—¿Ve-intinue-ve…?
—¡Exacto!
—¡Exacto!
—¡Puedes llegar hasta allí!
—¡Puedo llegar hasta allí!
—¡Tú has nacido para contar hasta dos!
—¡Yo he nacido para contar hasta dos!
—¡Si puedes contar hasta dos, puedes contar hasta cualquier cosa!
—¡Si puedo contar hasta dos, puedo contar hasta cualquier cosa!
—¡Y entonces el mundo será tu molusco!
—¡Mi molusco! ¿Qué es un molusco?
Angua tuvo que apretar el paso para mantenerse a la altura de Zanahoria.
—¿No vamos a ir a echar una mirada en el Edificio de la Opera?-preguntó.
—Luego. Cualquiera que estuviese allí arriba ya estará bien lejos para cuando lleguemos ahí. Tenemos que decírselo al capitán.
—¿Piensas que a Lettice Knibbs la mató lo mismo que mató a Martillogrande?
—Sí.
—Hay… nueve pájaros.
—Eso es.
—Hay… un puente.
—Bien.
—Hay… cator-ce embarcaciones.
—Exacto.
—Hay… mil. Trescientos. Se-senta. Cuatro ladrillos.
—Tú lo has dicho.
—Hay…
—Bueno, será mejor que nos tomemos un descanso. No querrás desgastarlo todo contando, ¿verdad?
—Hay… un hombre que corre…
—¿Qué? ¿Dónde?
El café de Sham Harga era como plomo fundido, pero tenía una cosa a su favor: cuando lo bebías, siempre experimentabas una abrumadora sensación de alivio por haber llegado al fondo de la taza.
—Ese café estaba realmente horroroso, Sham.
—Cierto —dijo Harga.
—No, quiero decir que en mis buenos tiempos he bebido muchísimo café malo, pero eso, eso ha sido como si alguien me estuviera pasando una sierra por la lengua. ¿Cuánto tiempo estuvo hirviendo?
—¿Qué fecha es hoy? —preguntó Harga, limpiando un vaso. Generalmente siempre estaba limpiando vasos. Nadie descubría jamás qué ocurría luego con los vasos limpios.
—Quince de agosto.
—¿De qué año?
Sham Harga sonrió, o al menos movió varios músculos alrededor de su boca. Sham Harga llevaba muchos años triunfando en el negocio de la restauración gracias a que siempre sonreía, nunca fiaba, y era muy consciente de que la mayor parte de sus clientes querían comer algo que estuviera adecuadamente equilibrado entre los cuatro grandes grupos alimenticios: el azúcar, el almidón, la grasa, y los trocitos quemados y crujientes.
—Me gustaría tomar un par de huevos —dijo Vimes—, con las yemas duras de verdad pero las claras tan poco hechas que goteen como si fueran melaza. Y quiero panceta, esa panceta especial que está toda cubierta de nódulos huesudos y le cuelgan trocitos de grasa. Y una rebanada de pan frito. De la clase que hace que te crujan las arterias solo con mirarla.
—Un pedido difícil —dijo Harga.
—Ayer conseguiste que te quedara bien. Y ponme un poco más de café. Lo quiero tan negro como la medianoche en una noche sin luna.
Harga pareció sorprenderse. Aquello no era propio de Vimes.
—¿Como cuánto de negro es eso? —preguntó.
—Oh, pues yo diría que condenadamente negro.
—No necesariamente.
—¿Cómo?
—En una noche sin luna hay más estrellas. Es lógico, ¿verdad? Se las ve más. Una noche sin luna puede ser bastante brillante.
Vimes suspiró.
—¿Tan negro como una noche sin luna que esté muy nublada? —preguntó.
Harga contempló su cafetera con expresión pensativa.
—¿Cúmulos o cirroestratos?
—Disculpa, ¿cómo has dicho?
—Las luces de la ciudad siempre se reflejan en los cúmulos porque son nubes bastante bajas, ¿comprendes? Ojo, puede que te encuentres con un poco de dispersión del reflejo a gran altura debido a los cristales de hielo que hay suspendidos dentro de…
—Una noche sin luna que sea tan negra como ese café —dijo Vimes con voz hueca.
—¡Bien!
—Y un donut. —Vimes agarró a Harga por la chaqueta llena de manchas y tiró de él hasta que sus respectivas narices se tocaron—. Un donut tan donutesco como un donut hecho de harina, agua, un huevo grande, azúcar, un pellizco de levadura, canela para darle sabor y un relleno de crema, gelatina o rata dependiendo de las preferencias nacionales o de la especie, ¿de acuerdo? Pero no tan donutesco como algo que sea metafórico en ningún sentido. Solo un donut. Un donut.
—Un donut.
—Sí.
—Bastaba con que lo dijeras.
Harga se pasó las manos por la chaqueta, le lanzó una mirada dolida a Vimes y volvió a entrar en la cocina.
—¡Alto! ¡En el nombre de la ley!
—¿Cuál es el nombre de la ley, entonces?
—¡Cómo quieres que lo sepa!
—¿Por qué nosotros persiguiéndolo?
—¡Porque él está huyendo!
Cuddy solo llevaba unos días siendo un guardia, pero ya había absorbido un hecho importante y básico: es casi imposible que alguien esté en la calle sin infringir la ley. Existe todo un manojo de delitos a disposición del policía que desee pasarlo en grande con un ciudadano, desde la Espera con Intención hasta la Obstrucción a la Espera Siendo del Color/Sexo/Forma/Especie Equivocado. Por un instante, a Cuddy se le ocurrió pensar que cualquier persona que no saliese huyendo despavorida en cuanto viera a Detritus dándole al suelo con los nudillos a alta velocidad detrás de ella probablemente sería culpable de contravenir el Acta de Ser Jodidamente Estúpido del Año 1581. Pero ya era demasiado tarde para tomar en consideración aquello. Alguien estaba corriendo, y ellos lo estaban persiguiendo. Lo estaban persiguiendo porque él corría, y él corría porque ellos lo estaban persiguiendo.
Vimes se sentó con su café y contempló la cosa que había recogido del tejado.
Parecía un juego corto de flautas de Pan, con tal de que Pan se viera restringido a seis notas y todas ellas fueran la misma. Los tubitos estaban hechos de acero y soldados entre sí. Había una tira de metal aserrado a lo largo, como una rueda de engranaje aplanada, y todo el artilugio apestaba a fuegos artificiales.
Vimes los dejó junto a su plato manejándolos con mucho cuidado.
Leyó el informe del sargento Colon. Fred Colon había invertido un cierto tiempo en él, probablemente con la ayuda de un diccionario. El informe decía lo siguiente:
Informe del sargento F. Colon. Aprox. 10 de la mañana de hoy, 15 del agusto, prosedí, en compañía del cabo, C. W. St. J. Nobbs, al Gremio de Bufones y Chistosos de la calle Dios, paradero en el cual conversamos con el payaso Boffo quien dijo, que payaso Beano, el corpus dejadicti, fue definitivamente visto por él, payaso Boffo, dejando el Gremio la mañana previa, justo después de la explosión. (En mi opinión esto es mentira podrida, porque el fiambre llevaba muerto al menos dos días, cabo C. W. St. J. Nobbs está de acuerdo, así que alguien nos está vendiendo la burra, nunca confíes en nadie que se cae sobre el trasero para ganarse la vida.) En cuyo momento el doctor Carablanca se encontró con nosotros, y, que me cuelguen, si no estuvo a punto de darnos la derriére velocité fuera del sitio. Nos pareció, i.e., a mí y al cabo C. W. St. J. Nobbs, que los bufones se temen que puedan haber sido los asesinos, pero no sabemos por qué. También, el payaso Boffo insistió en que buscáramos la nariz de Beano, pero él tenía nariz cuando lo vimos allí, así que le dijimos al payaso Boffo que si se refería a una nariz falsa, y él dijo, no, una nariz real, largo de aquí. Visto lo cual regresamos aquí.
Vimes se las arregló para descifrar lo que significaba derriére velocité. Todo aquel asunto de la nariz parecía un acertijo envuelto en un enigma, o al menos en la letra del sargento Colon, lo cual venía a ser prácticamente lo mismo. ¿Por qué pedir que se buscara una nariz que no se había perdido?
Después leyó el informe de Cuddy, escrito en la cuidadosa caligrafía angular de alguien más acostumbrado a las runas. Y las sagas.
Capitán Vimes, la aqví presente es la crónica de mí, el agente Cvddy. Lvminosa era la mañana y brillaba el sol sobre nvestras cabezas cvando procedimos al Gremio de Alqvimistas, donde acontecieron los acontecimientos qve ahora cantaré. Estos inclvyeron bolas qve hacían explosión. En cvanto a la epopeya a la cval habíamos sido enviados, fvimos informados de qve el papel anexo [anexo] hallábase escrito en la letra de Leonardo da Qvirm, qvien se desvaneció en misteriosas circvnstancias. Versa sobre cómo hacer vn polvo llamado pólvora Nvmero 1, el cval se utiliza en fvegos artificiales. El señor Silverfish el alqvimista dice qve cvalqvier alqvimista lo conoce. También, en el margen del papel, hay vn dibvjo de lo qve se conoce como El Debólver, porqve le pregvnté acerca de Leonardo a mi primo y él solía venderle tubos de pintvra a Leonardo y reconoció la letra y dijo qve Leonardo siempre escribía de atrás hacia delante porqve era vn genio. He copiado lo mismo en este lvgar.
Vimes dejó los papeles sobre la mesa y puso el trozo de metal encima de ellos.
Luego metió la mano en el bolsillo y sacó de él un par de piezas de metal.
Un palo, había dicho la gárgola.
Vimes contempló el dibujo. Se parecía mucho, tal como había observado Cuddy, a la culata de una ballesta con un tubo encima. Junto a él había unos cuantos esbozos de extraños artilugios mecánicos, y un par de las cositas de seis tubos. Todo el dibujo parecía una especie de garabato. Alguien, posiblemente el tal Leonardo, había estado leyendo un libro acerca de los fuegos artificiales y luego se había dedicado a dibujar en los márgenes.
Fuegos artificiales.
Bueno… ¿fuegos artificiales? Pero los fuegos artificiales no eran un arma. Los petardos hacían pum. Los cohetes subían, más o menos, pero lo único a lo que podías estar seguro de que terminarían dándole era al cielo.
Martillogrande había llegado a hacerse famoso por su habilidad con los mecanismos. Aquello no era un atributo muy habitual entre los enanos. La gente creía que sí, pero no lo era. Los enanos eran muy hábiles con el metal, y hacían buenas espadas y joyas, pero no eran demasiado técnicos cuando se trataba de cosas como los engranajes y los resortes. Martillogrande había sido un caso poco habitual.
Así pues…
Suponiendo que hubiera un arma. Suponiendo que hubiera algo en ella que fuese distinto, extraño, aterrador.
No, no podía tratarse de eso. O terminaría hallándose disponible en todas partes, o sería destruida. No terminaría en el museo del Gremio de Asesinos. ¿Qué se colocaba en los museos? Cosas que no habían funcionado, o que se habían perdido, o que debieran recordarse… así que ¿dónde podía estar el sentido de exhibir nuestro palo de fuego?
Recordó que había muchísimas cerraduras en la puerta. Así que… no se trataba de un museo en el que se pudiera entrar como si tal cosa. Quizá había que ser un asesino que hubiese llegado muy arriba, y entonces un día uno de los líderes del Gremio de Asesinos te llevaba allí a altas horas de la noche, cuando todo parecía estar muerto, ja, y decía… y decía…
Por alguna razón inexplicable, el rostro del patricio surgió de la nada llegado a aquel punto.
Vimes volvió a sentir el contorno de algo, alguna cosa fundamental que se hallaba presente en el centro de todo aquello…
—¿Adónde ha ido? ¿Adónde ha ido?
Había un laberinto de callejones alrededor de las puertas. Cuddy se apoyó en una pared y trató de recuperar el aliento.
—¡Allá va! —gritó Detritus—. ¡Por el Camino de la Barba de Ballena!
El troll fue tras él con sus pesados andares.
Vimes dejó la taza de café encima de la mesa.
La persona que le había disparado aquellas bolas de plomo había sido muy precisa para estar a varios centenares de metros de distancia, y había efectuado seis disparos más deprisa de lo que nadie podía llegar a disparar una flecha.
Vimes cogió los tubos. Seis tubitos, seis disparos. Y podías llevar encima un bolsillo entero de aquellas cosas. Podías disparar más lejos, más deprisa, con más precisión de lo que podía llegar a hacerlo ninguna otra persona con cualquier otra clase de arma.
Bien. Un nuevo tipo de arma. Mucho, mucho más rápida que un arco. A los Asesinos no les iba a gustar nada aquello. No, no les iba a gustar en lo más mínimo. Ellos ni siquiera eran partidarios de los arcos. Los Asesinos preferían matar de cerca.
Así que habían dejado el… el debólver a buen recaudo poniéndolo bajo llave. Solo los dioses sabían cómo habían llegado a hacerse con él en un principio. Y unos cuantos asesinos veteranos estarían al corriente de su existencia. Transmitirían el secreto: tened mucho cuidado con cosas como esta…
—¡Ahí abajo! ¡Ha entrado en el callejón del Tanteo!
—¡Ve más despacio! ¡Ve más despacio!
—¿Por qué? —dijo Detritus.
—Es un callejón sin salida.
Los dos guardias se detuvieron.