Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

¡Trolls y enanos! ¡Enanos y trolls! Él no se merecía aquello, no en ese momento de su vida. Y eso no era lo peor del asunto.

Colon volvió a toser. Cuando leyó de la tablilla, lo hizo con la voz cantarina de alguien que ha aprendido a hablar en público en la escuela.

—Bueno —volvió a decir, en un tono un tanto vacilante—. Entonces, veamos, aquí pone…

—¿Sargento?

—¿Y ahora q…? Oh, es usted, cabo Zanahoria. ¿Sí?

—¿No se está olvidando de algo, sargento? —preguntó Zanahoria.

—Pues no sé —dijo Colon cautelosamente—. ¿Me estoy olvidando de algo?

—Acerca de los reclutas, mi sargento. ¿Algo que tienen que prestar, en vez de llevar? —le echó una mano Zanahoria.

El sargento Colon se frotó la nariz. Veamos… Los reclutas habían, según la normativa en vigor, recibido y firmado por una camisa (de cota de malla), un casco, de hierro y cobre, una coraza, de hierro (excepto en el caso de la guardia interina Angua, quien necesitaba que se la adaptaran especialmente, y del guardia interino Detritus, quien había firmado por una coraza adaptada a toda prisa que en el pasado había pertenecido a un elefante de guerra), una porra, de roble, una pica o alabarda de emergencia, una ballesta, un reloj de arena, una espada de hoja corta (excepto para el guardia interino Detritus) y una placa, del tipo reglamentario, de guardia nocturno, de cobre.

—Me parece que ya lo tienen todo, Zanahoria —dijo—. Se ha firmado por todo. Hasta el mismo Detritus hizo que alguien pusiera una X por él.

—Tienen que prestar el juramento, sargento.

—Oh. Ejem. ¿Tienen que prestarlo?

—Sí, mi sargento. Es la ley.

El sargento Colon puso cara de no saber qué decir. Pensándolo bien, probablemente fuese lo que decía la ley. A Zanahoria siempre se le daban mucho mejor ese tipo de cosas. Se sabía de memoria todas las leyes de Ankh-Morpork. Era la única persona que se las sabía. En cuanto a Colon, él lo único que sabía era que nunca había prestado un juramento cuando se unió al cuerpo, y en cuanto a Nobby, lo más aproximado a un juramento que hubiese llegado a prestar fue «A la mierda con todo, vamos a jugar a los soldados».

—Bien, entonces de acuerdo —dijo—. Todos tienen, ejem, que prestar el juramento… eh… y el cabo Zanahoria les enseñará cómo hacerlo. ¿Usted prestó el, ejem, juramento cuando se unió a nosotros, Zanahoria?

—Oh, sí, mi sargento. Solo que nadie me pidió que lo hiciera, así que lo presté yo mismo, en voz baja.

—¿Oh? Claro. Bueno, pues adelante.

Zanahoria se puso en pie y se quitó el casco. Se alisó el pelo.

Luego levantó la mano derecha.

—Levantad las manos derechas —dijo—. Ejem… La mano derecha es la que queda más cerca de la guardia interina Angua, guardia interino Detritus. Y ahora, repetid después de mí…

Luego cerró los ojos y sus labios se movieron durante un instante, como si estuviera leyendo algo del interior de su cráneo.

—«Yo coma paréntesis nombre del recluta cerrar paréntesis coma…»

Después miró a los reclutas y los animó a hablar con un movimiento de la cabeza.

—Decidlo.

Todos corearon una réplica. Angua intentó no echarse a reír.

—«… juro solemnemente por paréntesis la deidad que elija el recluta cerrar paréntesis…»

Angua no se atrevía a mirar la cara de Zanahoria.

—«… honrar las leyes y ordenanzas de la ciudad de Ankh-Morpork, hacer honor a la confianza públicamente depositada en mí y defender a los súbditos de Su Majestad paréntesis nombre del monarca reinante cerrar paréntesis…»

Angua intentó mirar un punto situado más allá de la oreja de Zanahoria. Para colmo de males, el paciente recitado monocorde de Detritus ya iba varias docenas de palabras por detrás de cualquiera de los demás.

—«… sin temor alguno coma búsqueda del favor o consideración de la seguridad personal punto y coma perseguir a los malhechores y proteger al inocente coma dando mi vida si es necesario en el cumplimiento de dicho deber coma que paréntesis la deidad previamente mencionada cerrar paréntesis me ayude a ello punto y seguido Que los dioses salven al rey barra a la reina paréntesis elimínese lo que no resulte apropiado cerrar paréntesis punto final.»

Angua llegó a la conclusión con un suspiro de agradecimiento, y entonces vio la cara de Zanahoria. Había lágrimas inconfundibles corriendo por su mejilla.

—Ejem… bien… bueno, pues entonces eso es todo, gracias —dijo el sargento Colon, pasado un rato.

—«… proteger al inocente coma…»

—Tómese todo el tiempo que necesite, guardia interino Detritus.

El sargento se aclaró la garganta y volvió a consultar su tablilla.

—Bien, veamos, Manos Hoskins ha vuelto a salir de la cárcel, así que mantened los ojos bien abiertos porque ya sabéis cómo se pone después de celebrarlo con una copa, y ese condenado troll de Caradecarbón le dio una paliza a cuatro hombres anoche…

—«… en el cum-plimiento de dicho de-ber co-ma…»

—¿Dónde está el capitán Vimes? —quiso saber Nobby—. Debería estar haciendo esto.

—El capitán Vimes está… poniendo en orden sus asuntos —dijo el sargento Colon—. Aprender a civiliar no resulta nada fácil, créeme. Bien. —Volvió a mirar su tablilla de los papeles, y luego miró nuevamente a los guardias. Hombres… ah.

Sus labios se movieron mientras iba contando. Allí, sentado entre Nobby y el guardia Cuddy, había un hombrecillo harapiento cuya barba y cuyo pelo habían llegado a crecer y enmarañarse hasta tal punto que parecía una comadreja atisbando desde el interior de un matorral.

—«… paréntesis la de-i-dad previa-mente mencionada cierre paréntesis me a-yude a ello punto.»

—Oh, no —dijo Colon—. ¿Qué estás haciendo aquí, Aquíyahora? Gracias, Detritus, y no saludes, ya puedes sentarte.

—El señor Zanahoria me ha traído —dijo Aquíyahora.

—Custodia de protección, mi sargento —dijo Zanahoria.

—¿Otra vez? —Colon descolgó las llaves de las celdas de su clavo encima del escritorio y se las arrojó al ladrón—. Está bien. Celda Tres. Llévate las llaves, y ya te echaremos un par de gritos si volvemos a necesitarlas.

—Es usted un encanto, señor Colon —dijo Aquíyahora, bajando por los escalones que llevaban a las celdas.

Colon sacudió la cabeza.

—El peor ladrón del mundo —dijo.

—Pues no parece tan bueno —dijo Angua.

—No, quiero decir que es el peor-murmuró Colon—. Peor en el sentido de cuando algo no sirve para nada, ya sabes.

—¿Se acuerda de aquella vez en que iba a irse hasta la cima de Dunmanifestin para robarles el Secreto del Fuego a los dioses? —dijo Nobby.

—Y entonces yo le dije: «Pero si ya lo tenemos, Aquíyahora, si hace miles de años que lo hemos tenido» —dijo Zanahoria—. Y entonces él dijo: «Vale, así que tiene un valor de antigüedad».[4]

—Pobre viejo —dijo el sargento Colon—. De acuerdo. A ver qué más tenemos por aquí… ¿Sí, Zanahoria?

—Ahora tienen que recibir el Chelín del Rey —dijo Zanahoria.

—Claro. Sí. De acuerdo.

Colon rebuscó dentro de su bolsillo y sacó de él tres dólares de Ankh-Morpork, del tamaño de lentejuelas y con aproximadamente tanto contenido en oro como el agua de mar. Luego se los fue lanzando uno por uno a los reclutas.

—Esto se llama el Chelín del Rey —dijo, mirando a Zanahoria—. No sé por qué lo llaman así. Cuando ingresas en el cuerpo tienes que recibirlo. Las normas, ¿comprendéis? Muestra que te has unido al cuerpo. —Por un momento puso cara de no saber qué decir, y luego tosió—. Bien. Oh, sí. Un montón de roc… unos cuantos trolls —se corrigió— han organizado alguna clase de marcha en la que bajarán por la calle Corta. Guardia interino Detritus… ¡no dejéis que salude! Bien. Bueno, ¿se puede saber a qué viene todo eso de la marcha?

—Eso Año Nuevo Troll —dijo Detritus.

—¿Ah, sí? Supongo que ahora tendremos que ir aprendiendo acerca de esa clase de cosas. Y aquí pone que esa concentración o lo que sea de chupapiedr… de enanos, es para…

—Para conmemorar la Batalla del Valle de Koom —dijo el guardia interino Cuddy—. Una famosa victoria sobre los trolls —añadió, muy satisfecho de sí mismo, al menos en la medida en que se podía llegar a ver algo detrás de la barba.

—¿Sí? Por emboscada —gruñó Detritus, mirando fijamente al enano.

—¿Cómo? Fueron los trolls los que… —empezó a decir Cuddy.

—Callaos los dos —dijo Colon—. Mirad, aquí pone que… aquí pone que van a hacer una marcha… subiendo por la calle Corta. —Dio la vuelta al papel—. ¿Es correcto eso?

—¿Trolls yendo en una dirección y enanos yendo en la otra? —dijo Zanahoria.

—Ese sí que es un desfile que no te quieres perder —dijo Nobby.

—¿Qué problema hay? —preguntó Angua.

Zanahoria agitó vagamente las manos en el aire.

—Oh, cielos. Va a ser horrible. Tenemos que hacer algo.

—Los enanos y los trolls se llevan tan bien como las llamas con una casa ardiendo —dijo Nobby—. ¿Ha estado alguna vez dentro de una casa en llamas, señorita?

El rostro normalmente enrojecido del sargento Colon se había vuelto de un rosa pálido. Se ciñó el cinturón de la espada y cogió su porra.

—Recordad —dijo—. Tened mucho cuidado ahí fuera.

—Sí —dijo Nobby—. Tengamos mucho cuidado en no salir de aquí.

Para entender por qué los enanos y los trolls no se gustan nada los unos a los otros, hay que remontarse hasta muy atrás.

Los enanos y los trolls se llevan como la tiza y el queso. Muy como la tiza y el queso, en realidad. Uno es orgánico y la otra no lo es, y además huele un poquito a queso. Los enanos se ganan la vida triturando rocas con minerales valiosos dentro de ellas y la forma de vida basada en el silicio conocida como troll es, básicamente, roca con minerales valiosos dentro. En estado salvaje pasan la mayor parte de horas de luz durmiendo, y esa no es una situación en la que una roca que contiene minerales valiosos quiera encontrarse cuando hay enanos por los alrededores. Y los enanos odian a los trolls porque, cuando acabas de encontrar una veta interesante de minerales valiosos, no te hace ninguna gracia que las rocas se incorporen súbitamente y te arranquen el brazo porque acabas de clavarles la punta de un zapapico en la oreja.

Eso creó un estado de venganza permanente entre las dos especies y, como ocurre con todas las buenas venganzas, realmente ya no necesitaba de una razón. Bastaba con que siempre hubiera existido.[5] Los enanos odiaban a los trolls porque los trolls odiaban a los enanos, y viceversa.

La Guardia acechaba en el callejón de las Tres Lámparas, el cual quedaba hacia la mitad de la calle Corta. Se oía un lejano estrépito de fuegos artificiales. Los enanos los prendían para ahuyentar a los espíritus malvados de las minas. Los trolls los prendían porque tenían muy buen sabor.

—No veo por qué no podemos dejar que lo aclaren entre ellos peleándose y luego arrestar a los perdedores —dijo el cabo Nobbs—. Eso es lo que solíamos hacer siempre.

—El patricio se toma muy en serio los problemas étnicos —dijo el sargento Colon con expresión lúgubre—. Siempre se pone muy sarcástico al respecto.

Entonces le vino un pensamiento a la cabeza. Eso pareció animarle un poco.

—¿Tienes alguna idea, Zanahoria? —preguntó.

Un segundo pensamiento le vino a la cabeza. Zanahoria era un muchacho muy simple.

—¿Cabo Zanahoria?

—¿Sí, mi sargento?

—Saque a toda esa gente de ahí.

Zanahoria asomó la cabeza por la esquina para contemplar los muros de trolls y enanos que iban avanzando por la calle. Ya se habían visto los unos a los otros.

—Enseguida, sargento —dijo—. Guardias interinos Cuddy y Detritus, ¡y no saludes!, vengan conmigo.

—¡No puede dejarlo salir ahí! —dijo Angua—. ¡Es una muerte segura!

—Ese muchacho tiene un auténtico sentido del deber —dijo el cabo Nobbs. Luego se sacó de detrás de la oreja un diminuto trocito de cigarro y encendió una cerilla raspándola en la suela de su bota.

—No se preocupe, señorita —dijo Colon—. Él…

—Guardia —dijo Angua.

—¿Cómo?

—Guardia —repitió ella—. No señorita. Zanahoria siempre me dice que no tenga sexo cuando esté de servicio.

Con las frenéticas toses de Nobby como fondo sonoro, Colon dijo, hablando muy deprisa:

—Lo que quiero decir, guardia, es que el joven Zanahoria tiene krisma. Montones de krisma.

—¿Krisma?

—Sacos enteros de él.

Las sacudidas y los bamboleos habían cesado. Para aquel entonces, Regordete ya estaba muy enfadado. En realidad, estaba realmente muy, pero que muy enfadado.

Hubo un tenue crujido. Un trozo de tela de saco se hizo a un lado y allí, mirando fijamente a Regordete, había otro dragón macho.

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