Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

—¿Qué os parece la idea de ir a acampar al aire libre en la llanura? —dijo Colon.

—¿Qué tiene que ver eso con el problema actual?

—Si a alguien se le ocurre acercar un fósforo encendido a algo esta noche, será adiós Ankh —dijo el sargento con voz malhumorada—. Normalmente siempre podemos cerrar las puertas de la ciudad, ¿no? Pero ahora apenas si hay un metro de agua en el río.

—¿Inundáis la ciudad solo para apagar los incendios? —preguntó Angua.

—Aja.

—Ah, sí, me olvidaba de algo —dijo Nobby—. ¡Y además la gente me tiró cosas!

Zanahoria había estado mirando la pared. Ahora sacó de su bolsillo un maltrecho cuadernillo negro y empezó a pasar las páginas.

—Decidme una cosa —murmuró, hablando con una voz ligeramente distante—. ¿Ha habido algún quebrantamiento irreparable de la ley y el orden?

—Sí. Durante unos quinientos años —dijo Colon—. Un quebrantamiento irreparable de la ley y el orden es justo lo que es Ankh-Morpork.

—No, me refería a algo que se saliera de lo habitual. Es importante —dijo Zanahoria pasando una página. Sus labios se movieron en silencio mientras leía.

—Tirarme cosas suena como un quebrantamiento de la ley y el orden —dijo Nobby.

Se dio cuenta de las caras que estaban poniendo todos.

—No creo que pudiéramos hacer que colara —dijo Zanahoria.

—Pues te aseguro que algunas de esas cosas se me colaron dentro de la camisa —dijo Nobby—. Y unas cuantas se me quedaron pegadas.

—¿Por qué te tiraron cosas? —preguntó Angua.

—Pues porque yo era un guardia, por eso —dijo Nobby—. A los enanos no les gusta la Guardia por lo que le ocurrió al señor Martillogrande, y a los trolls no les gusta la Guardia por el arresto de Caradecarbón, y a la gente no le gusta la Guardia porque ahora hay montones de enanos y de trolls enfurecidos que van dando vueltas por ahí.

Alguien llamó ruidosamente a la puerta.

—Probablemente sea una turba enfurecida —dijo Nobby.

Zanahoria abrió la puerta.

—No es una turba enfurecida —anunció.

—Oook.

—Es un orangután que lleva a un enano aturdido seguido un troll. Pero por si te sirve de algo, está bastante enfurecido.

El mayordomo de lady Ramkin, Willikins, le había preparado un gran baño a Vimes. ¡Ja! Mañana Willikins sería su mayordomo, y aquel sería su baño.

Y aquel no era uno de los viejos baños hasta la cadera que se podían arrastrar por el suelo hasta dejarlos delante del fuego, no. La mansión Ramkin recogía el agua del tejado dentro de una gran cisterna, después de haber sacado de ella a las palomas, y luego el agua la calentaba por un antiguo géiser[24] y fluía a lo largo de cañerías de plomo que gemían y tamborileaban hasta llegar a un par de enormes grifos de latón, y de ahí a una bañera esmaltada. Había cosas dispuestas encima de una toalla junto a ella: enormes cepillos para frotarse, tres clases de jabón, una esponja de mano.

Willikins esperaba pacientemente junto a la bañera, como un toallero apenas calentado.

—¿Sí? —dijo Vimes.

—Su señoría… es decir, el padre de la señora… siempre pedía que se le frotara la espalda —dijo Willikins.

—Ve y ayuda al viejo géiser a calentar el horno —dijo Vimes con firmeza.

Cuando se hubo quedado solo, salió de su coraza y la tiró en un rincón. A la coraza le siguió la camisa de cota de malla, y el casco, y la bolsa del dinero, y las distintas prendas de cuero y algodón que se interponían entre un guardia y el mundo.

Y luego se sumergió, al principio cautelosamente, en el agua jabonosa.

—Prueba jabón. Jabón dará resultado —dijo Detritus.

—Estáte quieto, ¿quieres? —dijo Zanahoria.

—¡Me vas a arrancar la cabeza del cuello!

—Adelante, enjabónale cabeza.

—¡Enjabónate tú la tuya!

Hubo un súbito tung y el casco de Cuddy se desprendió de su cabeza.

Cuddy emergió a la luz, parpadeando. Enfocó la mirada en el Bibliotecario, y gruñó.

—¡Me atizó en la cabezal

—Oook.

—Dice que salisteis a través del suelo —dijo Zanahoria.

—¡Eso no es razón para atizarme en la cabezal

—Algunas de las cosas que salen del suelo en la Universidad Invisible ni siquiera tienen cabeza —dijo Zanahoria.

—¡Oook!

—O tienen centenares. ¿Por qué estabais cavando ahí abajo?

—No cavábamos ahí abajo. Cavábamos hacia arriba.

Zanahoria se sentó y escuchó. Solo interrumpió en dos ocasiones.

—¿Os disparó?

—Cinco veces —dijo Detritus, visiblemente contento—. He de comunicar daño en coraza, pero no en parte de atrás debido a que afortunadamente mi cuerpo se interpuso, salvando así valiosa propiedad ciudadana por valor de tres dólares.

Zanahoria siguió escuchando durante un rato.

—¿Alcantarillas? —terminó diciendo.

—Es como toda la ciudad, en el subsuelo. Vimos coronas y cosas talladas en las paredes.

A Zanahoria le brillaron los ojos.

—¡Eso quiere decir que tienen que datar de los días en que teníamos reyes! Y cuando empezamos a reconstruir una y otra vez la ciudad, nos olvidamos de que estaban allí abajo…

—Mmm… Eso no es todo lo que hay ahí abajo —dijo Cuddy—. Encontramos… algo.

—¿Oh?

—Algo malo.

—No te gustará nada —dijo Detritus—. Malo, malo, malo. Incluso peor.

—Pensamos que sería mejor dejarlo allí —dijo Cuddy—, debido a que era una Prueba. Pero tendrías que verlo.

—Pondrá todo patas arriba —dijo el troll, empezando a meterse en el papel.

—¿Qué era?

—Si te lo decimos, tú dices, estúpida gente étnica, me estáis tocando las narices —dijo Detritus.

—Así que será mejor que vengáis y lo veáis —dijo Cuddy.

El sargento Colon miró al resto de la Guardia.

—¿Todos nosotros? —preguntó nerviosamente—. Ejem. ¿No crees que un par de oficiales con experiencia deberían quedarse aquí arriba? ¿Por si ocurre algo?

—¿Te refieres a si ocurre algo aquí arriba? —preguntó Angua, hablando en un tono bastante ácido—. ¿O a si ocurre algo allá abajo?

—Iré con el guardia interino Cuddy y el guardia interino Detritus —dijo Zanahoria—. No creo que nadie más deba venir.

—¡Pero podría ser peligroso! —dijo Angua.

—Si encuentro a la persona que les ha estado disparando a unos guardias —dijo Zanahoria—, lo será.

Samuel Vimes estiró la pierna y abrió el grifo del agua caliente con el dedo gordo del pie.

Hubo una respetuosa llamada a la puerta, y Willikins entró a paso de mayordomo.

—¿El señor deseará alguna cosa?

Vimes se lo pensó.

—Lady Ramkin dijo que usted no desearía nada de alcohol —dijo Willikins, como si le estuviera leyendo los pensamientos.

—¿Lo dijo?

—Enfáticamente, señor. Pero tengo aquí un puro excelente.

Torció el gesto cuando Vimes le arrancó el extremo de un mordisco al puro y lo escupió por encima del borde de la bañera, pero acto seguido sacó una caja de fósforos del bolsillo y se lo encendió.

—Gracias, Willikins. ¿Cuál es tu nombre propio?

—¿Nombre propio, señor?

—Quiero decir que cómo te llama la gente cuando ha llegado a conocerte un poco mejor.

—Willikins, señor.

—Oh. Bien, de acuerdo. Bueno. Puedes irte, Willikins.

—Sí, señor.

Vimes volvió a recostarse dentro del agua caliente. La voz interior seguía estando presente en algún lugar, pero intentó no prestarle ninguna atención. A esta hora, estaba diciendo la voz, estarías procediendo por la calle de los Dioses Menores, justo al lado de ese muro de la ciudad antigua en el que podías hacer un alto y liarte un pitillo estando resguardado del viento…

Para ahogar a la voz, Vimes empezó a cantar con toda la potencia de sus pulmones.

Las alcantarillas cavernosas que había debajo de la ciudad resonaban con los ecos de voces humanas y casi humanas por primer vez en milenios.

—Aibó…

—… aibó…

—Oook oook oook oook oook…

—¡Vosotros todos estúpidos!

—No puedo evitarlo. Es mi sangre cuasienanesca. Nos gusta cantar en el subsuelo. Es algo que nos sale de una manera natural.

—De acuerdo, pero ¿por qué él cantando? El simio.

—Se hace enseguida con las costumbres de la gente.

Habían traído consigo antorchas. Las sombras saltaban entre los pilares dentro de la gran caverna, y volaban a lo largo de los túneles. Cualesquiera que fuesen los posibles peligros que hubiera al acecho, Zanahoria estaba fuera de sí por la alegría del descubrimiento.

—¡Es asombroso! ¡La Vía Cloaca se menciona en algún libro viejo que leí, pero todo el mundo pensaba que era una calle perdida! Un trabajo de construcción realmente soberbio. Tuvisteis suerte de que el nivel del río esté tan bajo. Parece como si normalmente estas alcantarillas estuvieran llenas de agua.

—Eso fue lo que dije yo —dijo Cuddy—. Llenas de agua, dije.

Observó con cautela las sombras que danzaban, las cuales creaban formas extrañas y preocupantes en la pared de enfrente: extraños animales bípedos, innombrables criaturas subterráneas…

Zanahoria suspiró.

—Deja de hacer sombras con las manos, Detritus.

—Oook.

—¿Qué decir él?

—Ha dicho «Haz el Conejo Deformado, es mi favorito» —tradujo Zanahoria.

Las ratas correteaban en la oscuridad. Cuddy miró a su alrededor. No paraba de imaginarse figuras, por allí atrás, tomando puntería a lo largo de una especie de tubo…

Hubo unos momentos un poco preocupantes cuando perdió de vista las huellas sobre la piedra mojada, pero luego volvió a encontrarlas cerca de una pared cubierta de moho. Y entonces, allí estaba aquel conducto en particular. Cuddy había hecho una señal en la piedra.

—No queda muy lejos —dijo, pasándole la antorcha a Zanahoria.

Zanahoria desapareció.

Oyeron sus pasos en el barro, y luego un silbido de sorpresa, y después silencio durante un rato. Zanahoria reapareció.

—Vaya, vaya —dijo—. ¿Sabéis quién es?

—Se parece a… —empezó a decir Cuddy.

—Se parece a un problema muy serio.

—¿Ves por qué no nos lo llevamos arriba? —dijo Cuddy—. Pensé que ir por las calles con un cadáver humano en estos momentos no sería una buena idea. Especialmente con este cadáver.

—Yo pensé algo de eso, también —aclaró Detritus.

—Muy bien pensado —dijo Zanahoria—. Bien hecho, hombres. Creo que sería mejor que… lo dejáramos aquí por ahora y que luego regresemos con un saco. Y… no se lo digáis a nadie más.

—Excepto al sargento y a los demás —dijo Cuddy.

—No… ni siquiera a ellos. Eso les pondría muy… nerviosos a todos.

—Como usted diga, cabo Zanahoria.

—Estamos tratando con una mente enferma, hombres.

Una súbita revelación subterránea inundó la mente de Cuddy con su luz.

—Ah —dijo—. ¿Sospecha del cabo Nobbs, señor?

—Esto es peor. Venga, regresemos arriba. —Volvió la mirada hacia la gran caverna llena de pilares—. ¿Tienes alguna idea de dónde nos encontramos, Cuddy?

—Podría ser debajo del Palacio, señor.

—Eso era lo que estaba pensando yo. Los túneles van a todas partes, claro está…

El curso lleno de preocupación que habían estado siguiendo los pensamientos de Zanahoria se detuvo en algún sendero lejano. Había agua en las alcantarillas, incluso con aquella sequía. Los manantiales afluían a ellas, o el agua se filtraba desde muy arriba. El goteo y el suave chapoteo del agua resonaban por todas Partes. Y había aire, aire frío.

Casi hubiese resultado agradable de no ser por el triste cadáver encogido de alguien que se parecía muchísimo a Beano el Payaso.

Vimes se secó. Willikins también le había dejado preparado su albornoz con brocado en las mangas. Se lo puso, y entró en su vestidor.

Aquello era otra cosa nueva. Los ricos incluso tenían habitaciones para vestirse dentro de ellas, y ropas que llevar mientras entraban en los vestidores para vestirse.

Le habían dejado preparada ropa limpia. Aquella noche había algo muy elegante en rojo y amarillo…

… a estas horas estaría patrullando la calle de la Mina de Melaza…

… y un sombrero. Tenía una pluma en él.

Vimes se vistió, y hasta se puso el sombrero. Y tenía un aspecto de lo más normal y lleno de compostura, hasta que te dabas cuenta de que evitaba encontrarse con su propia mirada en el espejo.

La Guardia estaba sentada alrededor de la mesa grande en la sala de guardia, presa de una profunda melancolía. Se encontraban Fuera de Servicio. Nunca antes habían estado realmente Fuera de Servicio.

—¿Qué os parece si echamos una partidita de cartas? —dijo Nobby alegremente, sacando una baraja grasienta de algún lugar de los ruidosos recovecos de su uniforme.

—Ayer le ganaste la paga a todo el mundo —dijo el sargento Colon.

—Pues entonces ahora tenéis la ocasión de recuperarla.

—Sí, pero tenías cinco reyes en la mano, Nobby.

Nobby barajó las cartas.

—Vaya, eso sí que es curioso —dijo—. Cuando empiezas a mirar, enseguida ves que hay reyes por todas partes.

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