—Puedes bajarme ahora mismo —dijo Gaspode—. ¡En este mismo instante! ¡Ya vienen!
Los perros que encabezaban la persecución llegaron al tejado de enfrente, vieron la brecha, e intentaron dar media vuelta. Las garras se deslizaron sobre las tejas.
Angua se volvió, jadeando y sin aliento. Había tratado de evitar respirar durante esa primera y frenética carrera. Si lo hubiese hecho, habría respirado a Gaspode.
Oyeron los ladridos airados de Gran Fido.
—¡Cobardes! ¡Eso no tiene ni seis metros! ¡Para un lobo eso no es nada!
Los perros midieron la distancia dubitativamente. A veces un perro tiene que aclarar un poco las cosas y preguntarse a sí mismo: ¿de qué especie soy?
—¡Es fácil! ¡Os lo demostraré! ¡Mirad!
Gran Fido corrió un par de metros hacia atrás, se detuvo, dio media vuelta, corrió… y saltó.
La trayectoria apenas si tuvo una curva. El pequeño perro de lanas aceleró en el espacio, impulsado no tanto por los músculos como por lo que fuera que estaba ardiendo en su alma.
Sus patas delanteras tocaron las tejas, arañaron por un momento la resbaladiza superficie, y no encontraron ningún asidero. Gran Fido fue resbalando en silencio hacia atrás a lo largo del tejado, pasó por encima del borde… Y quedó suspendido en el vacío.
Alzó los ojos hacia arriba, hacia el perro que lo estaba sujetando.
—¿Gaspode? ¿Eres tú?
—Ziií-dijo Gaspode con la boca llena.
El perro de lanas apenas pesaba nada, pero Gaspode apenas si tenía peso tampoco. Había saltado hacia delante y abierto las patas para soportar la tensión, pero no había gran cosa en la que apoyarse. Gaspode fue resbalando inexorablemente hacia abajo hasta que sus patas delanteras quedaron dentro del canalón, el cual empezó a crujir.
Ahora Gaspode tenía una vista asombrosamente clara de la calle, tres pisos más abajo.
—¡Oh, demonios! —dijo Gaspode.
Entonces unas fauces se cerraron sobre su cola.
—Suéltale —dijo Angua, hablando con voz neutra.
Gaspode trató de sacudir la cabeza.
—¡Deja de reziztirte! —dijo, hablando por un lado de la boca—. ¡Perro Valiente Zalva el Día! ¡Rezcatado en el Tejado por un Valerozo Zabuezo! ¡No!
El canalón volvió a crujir.
Va a ceder, pensó Gaspode. La historia de mi vida…
Gran Fido se volvió hacia él.
—¿Por dónde me tienes cogido?
—Poz el collaz —dijo Gaspode entre dientes.
—¿Qué? ¡Al infierno con eso!
El perro de lanas trató de soltarse, lanzando feroces zarpazos al aire.
—¡Para, gilipollaz! ¡Noz haráz caer a loz doz! —gruñó Gaspode.
En el tejado de enfrente, la jauría de perros miraba con horror. El canalón volvió a crujir.
Las garras de Angua dejaron líneas blancas en las tejas.
Gran Fido se debatió y giró, luchando contra la presa del collar.
Que, finalmente, se partió.
El perro se volvió en el aire, suspendido por un instante en el vacío antes de que la gravedad se hiciera con el control de la situación.
—¡Libre!
Y luego cayó.
Gaspode salió disparado hacia atrás cuando las patas de Angua resbalaron debajo de ella, y aterrizó tejado arriba con sus patas girando. Los dos consiguieron llegar a la cresta del tejado y se agarraron a ella, jadeando.
Entonces Angua volvió a saltar, tomando tierra en el callejón siguiente y desapareciendo en la lejanía antes de que Gaspode hubiera dejado de ver una neblina roja ante sus ojos.
Gaspode escupió el collar de Gran Fido, el cual resbaló tejado abajo y terminó desapareciendo por encima del borde.
—¡Oh, gracias! —gritó—. ¡Muchísimas gracias! ¡Sí! ¡Déjame aquí, eso es! ¡Y yo con solo tres patas buenas! ¡No te preocupes por mí! ¡Con un poco de suerte, me caeré del tejado antes de morirme de hambre! ¡Oh, sí! ¡La historia de mi vida, desde luego! ¡Tú y yo, chica! ¡Juntos! ¡Habríamos podido conseguirlo!
Se volvió y miró a los perros inmóviles encima de los tejados al otro lado de la calle.
—¡Eh, vosotros! ¡Idos a casa! ¡PERRO MALO! —ladró.
Se dejó resbalar por el otro lado del tejado. Allí había un callejón, pero el suelo quedaba demasiado lejos. Gaspode fue arrastrándose por el tejado hasta llegar al edificio contiguo, pero no había ningún sitio por donde se pudiera bajar. Con todo, un piso más abajo había un balcón.
—Pensamiento lateral —musitó Gaspode—. Veamos, un lobo, el lobo típico, saltaría, y si no pudiera saltar, entonces se quedaría atrapado aquí. Mientras que yo, debido a que poseo una inteligencia superior, puedo evaluar la totalidad de la comosellame y llegar a una solución a través de la aplicación de los procesos mentales.
Se apoyó en la gárgola agazapada sobre el ángulo del canalón.
—¿’E’,ierez?
—Si no me ayudas a bajar hasta ese balcón, me haré pis dentro de tu oreja.
¿GRAN FIDO?
—¿Sí?
TÚMBATE.
Con el paso del tiempo, llegó a haber dos teorías acerca del fin de Gran Fido.
La defendida por el perro Gaspode, basada en datos obtenidos a través de la observación, decía que sus restos fueron recogidos por Viejo Apestoso Ron y vendidos cinco minutos después a un peletero, y que Gran Fido terminó volviendo a ver la luz del día convertido en unas orejeras y un par de guantes lanudos.
La que creían todos los demás perros, basada en lo que a falta de un nombre mejor podríamos llamar la verdad del corazón, decía que Gran Fido sobrevivió a la caída, huyó de la ciudad, y terminó mandando una manada enorme de lobos de las montañas que por las noches llevaba el terror a las granjas aisladas. Esa teoría hacía que buscar en los vertederos y visitar las puertas traseras en busca de restos pareciese… bueno, más soportable. Después de todo, solo lo hacían hasta que regresara Gran Fido.
Su collar se guardó en un lugar secreto, y los perros lo visitaron con asiduidad hasta que terminaron olvidándose de él.
El sargento Colon abrió la puerta empujándola con la punta de su pica.
La Torre había tenido suelos, pero de eso ya hacía mucho tiempo. Ahora estaba totalmente hueca hasta arriba de todo, entrecruzada por los haces de luz dorada que surgían de antiguos huecos de ventanas.
Uno de ellos, lleno de relucientes motas de polvo, caía sobre lo que, no mucho antes, había sido el guardia titular Cuddy.
Colon empujó cautelosamente el cuerpo con la punta del pie. El cuerpo no se movió. Nada parecía indicar que debiera moverse. Un hacha retorcida yacía junto a él.
—Oh, no —jadeó.
Había una cuerda delgada, de las que utilizaban los Asesinos, colgando de las alturas. La cuerda estaba temblando. Colon alzó la mirada hacia la calima, y desenvainó su espada.
Podía ver toda la distancia hasta lo alto de la torre, y no había nadie en la cuerda. Lo cual significaba…
Ni siquiera miró alrededor, lo cual le salvó la vida.
Su lanzamiento al suelo y la explosión del debólver detrás de él ocurrieron exactamente en el mismo momento. Luego Colon juraría que había sentido el viento del proyectil cuando pasaba por encima de su cabeza.
Entonces una figura atravesó el humo y le golpeó muy fuerte a Colon antes de huir por la puerta abierta, para desaparecer bajo la lluvia.
¿AGENTE TITULAR Cuddy?
Cuddy se sacudió de encima a sí mismo.
—Oh —dijo—. Ya veo. No creí que fuera a sobrevivir a eso. No después de los primeros treinta metros.
ESTABA EN LO CIERTO.
El mundo irreal de los vivos ya se estaba desvaneciendo, pero Cuddy contempló los restos retorcidos de su hacha. Parecían preocuparle mucho más que los restos retorcidos de Cuddy.
—¿Y quiere echarle una mirada a eso? —dijo—. ¡Mi papá hizo esa hacha para mí! ¡Pues ahora no creo que sea un arma digna de que te la lleves contigo a la otra vida!
¿ESO ES ALGÚN TIPO DE COSTUMBRE FUNERARIA?
—¿No lo sabe? Usted es la Muerte, ¿no?
ESO NO SIGNIFICA QUE TENGA QUE SABERLO TODO ACERCA DE LAS COSTUMBRES FUNERARIAS. GENERALMENTE, ME ENCUENTRO CON LA GENTE ANTES DE QUE LA ENTIERREN. AQUELLOS A LOS QUE CONOZCO DESPUÉS DEL ENTIERRO TIENDEN A ESTAR UN POCO NERVIOSOS, Y NO LES APETECE DEMASIADO HABLAR DE LAS COSAS.
Cuddy se cruzó de brazos.
—Si no voy a ser enterrado como es debido —dijo—, pues entonces no voy. Mi alma torturada andará por el mundo siendo presa del tormento.
NO TIENE POR QUÉ SERLO.
—Pero si quiere puede hacerlo —dijo secamente el fantasma de Cuddy.
—¡Detritus! ¡No tienes tiempo de rezumar! ¡Ve a la Torre del Arte y llévate a unos cuantos hombres contigo!
Vimes llegó a la entrada de la Gran Sala con el patricio encima del hombro y Zanahoria tambaleándose detrás de él. Los magos estaban haciendo corro alrededor de la puerta. Empezaban a caer pesados goterones de lluvia, siseando sobre las piedras recalentadas por el sol.
Ridcully se subió las mangas.
—¡Por todas las campanas del infierno! ¿Qué le ha hecho eso a la pierna del patricio?
—¡Ahora ya saben de lo que es capaz el debólver! ¡Encárguese de él! ¡Y del cabo Zanahoria también!
—No hay ninguna necesidad —dijo Vetinari, tratando de sonreír y ponerse en pie—. La herida no ha afectado al hue…
La pierna se dobló debajo de él.
Vimes parpadeó. Nunca hubiese esperado ver aquello. El patricio era el hombre que siempre tenía las respuestas, que nunca se dejaba sorprender por nada. Vimes tuvo la sensación de que la historia se había soltado y estaba empezando a ondular en el viento.
—Podemos ocuparnos de esto, señor —dijo Zanahoria—. Tengo hombres en los tejados, y…
—¡Cállese! ¡No se mueva de aquí! ¡Es una orden! —Vimes hurgó dentro de su bolsa y se colgó la placa de su chaqueta rasgada—. Eh, tú… ¡Pijama! ¡Necesito una espada!
Pijama estaba poniendo bastante mala cara.
—Solo recibo órdenes del cabo Zanahoria…
—¡Dame una espada ahora mismo, horrible hombrecillo! ¡Bien! ¡Gracias! Ahora vayamos a la Torr…
Una sombra apareció en el hueco de la puerta.
Detritus entró.
Todos contemplaron la fláccida forma que llevaba en los brazos.
Detritus la puso con mucho cuidado encima de un banco, sin decir una sola palabra, y luego fue a sentarse en un rincón. Mientras los demás se reunían alrededor de los restos mortales del guardia titular Cuddy, el troll se quitó el casco refrigerante de fabricación casera y se quedó inmóvil mirándolo, sin dejar de darle vueltas entre los dedos.
—Estaba en el suelo —dijo el sargento Colon, apoyándose en el marco de la puerta—. Tuvieron que empujarlo haciéndolo caer de la escalera arriba de todo. También había alguien más ahí dentro. Tuvo que bajar por una cuerda y me dio un buen golpe en el lado de la cabeza.
—Un chelín no vale que te hagan caer desde lo alto de la Torre del Arte de un empujón —dijo Zanahoria, vagamente.
Fue mejor cuando vino el dragón, pensó Vimes. Después de que hubiera matado a alguien, al menos seguía siendo un dragón. Luego se iba a algún otro sitio, pero siempre podías decir: es un dragón, eso es lo que es. No podía pasar por encima de una pared y convertirse en cualquier otra persona. Siempre sabías a qué estabas combatiendo. No tenías que…
—¿Qué es eso que hay en la mano de Cuddy? —dijo, dándose cuenta de que llevaba algún tiempo mirándolo sin verlo.
Tiró de ello. Era una tira de tela negra.
—Los Asesinos visten así-dijo Colon con voz átona.
—Igual que montones de personas más —dijo Ridcully—. El negro es negro,
—Tiene razón —dijo Vimes—. Emprender cualquier clase de acción basándose en eso sería prematuro. Y probablemente significaría mi despido, ya sabe, sería como pegarme un tiro.
Agitó la tira de tela delante de lord Vetinari.
—Hay Asesinos por todas partes montando guardia —dijo—. Pues parece ser que no se dieron cuenta de que pasara nada raro, ¿verdad? ¡Usted les dio el jodido debólver porque pensó que los asesinos eran los que mejor lo guardarían! ¡Nunca se le pasó por la cabeza dárselo a los guardias!
—¿No vamos a iniciar la persecución, cabo Zanahoria? —preguntó Pijama.
—¿Perseguir a quién? ¿Perseguirlo adónde? —dijo Vimes—. Le atizó en la cabeza al viejo Fred y luego salió corriendo. Pudo doblar una esquina trotando y tirar el debólver por encima de un muro, ¿y quién lo sabría? ¡No sabemos a quién estamos buscando!
—Yo sí que lo sé —dijo Zanahoria.
Se levantó, apretándose el hombro con la mano.
—Correr es fácil —dijo—. Hemos corrido mucho. Pero no es así como se caza. Se caza quedándose quieto en el lugar apropiado. Capitán, quiero que el sargento salga ahí fuera y le diga a la gente que tenemos al asesino.
—¿Qué?
—Su nombre es Edward de M’uerthe. Diga que lo tenemos bajo custodia. Diga que fue capturado y que está gravemente herido, pero que aún vive.