodillas. Resbaló por el suelo hasta el borde de la telaraña. Sin darse cuenta, estiró la mano hacia una de las hebras. La mano se adormeció inmediatamente, como si le hubieran inyectado una hipodérmica llena de novocaína. La hebra era en sí tan gruesa como un cable de los que sostienen los postes de teléfono.

—¡No toques eso, Bill! —chilló Ben.

Y Bill apartó la mano con un movimiento rápido y brusco, dejando un sitio en carne viva en su palma, justo debajo de los dedos, que se llenó de sangre. Se levantó, tambaleante, sin apartar los ojos de la Araña.

Se iba trabajosamente, abriéndose paso por la creciente penumbra que reinaba en la parte trasera de la cámara al desvanecerse la luz. Iba dejando charcos de sangre negra a su paso. De algún modo, la confrontación había perforado sus entrañas en diez, en, cien lugares.

—¡La tela, Bill! —vociferó Mike—. ¡Cuidado!

Bill dio un paso atrás, estirando el cuello, en el momento en que las hebras de la telaraña bajaban flotando para golpear las lajas a cada lado, como cadáveres de carnosas serpientes blancas. De inmediato empezaron a perder forma y escurrirse por las grietas abiertas entre las piedras. La telaraña se deshacía desprendiéndose de sus numerosas ataduras. Uno de los cadáveres, envuelto como una mosca, cayó al suelo con un horrible ruido a calabaza podrida.

—¡La Araña! —gritó Bill—. ¿Dónde está?

Aún la oía en su cabeza, maullando y gritando de dolor. Comprendió, vagamente, que había entrado en el mismo túnel por donde había arrojado a Bill hacia… Pero, ¿entraba allí para huir hacia el lugar donde había querido enviar a Bill… o para esconderse hasta que ellos se hubieran ido? ¿Para morir? ¿Para escapar?

—¡Dios, las luces! —gritó Richie—. ¡Se están apagando las luces! ¿Qué ha ocurrido, Bill? ¿Adónde fuiste? ¡Te dimos por muerto!

En alguna confundida parte de su mente, Bill comprendió que eso no era cierto: si lo hubieran dado por muerto habrían huido, diseminándose, y Eso los habría apresado con facilidad, uno a uno. O tal vez era más acertado decir que lo habían dado por muerto, pero también lo habían creído vivo.

¡Tenemos que asegurarnos! Si Eso está agonizando o si ha vuelto al lugar de donde vino, donde está el resto de ella, todo está bien. Pero ¿y si sólo está herida? ¿Y si se cura? ¿Qué…?

El chillido de Stan se abrió paso entre sus pensamientos como vidrio roto. Bajo la luz menguante, Bill vio que una de las hebras de la telaraña le había caído sobre el hombro. Antes de que Bill pudiera llegar hasta él, Mike se arrojó hacia Stan en un tackle volador, apartándolo. El fragmento de telaraña rebotó hacia atrás, llevándose un trozo de la camiseta de Stan.

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