Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

El dibujante dirigió una mirada agónica a Víctor, que pronto aprendería a reconocerla. Tras un tiempo de estar junto a Escurridizo, todo el mundo la tenía.

—Hecho, señor Escurridizo —dijo.

—Así me gusta.

Escurridizo se volvió hacia Víctor.

—¿Por qué no te has cambiado todavía? —exigió saber.

Víctor se agachó para entrar en una de las tiendas. Una anciana menuda,[10] con forma semejante a la de una hogaza de pan, lo ayudó a ponerse un traje que parecía hecho con sábanas teñidas de negro por una mano inexperta, aunque dada la situación actual de los alojamientos en Holy Wood bien podían ser unas sábanas cogidas al azar de cualquier dormitorio. Luego, le tendió una espada curva.

—¿Por qué está torcida? —quiso saber el muchacho, intrigado.

—Creo que es adrede, hijo —respondió la anciana, dubitativa.

—Yo pensaba que las espadas tenían que ser rectas —señaló Víctor.

Fuera, oyó a Escurridizo preguntar al cielo por qué era tan estúpido todo el mundo.

—Quizá al principio son rectas, y luego se van doblando con el uso —sugirió la anciana al tiempo que le daba unas palmaditas en la mano—. Bueno, perdóname ahora, tengo muchas cosas que hacer.

Le dirigió una sonrisa animada.

—Si no me necesitas más, hijo, será mejor que vaya a ver a la señorita, por si acaso hay duendes espiándola mientras se desnuda.

Salió renqueante de la tienda. Por la puerta abierta de la que se alzaba al lado salía un sonido metálico, tintineante. Víctor oyó la voz de Ginger, que se quejaba amargamente.

El joven hizo unos cuantos movimientos experimentales con la espada.

Gaspode lo miraba, con la cabeza inclinada hacia un lado.

—¿Qué se supone que eres esta vez? —preguntó al final.

—El jefe de una pandilla de bandidos del desierto, tengo entendido —respondió Víctor—. Romántico y osado.

—¿Te disfrazarás de oso?

—No, creo que más bien haré el oso. Gaspode, ¿qué quisiste decir con lo de que «eso» tenía atrapado a Escurridizo?

El perro se hurgó una pata con los dientes.

—No tienes más que mirarle los ojos a ese tipo. Los tiene aún peor que tú —respondió.

—¿Les pasa algo a mis ojos?

—Guau.

—El señor Escurridizo dice que… —empezó Detritus.

—¡De acuerdo, de acuerdo, ya voy!

Víctor salió de la tienda en el mismo momento en que Ginger salía de la suya. El joven cerró los ojos.

—Perdona, lo siento mucho —balbuceó—. Volveré dentro y esperaré a que te vistas…

—Ya estoy vestida.

—El señor Escurridizo dice… —insistió Detritus, detrás de ellos.

—Vamos —indicó Ginger al tiempo que lo cogía del brazo—. No debemos hacer esperar a todo el mundo.

—Pero si estás… no llevas… —Víctor bajó los ojos, lo que no le sirvió de mucha ayuda—. Tienes un ombligo en el diamante —aventuró.

—He conseguido reconciliarme con esa idea —replicó Ginger, que flexionaba los hombros en un intento de que la ropa cayera un poco mejor—. Lo que me está causando más problemas son estas dos tapas de cazuelas. Ahora comprendo cuánto deben de sufrir esas pobres chicas que están en los harenes.

—¿De verdad no te importa que la gente te vea así? —se sorprendió Víctor.

—¿Por qué me iba a importar? Esto son imágenes en acción. No es como si fuera la realidad. Además, no tienes ni idea de lo que se ven obligadas a hacer algunas chicas por mucho menos de diez dólares al día.

—Nueve —señaló Gaspode, que seguía a Víctor pisándole los talones.

—Bueno, bueno, muchachos, todos a mi alrededor —gritó Escurridizo por un megáfono—. Los Hijos del Desierto a aquel lado, por favor. Las esclavas… ¿dónde demonios están las esclavas? Bien. ¿Operadores…?

—Nunca había visto tanta gente para intervenir en una peli —susurró Ginger—. ¡Seguro que esto va a costar más de cien dólares!

Víctor miró a los Hijos del Desierto. Parecía como si Escurridizo se hubiera dejado caer por el local de Borgle para contratar a las veinte personas más cercanas a la puerta, sin pensar ni un instante en si eran adecuadas para el papel, y les había colocado una cosa que, en su opinión, debía de parecerse al tocado de los bandidos del desierto. Había Hijos del Desierto trolls (Rock lo vio desde lejos y lo saludó con un gesto de la mano), Hijos del Desierto enanos, y, al final de la fila, un Hijo del Desierto pequeño y peludo que se rascaba furiosamente, con un tocado que le caía hasta las patas.

—…la coges, te quedas extasiado ante su belleza, y luego la echas sobre el pomo.

La voz de Escurridizo consiguió filtrarse hacia su consciencia.

Víctor repasó a la desesperada las instrucciones que apenas había oído.

—¿Sobre el qué? —preguntó.

—Es una parte de la silla de montar —le susurró rápidamente Ginger.

—Ah.

—Y luego cabalgas hacia la noche, seguido por todos los Hijos, mientras cantáis valerosas canciones de bandidos del desierto…

—No te preocupes, no las oirá nadie —lo tranquilizó Soll—. Pero si abrís y cerráis las bocas todos a la vez, se creará un comosellame, ambiente.

—¡Pero si no es de noche! —señaló Ginger—. ¡Estamos a pleno día!

Escurridizo se la quedó mirando.

Abrió la boca un par de veces.

—¡Soll! —gritó.

—Sabes de sobra que no podemos rodar de noche, tío —se apresuró a explicar su sobrino—. Los demonios no verían nada. No entiendo por qué no podemos poner al principio un cartel que diga «Es de noche», y luego seguir con toda la escena, de manera que…

—¡Porque ésa no es la magia de las imágenes en acción! —le espetó Escurridizo—. ¡Es, sencillamente, una soberana tontería!

—Disculpe —dijo Víctor—. Disculpe, pero creo que no tendrá importancia, seguro que los demonios pueden pintar el cielo de negro y con estrellas.

Hubo un largo momento de silencio. Luego, Escurridizo clavó la vista en Gaffer.

—¿Es posible? —le preguntó.

—Naa —replicó el operador—. Ya nos cuesta lo suyo hacer que pinten lo que ven, como para intentar obligarlos a que pinten lo que no ven.

Escurridizo se frotó la nariz.

—Estoy dispuesto a negociar —dijo— El operador se encogió de hombros.

—Creo que no me ha entendido, señor Escurridizo. ¿Para qué van a querer el dinero? Lo único que harían sería comérselo. Si empezarnos a decirles que pinten cosas que no existen, nos vamos a meter en un…

—Quizá, con que haya una luna llena muy brillante… —intervino Ginger.

—Eso está bien pensado —asintió Escurridizo—. Pondremos un cartel en el que Víctor diga a Ginger algo así como «Qué brillante es la luna esta noche, buana».

—Algo así —asintió Soll, diplomático.

 

Era mediodía. La colina de Holy Wood brillaba bajo el sol como un chicle sabor a champán bastante chupado ya. Los operadores daban vueltas a las manivelas, los extras atacaban con entusiasmo una y otra vez, Escurridizo gritaba a todo el mundo, y se hizo historia del cine con una escena en la que tres enanos, cuatro hombres, dos trolls y un perro cabalgaron sobre un camello lanzando gritos de horror para que se detuviera.

Víctor y el camello trabaron conocimiento. El animal batía sus largas pestañas ante él, y parecía masticar jabón. Se había arrodillado en el suelo. Parecía un camello que hubiera pasado una mañana de duro trabajo y no estuviera dispuesto a aguantar nada de nadie. Hasta aquel momento ya había coceado a tres personas.

—¿Cómo se llama? —preguntó con cautela.

—Nosotros lo llamamos Cabrón Hijo de Perra —dijo el Vicepresidente al Cargo de Camellos, estrenando su nuevo cargo.

—No parece un nombre muy corriente.

—Pues es el perfecto para este camello —replicó el cuidador con convicción..

—No tiene nada de malo ser hijo de una perra —dijo una voz tras él—. Yo soy hijo de una perra. Mi padre era hijo de una perra, cretino seboso.

El cuidador sonrió nervioso a Víctor y se dio media vuelta. Allí no había nadie. Bajó la vista.

—Guau —le dijo Gaspode, meneando lo que casi era una cola.

—¿No acabas de oír a alguien decir algo? —preguntó el cuidador con cautela.

—No —replicó Víctor.

Se inclinó hacia una de las orejas del camello y, por si acaso era un camello especial de Holy Wood, le susurró:

—Oye, soy un amigo, ¿vale?

Cabrón Hijo de Perra alzó una oreja tan gruesa como una alfombra.[11]

—¿Cómo se dirige? —preguntó.

—Cuando quieras ir hacia delante, maldices y le das un golpe con el palo, y cuando quieras parar, maldices y le das un golpe con el palo.

—¿Y qué pasa si quieres girar?

—Bueno, ahí ya entramos en Técnicas Avanzadas del Manual. Lo mejor que puedes hacer es bajarte y hacerlo girar a mano, ¿entiendes?

—¡Cuando queráis! —aulló Escurridizo a través del megáfono—. Ahora, tienes que cabalgar hasta la tienda, saltar del camello, pelear contra los gigantescos eunucos, desgarrar la tela de la tienda, sacar a la chica a rastras, volver a montar en el camello y alejarte. ¿Comprendido? ¿Te consideras capaz de hacerlo?

—¿Qué gigantescos eunucos? —preguntó Víctor, mientras el camello se alzaba.

Uno de los gigantescos eunucos alzó tímidamente una mano.

—Soy yo, Morry —dijo.

—Ah. Hola, Morry.

—Hola, Vic.

—Y yo, Rock —dijo un segundo eunuco gigantesco.

—Hola, Rock.

—Hola, Vic.

—Cada uno a su lugar —ordenó Escurridizo—. Vamos a… ¿qué pasa ahora, Rock?

—Bueno, señor Escurridizo, me estaba preguntando… ¿cuál es mi motivación para esta escena?

—¿Motivación?

—Sí. Eh… es que tengo que saberlo, ¿sabe? —dijo Rock.

—¿Qué te parece «si no lo haces bien, te despediré»? ¿Es una buena motivación? Rock sonrió.

—Excelente, señor Escurridizo —dijo.

—Muy bien —asintió Ruina—. Todo el mundo preparado… ¡acción!

 

Cabrón Hijo de Perra giró torpemente, con las patas torcidas en extraños ángulos camellunos, y luego echó a andar en un complicado trote.

La manivela empezó a girar.

El aire brillaba.

Y Víctor despertó. Era como salir lentamente de una nube color rosa, o de un magnífico sueño que uno no puede recordar a la luz del día por mucho que lo intente, dejándote con una terrible sensación de ausencia, de pérdida. Sabes instintivamente que nada, nada de lo que vayas a experimentar a lo largo del día, será ni siquiera la mitad de agradable que ese sueño.

Parpadeó. Las imágenes se fueron desvaneciendo. Fue consciente de que le dolían los músculos, como si acabara de hacer un gran esfuerzo físico.

—¿Qué ha pasado? —murmuró.

Bajó la vista.

—Uauh —dijo.

Una amplia superficie de trasero apenas cubierto por tela ocupaba el lugar donde antes sólo había podido ver cuello de camello. Era toda una mejora.

—¿Por qué estoy tumbada sobre un camello? —preguntó Ginger con voz gélida.

—A mí, que me registren. ¿No era eso lo que querías? ¿No te has subido tú?

La chica se deslizó hacia la arena y trató de recomponerse el traje.

En aquel momento, ambos se dieron cuenta de que tenían público.

Allí estaba Escurridizo. Estaba el sobrino de Escurridizo. Estaban los extras. Había también toda una amplia gama de vicepresidentes, y otras muchas personas que, al parecer, habían empezado a existir con la creación de las imágenes en acción[12]. Estaba incluso Gaspode, el Perro Maravilla.

Y todos, a excepción del perro, que se reía entre dientes, estaban boquiabiertos.

La mano del operador seguía dando vueltas a la manivela. Bajó la vista hacia sus dedos como si acabara de descubrir que los tenía, y se detuvo.

Escurridizo pareció salir del trance en que se encontraba.

—Uuauh —dijo—. Increíble.

—Magia —jadeó Soll—. Magia de verdad.

Escurridizo dio un codazo al operador.

—¿Lo has cogido todo? —preguntó.

—¿El qué? —inquirieron a la vez Ginger y Víctor.

En aquel momento, Víctor vio que Morry estaba sentado en la arena. Le faltaba una buena esquirla en el brazo; Rock le estaba poniendo algo en la fisura. El corpulento troll advirtió la expresión de Víctor, y le dirigió una sonrisa enfermiza.

—Te crees Cohen el Bárbaro, ¿eh? —dijo.

—Eso —intervino Rock—. No había razón para que le dijeras las cosas que le dijiste. Y además, si piensas dedicarte a blandir así las espadas, pediremos un dólar diario más por Posible Pérdida de Fragmentos.

La espada de Víctor tenía varias melladuras en la hoja. Y, aunque le fuera en ello la vida, no habría sabido decir cómo habían aparecido.

—Escuchad —dijo a la desesperada—, no entiendo nada. No he llamado nada a nadie. ¿Hemos empezado ya el rodaje?

—Yo estaba tranquilamente sentada en una tienda, y al momento siguiente me encuentro respirando camello —añadió Ginger con petulancia—. ¿Es demasiado pedir que alguien me diga qué está pasando?

Pero, al parecer, nadie les hacía caso.

—¿Por qué no hay manera de meter sonido? —se quejaba amargamente Escurridizo—. Ha sido un diálogo muy bueno, excelente. No entendí ni una palabra, pero reconozco un buen diálogo en cuanto lo oigo.

Autore(a)s: