Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

—Bien.

—Detritus los está sometiendo a un adiestramiento muy básico —dijo Colon —. Y funciona, además. Después de una hora de gritos en la oreja, hacen cualquier cosa que yo les diga.

—Quiero que todos los hombres de los que podamos prescindir estén en los tejados entre el Palacio y la Universidad —dijo Zanahoria.

—Ya hay Asesinos allí arriba —dijo Colon —. Y el Gremio de Ladrones también tiene hombres encima de esos tejados.

—Son Ladrones y Asesinos. Nosotros no lo somos. Asegúrese de que también haya alguien en la Torre del Arte…

—¿Señor?

—¿Sí, sargento?

—Hemos estado hablando… yo y los muchachos… y, bueno…

—¿Sí?

—Nos ahorraríamos un montón de problemas si fuéramos a ver a los magos y les pidiéramos que…

—El capitán Vimes nunca tuvo ninguna clase de tratos con la magia.

—No, pero…

—Nada de magia, sargento.

—Sí, señor.

—¿La guardia de honor está preparada?

—Sí, señor. Sus cohortes relucen en tonos púrpura y oro, señor.

—¿De veras?

—Unas cohortes bien limpias son muy importantes, señor. Le dan un susto de muerte al enemigo.

—Estupendo.

—Pero no encuentro al cabo Nobbs, señor.

—¿Eso es un problema?

—Bueno, significa que la guardia de honor será un poquito más presentable, señor.

—Lo he enviado a hacer un encargo especial.

—Ejem… Tampoco consigo encontrar a la guardia interina Angua.

—¿Sargento?

Colon se preparó para hacer frente a lo que se le venía encima. Fuera, las campanas estaban dejando de sonar.

—¿Sabía usted que Angua era una mujer-loba?

—Mmm… Digamos que el capitán Vimes lo dio a entender señor…

—¿De qué manera?

Colon dio un paso atrás.

—Bueno, pues el capitán dijo algo así como: «Fred, es una maldita mujer-loba. Esto me gusta tan poco como a ti, pero Vetinari dice que también tenemos que aceptar a uno de ellos, y una licántropa siempre es mejor que un vampiro o un zombi, y eso es todo lo que hay y no se puede hacer nada al respecto». Eso fue lo que me dio a entender.

—Ya veo.

—Ejem… Lo siento, señor.

—Intentemos llegar enteros al final del día, Fred. Eso es todo lo que…

abing, abing, a-bing bong…

—Ni siquiera hemos llegado a darle su reloj al capitán —dijo Zanahoria, sacándolo del bolsillo—. Debe de haberse marchado pensando que nos daba igual que se fuera. Probablemente tenía muchas ganas de recibir un reloj. Sé que solía ser una tradición.

—Hemos tenido unos días muy ajetreados, señor. Y de todas maneras, siempre podemos dárselo después de la boda.

Zanahoria volvió a guardar el reloj dentro de su bolsa.

—Supongo que sí. Bien, sargento, vayamos a organizarnos.

El cabo Nobbs avanzaba entre la oscuridad por debajo de la ciudad. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra. Se moría de ganas de fumar un cigarrillo, pero Zanahoria le había advertido acerca de eso. Coge el saco, sigue las pisadas, trae el cadáver. Y no te quedes con ninguna joya.

La gente ya estaba llenando la Gran Sala de la Universidad Invisible.

Vimes se había mostrado muy firme acerca de aquello. Era lo único en lo que no había dado su brazo a torcer. No es que fuera exactamente un ateo, porque el ateísmo no contribuía en nada a la supervivencia en un mundo con varios millares de dioses. Lo que le ocurría a Vimes era que ninguno de ellos le gustaba demasiado, y no le parecía que fuera de su incumbencia el hecho de que él se casara. Se había negado a contraer matrimonio en ningún templo o iglesia, pero la Gran Sala tenía un aspecto lo suficientemente eclesiástico, que es lo que la gente siempre espera en esas ocasiones. En realidad no era esencial que ningún dios se dejase caer por allí, pero al menos se sentirían como en casa si se les ocurría hacerlo.

Vimes fue allí bastante temprano, porque no hay nada más inútil en el mundo que un novio justo antes de la boda. Las Emmas Intercambiables habían tomado la casa.

Ya había un par de ujieres esperando, listos para preguntar a los invitados de qué parte estaban.

Y también había un gran número de magos veteranos dando vueltas por allí. Los magos eran invitados automáticamente a una boda de sociedad de aquellas características, y ciertamente a la recepción posterior. Probablemente no habría suficiente con un buey asado.

Pese a la profunda desconfianza que le inspiraba la magia, lo cierto era que a Vimes los magos le caían bastante bien. No causaban problemas. Al menos, no causaban su clase de problemas. Cierto, ocasionalmente fracturaban el continuo del espacio-tiempo o hacían que la canoa de la realidad se aproximara demasiado a las blancas aguas del caos, pero nunca llegaban a infringir la ley propiamente dicha.

—Buenos días, archicanciller —dijo.

El archicanciller Mustrum Ridcully, líder supremo de todos los magos que había en Ankh-Morpork siempre que se molestaban en admitirlo, le saludó con una jovial inclinación de cabeza.

—Buenos días, capitán —dijo—. ¡Debo decir que cuenta usted con un día magnífico para esto!

—¡Jajajajá, un día magnífico para esto! —dijo el tesorero con una risotada.

—Oh, cielos —dijo Ridcully—, ya se le han vuelto a aflojar los tornillos. No consigo entender a este hombre. ¿Alguien tiene las píldoras de extracto de rana?

Para Mustrum Ridcully, un hombre diseñado por la Naturaleza para vivir al aire libre y matar alegremente cualquier cosa que tosiera entre los arbustos, la razón por la que el tesorero (un hombre diseñado por la Naturaleza para estar sentado en una pequeña habitación perdida en alguna parte, sumando cantidades) siempre estaba tan nervioso era un auténtico misterio. Ridcully había probado toda clase de cosas para, como decía él, darle un poco de temple. Estas habían incluido bromas pesadas, carreras por sorpresa a primera hora de la mañana, y saltarle encima desde detrás de una puerta llevando máscaras de Willie el Vampiro a fin de, o eso decía él, sacarle de sí mismo.

La ceremonia en sí la iba a oficiar el decano, quien había dedicado muchas horas a inventarse una. En Ankh-Morpork no existía ningún servicio oficial de matrimonios civiles, dejando aparte algo que podía resumirse aproximadamente en: «Oh, de acuerdo, si realmente tenéis que hacerlo, pues entonces adelante». Saludó a Vimes con una entusiástica inclinación de cabeza.

—Hemos limpiado nuestro órgano especialmente para la ocasión —dijo.

—¡Jajajajá, órgano! —dijo el tesorero.

—Y bien poderoso que es, para lo que suele estilarse entre los órganos de… —Ridcully se calló e hizo una seña a un par de estudiantes de magia—. Llévense al tesorero y hagan que se acueste durante un rato, ¿quieren? —les dijo—. Me parece que alguien ha vuelto a darle carne.

Hubo un siseo procedente del fondo de la Gran Sala, y luego se oyó una especie de graznido ahogado. Vimes contempló el monstruoso conjunto de tubos.

—Tenemos a ocho estudiantes accionando los fuelles —dijo Ridcully, con un fondo de ruidosos jadeos y estertores—. El órgano tiene tres teclados y otras cien llaves, incluidas doce encima de las que pone «¿?».

—No parece que un hombre pueda llegar a tocarlo —dijo Vimes educadamente.

—Ah. En eso hemos tenido un golpe de suerte…

Entonces hubo un momento de sonido tan intenso que los nervios auditivos reaccionaron bloqueándose. Cuando volvieron a abrirse, en algún lugar cercano al umbral del dolor, lograron distinguir la obertura y los compases deformados de la «Marcha nupcial» de Fondel, tocada con mucho brío por alguien que acababa de descubrir que el instrumento no solo disponía de tres teclados sino también de toda una gama de efectos especiales acústicos, desde la Flatulencia hasta el Cacareo Humorístico. Entre la explosión sónica, se oía a veces un «¡oook!» apreciativo.

—¡Asombroso! —le gritó Vimes a Ridcully desde algún lugar debajo de la mesa—. ¿Quién lo construyó?

—¡No lo sé! ¡Pero lleva grabado el nombre J.E. Johnson encima de la cubierta del teclado!

Hubo un gemido descendente, un último Efecto de Organillo Desafinado, y luego silencio.

—Esos muchachos se pasaron veinte minutos bombeando los depósitos para llenarlos —dijo Ridcully, sacudiéndose el polvo mientras se levantaba—. ¡Ahora sea buen chico y no le dé demasiado fuerte a la llave de la Vox Dei!

—¡Oook!

El archicanciller se volvió hacia Vimes, que lucía la habitual mueca cerúlea prenupcial. La sala ya empezaba a llenarse.

—No soy un experto en estas cosas —dijo—, pero tiene el anillo, ¿verdad?

—Sí.

—¿Quién va a entregar a la novia?

—Su tío Altillo. Está un poco gaga, pero ella insistió.

—¿Y el padrino?

—¿El qué?

—El padrino. Ya sabe, ¿ no? El padrino le entrega el anillo y tiene que casarse con la novia si usted sale huyendo y etcétera etcétera. El decano ha estado leyendo sobre el tema, ¿verdad, decano?

—Oh, sí —dijo el decano, quien se había pasado todo el día anterior con El libro de etiqueta de lady Deirdre Carretón—. Una vez que ha hecho acto de presencia, ella tiene que casarse con alguien. No puedes tener a un montón de novias sin casar revoloteando por ahí y representando un peligro para la sociedad.

—¡Me había olvidado por completo de lo del padrino! —dijo Vimes.

El Bibliotecario, que había decidido olvidarse del órgano hasta que tuviera un poco más de fuelle, se puso muy contento.

—¿Oook?

—Bueno, pues vaya y encuentre a uno —dijo Ridcully—. Dispone de casi media hora.

—No creo que vaya a ser tan fácil, ¿verdad? ¡Los padrinos no crecen en los árboles!

—¿Oook?

—¡No se me ocurre a quién preguntárselo!

—¡Oook!

Al Bibliotecario le gustaba muchísimo ser padrino. Se te permitía besar a las novias, y a ellas no se les permitía salir corriendo. Se sintió muy decepcionado cuando Vimes no le hizo ningún caso.

El guardia titular Cuddy subía laboriosamente los escalones dentro de la Torre del Arte, gruñendo para sus adentros. Sabía que no podía quejarse. Lo habían echado a suertes porque, dijo Zanahoria, no podías pedir a los hombres que hicieran algo que tú no estarías dispuesto a hacer. Y Cuddy había sacado la pajita más corta, jajajá, lo cual significaba el edificio más alto. Eso significaba que si había jaleo, entonces Cuddy se lo perdería.

No prestó atención a la delgada cuerda que colgaba de la trampilla muy por encima de él. Y aunque se le hubiera ocurrido pensar en ella… ¿qué más daba? Solo era una cuerda.

Gaspode alzó la mirada hacia las sombras.

Un gruñido llegó hasta él desde algún lugar de la oscuridad. No era un gruñido de perro ordinario. El hombre primitivo había oído sonidos parecidos en profundas cavernas.

Gaspode se sentó. Su cola golpeó el suelo sin mucha convicción.

—Sabía que tarde o temprano terminaría dando contigo —dijo—. La vieja nariz, ¿eh? El mejor instrumento conocido por el perro.

Hubo otro gruñido. Gaspode gimoteó un poco.

—El caso es que —dijo—, el caso es que… El caso es que realmente, verás… lo que me han enviado a hacer…

Los difuntos también habían oído sonidos como aquellos. Justo antes de convertirse en difuntos.

—Ya veo que… en estos momentos no tienes ganas de hablar —dijo Gaspode—. Pero el caso es que… bueno, ya sé lo que estás pensando… Te estás preguntando qué hace Gaspode obedeciendo órdenes de un humano, ¿verdad?

Gaspode lanzó una mirada rápida de conspirador por encima del hombro, como si pudiera existir algo peor que lo que había delante de él.

—Ese es el problema de ser un perro, ¿comprendes? —dijo—. Eso es lo que Gran Fido nunca conseguirá meterse en la cabeza, ¿comprendes? Viste a los perros que había en el Gremio, ¿verdad? Los oíste aullar. Oh, sí, Muerte A Los Humanos, Muy Bien. Pero debajo de todo eso está el miedo. Está la voz que dice: Perro Malo. Y esa voz no viene de ningún sitio más que de dentro, justo del interior de los huesos, porque los humanos hicieron a los perros. Yo sé eso. Preferiría no saberlo, pero está ahí. El Poder consiste en eso, en el hecho de saberlo. He leído libros, yo. Bueno, he masticado libros.

La oscuridad guardó silencio.

—Y tú eres loba y humana al mismo tiempo, ¿no? Muy complicado, eso. Puedo verlo. Un poquito de dicotomía, por así decirlo. Hace que te parezcas bastante a un perro. Porque realmente un perro es eso. Mitad lobo y mitad humano. Sí, en eso tú tenías toda la razón. Incluso tenemos nombres. ¡Ja! Así que nuestros cuerpos nos dicen una cosa, y nuestras cabezas nos dicen otra. Ser un perro es una auténtica vida de perros. Y apuesto a que no puedes huir de él, ¿verdad? No, en realidad no puedes. Porque él es tu amo.

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