—Pero supongamos —dijo— que un payaso, y me estoy refiriendo a un payaso que ya tiene su propia cara… supongamos que ese payaso utilizara la cara de otro payaso. ¿Qué pasaría entonces?
—¿Cómo dices? —preguntó Boffo.
—Supongamos que tú utilizaras el maquillaje de otro payaso, por ejemplo —dijo Angua.
—Oh, eso es algo que ocurre continuamente —dijo Boffo—. La gente siempre se está cogiendo prestada la torta…
—¿La torta? —dijo Angua.
—El maquillaje —tradujo Zanahoria—. No, Boffo, creo que lo que está preguntando la guardia interina es: ¿podría un payaso maquillarse de tal manera que pareciese otro payaso?
La frente de Boffo se llenó de arrugas, como alguien que está haciendo un gran esfuerzo para entender una pregunta imposible.
—¿Disculpa?
—¿Dónde está el huevo de Beano, Boffo?
—Aquí en el escritorio —dijo Boffo—. Si quieres, puedes echarle una mirada.
Le entregó un huevo. Tenía una fláccida nariz roja y una peluca roja. Angua vio cómo Zanahoria lo levantaba hacia la luz y se sacaba un par de hebras rojas del bolsillo.
—Pero —dijo, haciendo un nuevo intento de conseguir que Boffo lo entendiera—, ¿no podrías despertar una mañana y ponerte maquillaje de tal manera que parecieses un payaso distinto?
Boffo la miró. Su expresión resultaba bastante difícil de distinguir bajo aquella boca de comisuras permanentemente inclinabas hacia abajo, pero por lo que Angua pudo ver de ella bien podía haberle sugerido que llevara a cabo cierto acto sexual con una gallinita.
—¿Cómo iba a poder hacer eso? —preguntó—. Entonces no sería yo.
—Pero ¿otra persona podría hacerlo?
El ojal de la solapa de Boffo soltó un chorrito.
—No tengo por qué escuchar esta clase de obscenidades, señorita.
—Lo que estás diciendo, entonces —dijo Zanahoria—, es que ningún payaso se maquillaría nunca la cara con el diseño de otro payaso, ¿verdad?
—¡Ya estamos otra vez!
—Sí, pero quizá, a veces por accidente un payaso muy joven tal vez podría…
—Mira, somos gente decente, ¿de acuerdo?
—Lo siento —dijo Zanahoria—. Me parece que ya lo he entendido. Pero… cuando encontramos al pobre señor Beano, no llevaba puesta su peluca, pero una cosa así podría habérsele desprendido fácilmente de la cabeza en el río. Su nariz, en cambio… Tú le dijiste al sargento Colon que alguien se había llevado su nariz. Su verdadera nariz. ¿Podrías —dijo Zanahoria, empleando el tono lleno de afabilidad de alguien que le está hablando al tonto de un pueblo— señalarnos tu verdadera nariz, Boffo?
Boffo se llevó un dedo a la gran nariz roja que había en su cara.
—Pero esa es… —empezó a decir Angua.
—… tu verdadera nariz —concluyó Zanahoria por ella—. Gracias.
El payaso pareció tranquilizarse un poco.
—Me parece que será mejor que os vayáis —dijo—. Este tipo de cosas no me gustan nada. Me ponen muy nervioso.
—Lo siento —volvió a decir Zanahoria—. Es solo que… me parece que estoy teniendo una idea. Me lo había preguntado antes… y ahora estoy bastante seguro. Creo que sé algo acerca de la persona que lo hizo. Pero tenía que ver los huevos para estar seguro.
—¿Estás diciendo que otro payaso mató a Beano? —preguntó Boffo con súbita beligerancia—. Porque si es eso lo que estás diciendo, ahora mismo iré a ver a…
—No exactamente —dijo Zanahoria—. Pero puedo enseñarte la cara del asesino.
Se inclinó sobre la mesa y cogió algo de entre los restos que había encima de ella. Luego se volvió hacia Boffo y abrió la mano. Le estaba dando la espalda a Angua y ella no podía llegar a ver del todo lo que estaba sosteniendo en la mano. Pero Boffo dejó escapar un grito ahogado y echó a correr por la avenida de caras, con sus zapatones chapaleando estrepitosamente sobre las losas de piedra.
—Gracias —le dijo Zanahoria a su espalda en retirada—. Me has sido de mucha ayuda.
Volvió a cerrar la mano.
—Vamos, Angua —dijo—. Más vale que nos vayamos. Creo que dentro de un par de minutos no seremos muy populares aquí.
—¿Qué fue lo que le enseñaste? —preguntó Angua, mientras procedían hacia la puerta con dignidad pero con rapidez—. Era algo que viniste aquí a encontrar, ¿verdad? Todo eso de que querías ver el museo…
—Y quería verlo. Un buen policía siempre debería estar abierto a nuevas experiencias —dijo Zanahoria.
Llegaron a la puerta. Ningún pastel vengador salió volando de la oscuridad.
Una vez que hubieron salido, Angua se apoyó en la pared. El aire olía mejor allí, lo cual era algo que se decía en muy pocas ocasiones acerca del aire de Ankh-Morpork. Pero allí fuera al menos las personas podían reír sin que se les pagara por ello.
—No me has enseñado lo que lo asustó —le dijo a Zanahoria.
—Le enseñé a un asesino —dijo Zanahoria—. Lo siento. No pensé que fuera a tomárselo así. Supongo que ahora todos están un poco tensos. Y es como lo de los enanos y sus herramientas. Cada uno tiene su propia manera de pensar.
—¿Encontraste la cara del asesino ahí dentro?
—Sí.
Zanahoria abrió la mano.
Su mano contenía un huevo sin pintar.
—Este es su aspecto —dijo.
—¿No tenía cara?
—No, ahora estás pensando como un payaso. Yo soy muy simple —dijo Zanahoria—, pero creo que lo que ocurrió fue lo siguiente. En el Gremio de Asesinos había alguien que quería disponer de una manera de poder entrar y salir sin ser visto. Se dio cuenta de que entre las casas de los dos gremios solo hay una pared delgada. Esa persona tenía una habitación. Ahora lo único que tenía que hacer era averiguar quién vivía al otro lado. Luego mató a Beano, y cogió su peluca y su nariz. Su verdadera nariz, ¿comprendes? Así es como piensan los payasos. El maquillaje no tuvo que resultar muy difícil. Eso puedes conseguirlo en cualquier sitio. Entró en el Gremio de Bufones maquillado y disfrazado para parecerse a Beano. Abrió un agujero en la pared. Luego fue hasta la explanada que hay enfrente del museo, solo que esta vez iba vestido como un asesino. Cogió el… el debólver y regresó aquí. Volvió a pasar por la pared, yendo disfrazado de Beano, y se fue. Y entonces alguien lo mató.
—Boffo dijo que Beano parecía muy preocupado —dijo Angua.
—Y yo pensé: Eso es extraño, porque habría que ver a un payaso desde muy cerca para saber cuál es su verdadera expresión. Pero si el maquillaje no estuviera del todo bien puesto, podrías llegar a darte cuenta. Como, por ejemplo, si lo aplicó alguien que no estaba demasiado acostumbrado a emplearlo. Pero lo importante es que si otra persona ve salir por la puerta la cara de Beano, entonces ha visto irse a la persona. Los payasos son incapaces de pensar en otra persona llevando esa cara. Ellos no piensan así. Un payaso y su maquillaje son la misma cosa. Sin su maquillaje, un payaso no existe. Un payaso nunca llevaría la cara de otro payaso de la misma manera en que un enano nunca usaría las herramientas de otro enano.
—Pero suena arriesgado —dijo Angua.
—Lo era. Fue muy arriesgado.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Me parece que sería una buena idea averiguar de quién era la habitación que hay al otro lado del agujero. ¿Qué opinas, Angua? Creo que podría pertenecer al pequeño amigo de Beano.
—¿Entrar en el Gremio de Asesinos? ¿Nosotros solos?
—Mmm. Sí, en eso tienes razón.
Zanahoria parecía tan abatido que Angua se dio por vencida
—¿Qué hora es? —preguntó.
Zanahoria sacó con mucho cuidado de su estuche de tela el reloj que le iban a regalar al capitán Vimes.
—Son…
… abing, abing, abong, bong… bing… bing…
Esperaron pacientemente hasta que el reloj hubo terminado.
—Las siete menos cuarto —dijo Zanahoria—. Precisión absoluta, además. Lo puse en hora con el gran reloj de sol que hay en la Universidad.
Angua miró el cielo.
—De acuerdo —dijo—. Creo que puedo averiguarlo. Déjamelo a mí.
—¿Cómo?
—Ejem… yo… bueno, pues podría quitarme el uniforme, verdad, y, oh, arreglármelas para llegar a la cocina haciéndome pasar por la hermana de una de las que trabajan allí o algo por el estilo…
Zanahoria no parecía muy convencido.
—¿Crees que eso funcionará?
—¿Se te ocurre algo mejor?
—En estos momentos no.
—Bueno, entonces yo… ejem… mira… vuelve con el resto de los hombres y… yo encontraré algún sitio en el que pueda quitarme el uniforme y ponerme algo más apropiado.
Angua no tuvo que mirar a su alrededor para reconocer de dónde provenía la risita burlona. Gaspode tenía la habilidad de aparecer tan silenciosamente como una pequeña vaharada de metano dentro de una habitación llena de gente, para acto seguido ocupar todo el espacio disponible con la inquietante habilidad de dicho gas.
—¿Dónde vas a conseguir ropa para cambiarte por aquí? —preguntó Zanahoria.
—Un buen hombre de la Guardia siempre está preparado para improvisar —dijo Angua.
—Ese perrito huele horriblemente mal —dijo Zanahoria—. ¿Por qué siempre nos sigue a todas partes?
—No sabría decírtelo.
—Tiene un regalo para ti.
Angua se arriesgó a echar un rápido vistazo. Gaspode estaba sosteniendo, pero por muy poco, un hueso muy grande en la boca. Era más ancho que largo era él, y podría haber pertenecido a alguien que hubiese muerto dentro de un pozo de brea. Era verde, y había unas cuantas partes en las que tenía pelos.
—Qué detalle —dijo fríamente—. Mira, ve donde te he dicho. Deja que vea lo que puedo hacer…
—Si estás segura… —comenzó a decir Zanahoria, en un tono bastante reacio.
—Sí.
Cuando se hubo marchado, Angua se encaminó hacia el callejón más próximo. Ya solo faltaban unos cuantos minutos para que saliera la luna.
El sargento Colon saludó a Zanahoria en cuanto lo vio regresar, con el ceño fruncido y absorto en sus pensamientos.
—¿Podemos ir a casa, señor? —sugirió.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Ahora que todo ha quedado aclarado?
—Eso lo dije únicamente para alejar las sospechas —respondió Zanahoria.
—Ah. Muy astuto —se apresuró a decir el sargento—. Eso fue lo que pensé yo. Está diciendo eso para alejar las sospechas, pensé.
—Sigue habiendo un asesino suelto por ahí. O algo peor.
Zanahoria paseó la mirada por la dispar soldadesca.
—Pero me parece que ahora vamos a tener que aclarar ese otro asunto con la Guardia Diurna —dijo.
—Ejem. La gente dice que ahí arriba está habiendo prácticamente un levantamiento —dijo Colon.
—Por eso tenemos que aclararlo.
Colon se mordió el labio. No era un cobarde propiamente dicho. El año pasado un dragón había invadido la ciudad y Colon se había subido a un tejado y le había disparado flechas mientras el dragón descendía sobre él con la boca abierta, aunque había que admitir que luego tuvo que cambiarse la ropa interior. Pero aquello había sido simple. Un gran dragón que respiraba fuego era algo que no podía estar más claro. Lo tenías allí, justo delante de ti, disponiéndose a asarte vivo. Eso era lo único de lo que tenías que preocuparte. Había que admitir que era mucho de lo que preocuparse, pero era… simple. No encerraba ninguna clase de misterio.
—¿Vamos a tener que aclararlo? —dijo.
—Sí.
—Oh. Bien. Me gusta aclarar las cosas.
Viejo Apestoso Ron era un miembro del Gremio de Mendigos muy respetado y que gozaba de una excelente reputación. Era un Mascullador, y uno muy bueno. Seguía a la gente mascullando en su propio lenguaje privado hasta que le daban dinero para que dejara de hacerlo. La gente pensaba que estaba loco, pero este no era, técnicamente hablando, el caso. Lo que le ocurría a Ron era que se mantenía en contacto con la realidad al nivel cósmico, y siempre le costaba un poco centrarse en cosas más pequeñas, como otras personas, las paredes y el jabón (aunque en cosas muy pequeñas, como las monedas, su vista era de Grado Superior).
Por consiguiente, Ron no se sorprendió cuando una guapa joven pasó corriendo junto a él y se quitó toda la ropa. Ese tipo de cosas ocurrían continuamente, aunque hasta aquel momento solo habían tenido lugar en el lado interior de la cabeza de Ron.
Entonces vio lo que ocurrió a continuación.
Contempló cómo la esbelta forma dorada se alejaba con la celeridad del rayo.
—¡Se lo dije! ¡Se lo dije! ¡Se lo dije! —dijo—. Les haré probar el extremo equivocado de la trompeta de un trapero, desde luego que lo haré. Que se jodan. ¡Mano de milenio y gamba! ¡Se lo dije!
Gaspode meneó lo que técnicamente era un rabo cuando Angua salió del callejón.
—Quitarze el udiforme y podedze algo máz abrobiado —dijo, con la voz ligeramente deformada por el hueso—. Eza zí que ha eztado bien. Te he traído ezte pequeño obzequio…