Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

—¿Víctor? —preguntó, inseguro.

—¿Soll?

El alivio del joven Escurridizo fue evidente.

—Con esta maldita cosa, no veo nada —dijo—. Pensamos que podrías perderte. Venga, es casi mediodía. Ya estamos preparados para marcharnos.

—Yo también.

—Perfecto.

Las gotas de niebla se habían condensado sobre el pelo y la ropa de Soll.

—Eh… —dijo—, ¿dónde estamos, concretamente?

Víctor se dio la vuelta. Sus habitaciones habían estado tras él.

—La niebla lo cambia todo, ¿verdad? —señaló Soll, nervioso—. Eh… oye, ¿crees que tu perrito será capaz de encontrar el camino hasta los estudios? Parece un bicho muy listo.

—Guau, guau —dijo Gaspode.

Se sentó y meneó la cola con un gesto que Víctor comprendió que era de sarcasmo puro.

—¡Caray! —exclamó Soll—. Casi parece que nos entienda, ¿verdad?

Gaspode lanzó un ladrido seco. Tras uno o dos segundos, se oyó una mezcolanza de ladridos emocionados, a modo de respuesta.

—Claro, ése es Laddie —se animó el joven Escurridizo—. ¡Qué perro tan inteligente!

Gaspode puso cara de asco.

—Sí, sí, Laddie es un fuera de serie —siguió Soll, mientras caminaban en dirección a los ladridos—. Podría enseñar unos cuantos trucos a tu perro, ¿eh?

Víctor no se atrevió a mirar hacia abajo.

Tras unos cuantos giros en falso, el arco del Siglo del Murciélago Frugívoro pasó sobre sus cabezas como un espectro. Allí había más gente: los terrenos del estudio parecían abarrotados de paseantes extraviados que no sabían a qué otro lugar dirigirse.

Un carro de caballos aguardaba a la puerta del despacho de Escurridizo. El propio Escurridizo estaba de pie junto a él, dando patadas al suelo para entrar en calor.

—Vamos, vamos —los apremió—. He enviado a Gaffer por delante con la película. Llegáis tarde, subid al carro los dos de una vez.

—¿Podemos viajar con este tiempo? —se sorprendió Víctor.

—¿Qué tiene de malo? —replicó Escurridizo, encogiéndose de hombros—. Hay un camino que lleva a Ankh-Morpork. Además, lo más probable es que esta cosa desaparezca en cuanto nos alejemos de la costa. No entiendo por qué está todo el mundo tan nervioso. La niebla no es más que niebla.

—Eso mismo digo yo —asintió Víctor al tiempo que subía al carruaje.

—Menos mal que acabamos ayer mismo el rodaje de Lo que la Tempestad se Llevó —suspiró Escurridizo—. Seguramente esto es cosa de la estación. Nada preocupante.

—Eso ya lo has dicho antes —le recriminó bruscamente su sobrino—. Lo has dicho por lo menos cinco veces en lo que va de mañana.

Ginger estaba ya sentada en uno de los asientos, con Laddie tendido a sus pies. Víctor se deslizó para colocarse junto a ella.

—¿Has conseguido dormir algo? —le preguntó.

—Sólo una hora o dos —suspiró la chica—. No ha pasado nada. No he tenido ningún sueño. Víctor se relajó un poco.

—Entonces es verdad, todo ha terminado —dijo—. No estaba seguro.

—¿Y la niebla? —quiso saber ella.

—¿Perdona? —se atragantó Víctor.

—¿De dónde sale esta niebla?

—Bueno —empezó el joven—, según tengo entendido, cuando una corriente de aire frío pasa sobre una zona cálida, el agua se precipita…

—¡Sabes de sobra lo que quiero decir! ¡No es una niebla normal y corriente! Tiene… tiene formas extrañas —terminó de mala gana—. Y casi se oyen voces dentro de ella —añadió.

—No se pueden oír voces «casi» —señaló Víctor, con la esperanza de que su propia mente racional le prestara atención—. O se oyen, o no se oyen. Escucha, los dos estamos muy cansados. No pasa nada más. Últimamente hemos trabajado muy duro, y, eh… no hemos dormido demasiado, así que es perfectamente comprensible que creamos que casi vemos y oímos cosas.

—Ah, así que tú también casi ves cosas, ¿eh? —señaló Ginger con voz triunfal—. Y a mí no me pongas esa voz tranquilita y sensata —añadió—. Detesto cuando la gente me pone voz tranquilita y sensata.

—Eh, tortolitos, espero que no os estéis peleando ahora, ¿eh?

Víctor y Ginger se pusieron rígidos. Escurridizo se sentó en el asiento frente a ellos, y se inclinó hacia delante con una sonrisa alentadora. Soll entró en el carro. Se oyó un fuerte golpe cuando el cochero cerró la puerta tras él.

—Pararemos a mitad de camino para comer algo —los informó Escurridizo cuando el carro empezó a moverse. Titubeó, y olfateó el aire con gesto de sospecha.

—¿A qué huele? —preguntó.

—Es mi perro, me temo que está bajo su asiento —respondió Víctor.

—¿Está enfermo? —quiso saber Escurridizo.

—No, siempre huele así.

—¿No sería mejor que le dieras un baño?

Una voz, justo por debajo del umbral de audición, dijo, malhumorada: «¿No sería mejor si te arrancara un pie de un mordisco?».

Mientras tanto, por encima de Holy Wood, la niebla se espesaba…

 

Los carteles de Lo que la Tempestad se Llevó llevaban ya varios días circulando por Ankh-Morpork, y el interés era fervoroso.

En esta ocasión, los carteles habían llegado incluso hasta la Universidad Invisible. El bibliotecario había colgado uno en el nido fétido, plagado de libros, que él llamaba «hogar»[23], y otros muchos circulaban a hurtadillas hasta entre los propios magos.

El dibujante había conseguido una auténtica obra maestra. En brazos de Víctor, contra un fondo en el que se divisaba una ciudad en llamas, Ginger aparecía, no sólo mostrando casi todo lo que tenía, sino también mucho de lo que, en un sentido estricto, no tenía.

El efecto que esto causaba sobre los magos era todo lo que Escurridizo podía esperar en sus mejores sueños. En la Sala No-Común, el cartel pasaba de mano temblorosa en mano temblorosa, como si todos tuvieran miedo de que pudiera explotar.

—Esta chica Lo tiene —dijo el profesor de Estudios Indefinidos.

Era uno de los magos más gordos de la Universidad, y tan engreído que parecía estar a la altura de su cargo.

—¿Qué tiene, profesor? —quiso saber otro mago.

—Bueno, ya sabes… eso, lo que tiene. Gancho. Garra. Sesapil.

Todos lo miraron con educado interés, como si esperasen una aclaración.

—Dioses, ¿es que os lo tengo que deletrear? —suspiró el mago.

—Quiere decir que tiene magnetismo sexual —intervino el conferenciante de Runas Modernas alegremente—. El atractivo de unos senos cálidos y blandos, y muslos tersos y duros, y las frutas prohibidas del deseo que…

Con cautela, uno o dos de los magos apartaron sus sillas de él.

—Ah, sexo —asintió el decano de Pentagramas, interrumpiendo al conferenciante de Runas Modernas a medio suspiro—. La verdad es que, en mi opinión, últimamente hay demasiado de eso.

—Oh, yo no sabría qué decir… —replicó el conferenciante de Runas Modernas.

Parecía pensativo.

El ruido despertó a Windle Poons, que había estado sesteando en su silla de ruedas junto a la chimenea. Ya fuera invierno o verano, en la Sala No-Común había siempre una chimenea encendida.

—¿Qué pasa? —dijo.

El decano se inclinó hacia su oreja.

—Estaba diciendo —exclamó, vocalizando— que, cuando éramos jóvenes, no conocíamos el significado de la palabra «sexo».

—Es cierto. Es muy cierto —asintió Poons. Contempló las llamas con gesto reflexivo—. ¿Recordáis si… mmm… si llegamos a averiguarlo?

Hubo un momento de silencio.

—Bueno, digáis lo que digáis, es una mujer bandera —insistió el conferenciante de Runas Modernas, en tono desafiante.

—Varias mujeres bandera —asintió el decano.

Windle Poons enfocó la mirada insegura en el llamativo cartel.

—¿Quién es el joven? —preguntó.

—¿Qué joven? —quisieron saber varios magos.

—El que está en el centro del dibujo —señaló Poons—. El que la tiene en brazos.

Todos miraron de nuevo el cartel.

—Ah, ése —asintió el profesor, distraído.

—No sé… tengo la sensación de que lo he visto antes… —meditó Poons.

—Mi querido Poons, espero que no te hayas estado escapando para ver las imágenes en acción —intervino el decano, sonriendo a los demás—. Ya sabes, es un descrédito que un mago asista a las diversiones del populacho. El archicanciller se enfadaría con nosotros.

—¿Qué? —quiso saber Poons, llevándose una mano a la oreja.

—Pues, ahora que lo dices, sí que me suena de algo su cara —añadió el decano al tiempo que examinaba de nuevo el cartel.

El conferenciante de Runas Modernas echó también un vistazo al dibujo.

—Oye, ¿no es el joven Víctor?

—¿Eh? —inquirió Poons.

—¿Sabéis? Puede que tenga razón —asintió el profesor de Estudios Indefinidos—. Por lo menos, tiene el mismo bigotito insignificante.

—¿Quién es? —insistió Poons.

—¡Pero si era un estudiante! ¡Podría haber llegado a mago! —exclamó el decano—. ¿Por qué iba a querer ir por ahí a coger mujeres en sus brazos?

—Mirad aquí, es un Víctor, sí, pero no nuestro Víctor —indicó el profesor—. Pone que se llama Víctor Maraschino.

—Oh, eso no tiene nada que ver, no es más que un nombre de película —explicó animadamente el conferenciante de Runas Modernas—. Todos tienen nombres raros de ese estilo. Delores De Syn, y Blanche Languish, y Rock Acantilad, cosas por el estilo… —Se dio cuenta de que todos lo miraban con gesto acusador—. Bueno, eso me han dicho —añadió rápidamente—. El portero, por ejemplo. Va a ver imágenes en acción casi todas las noches.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Poons, sacudiendo el bastón en el aire.

—El cocinero también va todas las noches —corroboró el profesor—. Igual que casi todo el personal de cocinas. Reto a quien sea a que consiga un bocadillo de jamón después de las nueve de la noche.

—Casi todo el mundo va a ver las imágenes en acción —asintió el conferenciante—. Menos nosotros.

Uno de los otros magos examinó atentamente la base del cartel.

—Aquí dice —empezó—, que se trata de «¡Una saga de pasiones desatadas y escaleras anchas en la turbulenta historia de Ankh-Morpork!».

—Ah. Entonces debe de ser algo histórico —dijo el conferenciante.

—Y luego pone, «¡¡Una épica historia de amor que conmocionó a hombres y a dioses!!».

—Ah. También hay religión.

—Y luego añade, «¡¡¡Con más de mil elefantes!!!».

—Muy bien, ciencias naturales. Las ciencias naturales siempre han sido muy educativas —asintió el profesor, mirando al decano con gesto especulativo.

Los demás magos estaban haciendo lo mismo.

—Según mi parecer —empezó el conferenciante con voz pausada—, nadie tendría nada que objetar contra el hecho de que unos magos de alto nivel fueran a ver un trabajo de interés histórico, religioso y… eh… ciencionaturalífico.

—Las reglas de la Universidad son muy estrictas en ese sentido —señaló el decano, aunque sin demasiado entusiasmo.

—Pero no cabe duda de que sólo se aplican a los estudiantes —terció el conferenciante—. Es perfectamente comprensible que no se permita a los estudiantes ver cosas como ésta. Lo más probable es que se dedicaran a silbar, y a lanzar cosas a la pantalla. En cambio, nadie puede pretender que se impida examinar este fenómeno popular a unos magos de alto nivel como nosotros.

El bastón que blandía Poons asestó un buen golpe en las corvas al decano.

—¡Exijo saber de qué habla todo el mundo! —aulló.

—¡No entendemos por qué no se permite a unos magos de alto nivel ver imágenes en acción! —chilló el profesor a pleno pulmón.

—¡Pues estaría muy bien! —gritó Poons—. ¡A todo el mundo le gusta ver a una mujer bonita!

—Nadie ha mencionado nada sobre mujeres bonitas. Lo que nos interesa es examinar este fenómeno popular —aclaró apresuradamente el profesor.

—Bueno, llámalo como quieras —rió Windle Poons.

—Si la gente ve que unos magos se meten a ver unas vulgares imágenes en acción, perderán todo el respeto debido a la profesión —bufó el decano—. No es magia auténtica. No son más que trucos.

—¿Sabéis una cosa? —dijo uno de los magos inferiores, en tono pensativo—. Siempre me he preguntado en qué consisten exactamente esas malditas películas. ¿Son una especie de espectáculo de marionetas? ¿O gente que actúa sobre un escenario? ¿O sombras sobre una pantalla?

—¿Lo veis? —corroboró el decano—. Se supone que somos sabios, y no lo sabemos.

Todos miraron al decano.

—Sí, pero… ¿quién quiere ver a un montón de jovencitas bailando con las piernas al aire? —preguntó por último a la desesperada.

 

Ponder Stibbons, el mago posgraduado más afortunado en la historia de la Universidad Invisible, se dirigió alegremente hacia la entrada secreta del muro. En su cabeza, por lo general bastante desierta, se aglomeraban las imágenes de jarras de cerveza, y quizá una película, y quizá un curry klatchiano extracaliente para redondear la noche, y luego a lo mejor…

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