Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

—¿Lanzado por una honda? —dijo Zanahoria.

—Aquí dentro no hay espacio suficiente para usarla —dijo Vimes—. Y de todas maneras, ¿cómo demonios habría podido llegar a incrustarse tan profundamente en la pared?

Se guardó el disco en el bolsillo.

—Bueno, pues eso parece ser todo —dijo, poniéndose en pie—. Será mejor que… ¡ay! Oh, a ver si encuentras ese soldado de relojería. Será mejor que dejemos este lugar lo más ordenado posible.

Zanahoria buscó en la oscuridad debajo del banco. Hubo una especie de roce.

—Aquí debajo hay un trozo de papel, señor.

Zanahoria salió de debajo del banco, agitando una hojita que había empezado a amarillear. Vimes la contempló entornando los ojos.

—No sé qué puede ser —dijo finalmente—. No es enanés, de eso estoy seguro. Pero esos símbolos… Ya he visto antes esas cosas, o algo muy parecido. —Le devolvió el papel a Zanahoria—. ¿Puedes sacar algo en claro de ello?

Zanahoria frunció el ceño.

—Podría sacar un sombrero —dijo—, o un bote. O una especie de crisantemo…

—Me refiero a los símbolos. Estos símbolos de aquí.

—No lo sé, capitán. Pero parecen familiares. Algo así como… ¿la escritura de los alquimistas?

—¡Oh, no! —Vimes se tapó los ojos con las manos—. ¡Los jodidos alquimistas no! ¡Oh, no! ¡Esa puta pandilla de vendedores de fuegos artificiales que están mal de la cabeza no! ¡Puedo aguantar a los Asesinos, pero a esos idiotas no! ¡No! ¡Por favor! ¿Qué hora es?

Zanahoria le echó una mirada al reloj que colgaba de su cinturón.

—Las once y media, capitán.

—Pues entonces me voy a la cama. Esos payasos pueden esperar hasta mañana. Podrías hacer de mí un hombre muy feliz diciéndome que ese papel pertenecía a Martillogrande.

—Lo dudo, señor.

—Yo también. Vamos. Salgamos por la puerta de atrás.

Zanahoria se deslizó por el hueco.

—Cuidado con la cabeza, capitán.

Vimes, que casi se había puesto de rodillas, se detuvo y miró el marco de la puerta.

—Bueno, cabo —dijo pasados unos instantes—, sabemos que no fue un troll el que lo hizo, ¿verdad? Por dos razones. Una, un troll no podría pasar por esta puerta. Está claro que la hicieron pensando en el tamaño de los enanos.

—¿Cuál es la otra razón, señor?

Vimes arrancó con mucho cuidado algo de una astilla en el dintel de la puertecita.

—La otra razón, Zanahoria, es que los trolls no tienen pelo.

El par de hebras que habían quedado enganchadas en el grano de la viga eran largas y rojas. Alguien las había dejado allí sin darse cuenta. Alguien alto. Más alto que un enano, en todo caso.

Vimes las contempló. Tenían más aspecto de hebras que de pelos. Dos finas hebras rojizas. Oh, bueno. Una pista era una pista.

Las guardó cuidadosamente dentro de un trozo de papel que tomó prestado del cuaderno de notas de Zanahoria, y se las entregó al cabo.

—Toma. Mantenlo a buen recaudo.

Salieron a la noche. Había una estrecha pasarela de tablas unida a las paredes, y más allá de ella estaba el río.

Vimes se incorporó cautelosamente.

—Esto no me gusta nada, Zanahoria —dijo—. Hay algo malo debajo de todo esto.

Zanahoria miró hacia abajo.

—Lo que quiero decir es que están ocurriendo cosas ocultas —le explicó Vimes pacientemente.

—Sí, señor.

—Volvamos al Yard.

Procedieron hacia el Puente de Latón, a una marcha bastante lenta porque Zanahoria saludaba con efusividad a todas las personas con las que se encontraban. Rufianes endurecidos, cuya respuesta normal a una observación procedente de un guardia habría sido amablemente parafraseada en una ristra de símbolos procedentes de la fila superior del teclado de una máquina de escribir, llegaban a sonreír torpemente y farfullaban algo inofensivo en respuesta al jovial «¡Buenas noches, Machacador! ¡Mire por dónde va!» de Zanahoria.

Vimes se detuvo en el centro del puente para encenderse el puro, rascando una cerilla en uno de los hipopótamos ornamentales. Luego bajó la mirada hacia las turbias aguas.

—¿Zanahoria?

—¿Sí, capitán?

—¿Crees que existe lo que podríamos llamar una mente criminal?

Zanahoria hizo un esfuerzo mental casi audible para tratar de entender la pregunta.

—¿Qué… quiere decir como… el señor Y-Voy-A-La-Ruina Escurridizo, señor?

—Escurridizo no es un criminal.

—¿Ha comido usted alguno de sus pasteles, señor?

—Lo que quería decir era que… sí, he comido alguno… No, lo que le ocurre a él es que sufre una pequeña divergencia geográfica en el hemisferio financiero.

—¿Señor?

—Lo que quiero decir es que Escurridizo no está de acuerdo con otras personas acerca de la posición de las cosas. Como el dinero, por ejemplo. Él piensa que todo el dinero debería estar dentro de su bolsillo. No, me refería a…

Vimes cerró los ojos, y pensó en humo de puros, licor que fluía y voces lacónicas. Había personas que eran capaces de robarle dinero a la gente. Eso no era demasiado grave, porque solo se trataba de robar. Pero había personas que, con una sola palabra, eran capaces de robarle la humanidad a la gente. Eso ya era otra cosa.

Lo importante era que… bueno, a Vimes no le gustaban los enanos y los trolls. Pero, en realidad, nadie le gustaba demasiado. La diferencia estribaba en que Vimes pasaba cada uno de sus días moviéndose entre ellos, y tenía derecho a que no le gustaran. Lo irritante era que ningún gordo idiota tenía derecho a decir esa clase de cosas.

Contempló el agua. Uno de los pilares del puente quedaba justo debajo de Vimes, y el Ankh aspiraba y gorgoteaba a su alrededor. Restos variados —leños, ramas, basura— habían ido amontonándose en una especie de sórdida isla flotante. Incluso había hongos creciendo encima de ella.

Lo que le hacía falta ahora era una botella de Abrazodeoso. El mundo siempre quedaba mucho mejor enfocado cuando lo contemplabas a través del fondo de una botella.

Algo más entró nadando en su campo visual.

Doctrina de firmas, pensó Vimes. Así era como la llamaban los herbolarios. Era como si los dioses hubieran puesto en las plantas una etiqueta que dijese «Utilízame». Si una planta parece una parte del cuerpo, entonces es buena para las dolencias propias de esa parte. Tenemos la dentaria para los dientes, el bazón para los… bazos, la mirada limpia para los ojos… incluso existe una seta llamada Phallus impudicus, y no sé para qué es exactamente, pero a Nobby le encantan las tortillas de setas. Y ahora veamos… o esa seta que hay ahí abajo es justo la medicina apropiada para las manos, o…

Vimes suspiró.

—Zanahoria, ¿tendrías la bondad de ir a buscar un bichero y traerlo aquí?

Zanahoria siguió la dirección de su mirada.

—Justo a la izquierda de ese tronco, Zanahoria.

—¡Oh, no!

—Me temo que sí. Sácalo del río, averigua quién era y haz un informe para el sargento Colon.

El cadáver era un payaso. Una vez que Zanahoria hubo bajado por el pilar del puente y apartado los restos, quedó flotando boca arriba con una gran sonrisa triste pintada en la cara.

—¡Está muerto!

—Parece que es contagioso, ¿verdad?

Vimes contempló el cadáver sonriente. No investigue. Manténgase alejado del asunto. Deje que los asesinos y el gilipollas de Quirke se encarguen de ello. Estas son sus órdenes.

—¿Cabo Zanahoria?

—¿Señor?

Estas son sus órdenes…

Bueno, al cuerno con eso. ¿Quién se había creído Vetinari que era Vimes? ¿Una especie de soldadito de relojería?

—Vamos a averiguar qué es lo que ha estado ocurriendo aquí.

—¡Sí, señor!

—Vamos a averiguarlo pase lo que pase.

El río Ankh probablemente sea el único río del universo en el que los investigadores pueden dibujar con tiza el contorno del cadáver.

Querido sargento Colon:

Espero que se encuentre bien de salud. Hace un tiempo Magnífico. Este es un cadáver que, sacamos del río anoche pero, no sabemos quien es excepto que es un miembro del Gremio de Bufones llamado Beano. Ha sido seriamente golpeado en la parte de atrás de la cabeza y ha estado atascado debajo del puente durante un tiempo, no es muy Bonito de ver. El capitán Vimes dice que averigüemos cosas. Dice que él piensa que está mezclado con el asesinato del Señor Martillogrande. Dice que hay que hablar con los Bufones. Dice Hágalo. También haga el favor de encontrar trozo de Papel adjunto. El capitán Vimes dice, pruebe con los Alquimistas…

El sargento Colon dejó de leer durante unos momentos para maldecir a todos los alquimistas.

… porque esto es una Prueba Incomprensible. Esperando que esta carta lo encuentre Gozando de Buena Salud, Suyo Sinceramente Zanahoria Fundidordehierroson (Cabo).

El sargento se rascó la cabeza. ¿Qué demonios significaba todo aquello?

Dos bromistas veteranos del Gremio de Bufones habían venido justo después del desayuno para llevarse el cadáver. Cadáveres en el río… bueno, no había nada de insólito en eso. Pero normalmente los payasos no morían de aquella manera. Después de todo, ¿qué tenía un payaso que valiera la pena robar? ¿Qué clase de peligro representaba un payaso?

En cuanto a los alquimistas, que le colgaran unos cuantos fuegos artificiales del cuello si…

Pero él no tenía por qué hacerlo, claro. Alzó la mirada hacia los reclutas. Tenían que servir para algo.

—Cuddy y Detritus… ¡no saludes!, tengo un trabajito para vosotros dos. Llevad este trozo de papel al Gremio de Alquimistas, ¿de acuerdo? Y pedid a uno de esos chiflados que os diga a ver qué saca en claro de él.

—¿Dónde está el Gremio de Alquimistas, sargento? —preguntó Cuddy.

—En la calle de los Alquimistas, naturalmente —dijo Colon—. Al menos por el momento. Pero si fuera tú, yo me daría prisa.

El Gremio de Alquimistas está justo enfrente del Gremio de Jugadores. Es decir, normalmente lo está. A veces está por encima de él, o por debajo, o cayendo en mil trocitos a su alrededor.

A los jugadores a veces se les pregunta por qué siguen manteniendo un establecimiento justo enfrente de un gremio que hace saltar en pedazos su sala gremial por accidente cada pocos meses, entonces ellos responden: «¿Has leído el letrero que hay en la puerta al entrar?».

El troll y el enano fueron hacia allí, tropezando de vez en cuando el uno con el otro de una manera deliberadamente accidental.

—Y de todas maneras, tú que ser tan listo, ¿él dio papel a mí?

—¡Ja! ¿Es que tú sabes leer? ¿Sabes leer, eh?

—No, yo te digo a ti que lo leas. Es lo que se llama del-ega-y-ción.

—¡Ja! ¡No sabe leer! ¡No sabe contar! ¡Troll estúpido!

—¡Yo no estúpido!

—¡Ja! ¿Sí? ¡Todo el mundo sabe que los trolls no son capaces de contar hasta cuatro![11]

—¡Comedor de ratas!

—¿Cuántos dedos tengo levantados? Dímelo, Señor Listo Rocas en la Cabeza.

—Muchos —se aventuró a decir Detritus.

—Jua, jua. No, cinco. Cuando llegue el día de la paga sí que te meterás en un buen lío. ¡El sargento Colon pensará que un troll tan estúpido como tú no se va a enterar de cuántos dólares le da! ¡Ja! Oye, ¿y cómo te las arreglaste para leer el cartel donde se hablaba de alistarse en la Guardia? ¿Hiciste que te lo leyera alguien?

—¿Cómo has arreglado tú para leer el cartel? ¿Haces que alguien te levante?

Fueron hacia la puerta del Gremio de Alquimistas.

—Yo llamo. ¡Mi trabajo!

—¡Llamaré yo!

Cuando el señor Sendivoge, el secretario del Gremio de Alquimistas, abrió la puerta fue para encontrarse con un enano firmemente agarrado al llamador mientras un troll le sacudía enérgicamente hacia arriba y hacia abajo. El secretario se puso bien el casco de seguridad.

—¿Sí? —dijo.

Cuddy se soltó.

Las enormes cejas de Detritus se unieron.

—Ejem, bastardo chiflado, ¿qué tú sacas en claro de esto? —dijo.

La mirada de Sendivoge fue de Detritus al papel. Cuddy estaba intentando pasar alrededor del troll, que ocupaba casi todo el hueco de la puerta.

—¿Cómo se te ha ocurrido llamarle eso?

—Sargento Colon, él dijo…

—Podría sacar un sombrero —dijo Sendivoge—, o una tira de muñequitos, si encontrara unas tijeras…

—Lo que mi… colega quería preguntarle, señor, es si usted podría ayudarnos en una de nuestras indagaciones acerca de lo que se encuentra escrito en este supuesto pedazo de papel aquí presente —dijo Cuddy—. ¡Eh, eso duele mucho!

Sendivoge le miró.

—¿Son ustedes guardias? —preguntó después.

—Yo soy el guardia interino Cuddy y este de aquí —dijo Cuddy, señalando hacia arriba—, es el guardia interino Detritus… no salud… Oh…

Hubo un golpe sordo, y Detritus fue inclinándose lentamente hacia un lado para terminar desplomándose sobre el suelo.

—Del escuadrón suicida, ¿no? —dijo el alquimista.

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