Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

—Pero no hemos…

—Edward de M’uerthe es un asesino.

—No hemos…

—Sí, capitán. No me gusta decir mentiras. Pero podría valer la pena. Y en cualquier caso ya no es problema suyo, señor.

—¿No lo es? ¿Por qué no?

—Usted se retira en menos de una hora.

—Pero en este momento todavía soy capitán, cabo. Eso significa que tiene que contarme lo que está ocurriendo. Así es como funcionan las cosas.

—No tenemos tiempo, señor. Hágalo, sargento Colon.

—¡Zanahoria, el oficial al mando todavía soy yo! Se supone que yo soy quien da las órdenes.

Zanahoria bajó la cabeza.

—Lo siento, capitán.

—Está bien. Con tal de que eso haya quedado entendido ¿Sargento Colon?

—¿Señor?

—Haga correr la voz de que hemos arrestado a Edward de M’uerthe. Quienquiera que sea.

—Siseñor.

—¿Y cuál va a ser su próxima jugada, señor Zanahoria? —preguntó Vimes.

Zanahoria miró a los magos allí reunidos.

—¿Disculpe, señor?

—¿Oook?

—En primer lugar, tenemos que entrar en la biblioteca y…

En primer lugar, alguien puede prestarme un casco —dijo Vimes—. Si no llevo un casco, nunca tengo la sensación de que estoy trabajando. Gracias, Fred. Bien… casco… espada… placa. Y ahora…

Debajo de la ciudad había sonidos. Iban filtrándose hacia las profundidades a lo largo de toda clase de rutas, pero sonaban confusos, un vago ruido de colmena.

Y también había el más tenue de los resplandores. Las aguas del Ankh, empleando el nombre del elemento en su sentido más amplio, llevaban siglos lavando, forzando la definición hasta su límite, aquellos túneles.

Ahora había otro sonido. Era un tenue ruido de pasos sobre el sedimento, apenas perceptible a menos que los oídos ya hubieran llegado a acostumbrarse a los sonidos de fondo. Y una forma borrosa se movía entre la penumbra, para terminar deteniéndose delante de un círculo de oscuridad que llevaba a un túnel más pequeño…

—¿Cómo se siente, su señoría? —preguntó el cabo Nobbs.

—¿Quién es usted?

—¡Cabo Nobbs, señor! —dijo Nobby, saludando.

—¿Lo tenemos en nómina?

—¡Siseñor!

—Ah. Usted es el enano, ¿verdad?

—Noseñor. ¡Ese era el difunto Cuddy, señor! ¡Yo soy uno de los seres humanos, señor!

—¿No fue incluido en nómina como resultado de ningún… procedimiento especial de contratación?

—Noseñor —dijo Nobby, con orgullo.

—Increíble —dijo el patricio.

Se sentía un poco mareado a causa de la pérdida de sangre. El archicanciller también le había dado a beber un buen trago de algo que dijo era un remedio maravilloso, aunque no había especificado qué era lo que curaba exactamente. La verticalidad, al parecer. Pero aun así resultaba más sensato permanecer erguido. Era una buena idea que se le viera con vida. Un montón de curiosos estaban asomando la cabeza por el hueco de la puerta para echar un vistazo. Era importante asegurar que los rumores de su muerte estuvieran considerablemente exagerados.

Nobbs, el cabo que se autoproclamaba humano, y otros guardias habían formado un círculo alrededor del patricio, siguiendo las órdenes del capitán Vimes. Algunos de ellos eran mucho más enormes de lo que el patricio recordaba.

—Tú, hombre. ¿Tienes el Chelín del Rey? —inquirió a uno de ellos.

—Yo nunca cogido nada.

—Espléndido, bien hecho.

Y entonces las multitudes se dispersaron. Una forma dorada y con un aspecto vagamente perruno se abrió paso a través de ellas como una exhalación, gruñendo y con la nariz pegada al suelo. Y luego volvió a desaparecer, cubriendo la distancia que la separaba de la biblioteca en largas y ágiles zancadas. El patricio fue consciente de una conversación que estaba teniendo lugar junto a él.

—¿Fred?

—¿Sí, Nobby?

—¿Eso no te ha parecido un poco familiar?

—Sí, ya sé a qué te refieres.

Nobby se removió nerviosamente.

—Tendrías que haberle dado una buena bronca por no llevar el uniforme —dijo.

—Eso habría sido un poquito complicado.

—Si yo hubiera pasado corriendo por aquí sin ropa, seguro que me habrías multado con medio dólar por ir vestido inadecuadamente…

—Aquí tienes medio dólar, Nobby. Y ahora cállate.

Lord Vetinari les sonrió alegremente. Luego estaba el guardia del rincón, otro de aquellos que eran tan enormes…

—¿Todavía se encuentra bien, su señoría? —preguntó Nobby

—¿Quién es ese caballero?

Nobby siguió la dirección de la mirada del patricio.

—Ese es Detritus el troll, señor.

—¿Por qué está sentado así?

—Está pensando, señor.

—Lleva un buen rato sin moverse.

—Piensa despacio, señor.

Detritus se levantó. Había algo en la manera en que lo hizo, alguna traza de un enorme continente iniciando un movimiento tectónico que terminaría en la temible creación de alguna cordillera inescalable, que hizo que la gente se detuviera a mirarlo. Ni uno solo de quienes lo hicieron estaba familiarizado con la experiencia de ver la creación de cordilleras, pero ahora tuvieron una vaga idea de cómo era aquello: era como Detritus poniéndose en pie, con el hacha retorcida de Cuddy en la mano.

—Pero profundamente, a veces —dijo Nobby, examinando varias posibles rutas de huida con la mirada.

El troll contempló a la multitud como si se preguntara qué estaban haciendo allí. Luego, con los brazos balanceándose a sus costados, echó a andar hacia delante.

—Agente Detritus… ejem… descanse… —probó Colon.

Detritus le ignoró. Ahora estaba moviéndose bastante deprisa, de esa manera engañosa en que lo hace la lava.

Llegó a la pared, y la apartó de su camino de un puñetazo.

—¿Alguien ha estado dándole azufre? —preguntó Nobby.

Colon se volvió hacia los guardias.

—¡Guardia interino Bauxita! ¡Guardia interino Caradecarbón! ¡Detengan al agente Detritus!

Los dos trolls miraron primero la silueta cada vez más lejana de Detritus, luego se miraron el uno al otro, y finalmente miraron al sargento Colon.

Bauxita se las arregló para saludar.

—¿Permiso para asistir al funeral de la abuela, señor?

—¿Por qué?

—Es ella o yo, mi sargento.

—Nos dará de patadas en nuestras goohulaags cabezas —dijo Caradecarbón, que era el que tenía la mente menos tortuosa de los dos.

Una cerilla se inflamó. En las alcantarillas, su luz fue como la de una nova.

Vimes encendió primero su puro, y luego una lámpara.

—¿Doctor Cruces? —dijo.

El jefe de los asesinos se quedó inmóvil como una estatua.

—El cabo Zanahoria también tiene una ballesta —dijo Vimes—. No estoy muy seguro de si la utilizaría. El cabo Zanahoria es un buen hombre. Piensa que todos los demás son buenos. Yo no lo soy. Tengo muy mal genio, soy desagradable y estoy cansado. Y ahora, doctor, usted ha tenido tiempo de pensar, es un hombre inteligente… ¿Me haría el favor de decirme qué era lo que estaba haciendo aquí abajo, si es tan amable? No puede ser buscar los restos mortales del joven Edward, porque esta mañana nuestro cabo Nobbs se los ha llevado al depósito de cadáveres de la Guardia, probablemente apropiándose de cualquier pequeña alhaja personal que Edward pudiera llevar encima, pero Nobby es así. Tiene una mente criminal, nuestro Nobby. Pero una cosa sí que diré en su favor: no tiene un alma criminal.

»Espero que le haya quitado el maquillaje de payaso al pobre chico. Cielos, cielos. Usted utilizó a Edward, ¿verdad? Él mató al pobre Beano y luego se hizo con el debólver, y estaba allí cuando el debólver mató a Martillogrande, porque incluso se dejó un poquitín de su peluca de Beano en las vigas, y justo cuando hubiese podido sacar provecho de un buen consejo, como por ejemplo el de que se entregara, entonces usted fue y lo mató. Lo interesante, lo interesante de verdad, es que el joven Edward no pudo haber sido el hombre que estaba en la Torre del Arte hace un rato. No con esa puñalada en el corazón y todo lo demás. Ya sé que estar muerto no siempre supone una barrera infranqueable que te impida disfrutar de la diversión en esta ciudad, pero no creo que el joven Edward se haya mostrado demasiado activo últimamente. El trocito de tela fue un toque excelente. Pero, sabe, yo nunca he creído en esas cosas: huellas de pisadas en el parterre de las flores, botones delatores, ese tipo de cosas. La gente piensa que el trabajo policial consiste precisamente en esas cosas. Pues no. La mayor parte del tiempo, el trabajo policial consiste en tener suerte y gastar muchas suelas. Pero montones de personas lo creen. Lo que quiero decir es que, bueno, Edward lleva muerto… veamos… todavía no hace dos días, y aquí abajo se está muy fresquito y… Bien, luego usted podría haberlo subido allá arriba, y me atrevería a decir que hubiese podido engañar a quienes no miraran muy de cerca una vez que Edward estuviese encima de una losa, y de esa manera habría tenido al hombre que disparó al patricio. Ojo, también me atrevo a decir que para entonces media ciudad estaría luchando con la otra media. Hubiese habido unas cuantas muertes más. Me pregunto si eso le habría importado a usted. —Hizo una pausa—. Todavía no ha dicho nada.

—Usted es incapaz de entenderlo —dijo Cruces.

—¿Sí?

—De M’uerthe estaba en lo cierto. Había perdido el juicio, pero estaba en lo cierto.

—¿Acerca de qué, doctor Cruces? —preguntó Vimes.

Y un instante después el asesino había desaparecido en una sombra.

—Oh, no —dijo Vimes.

Un murmullo creó ecos que resonaron dentro de la caverna.

—¿Capitán Vimes? Una cosa que todo buen Asesino aprende es…

Hubo una explosión atronadora, y la lámpara se desintegró.

—… a no estar nunca cerca de la luz.

Vimes chocó con el suelo y rodó sobre sí mismo. Otro disparo surcó el aire a un par de palmos de él, y Vimes sintió la fría salpicadura del agua.

Debajo de él también había agua.

El Ankh estaba subiendo y, siguiendo leyes más viejas que las de la ciudad, el agua volvía a subir por los túneles.

—Zanahoria -murmuró Vimes.

—¿Sí?

La voz provenía de algún lugar perdido en la negrura hacia su derecha.

—No veo nada. Perdí mi visión nocturna al encender esa maldita lámpara.

—Puedo sentir llegar el agua.

—Lo que debemos… —empezó a decir Vimes, y se calló mientras se formaba una imagen mental de Cruces escondido y apuntando el arma hacia un retazo de sonido.

Hubiese tenido que disparar yo primero, pensó. ¡Cruces es un Asesino!

Vimes tuvo que incorporarse un poco para mantener la cara fuera del agua, que iba subiendo.

Entonces oyó un suave chapoteo. Cruces estaba viniendo hacia ellos.

Hubo un tenue chasquido, y luego luz. Cruces había encendido una antorcha, y Vimes alzó la mirada para ver la flaca silueta recortándose entre la penumbra. Su otra mano estaba apuntando el debólver.

Algo que Vimes había aprendido cuando era joven guardia surgió de las profundidades de su memoria. Si realmente no te queda más remedio que mirar a lo largo del astil de una flecha desde el extremo equivocado, si un hombre te tiene totalmente a su merced, entonces aférrate a la esperanza de que ese hombre sea malvado. Porque a los malvados les encanta el poder, el poder sobre las personas, y quieren verte pasar miedo. Quieren que sepas que vas a morir. Así que hablarán. Se regodearán.

Verán cómo te retuerces. Irán posponiendo el momento del asesinato de la misma manera en que otro hombre irá posponiendo el momento de encender un buen puro.

Por eso debes aferrarte a la esperanza de que tu captor sea un hombre malvado. Porque un hombre bueno te matará sin llegar a abrir la boca.

Entonces, para su eterno horror, Vimes oyó cómo Zanahoria se ponía en pie.

—Doctor Cruces, le arresto por los asesinatos de Bjorn Martillogrande, Edward de M’uerthe, Beano el payaso, Lettice Knibbs y el agente Cuddy de la Guardia de la Ciudad.

—¡Oh, dioses! ¿Todos esos? Me temo que fue Edward el que mató al hermano Beano. Eso fue idea suya, pobrecito. Dijo que no había tenido intención de hacerlo. Y tengo entendido que la muerte de Martillogrande fue accidental. Se trató de uno de esos accidentes que ocurren muy de cuando en cuando, ya sabe. Martillogrande estaba hurgando en el mecanismo, y entonces la carga se disparó y el proyectil rebotó en su yunque y lo mató. Eso fue lo que dijo Edward. Vino a verme después. Estaba muy afectado. Me lo contó absolutamente todo. Así que le maté, claro. Bueno ¿qué otra cosa podía hacer yo? Edward estaba bastante loco. No se puede tratar con esa clase de personas. ¿Me permitís sugeriros que deis un paso atrás, alteza? Preferiría no tener que disparar contra vos. ¡No! ¡No a menos que tenga que hacerlo!

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