—No —dijo Zanahoria. Recordaría durante el resto de su vida el chorro de llamas calentándole la cara mientras iba de camino hacia la pared.
—Pero es…
—No. Es demasiado peligrosa.
—Se hizo pensando en que…
—Quiero decir que podría hacerle daño a la gente.
—Ah —dijo Nobby—, cierto. Tendrías que haber empezado por ahí. Andamos detrás de armas que no le hagan daño a la gente, ¿verdad?
—¿Cabo Nobbs? —dijo el sargento Colon, quien había estado todavía más cerca de la llama que Zanahoria.
—¿Sí, sargento?
—Ya ha oído al cabo Zanahoria. Nada de armas paganas. Y de todas maneras, ¿cómo es que sabe usted tanto acerca de todas estas cosas?
—Servicio militar.
—¿De veras, Nobby? —dijo Zanahoria.
—Tenía un trabajo especial, señor. De mucha responsabilidad.
—¿Y en qué consistía ese trabajo?
—Era encargado de intendencia, señor —dijo Nobby, saludando marcialmente.
—¿Fuiste encargado de intendencia? —dijo Zanahoria—. ¿En el ejército de quién?
—En el del duque de Pseudópolis.
—Pero Pseudópolis siempre ha perdido todas sus guerras.
—Ah… bueno…
—¿A quién le vendías las armas?
—¡Eso es difamación, eso es lo que es! Lo que ocurría era que las armas siempre pasaban mucho tiempo lejos de allí mientras las afilaban y les sacaban brillo.
—Nobby, el que te está hablando es Zanahoria. ¿Cuánto tiempo, aproximadamente?
—¿Aproximadamente? Oh. Digamos que un cien por cien del tiempo, si es que estamos hablando aproximadamente, señor.
—¿Nobby?
—¿Señor?
—No hace falta que me llames señor.
—Siseñor.
Al final, Cuddy siguió fiel a su hacha pero le añadió un par más como idea del último momento; el sargento Colon escogió una pica porque lo bueno que tenía la pica, lo importante de una pica, era que todo ocurría en el otro extremo, es decir, a mucha distancia; la guardia interina Angua seleccionó, sin demasiado entusiasmo, una espada corta, y el cabo Nobbs…
… El cabo Nobbs terminó convertido en una especie de puerco espín mecánico hecho de hojas, arcos, puntas y cosas nudosas suspendidas de cadenas.
—¿Estás seguro, Nobby? — le preguntó Zanahoria —. ¿No hay nada que quieras dejar?
—Es que cuesta tanto escoger, señor…
Detritus se aferraba a su enorme ballesta.
—¿Eso es todo lo que vas a coger, Detritus?
—¡No, señor! ¡Me llevo a Galena y Morraine, señor!
Los dos trolls que estaban trabajando dentro del arsenal cuando la Guardia entró en él se habían colocado en formación detrás de Detritus.
—Les he tomado juramento, señor — dijo Detritus —. Usado juramento troll.
Pedernal ejecutó un saludo de aficionado.
—Dijo que daría de patadas a nuestras goohulaags cabezas si no nos alistábamos y hacíamos todo lo que se nos dijera, señor— dijo.
—Juramento troll muy antiguo —dijo Detritus—. Muy famoso, muy tradicional.
—Uno de ellos podría llevar la máquina de fuego klatchiana —empezó a decir Nobby con voz esperanzada.
—No, Nobby. Bien… Pues entonces bienvenidos a la Guardia, hombres.
—¿Cabo Zanahoria?
—¿Sí, Cuddy?
—No es justo. Son trolls.
—Necesitamos a todos los hombres que podamos conseguir Cuddy.
Zanahoria dio un paso atrás.
—Claro que tampoco queremos que la gente piense que andamos buscando jaleo —dijo.
—Oh, vestidos así, señor, no hará falta que busquemos jaleo —dijo el sargento Colon con voz abatida.
—¿Puedo hacer una pregunta, señor? —dijo Angua.
—¿Sí, guardia interina Angua?
—¿Quién es el enemigo?
—Con estas pintas, no tendremos ningún problema para encontrar enemigos —dijo el sargento Colon.
—No estamos buscando enemigos, sino información —dijo Zanahoria—. La mejor arma que podemos emplear en estos momentos es la verdad, y para empezar, ahora vamos a ir al Gremio de Bufones para averiguar por qué el hermano Beano robó el debólver.
—¿El hermano Beano robó el debólver?
—Pienso que puede haberlo hecho, sí.
—¡Pero Beano murió antes de que robaran el debólver! —dijo Colon.
—Sí-dijo Zanahoria—. Eso ya lo sé.
—Vaya, eso es lo que yo llamo una coartada —dijo Colon.
El destacamento formó y, tras una breve discusión entre los trolls acerca de cuál era el pie izquierdo y cuál era el derecho, se puso en marcha. Nobby no paraba de lanzar miradas anhelantes a la máquina de fuego.
A veces es mejor encender un lanzallamas que maldecir la oscuridad.
Diez minutos después se habían abierto paso a través del gentío y se encontraban delante de los gremios.
—¿Veis? —dijo Zanahoria.
—Están uno al lado del otro —dijo Nobby—. ¿Y qué? Sigue habiendo un muro entre ellos.
—No estoy tan seguro —dijo Zanahoria—. Pero ya lo averiguaremos.
—¿Disponemos de tiempo? —preguntó Angua—. Creía que íbamos a ir a ver a la Guardia Diurna.
—Antes hay algo que he de averiguar —respondió Zanahoria—. Los bufones no me han dicho la verdad.
—Espera un momento, espera un momento —dijo el sargento Colon—. Esto está yendo un poquitín demasiado lejos. Mira, no quiero que matemos a nadie, ¿de acuerdo? Da la casualidad de que aquí el sargento soy yo, por si alguien está interesado en saberlo. ¿Entendido, Zanahoria? ¿Nobby? Nada de gritos o de darle a la espada. Irrumpir en la propiedad de un gremio ya es bastante grave, pero si le disparamos a alguien entonces sí que nos meteremos en un problema realmente serio. Lord Vetinari no se detendrá en el sarcasmo. Podría llegar a utilizar… —Colon tragó saliva— la ironía. Así que lo que he dicho es una orden. Y de todas maneras, ¿qué es lo que quieres hacer exactamente?
—Solo quiero que la gente me cuente cosas —dijo Zanahoria.
—Bueno, pero en el caso de que no te las cuenten no les harás ningún daño —dijo Colon—. Mira, puedes hacerles preguntas, eso me parece muy bien que se las hagas. Pero si el doctor Carablanca empieza a ponerse difícil, entonces tenemos que irnos inmediatamente, ¿de acuerdo? Los payasos me dan escalofríos. Y el doctor Carablanca es el peor de todos. Si no responde a tus preguntas, entonces nos iremos pacíficamente y, oh, no sé, ya pensaremos en alguna otra cosa. Eso es una orden, como ya he dicho antes. ¿Te ha quedado lo bastante claro? Es una orden.
—Si no responde a mis preguntas, me iré pacíficamente —dijo Zanahoria—. De acuerdo.
—De acuerdo, con tal de que eso haya quedado entendido.
Zanahoria llamó a la puerta del Gremio de Bufones, cogió el Pastel de nata cuando este emergió de la ventanita y volvió a embutirlo enérgicamente en ella. Luego pateó la puerta con la fuerza suficiente para que esta se abriera unos cuantos centímetros.
Alguien dijo «Ay» detrás de ella.
La puerta se abrió un poco más para revelar a un payaso no muy alto cubierto de lechada y nata.
—No tenía por qué hacer eso —dijo el payaso.
—Solo quería participar en el espíritu de la cosa —dijo Zanahoria—. Soy el cabo Zanahoria y esta es la milicia de ciudadanos y todos sabemos reír una buena broma.
—Disculpe, pero…
—Excepto el guardia interino Cuddy. Y el guardia interino Detritus también sabe reír una buena broma, aunque unos minutos después de que se hayan reído todos los demás. Y estamos aquí para ver al doctor Carablanca.
Al payaso se le pusieron los pelos de punta. Un poco de agua brotó de la flor que llevaba en el ojal de su solapa.
—¿Tienen… tienen una cita? —preguntó.
—Pues la verdad es que no lo sé —dijo Zanahoria—. ¿Tenemos una cita?
—Yo tengo una bola de hierro llena de pinchos —contribuyó Nobby.
—Eso es una maza de armas, Nobby.
—¿Lo es?
—Sí —dijo Zanahoria—. Una cita es un compromiso de ver a alguien, mientras que una maza de armas es un gran trozo de metal utilizado para machacar cráneos salvajemente. Es muy importante no confundir una cosa con la otra, ¿verdad, señor…? —preguntó, levantando las cejas.
—Boffo, señor. Pero…
—Así que quizá podrías ir a decirle al doctor Carablanca que estamos aquí con una bola de hierro llena de pin… ¿Qué estoy diciendo? Quiero decir, sin haber concertado previamente una cita para verlo. ¿Por favor? Gracias.
El payaso se fue a toda prisa.
—Ya está —dijo Zanahoria—. ¿Lo he hecho bien, sargento?
—Probablemente incluso se mostrará satírico —dijo Colon con abatimiento.
Esperaron. Pasado un rato, el guardia interino Cuddy sacó un destornillador de su bolsillo y se puso a inspeccionar la máquina lanzadora de pasteles de nata atornillada al suelo. Los demás iban cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro con la única excepción de Nobby, a quien no paraban de caérsele cosas encima de los suyos.
Boffo reapareció, flanqueado por dos musculosos bromistas que no parecían tener absolutamente ningún sentido del humor.
—El doctor Carablanca dice que no existe ninguna milicia ciudadana-se atrevió a murmurar Boffo—. Pero. Mmm. El doctor Carablanca dice que si se trata de algo realmente importante, entonces verá a algunos de ustedes. Pero no a los trolls o al enano. Hemos oído decir que hay bandas de trolls y enanos sembrando el terror en la ciudad.
—Eso es lo que dicen —dijo Detritus, asintiendo con la cabeza.
—Y por cierto, ¿sabes qué es lo que…? —empezó a preguntar Cuddy, pero Nobby lo hizo callar de un codazo.
—¿Usted y yo, sargento? —dijo Zanahoria—. Y usted, guardia interina Angua.
—Oh, cielos —dijo el sargento Colon.
Pero los dos siguieron a Zanahoria al interior de los sombríos edificios y fueron con él por los oscuros pasillos que llevaban al despacho del doctor Carablanca. El jefe de todos los payasos, bufones y bromistas estaba de pie en el centro de la habitación, mientras un bromista intentaba coserle unas cuantas lentejuelas adicionales en la chaqueta.
—¿Y bien?
—Buenas tardes, doctor —dijo Zanahoria.
—Me gustaría dejar claro que lord Vetinari será informado puntualmente de todo esto —dijo el doctor Carablanca.
—Oh, sí. Yo mismo se lo contaré todo —dijo Zanahoria.
—No entiendo por qué me está molestando cuando hay disturbios en las calles.
—Ah, bueno… Ya nos ocuparemos de eso más tarde. Pero el capitán Vimes siempre me decía, señor, que hay crímenes grandes y crímenes pequeños. A veces los crímenes pequeños parecen grandes y en cambio a los crímenes grandes apenas si puedes verlos, pero lo crucial es decidir qué crímenes son grandes y cuáles son pequeños.
Zanahoria y el doctor Carablanca se miraron el uno al otro.
—¿Y bien? —quiso saber el payaso.
—Me gustaría que me hablara de los acontecimientos que tuvieron lugar en la casa de este gremio hace dos noches —dijo Zanahoria.
El doctor Carablanca lo contempló en silencio durante uno momentos.
Luego dijo:
—¿ Y si no lo hago?
—Entonces —dijo Zanahoria—, me temo que, con una extrema reluctancia, me veré obligado a ejecutar la orden que se me dio unos instantes antes de que entráramos aquí.
Miró a Colon.
—Es lo que he de hacer, ¿verdad, sargento?
—¿Qué? ¿Eh? Bueno, sí…
—Preferiría no tener que hacer tal cosa, pero no me queda otra elección —dijo Zanahoria.
El doctor Carablanca los fulminó con la mirada.
—¡Pero este edificio es propiedad del Gremio de Payasos! No tienen ningún derecho a… a…
—Yo no entiendo de esas cosas, señor —dijo Zanahoria—. No soy más que un cabo, pero nunca he desobedecido una orden directa, y lamento tener que decirle que ejecutaré esta orden al pie de la letra y en toda su extensión.
—Oiga, mire…
Zanahoria se le acercó un poco más.
—Por si sirve de algún consuelo, probablemente luego me avergonzaré de ello —dijo.
El payaso contempló sus honestos ojos y vio en ellos, como hacían todos los demás, únicamente la pura verdad.
—¡Oiga! Si grito —dijo el doctor Carablanca poniéndose rojo debajo de su maquillaje—, puedo tener a una docena de hombres aquí dentro.
—Con eso solo conseguirá que me resulte más fácil obedecer la orden, créame-dijo Zanahoria.
El doctor Carablanca se enorgullecía de su capacidad para juzgar el carácter. En la expresión resuelta de Zanahoria no había nada más que una absoluta y meticulosa honestidad. El jefe de los payasos jugueteó con una pluma de ave y luego terminó tirándola al suelo en un súbito movimiento.
—¡Maldita sea! —gritó—. ¿Cómo lo ha averiguado, eh? ¿ Quién se lo contó?
—Pues realmente no sabría decírselo —dijo Zanahoria—. Pero de todas maneras tiene sentido, ¿verdad? Solo hay una entrada en cada gremio, pero sus respectivas casas están pared con pared. Bastaba con abrirse paso a través de ese muro.
—Le aseguro que no sabíamos nada —dijo el jefe de los payasos.
El sargento Colon no cabía en sí de admiración. Había visto a personas tirándose un farol con una mala mano, pero nunca había visto a nadie tirarse un farol sin tener ninguna carta.