Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

—Bueno, pues yo no lo sé —dijo Cuddy sin dirigirse a nadie en particular—. ¿Qué es lo que dicen acerca de los enanos?

Zanahoria detuvo a un hombre que empujaba una carretilla.

—¿Le importaría contarme lo que está pasando, señor? —le dijo.

—¿Y sabe qué es lo que dicen acerca de los enanos? —preguntó una voz detrás de él.

—Ese no es un señor, ese es Ruina —dijo Colon—. ¡Y fíjate en el color que tiene!

—¿Debería estar reluciente todo él? —preguntó Detritus.

—¡Me encuentro estupendamente! ¡Me encuentro estupendamente! —dijo Escurridizo—. ¡Ja! ¡Eso le enseñará a la gente a meterse con la calidad de mi mercancía!

—¿Qué está pasando, Escurridizo? —dijo Colon.

—Dicen que… —empezó a balbucear Escurridizo, que tenía la cara verde.

—¿Quién lo dice? —preguntó Zanahoria.

Ellos lo dicen —dijo Escurridizo—. Ya sabe. Ellos. Todo el mundo. Dicen que los trolls han matado a alguien en Hermanas Dolly y que los enanos han destrozado el taller de cerámica nocturna de Pizarroso el troll y que han derribado el Puente de Latón y…

Zanahoria miró calle arriba.

—Acabas de pasar por el Puente de Latón —dijo.

—Sí, bueno… eso es lo que dicen —replicó Escurridizo.

—Oh, ya veo —dijo Zanahoria, y se irguió.

—¿Y por casualidad no dijeron… así como de pasada… nada más acerca de los enanos? —preguntó Cuddy.

—Me parece que vamos a tener que ir a hablar con la Guardia Diurna acerca del arresto de Caradecarbón —dijo Zanahoria.

—No tenemos armas —dijo Colon.

—Estoy seguro de que Caradecarbón no ha tenido nada que ver con el asesinato de Martillogrande —dijo Zanahoria—. Estamos armados con la verdad. ¿Qué puede hacernos daño si vamos armados con la verdad?

—Bueno, pues por ejemplo un dardo de ballesta puede atravesarte el ojo y salirte por la parte de atrás de la cabeza —dijo el sargento Colon.

—De acuerdo, sargento —dijo Zanahoria—. ¿Dónde tenemos que ir para conseguir unas cuantas armas más?

El Arsenal recortaba su oscura mole contra el crepúsculo.

Resultaba bastante extraño encontrar un arsenal en una ciudad tan decidida a confiar en el engaño y el disimulo, el soborno y la asimilación para derrotar a sus enemigos como lo estaba Ankh-Morpork; pero, como dijo el sargento Colon, una vez que habías conseguido ganarles las armas necesitabas algún sitio donde poder guardarlas.

Zanahoria llamó a la puerta con los nudillos. Pasados unos momentos se oyeron pasos, y una ventanita se deslizó a un lado. Una voz llena de suspicacia dijo:

—¿Sí?

—Cabo Zanahoria, milicia de la ciudad.

—Nunca he oído hablar de ella. Vete a la mierda.

El pestillo de la ventanita se volvió a cerrar. Zanahoria oyó reírse burlonamente a Nobby. Volvió a llamar a la puerta.

—¿Sí?

—Soy el cabo Zanahoria — El pestillo se movió, pero chocó con la porra de Zanahoria cuando este la incrustó en el agujero—. Y estoy aquí para recoger unas cuantas armas para mis hombres.

—¿Sí? ¿Y dónde está tu autoridad?

—¿Qué? Pero soy…

La porra fue apartada de un manotazo y el pestillo quedó colocado.

—Disculpa —dijo el cabo Nobbs pasando junto a Zanahoria—. Déjame probar a mí. Ya he estado aquí antes, en cierto modo.

Pateó la puerta con sus botas de puntera de acero, conocidas y temidas dondequiera que hubiese hombres en el suelo que no se hallasen en condiciones de devolver el ataque.

El pestillo se descorrió.

—Te dije que te fueras a…

—Inspectores —dijo Nobby.

Hubo un momento de silencio.

—¿Qué?

—Venimos a hacer inventario.

—¿Dónde está tu autor…?

—¿Oh? ¿Oh? ¿Pregunta que dónde está mi autoridad? —Nobby se volvió hacia los guardias con una sonrisa sarcástica en los labios—. ¿Oh? Me hace esperar por aquí mientras sus amigotes van por la parte de atrás para traer las cosas de allí donde las tenían guardadas, ¿eh?

—Pero si…

—Y luego, sí, nos hará el viejo truco de las mil espadas, ¿verdad? Hay cincuenta cajas amontonadas una encima de otra y al final resulta que las cuarenta del fondo están llenas de rocas, ¿no?

—Yo…

—¿Cómo se llama usted, caballero?

—Yo…

—¡Abra esta puerta ahora mismo!

La ventanita se cerró. Hubo un ruido de pestillos que abría alguien que no estaba nada convencido de que aquello fuera una buena idea, y que empezaría a hacer preguntas dentro de unos momentos.

—¿Llevas algún papel encima, Fred? ¡Rápido!

—Sí, pero… —dijo el sargento Colon.

—¡Cualquier papel! ¡Ya!

Colon rebuscó en su bolsillo y le entregó a Nobby su factura de la tienda en el mismo instante en que se abría la puerta. Nobby entró por ella como una exhalación, obligando al hombre que había dentro a andar hacia atrás.

—¡No se le ocurra huir! —le gritó Nobby—. No he encontrado nada que esté mal…

—Yo no iba a…

—¡…TODAVÍA!

Zanahoria tuvo tiempo para hacerse una impresión rápida de un lugar cavernoso lleno de sombras complicadas. Aparte del hombre, que estaba más gordo que Colon, había un par de trolls que parecían estar accionando una piedra de molino. Los acontecimientos actuales no parecían haber llegado a entrar en sus duras molleras.

—De acuerdo, que nadie se deje llevar por el pánico, basta con que dejen lo que están haciendo, dejen de hacer lo que están haciendo, por favor. Soy el cabo Nobbs, de la Auditoría de Inspección de Ordenanzas de la Ciudad de Ankh-Morpork… —Agitó el papel delante de los ojos del hombre a una velocidad que no permitía ver nada de lo que hubiera escrito en él, y la voz de Nobby desfalleció un poco mientras se pensaba el final de la frase—… oficina… auditor… inspección… especial… para el Departamento. ¿Cuántas personas trabajan aquí?

—Solo yo…

Nobby señaló a los trolls.

—¿Y qué me dice de ellos?

El hombre escupió en el suelo.

—Oh, pensaba que se refería a personas.

Zanahoria extendió la mano automáticamente y esta chocó con la coraza de Detritus.

—Bueno, bueno —dijo Nobby—. Vamos a ver qué tenemos por aquí… —Fue andando rápidamente junto a los soportes, de tal manera que todo el mundo tuvo que apretar el paso para no quedarse atrás—. ¿Qué es esto?

—Ejem…

—No lo sabe, ¿eh?

—Claro que lo sé… es… es…

—¿Una ballesta de asedio de quinientos kilos con triple cuerda y el torno de doble acción?

—Eso.

—¿Y verdad que esto es una ballesta reforzada klatchiana con el mecanismo de montaje tipo pata de cabra y la bayoneta colocada debajo del eje inferior?

—Ejem… ¿sí?

Nobby sometió a la ballesta a un somero examen y luego la tiró a un lado.

El resto de la Guardia Nocturna lo estaba mirando con asombro. Nunca se había sabido que Nobby sostuviera ninguna arma más allá de un cuchillo.

.-¿Tiene alguno de esos arcos hershebianos de doce disparos con el alimentador de gravedad? —preguntó secamente.

.-¿Eh? Lo que ve es lo que tenemos, señor.

Nobby cogió una ballesta de caza de su soporte. Sus flacos brazos vibraron cuando tiró de la palanca que cargaba el arma.

—¿Ha vendido todos los dardos para esta cosa o qué?

—¡Están aquí mismo!

Nobby seleccionó uno del estante y lo metió en su ranura. Luego tomó puntería mirando a lo largo del eje. Se volvió.

—Me gusta este inventario —dijo Nobby—. Nos lo llevaremos todo.

La mirada del hombre se deslizó a lo largo del eje hasta encontrarse con los ojos de Nobby y, para la horrorizada admiración de Angua, no se desmayó.

—Esa ballestita de nada no me asusta —dijo.

—¿Esta ballestita de nada no le asusta? —dijo Nobby—. No. Claro. Esto es una ballestita de nada. Una ballestita como esta nunca asustaría a un hombre como usted, porque es una ballestita insignificante. Haría falta una ballesta bastante más grande para asustar a un hombre como usted.

Angua habría dado un mes de paga para ver la cara del encargado del arsenal desde delante. Había visto cómo Detritus levantaba del suelo el lanzavirotes de asedio, lo montaba con una sola mano y un gruñido apenas audible, y daba un paso adelante. Ahora pudo imaginarse a los globos oculares girando cuando la frialdad del metal atravesó el enrojecido cogote del encargado del arsenal.

—La que tiene justo detrás de usted, en cambio, esa sí que es una gran ballesta —dijo Nobby.

No se trataba tanto de que la punta de aquella saeta de hierro de un metro ochenta centímetros de longitud fuera afilada. Se suponía que debía atravesar puertas, no ser utilizada en operaciones quirúrgicas.

—¿Puedo apretar el gatillo ya? —retumbó la voz de Detritus, justo en la oreja del hombre.

—¡No se atreverán a disparar esta cosa aquí dentro! ¡Es un arma de asedio! ¡El dardo atravesaría la pared!

—Sí, terminaría atravesándola —dijo Nobby.

—¿Para qué esta cosa? —preguntó Detritus.

—Bueno, mira…

—Espero que este trasto haya recibido el mantenimiento adecuado —dijo Nobby—. Porque estos trastos siempre son muy propensos a sufrir la fatiga de los metales. Especialmente en el mecanismo del seguro.

—¿Qué es un seguro? —preguntó Detritus.

Todo quedó sumido en un profundo silencio.

Zanahoria encontró su voz, que se había ido muy lejos de allí.

—¿Cabo Nobbs?

—¿Siseñor?

—De ahora en adelante yo me encargaré de esto, si no le importa.

Apartó con mucha delicadeza la ballesta de asedio, pero a Detritus no le había gustado nada aquello de las «personas» y se empeñaba en volver a ponerla donde había estado antes.

—Verán, este elemento de coacción no me gusta nada —dijo Zanahoria—. No hemos venido aquí para amedrentar a este pobre hombre. Es un empleado de la ciudad, al igual que nosotros. Hace usted muy mal al asustarlo. ¿Por qué no se limita a preguntar?

—Lo siento, señor —dijo Nobby.

Zanahoria le dio unas palmaditas en el hombro al encargado del arsenal.

—¿Podemos llevarnos unas cuantas armas? —preguntó.

—¿Qué?

—¿Unas cuantas armas? ¿Para propósitos oficiales?

El encargado del arsenal no parecía ser muy capaz de hacer frente a aquello.

—¿Quiere decir que tengo elección? —preguntó.

—Oh, por supuesto que sí. En Ankh-Morpork practicarmos la actividad policial basándonos en el consentimiento. Si usted se siente incapaz de acceder a nuestra petición, lo único que tiene que hacer es decirlo.

Hubo un tenue bong cuando la punta de la saeta de hierro volvió a topar con la parte de atrás del cráneo del encargado del arsenal. El hombre buscó en vano algo que decir, porque la única palabra que se le ocurría en aquellos momentos era: «¡Fuego!».

—Uh —dijo finalmente—. Uh. Sí. Claro. Desde luego. Cojan lo que quieran.

—Estupendo, estupendo. Y el sargento Colon le dará un recibo, añadiendo naturalmente que usted nos entrega las armas por voluntad propia.

—¿Por voluntad propia?

—Es usted totalmente libre de hacer lo que quiera, claro está.

El rostro del hombre se frunció en un desesperado esfuerzo de reflexión.

—Bueno, supongo que…

—¿Sí?

—Supongo que pueden llevárselas. Sí, llévenselas enseguida.

—Bravo. ¿Tiene una carretilla?

—¿Y no sabrá por casualidad qué es lo que dicen acerca de los enanos? —preguntó Cuddy.

Angua volvió a tener la vaga impresión de que el alma de Zanahoria carecía de ironía. Creía firmemente en cada una de las palabras que decía. Si el hombre se hubiera mantenido en sus trece, Zanahoria probablemente se habría dado por vencido. Naturalmente, había una pequeña distancia entre «probablemente» y «sin duda».

Nobby había llegado al final de la hilera, soltando algún que otro chillido de deleite cuando encontraba un martillo de guerra interesante o un sable de aspecto especialmente malévolo. Estaba tratando de sostener todas las armas a la vez.

De pronto lo dejó caer todo al suelo y echó a correr.

—¡Oh, caramba! ¡Una máquina de fuego klatchiana! ¡Esto ya se parece más a mi bella estrella!

Lo oyeron hurgar en la penumbra. Luego salió de ella empujando una especie de cubo montado sobre unas ruedecitas que chirriaban. El artilugio tenía varias palancas y grandes bolsas de cuero, y un tubo en la parte delantera. Parecía una tetera enorme.

—¡Y además han mantenido el cuero bien engrasado!

—¿Qué es? —preguntó Zanahoria.

—¡Y hay aceite en el depósito! —Nobby accionó enérgicamente una de las palancas—. ¡Lo último que oí decir fue que esta cosa había sido prohibida en ocho países y que tres religiones dijeron que excomulgarían a cualquier soldado que pescaran utilizándola![25] ¿Alguien tiene una cerilla?

—Toma —dijo Zanahoria—. Pero ¿qué…?

—¡Mira!

Nobby encendió una cerilla, la aplicó al tubo que había en la parte delantera del artilugio y accionó una palanca.

Pasado un rato consiguieron apagar las llamas.

—Necesita que le hagan un pequeño ajuste —dijo Nobby, hablando a través de su máscara de hollín.

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