Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

Con un bufido, se alejó a zancadas hacia la ciudad, dejando a Víctor con los trolls. Tras unos momentos, Rock carraspeó para aclararse la garganta.

—¿Tienes algún lugar para dormir? —le preguntó.

—Me temo que no —suspiró el joven.

—Es lo que suele pasar —asintió Morry.

—Había pensado dormir en la playa —siguió Víctor—. La verdad es que hace bastante calor. Y necesito descansar un poco. Buenas noches.

Echó a andar en esa dirección.

El sol se estaba poniendo, y un viento procedente del mar había refrescado un poco el ambiente. En torno a la mole oscura de la colina, las luces de Holy Wood empezaban a encenderse. Holy Wood sólo se relajaba en la oscuridad. Cuando la luz del día es tu material de trabajo, no vas por ahí desaprovechándola.

En la playa se estaba bastante bien. Allí no solía ir nadie. La madera arrastrada por las olas, agrietada y llena de sal reseca, no servía para construir nada. La marea la había ido apilando hasta formar una larga barrera blanca a lo largo de toda la orilla.

Víctor reunió la suficiente como para encender una hoguera, y luego se tendió para contemplar las olas.

Desde la cima de la duna más cercana, escondido tras un montón de algas secas, Gaspode, el Perro Maravilla, lo miraba pensativo.

 

Pasaban dos horas de la medianoche.

Ahora, eso los tenía, y se derramaba alegre por la colina, dejando que su brillo inundara el mundo.

Holy Wood sueña…

Sueña para todo el mundo.

En la oscuridad ardiente y asfixiante de un cobertizo de madera, Ginger Withel soñaba con alfombras rojas y multitudes que aplaudían. Y con una rejilla. No dejaba de soñar con una rejilla del suelo por la que salía una ráfaga de aire caliente que le levantaba las faldas…

En la oscuridad no mucho más fresca de un cobertizo poco más caro, Silverfish, el fabricante de imágenes en acción, soñaba con multitudes que aplaudían, y con que alguien le daba un premio por haber hecho las mejores imágenes en acción de la historia. El premio era una estatua, una estatua muy grande.

Entre las dunas de arena, Rock y Morry dormitaban obedientemente, porque los trolls son criaturas nocturnas por naturaleza, y dormir en la oscuridad iba contra sus instintos de eones. Soñaban con montañas.

En la playa, bajo el manto de estrellas, Víctor soñaba con caballos al galope, capas al viento, barcos piratas, peleas a espada, candelabros…

En la duna contigua, Gaspode, el Perro Maravilla, dormía con un ojo abierto y soñaba con lobos.

Pero Y-Voy-A-La-Ruina Escurridizo no soñaba, porque no estaba durmiendo.

Había sido un largo viaje a caballo hasta Ankh-Morpork, y él prefería vender caballos a montar en ellos, pero por fin había llegado.

Las tormentas que con tanta cautela esquivaban Holy Wood no tenían ningún reparo acerca de Ankh-Morpork, y estaban cayendo chuzos de punta. Pero claro, eso no interrumpía en absoluto la vida nocturna de la ciudad. Sólo la hacía más húmeda.

No había nada que no se pudiera comprar en Ankh-Morpork, incluso a media noche. Y Escurridizo quería comprar muchas cosas. Quería que le pintaran carteles. Necesitaba todo tipo de cosas. Muchas ellas implicaban ideas que había tenido que inventar durante el largo viaje, y ahora se vería obligado a explicarlas detenidamente a otras personas. Para colmo, tendría que explicárselas deprisa.

La lluvia caía como una sábana sólida cuando por fin salió a la calle, con las primeras luces del amanecer. Las alcantarillas estaban desbordadas. A lo largo de los tejados, las repulsivas gárgolas vomitaban certeramente sobre los transeúntes, aunque, como ya eran las cinco de la madrugada, había menos gente por las calles.

Ruina inhaló profundamente el espeso aire de la ciudad. Aire auténtico. Había que viajar mucho para encontrar un aire más auténtico que el de Ankh-Morpork. Sólo con respirarlo, se notaba que otras personas también habían estado haciéndolo durante miles de años.

Por primera vez en muchos días, tenía la sensación de estar pensando con claridad. Eso era lo más extraño de Holy Wood, Mientras estabas allí, todo te parecía natural, todo parecía de lo más lógico, pero en cuanto te alejabas un poco y volvías la vista, veías que era como una brillante pompa de jabón. Era como si, mientras te encontrabas en Holy Wood, no fueras la misma persona.

Bueno, Holy Wood era Holy Wood, y Ankh era Ankh, y Ankh era real y sólida a prueba de bomba, al menos según la opinión de Ruina.

Caminó por los charcos, escuchando el sonido de la lluvia.

Y entonces, por primera vez en su vida, advirtió que tenía un ritmo.

Qué cosas. Podías vivir en una ciudad toda tu vida, y tenías que marcharte y regresar para advertir que el sonido de la lluvia al repiquetear contra las calles tenía un ritmo propio: DUMdi-dum-dum, dumdi-dumdi-DUM-DUM…

Unos minutos más tarde, el sargento Colon y el cabo Nobbs, de la guardia nocturna, que estaban compartiendo amigablemente un cigarrillo refugiados en un portal, se dedicaron a hacer lo que mejor hace cualquier miembro de la guardia nocturna: mantenerse en un lugar caliente y seco, bien lejos de cualquier posible problema.

Ellos fueron los únicos testigos de la enloquecida figura que bajaba por la calle pisando charcos y haciendo piruetas entre ellos. La figura se agarró a una tubería para doblar una esquina y, con un alegre entrechocar de talones, desapareció de la vista.

El sargento Colon tendió la arrugada colilla a su compañero.

—¿No era ése el viejo Ruina Escurridizo? —preguntó al poco rato.

—Sí —asintió Nobby.

—Parecía contento, ¿no?

—En mi opinión, le falta un tornillo —bufó su compañero—. Mira que ir por ahí, cantando bajo la lluvia…

 

Uuhmm… uuhmm…

El archicanciller, que había estado poniendo al día sus notas sobre los dragones, mientras disfrutaba de una última copa junto a la chimenea, alzó la vista.

…uuhmm… uuhmm… uuhmm…

—¡Rayos! —murmuró, al tiempo que se levantaba y se dirigía hacia la gran vasija.

La vasija se tambaleaba de un lado al otro, como si todo el edificio estuviera temblando.

El archicanciller la contempló, fascinado.

…uuhmm… uuhmmmuhmmmuuhhmmmUUHMM.

Se tambaleó un instante más, y luego quedó en silencio.

—Qué cosas —dijo el archicanciller—. Qué cosas más raras

Plib.

Al otro lado de la habitación, la botella de coñac se hizo añicos.

Ridcully el Marrón respiró hondo.

—¡Tesoreroooo!

 

Las moscas despertaron a Víctor. El aire era ya cálido. Iba a hacer otro buen día.

Se dirigió hacia la orilla del mar para lavarse y despejarse la cabeza.

Hizo cálculos. Aún le quedaban los dos dólares del día anterior, además de un puñado de peniques. Podía permitirse el lujo de quedarse unos días, sobre todo si dormía en la playa. Y el estofado de Borgle, aunque sólo fuera comida en sentido técnico y más estricto de la palabra, era bastante barato… pero, bien pensado, comer allí implicaría embarazosos encuentros con Ginger.

Dio un paso más, y se hundió.

Víctor jamás había nadado en el mar. Salió a la superficie medio ahogado, sacudiendo el agua como un loco. La playa estaba a muy pocos metros.

Se relajó, se concedió tiempo para recuperar el aliento, y nadó tranquilamente hasta más allá del rompeolas. El agua era cristalina, transparente. El fondo se divisaba con claridad. Se sumergió y abrió los ojos. A través del filtro azul del agua, más allá de los enormes bancos de peces, se divisaban las rocas claras, rectangulares, dispersas por el lecho arenoso.

Salió para tomar aire y trató de sumergirse lo más posible, hasta que le zumbaron los oídos. La langosta más grande que había visto en su vida lo amenazó con sus pinzas desde una roca, y huyó hacia las profundidades.

Víctor volvió a salir a la superficie, jadeante, y nadó hacia la orilla.

Bueno, si no conseguía entrar en las imágenes en acción, allí siempre podría ganarse la vida como pescador, de eso estaba seguro.

Un vendedor de madera también se podría ganar la vida. En aquella playa había suficiente leña reseca por el viento como para abastecer todas las chimeneas de Ankh-Morpork durante años. En Holy Wood, nadie soñaría con encender una hoguera, excepto para cocinar o para dar luz.

Y eso era lo que había estado haciendo alguien. Mientras hacía pie ya cerca de la orilla, Víctor advirtió que la madera que había más abajo, en la misma playa, no estaba amontonada al azar, sino con orden, en pilas simétricas. Junto a ella, unas cuantas piedras renegridas formaban un rudimentario lecho para una hoguera.

Estaba casi tapado por la arena. Quizá otra persona había estado viviendo en la playa, aguardando su gran oportunidad de entrar en las imágenes en acción. Ahora que lo pensaba, los troncos situados tras las piedras medio enterradas también parecían colocados a propósito. Mirándolos desde el mar, casi daba la sensación de que algunos de ellos estuvieran formando una destartalada puerta.

Quizá hubiera gente todavía allí. Quizá los inquilinos de la choza tuvieran algo para beber.

Seguían allí, desde luego. Pero hacía meses que no necesitaban beber.

 

Eran las ocho de la mañana. Un golpe retumbante despertó a Bezam Planter, el propietario del Odium, uno de los polvorientos tugurios de exhibición de imágenes en acción que había en Ankh-Morpork.

Había pasado una noche fatal. A la gente de Ankh-Morpork le encantaban las novedades. Lo malo era que no le encantaban las novedades durante mucho tiempo. El Odium había sido un gran negocio durante una semana, había conseguido no perder dinero durante la siguiente, y ahora estaba muriendo a toda velocidad. El último pase de la noche anterior había tenido como únicos espectadores a un enano sordo y a un enorme orangután, que hasta se había traído sus propios cacahuetes. Bezam, que dependía de la venta de cacahuetes y pajaritos para rentabilizar el negocio de exhibición de imágenes en acción, estaba de un humor de perros.

Abrió la puerta y miró hacia el exterior con ojos legañosos.

—Está cerrado hasta las dos de la tarde —dijo—. Es la primera función. Vuelve luego. Tranquilo, hay localidades de sobra.

Cerró la puerta de golpe. Ésta rebotó contra la bota de Ruina Escurridizo, y se estrelló contra la nariz de Bezam.

—He venido por lo del pase especial de Espadas de Pasión —dijo Ruina.

—¿Pase especial? ¿Qué pase especial?

—El pase especial del que voy a hablarte ahora mismo —replicó el ex-vendedor de salchichas.

—No estamos pasando nada especial sobre ningunas espadas apasionadas. Estamos pasando El emocionante…

—El señor Escurridizo dice que están pasando Espadas de Pasión —rugió una voz.

Escurridizo se apoyó contra el marco de la puerta. Tras él había una enorme losa de piedra. Parecía como si alguien le hubiera estado lanzando bolas de acero durante treinta años.

La losa se agrietó por el centro y se inclinó hacia Bezam.

El hombre reconoció a Detritus. Todo el mundo reconocía a Detritus. No era un troll que uno olvidara fácilmente.

—Pero si ni siquiera he oído hablar de… —empezó Bezam.

Ruina se sacó una gran lata de debajo de la capa, y sonrió.

—Y aquí tienes unos cuantos carteles —añadió, al tiempo que sacaba un grueso rollo blanco.

—El señor Escurridizo me ha dejado poner unos cuantos en las paredes —añadió Detritus con orgullo.

Bezam desenrolló un cartel. Los colores del dibujo hacían que le lloraran los ojos a cualquiera. Mostraba una imagen de alguien que quizá fuera Ginger, vestida con una blusa que le quedaba definitivamente pequeña, junto a Víctor, que estaba a punto de cargársela a un hombro mientras usaba la otra mano para luchar contra un amplio surtido de monstruos. Como fondo, había volcanes en erupción, dragones surcando los cielos y ciudades ardiendo hasta los cimientos.

—«¡Las imágenes en acción que nadie olvidará!» —leyó Bezam con voz titubeante—. «¡Una sobrecogedora aventura en el ardiente amanecer de un nuevo continente! ¡Un hombre y una mujer que luchan contra las fuerzas del destino en un mundo enloquecido! ¡CON LAS ESTRELLAS **Delores De Syn** como La Chica y **Víctor Maraschino** como Cohen el Bárbaro! ¡EMOCIONES! ¡AVENTURAS! ¡¡¡ELEFANTES!!! ¡¡¡¡Muy pronto, en tu tugurio más cercano!!!!»

Volvió a leerlo.

—¿Cómo es que tiene estrellas esa tal Delores De Syn? —preguntó, no muy convencido.

—Porque está en las imágenes en acción —le explicó Ruina—. Por eso hemos puesto esos simbolitos al lado de los nombres, ¿ves? —Se inclinó un poco más hacia delante y bajó la voz hasta convertirla en un susurro retumbante—. Se dice que es la hija de un pirata klatchiano y una de las hermosísimas y testarudas prisioneras de éste… y él… él es hijo de… de un mago renegado y una bailaora gitana…

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