Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

—Tenemos que encontrar una salida —dijo.

—Claro.

—Bueno… ¿Y cómo es que te alistaste en la Guardia?

—¡Ja! Mi chica Rubí ella dice, tú quieres casarte, tú consigues trabajo como es debido, yo no caso con troll que la gente dice, él no buen troll, él más duro de mollera que tabla del suelo. —La voz de Detritus creó ecos que resonaron en la oscuridad—. ¿Y tú?

—Me aburría. Trabajaba para mi cuñado Durance. Se gana muy bien la vida con su negocio de preparar ratas de la suerte para los restaurantes de enanos. Pero pensé que aquello no era un trabajo adecuado para un enano.

—A mí suena como trabajo fácil.

—Me costaba horrores conseguir que se tragaran los papelitos de la suerte.

Cuddy se detuvo. Un cambio en el aire sugería que había un túnel más vasto delante de ellos.

Y, ciertamente, el túnel daba a la pared lateral de otro túnel mucho más grande. Había una profunda capa de barro en el suelo, por el centro de la cual corría un hilillo de agua. Cuddy creyó oír ratas, o lo que esperaba fuesen ratas, apresurándose a correr hacia el oscuro vacío. Incluso le pareció poder oír los sonidos de la ciudad —tenues, entremezclados unos con otros— filtrándose por la tierra.

—Es como un templo —dijo, y su voz retumbó en la lejanía.

—Escrito aquí en pared —dijo Detritus.

Cuddy contempló las letras profundamente esculpidas en la piedra.

—VÍA CLOACA —dijo—. Mmm… Bueno, veamos… «vía» es una palabra antigua que significa «calle o camino». «Cloaca» significa…

Escudriñó la penumbra.

—Esto es una alcantarilla —dijo.

—¿Qué eso?

—Es como… bueno, ¿dónde tiran los trolls su… basura? —dijo Cuddy.

—En calle —dijo Detritus—. Higiénico.

—Esto es… una calle subterránea reservada a… bueno, a la bosta —dijo Cuddy—. No sabía que Ankh-Morpork las tuviera.

—Quizá Ankh-Morpork no sabía que Ankh-Morpork las tenía —dijo Detritus.

—Claro. Tienes razón. Este sitio es antiguo. Estamos en las entrañas de la tierra.

—En Ankh-Morpork hasta la mierda tiene una calle para ella sola —dijo Detritus, con un temeroso asombro en su voz—. Realmente, esta es una tierra de oportunidades.

—Aquí hay escrito algo más —dijo Cuddy, quitando parte del barro—. «Cirone IV me fabricat» —leyó en voz alta—. Fue uno de los primeros reyes, ¿verdad? Eh, ¿sabes qué es lo que significa eso?

—Nadie ha estado aquí abajo desde ayer —dijo Detritus.

—¡No! Este sitio… este sitio tiene más de dos mil años. Probablemente somos las primeras personas que bajan aquí desde…

—Ayer —dijo el troll.

—¿Ayer? ¿Ayer? ¿Qué tiene que ver el día de ayer con todo esto?

—Pisadas todavía frescas —dijo Detritus.

Señaló hacia delante.

Había huellas de pisadas en el barro.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? —preguntó Cuddy, sintiéndose de repente muy visible en el centro del túnel.

—Nueve años. Ese es el número de años que he vivido aquí. Nueve —dijo Detritus, orgullosamente—. Y ese solo uno de un gran… número de números hasta los que puedo contar.

—¿Has oído hablar alguna vez de túneles bajo la ciudad?

—No.

—Pero alguien sabe acerca de ellos.

—Sí.

—¿Qué vamos a hacer?

La respuesta era inevitable. Habían perseguido a un hombre hasta el interior del almacén de futuros porcinos, y casi habían muerto. Luego habían terminado encontrándose metidos en el centro de una pequeña guerra, y casi habían muerto. Ahora se encontraban en un túnel misterioso donde había huellas de pisadas frescas. Si el cabo Zanahoria o el sargento Colon llegaban a preguntarles qué fue lo que hicieron entonces, ninguno de los dos podía hacer frente a la idea de decirles que se habían vuelto por donde vinieron.

—Las pisadas van en esa dirección —dijo Cuddy—, y luego regresan. Pero las que regresan no son tan profundas como las que van hacia allí. Puedes ver que son posteriores porque pasan por encima de las otras. Así que cuando fue hacia allí pesaba más que cuando regresó, ¿sí?

—Sí-dijo Detritus.

—¿Así que eso significa…?

—¿Que pierde peso?

—Que llevaba algo consigo, y que lo dejó… en algún lugar de allí delante.

Contemplaron la oscuridad.

—¿Así que vamos y averiguamos qué era? —preguntó Detritus.

—Eso creo. ¿Cómo te sientes?

—Me siento bien.

Aunque pertenecían a especies distintas, de pronto sus mentes se habían visto invadidas por una sola imagen que llevaba aparejados el fogonazo surgido de un tubo y un proyectil de plomo que cantaba a través de la noche subterránea.

—Él regresó —dijo Cuddy.

—Sí-dijo Detritus.

Volvieron a contemplar la oscuridad.

—No ha sido un día muy agradable —dijo Cuddy.

—Eso verdad.

—Hay una cosa que me gustaría saber, solo por si se diera el caso de que… quiero decir que… oye, ¿qué fue lo que sucedió exactamente dentro del almacén de cerdo? ¡Hiciste todas esas matemáticas! ¡Todas esas cuentas!

—Yo… no sé. Lo vi todo.

—¿Todo qué?

—Pues todo ello. Todo. Todos los números que hay en el mundo. Podía contarlos todos.

—¿Y daban igual a qué?

—No sé. ¿Qué significa igual?

Siguieron adelante, para ver qué era lo que les reservaba el futuro.

El sendero terminaba llevando a un túnel más angosto que apenas si era lo bastante grande para que el troll pudiera mantenerse erguido. Finalmente no pudieron seguir adelante. Una piedra había caído del techo y los escombros y el barro habían ido fluyendo alrededor de ella, obstruyendo el túnel. Pero aquello no importaba, porque ya habían encontrado lo que estaban buscando, a pesar de que no lo hubiesen estado buscando.

—Oh, cielos —dijo Detritus.

—Decididamente sí —dijo Cuddy, mirando vagamente a su alrededor—. ¿Sabes?, creo que normalmente estos túneles están llenos de agua —dijo después—. Quedan muy por debajo del nivel normal del río.

Volvió nuevamente la mirada hacia el patético descubrimiento.

—Esto va a crear un montón de problemas —dijo.

—Es su placa —dijo Zanahoria—. Oh, cielos. La ha estado sujetando con tanta fuerza que se le ha clavado en la mano.

Técnicamente hablando, Ankh-Morpork está construida sobre terreno arcilloso, pero en su mayor parte está construida sobre Ankh-Morpork. La ciudad ha sido construida, incendiada, recubierta por los sedimentos, y reconstruida tantas veces que sus cimientos son sótanos viejos, caminos enterrados y los huesos fósiles y los vertederos de ciudades anteriores.

Debajo de ellos, en la oscuridad, el troll y el enano estaban sentados.

—¿ Qué hacer ahora?

—Deberíamos dejarlo aquí y traer al cabo Zanahoria. Él sabrá qué es lo que hay que hacer.

Detritus miró por encima del hombro la cosa que había detrás de ellos.

—Eso a mí no gusta nada —dijo—. Dejarlo aquí no estar bien.

—Claro. Sí, tienes razón. Pero tú eres un troll y yo soy un enano. ¿Qué piensas que ocurriría si la gente nos viera llevando eso por las calles?

—Problema grande.

—Correcto. Venga, vamos. Sigamos las huellas hasta que nos lleven fuera de aquí.

—¿Suponiendo que no esté cuando regresamos? —murmuró Detritus, levantándose pesadamente.

—¿Cómo iba a hacerlo? Y ahora nosotros estamos siguiendo las huellas que conducen hacia fuera, así que si quienquiera que sea que lo puso aquí vuelve, entonces nos daremos de narices con ellos.

—Oh, bien. Yo contento de que tú hayas dicho eso.

Vimes estaba sentado en el borde de su cama mientras Angua le vendaba la mano.

—¿El capitán Quirke? —dijo Zanahoria—. Pero él… no es una buena elección.

—Mayonesa Quirke, solíamos llamarle —dijo Colon—. Es un capullo.

—No me lo digas —dijo Angua—. Es rico, espeso y pringoso, ¿verdad?

—Y huele un poquito a huevos —dijo Zanahoria.

—Luce un penacho en el casco —dijo Colon—, y lleva una coraza en la que te puedes ver la cara.

—Bueno, Zanahoria también tiene una coraza así —dijo Nobby.

—Sí, pero la diferencia es que Zanahoria mantiene su coraza limpia porque a él… le gusta tener una coraza bien limpia —dijo Colon lealmente—. Mientras que Quirke mantiene brillante la suya porque es un capullo.

—Pero ya ha resuelto el caso —dijo Nobby—. Oí hablar de ello cuando fui a por el café. Ha arrestado a Caradecarbón el troll. Ya sabe a quién me refiero, ¿verdad, capitán? El que limpia las letrinas. Alguien lo vio cerca de la calle Escarcha justo antes de que mataran al enano.

—Pero Caradecarbón es inmenso —dijo Zanahoria—. No podría haber pasado por esa puerta.

—Tiene un motivo —dijo Nobby.

—¿Sí?

—Sí. Martillogrande era un enano.

—Eso no es un motivo.

—Lo es para un troll. Y en todo caso, si no hizo eso, probablemente haya hecho algo. Hay montones de evidencias contra él.

—¿Como cuáles? —quiso saber Angua.

—Es un troll.

—Eso no es ninguna evidencia.

—Para el capitán Quirke sí que lo es —dijo el sargento.

—Tiene que haber hecho algo —repitió Nobby.

Al decir aquello se estaba haciendo eco de la visión del crimen y el castigo que tenía el patricio. Si había habido un crimen, entonces debería haber un castigo. Que el criminal en cuestión debiera verse involucrado en el proceso del castigo era una feliz casualidad, pero en el caso de que no fuera así entonces cualquier criminal serviría, y dado que todo el mundo era sin duda culpable de algo, el resultado final era que, en términos generales, se hacía justicia.

—Ese Caradecarbón es un mal elemento —dijo Colon—. Es la mano derecha de Crysoprase.

—Sí, pero no pudo matar a Bjorn —dijo Zanahoria—. ¿Y qué hay de la joven mendiga?

Vimes estaba mirando el suelo y no se había movido.

—¿Qué opina usted, capitán? —preguntó Zanahoria.

Vimes se encogió de hombros.

—¿A quién le importa? —dijo.

—Bueno, a usted sí que le importa —dijo Zanahoria—. Siempre le ha importado. Y ahora no podemos permitir que alguien como…

—Escúchame —dijo Vimes, hablando con un hilo de voz—. Supongamos que descubrimos quién mató al enano y al payaso. O a la chica. Eso no cambiaría nada. Está podrido de todas maneras.

—¿Qué es lo que está podrido, capitán? —preguntó Colon.

—Todo. Sería como intentar vaciar un pozo con un cedazo. Deja que los asesinos intenten resolverlo. O los ladrones. Luego puede intentarlo con las ratas. ¿Por qué no? No somos las personas adecuadas para esto. Deberíamos habernos conformado con seguir haciendo sonar nuestras campanas y gritando que todo va bien.

—Pero es que no todo va bien, capitán —dijo Zanahoria.

—¿Y qué? ¿Cuándo ha importado eso?

—Oh, cielos —murmuró Angua—. Me parece que quizá le habéis dado demasiado de ese café…

—Mañana me retiraré de la Guardia —dijo Vimes—. Veinticinco años en las calles…

Nobby empezó a sonreír nerviosamente y dejó de hacerlo cuando el sargento, aparentemente sin cambiar de postura para ello, le agarró uno de los brazos y se lo retorció suave pero muy significativamente hacia la parte superior de su espalda.

—¿… Y de qué ha servido todo? ¿Acaso le he hecho algún bien a alguien? Lo único que he conseguido ha sido gastar un montón de botas. ¡No hay lugar en Ankh-Morpork para los policías! ¿A quién le importa lo que está bien y lo que está mal? ¡Asesinos y ladrones y trolls y enanos! ¡Ya puestos, no veo por qué no podríamos tener un puto rey!

El resto de la Guardia Nocturna se estaba mirando los pies en un mudo embarazo. Finalmente Zanahoria dijo:

—Es mejor encender una vela que maldecir a la oscuridad, capitán. Eso es lo que dicen.

¿Qué? —La súbita rabia de Vimes fue como el estallido de un trueno—. ¿Quién dice eso? ¿Cuándo ha sido cierto eso alguna vez? ¡Nunca lo ha sido! Es la clase de cosa que dicen las personas que no tienen poder para que así todo parezca menos espantoso y horrendo, pero en realidad no son más que palabras, nunca cambia nada…

Alguien llamó con fuerza a la puerta.

—Será Quirke —dijo Vimes—. Tenéis que entregarle vuestras armas. La Guardia Nocturna ha quedado libre de servicio durante un día. No podemos tener a un montón de policías correteando por ahí e interfiriendo con todo, ¿verdad? Abre la puerta, Zanahoria.

—Pero… —empezó a decir Zanahoria.

—Eso era una orden. Puede que no sirva para nada más, pero todavía soy perfectamente capaz de ordenarte que abras la puerta, ¡así que abre la puerta!

Quirke venía acompañado por media docena de miembros de la Guardia Diurna. Llevaban ballestas. En deferencia al hecho de que estaban haciendo un trabajo levemente desagradable que involucraba a otros agentes de la ley, las mantenían ligeramente apuntadas hacia abajo. En deferencia al hecho de que no eran idiotas, les habían quitado los seguros.

En realidad, Quirke no era un mal tipo. Carecía de la imaginación necesaria para ello. Lo suyo era más bien esa especie de antipatía general que oscurece ligeramente el alma de todos aquellos que entran en contacto con ella.[22] Muchas personas desempeñan trabajos que les vienen un poco grandes, pero hay varias maneras de reaccionar ante la situación. A veces esas personas se muestran muy amables y un poco agobiadas, y a veces son Quirke. Quirke hacía frente a ese tipo de situaciones con una máxima: da igual que tengas razón o estés equivocado, con tal de que seas muy claro y decidido. Hablando a grandes rasgos, en Ankh-Morpork no existe ningún prejuicio racial auténtico: cuando tienes enanos y trolls, el mero color que tengan otros humanos no es una cuestión demasiado importante. Pero Quirke era la clase de hombre al que le sale de manera natural pronunciar la palabra negro con dos g.

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