Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

Parecía estar bastante disgustado.

Regordete reaccionó de la única manera en que sabía hacerlo.

Zanahoria se había plantado en el centro de la calle, cruzado de brazos, mientras los dos nuevos reclutas permanecían inmóviles detrás de él, tratando de observar simultáneamente a las dos marchas que se les estaban aproximando.

Colon pensaba que Zanahoria era simple. Zanahoria solía producir en las personas la impresión de que era simple. Y lo era.

La gran equivocación que cometían esas personas era pensar que simple significaba lo mismo que idiota.

Zanahoria no era idiota. Era franco y honesto, y tenía muy buen temperamento y se mostraba honorable en todos sus tratos. En Ankh-Morpork normalmente esto habría equivalido a «idiota» en cualquier caso y le habría proporcionado el coeficiente de supervivencia de una medusa dentro de un alto horno, pero había un par de factores más. Uno era un puño que incluso los trolls habían aprendido a respetar. El otro consistía en que Zanahoria era genuina, casi sobrenaturalmente, agradable. Se llevaba bien con las personas, incluso mientras las arrestaba. Tenía una memoria excepcional para los nombres.

Durante la mayor parte de su joven existencia, Zanahoria había vivido en una pequeña colonia de enanos en la que apenas si había otras personas a las que conocer. De pronto se encontró en una gran ciudad, y entonces fue como si un talento hubiera estado esperando la ocasión de desplegarse. Y todavía se estaba desplegando.

Agitando alegremente la mano, Zanahoria saludó a los enanos que se aproximaban.

—¡Buenos días, señor Muslotremendo! ¡Buenos días, señor Fuerteenelbrazo!

Luego se volvió y saludó con la mano al troll que encabezaba la otra marcha. Hubo un suave pop cuando un fuego artificial entró en acción.

—¡Buenos días, señor Bauxita!

Zanahoria se llevó las manos a la boca formando bocina.

—Y ahora si todos pudieran detenerse y escucharme… —aulló.

Las dos marchas se detuvieron, con una cierta vacilación y un amontonamiento general de cuerpos en la parte de atrás. Era eso o caminar por encima de Zanahoria.

Si Zanahoria tenía un pequeño defecto, este consistía en no prestar atención a los pequeños detalles que había a su alrededor cuando tenía la mente ocupada en otras cosas. Por eso la conversación susurrada que tenía lugar detrás de su espalda en aquellos momentos se le escapaba.

—¡… Ajajá! ¡Aquello también fue una emboscada! Y tu madre era una guijarra…

—Bueno, caballeros —dijo Zanahoria hablando en un tono muy afable y juicioso—, estoy seguro de que no hay ninguna necesidad de adoptar estas maneras tan beligerantes…

—¡… Vosotros también nos tendisteis una emboscada a nosotros! ¡Mi tatara-tatara-tatarabuelo estuvo en valle Koom, él dijo!

—… en nuestra hermosa ciudad y en un día tan hermoso. Como buenos ciudadanos de Ankh-Morpork, he de pedirles…

—¿Sí? Tú ni siquiera sabes quién es tu padre, ¿verdad?

—… que, si bien no cabe duda de que todos ustedes tienen que celebrar esas peculiaridades étnicas de las que se sienten tan orgullosos, saquen provecho del ejemplo de mis compañeros del cuerpo aquí presentes, que han olvidado sus antiguas diferencias…

—¡Os aplastaré cabeza, malditos enanos entrometidos!

—… por el bien común de…

—¡Yo podría hacerte pedazos con una mano atada a la espalda!

—… la ciudad, cuyo emblema tienen…

—¡Pues tendrás ocasión! ¡Yo ataré AMBAS manos detrás de espalda!

—… el orgullo y el privilegio de lucir en sus placas.

—¡Aaargh!

—¡Ooow!

Zanahoria reparó en que prácticamente nadie le estaba prestando la menor atención. Se volvió.

El guardia interino Cuddy se hallaba suspendido en el aire cabeza abajo, debido a que el guardia interino Detritus estaba intentando hacerlo rebotar por el casco en los adoquines, aunque el guardia interino Cuddy estaba sacando el máximo provecho posible de su nueva posición al mantener firmemente agarrado al guardia interino Detritus por la rodilla mientras trataba de hundir los dientes en el tobillo del guardia interino Detritus.

Las dos marchas enfrentadas los contemplaban con fascinación.

—¡Deberíamos hacer algo! —dijo Angua, desde el escondite que los guardias se habían buscado en el callejón.

—Bueeeeeeno, esto de lo étnico siempre ha sido como bastante complicado —dijo el sargento Colon, hablando muy despacio.

—Puedes meter la pata con una facilidad tremenda —dijo Nobby—. Oh, sí, el étnico básico tiene la piel muy sensible.

—¿Tienen la piel sensible? ¡Están tratando de matarse el uno al otro!

—Es algo cultural —dijo el sargento Colon con abatimiento—. Tampoco serviría de nada que intentáramos imponerles nuestra cultura, ¿verdad? Eso es especiesismo.

Allá en la calle, el cabo Zanahoria se había puesto muy rojo.

—Si Zanahoria les pone un solo dedo encima a cualquiera de ellos, con todos sus amigos mirando —dijo Nobby—, el plan es que nos largamos de aquí corriendo como…

Las venas se hincharon en el robusto cuello de Zanahoria. Luego se puso las manos en la cintura y aulló:

—¡Guardia interino Detritus! ¡Salude!

Habían pasado horas tratando de enseñarle a hacerlo. El cerebro de Detritus tardaba algún tiempo en hacerse con una idea, pero una vez que la idea estaba allí, no se borraba con rapidez.

Detritus saludó.

Su mano estaba llena de enano.

Así que saludó mientras sostenía al guardia interino Cuddy, elevándolo hacia su cabeza al mismo tiempo que lo hacía girar como si fuera un cachorrito enfurecido.

El estrépito de los dos cascos encontrándose creó ecos que rebotaron en los edificios, y un instante después fue seguido por el estruendo de ambos guardias estrellándose contra el suelo.

Zanahoria los empujó con la punta de su sandalia.

Luego dio media vuelta y fue hacia la marcha de los enanos, temblando de ira.

En el callejón, el sargento Colon empezó a chuparse el borde del casco en una reacción de puro terror.

—Tenéis armas, ¿verdad? —le rugió Zanahoria a un centenar de enanos—. ¡Si los enanos que lleven armas encima no las dejan caer ahora mismo entonces toda la marcha, y quiero decir toda, terminará dentro de las celdas! ¡Y va muy en serio!

Los enanos de la primera fila dieron un paso atrás. Después se oyó el vago tintineo de una serie de objetos metálicos chocando con el suelo.

Todas las armas —dijo Zanahoria amenazadoramente—. ¡Eso te incluye a ti, el de la barba negra que está tratando de esconderse detrás del señor Lanzajamones! ¡Le estoy viendo, señor Fuerteenelbrazo! Deje esa arma en el suelo. ¡No le está haciendo gracia a nadie!

—Va a morir, ¿verdad? —murmuró Angua.

—Bueno, eso es lo curioso —dijo Nobby—. Si se nos ocurriera intentarlo a nosotros, terminaríamos convertidos en trocitos muy pequeños de carne picada. Pero parece que a él le funciona.

—Krisma —dijo el sargento Colon, quien estaba teniendo que apoyarse en la pared.

—¿Se refiere al carisma? —preguntó Angua.

—Sí. Una de esas cosas. Sí.

—¿Y cómo se las arregla?

—Pues no lo sé —dijo Nobby—. Supongo que será porque es la clase de muchacho que enseguida te cae bien.

Zanahoria se había vuelto hacia los trolls, que estaban sonriendo burlonamente ante la incomodidad de los enanos.

—Y en cuanto a vosotros —dijo Zanahoria—, os aseguro que esta noche estaré patrullando por el Camino de la Cantera, y que no quiero que haya absolutamente ningún problema. ¿Verdad que no habrá ninguno?

Hubo un movimiento vergonzoso de pies inmensos y un murmullo general.

Zanahoria se llevó la mano a la oreja.

—No lo he oído del todo bien —dijo.

Hubo un murmullo más alto, una especie de tocata interpretada de mala gana por un centenar de voces sobre el tema de «Sí, cabo Zanahoria».

—Eso está mejor. Ahora ya podéis iros. Y ya está bien de tanta tontería, ¿de acuerdo? A ver si sois buenos.

Zanahoria se sacudió el polvo de las manos y le sonrió a todo el mundo. Los trolls parecían perplejos. En teoría, Zanahoria era una delgada película de grasa esparcida sobre la calle. Pero de alguna manera inexplicable, aquello simplemente parecía no estar ocurriendo.

—Acaba de decirles a cien trolls que sean buenos —dijo Angua—. ¡Algunos de ellos acaban de bajar de las montañas! ¡Algunos de ellos tienen líquenes encima!

—Eso es lo más inteligente que hay en un troll —dijo el sargento Colon.

Y entonces el mundo estalló.

La Guardia se había ido antes de que el capitán Vimes regresara a Pseudópolis Yard. Subió por la escalera que llevaba a su despacho y se sentó en el pegajoso sillón de cuero. Luego contempló la pared con mirada inexpresiva.

Quería dejar la Guardia. Por supuesto que quería hacerlo. Ser guardia no era lo que podías llamar una buena manera de vivir. De hecho, ni siquiera era vivir.

Horas poco sociales. No poder estar seguro nunca de un día para otro de lo que realmente era la ley, en aquella ciudad tan pragmática. Ninguna vida hogareña digna de ese nombre. Mala comida, consumida cuando podías hacerlo; Vimes había llegado incluso al extremo de comer algunas de las salchichas en un panecillo de Y-Voy-A-La-Ruina Escurridizo. Siempre llovía o hacía un calor capaz de cocerlo todo. Nada de amistades, exceptuando al resto del destacamento, porque eran las únicas personas que vivían en tu mundo.

Mientras que dentro de unos días él, como había dicho el sargento Colon, estaría pegándose la gran vida. Nada que hacer en todo el día aparte de comer y cabalgar por ahí, montado en un gran caballo mientras le gritaba órdenes a la gente.

En momentos como aquel la imagen del viejo sargento Kepple pasaba flotando a través de la memoria de Vimes. Kepple había estado al frente de la Guardia cuando Vimes era un recluta. Y, poco después, se retiró. Todos pusieron un poco de dinero y le compraron un reloj barato, uno de aquellos que seguiría funcionando durante unos cuantos años hasta que el demonio que llevaba dentro se evaporara.

Una idea condenadamente estúpida, pensó Vimes con abatimiento mientras contemplaba la pared. Un tipo deja el trabajo, entrega su insignia y su reloj de arena y su campana, ¿y qué le damos? Un reloj.

Pero aun así Kepple volvió a trabajar al día siguiente, con su reloj nuevo. Para enseñarle los trucos del oficio a todo el mundo, dijo; para atar unos cuantos cabos sueltos, jajajá. Para asegurarme de que los jóvenes no os metéis en líos, jajajá. Un mes después, Kepple ya estaba entrando el carbón y barriendo el suelo y haciendo recados y ayudando a la gente a escribir sus informes. Cinco años después todavía estaba allí. Todavía estaba allí seis años después, cuando alguien de la Guardia se incorporó a su turno un poco más temprano de lo habitual y lo encontró en el suelo…

Y entonces salió a la luz que nadie, nadie, sabía dónde vivía Kepple, o ni siquiera si había una señora Kepple. Vimes se acordaba de que hicieron una recolecta para enterrarlo. En el funeral solo había habido guardias…

Pensándolo bien, en el funeral de un guardia siempre había guardias y nada más que guardias.

Naturalmente ahora las cosas ya no eran así. El sargento Colon llevaba años felizmente casado, quizá porque él y su esposa habían organizado sus vidas laborales de tal manera que solo se encontraban de vez en cuando, normalmente en la puerta de casa. Pero ella le dejaba comidas decentes preparadas en el horno, y estaba claro que allí había algo; tenían nietos, incluso, así que obviamente había habido momentos en los que no eran capaces de evitarse. El joven Zanahoria tenía que usar un palo para mantener alejadas de él a las mujeres jóvenes. Y el cabo Nobbs… bueno, probablemente se encargaba de hacer sus propios arreglos al respecto. Se rumoreaba que Nobby tenía el cuerpo de un hombre de veinticinco años, aunque nadie sabía dónde lo guardaba.

Lo importante era que todos los demás tenían a alguien, aunque en el caso de Nobby probablemente fuera en contra de su voluntad.

Bien, capitán Vimes, ¿de qué se trata realmente entonces? ¿Te importa esa mujer? No te preocupes demasiado por el amor, porque esa es una palabra demasiado ambiciosa para los que tienen más de cuarenta años. ¿O será solo que temes llegar a convertirte en un viejo que agoniza dentro del surco de su vida y es enterrado, en un acto de compasión, por una pandilla de tipos más jóvenes que solo lo conocieron como ese viejo carcamal que siempre estaba rondando por allí, se le enviaba a traer el café y los bollos calientes, y del que todos se reían a espaldas suyas?

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