Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

Dio un salto. Luego estuvo dando brincos durante unos momentos, con la boca abriéndose y cerrándose. Finalmente las palabras lograron salir de ella.

—¡El pie!

—¿Qué te pasa en el pie?

—¡Tengo algo clavado!

Saltó hacia atrás, agarrándose una sandalia, y cayó encima de Detritus.

—Te asombraría lo que se te puede llegar a enganchar a las botas en esta ciudad —dijo Zanahoria.

—Hay algo en la suela de tu sandalia —dijo Angua—. Deja de menearla, bobo.

Angua desenvainó su daga.

—Un trozo de tarjeta o algo por el estilo. Con uno de esos alfileres especiales para sujetar las cosas clavado. Lo recogerías en algún sitio. Probablemente tardó un rato en llegar a atravesarte la suela… Ya está.

—¿Un trozo de tarjeta? —dijo Zanahoria.

—Tiene algo escrito —dijo Angua, raspando el barro con el filo de la daga.

«DEBÓLVER»

—¿Y eso qué significa? —dijo Angua.

—No lo sé. Algo que hay que devolver, supongo. Quizá es la tarjeta de visita del señor DeBólver, quienquiera que sea —dijo Nobby—. ¿A quién le importa? Tomemos otra…

Zanahoria cogió la tarjeta y le dio vueltas entre las manos.

—Guárdate el alfiler —dijo Cuddy—. Solo te dan cinco por un penique. Mi primo Gimick los hace.

—Esto es importante —dijo Zanahoria, hablando muy despacio—. El capitán debería saber de esto. Me parece que lo estaba buscando.

—¿Qué puede haber de importante en eso? —dijo el sargento Colon—. Aparte de que me duele horrores el pie.

—No lo sé. El capitán lo sabrá —dijo Zanahoria con terquedad.

—Pues entonces ve y cuéntaselo —dijo Colon—.Ahora está en casa de lady Ramkin.

—Aprendiendo a ser un caballero —dijo Nobby.

—Voy a contárselo —dijo Zanahoria.

Angua miró a través de la sucia ventana. La luna no tardaría en salir. Ese era el gran problema que tenían las ciudades. Si no ibas con cuidado, aquella maldita cosa podía estar acechando detrás de una torre.

—Y será mejor que yo vuelva al sitio en el que estoy viviendo —dijo.

—Te acompañaré —se apresuró a decir Zanahoria—. Tengo que marcharme para hablar con el capitán Vimes de todos modos.

—Tendrás que desviarte de tu camino…

—De veras, me gustaría hacerlo.

Angua le miró. Zanahoria se había puesto muy solemne, y parecía hablar en serio.

—No quiero que te tomes tantas molestias por mí —dijo.

—Oh, no importa. Me gusta andar. Me ayuda a pensar.

Angua sonrió a pesar de su desesperación.

Salieron al calor más suave del anochecer. Por instinto, Zanahoria adoptó el paso del policía.

—Una calle muy antigua, esta —dijo—. Dicen que hay un arroyo subterráneo debajo de ella. Lo leí. ¿Tú qué piensas?

—¿Realmente te gusta andar? —le preguntó Angua, acompasando su paso al de Zanahoria.

—Oh, sí. Hay muchas rutas interesantes y edificios históricos que ver. Suelo ir a dar paseos durante mi día libre.

Angua le miró la cara. Por todos los dioses, pensó.

—¿Por qué te alistaste en la Guardia? —dijo.

—Mi padre dijo que eso haría un hombre de mí.

—Parece haber funcionado.

—Sí. Es el mejor trabajo que hay.

—¿De veras?

—Oh, sí. ¿Sabes lo que significa realmente la palabra «policía»?

Angua se encogió de hombros.

—No.

—Significa «hombre de la polis». Es una palabra antigua que significa ciudad.

—¿Sí?

—Lo leí en un libro. Hombre de la ciudad.

Ella volvió a lanzarle una rápida mirada de soslayo. El rostro de Zanahoria relucía bajo la luz de una antorcha que ardía en la esquina de la calle, pero tenía algún brillo interior propio.

Está orgulloso. Angua se acordó del juramento.

Está orgulloso de ser de la maldita Guardia, por el amor de los dioses…

—¿Y tú por qué te alistaste? —preguntó Zanahoria.

—¿Yo? Oh, yo… Me gusta comer y dormir bajo techo. Y de todas maneras no hay mucho donde elegir, ¿verdad? Era eso o convertirse en… ja… una costurera.[10]

—¿Y no se te da muy bien la costura?

La mirada afilada que le lanzó Angua no encontró nada más que honesta inocencia en el rostro de Zanahoria.

—Sí —dijo finalmente, dándose por vencida—, eso es. Y entonces vi aquel cartel. «¡La Guardia de la Ciudad Necesita Hombres! ¡Sé Un Hombre En La Guardia De la Ciudad!» Así que se me ocurrió probar. Después de todo, solo podía salir ganando.

Esperó para ver si Zanahoria tampoco captaba aquella. No la captó.

—El sargento Colon escribió la frase del cartel —dijo Zanahoria—. Es un pensador bastante directo.

Husmeó el aire.

—¿No hueles algo? —dijo—. Huele como… ¿un poco corno si alguien hubiera tirado una alfombrilla vieja de lavabo?

—Oh, muchísimas gracias —dijo una voz que sonaba muy próxima al suelo y hablaba desde algún lugar en la oscuridad-Oh, sí. Muchísimas gracias. Eso es muy comosellame por tu parte. Una vieja alfombrilla de lavabo. Oh, sí.

—Yo no huelo nada —mintió Angua.

—Mentirosa —dijo la voz.

—Ni oigo nada.

Las botas del capitán Vimes le decían que se encontraba en la avenida Pastelito. Sus pies estaban dando los pasos por voluntad propia mientras su mente se hallaba en otro lugar. De hecho, una parte de ella se estaba disolviendo en el más exquisito néctar Abrazodeoso destilado por la casa Jimkin.

¡Si al menos no se hubieran mostrado tan condenadamente educados! A lo largo de su existencia, Vimes había visto unas cuantas cosas que siempre intentaba olvidar sin éxito. Hasta aquel momento hubiese puesto, en el inicio de la lista, contemplar las vegetaciones de un dragón gigante mientras este inhalaba el aliento con el que tenía intención de convertir a Vimes en un montoncito de carbón de leña impuro. De vez en cuando todavía despertaba sudando ante el recuerdo de aquella pequeña luz piloto. Pero ahora se temía que ese recuerdo iba a reemplazarse por el de todos aquellos rostros impasibles de enano, contemplándolo educadamente, acompañado por la sensación de que todas sus palabras estaban cayendo dentro de un saco muy roto.

Después de todo, ¿qué podía decir? ¿«Siento que haya muerto… y eso es oficial. Hemos puesto a nuestros peores hombres en el caso»?

La casa del difunto Bjorn Martillogrande había estado llena de enanos, enanos silenciosos mirando con cara de búho y mostrándose muy educados. La noticia ya había corrido. Vimes no le estaba diciendo a nadie nada que no supiera ya. Muchos de ellos iban armados. El señor Fuerteenelbrazo estaba allí. El capitán Vimes había hablado con él antes acerca de sus discursos sobre el tema de la necesidad de hacer papilla a todos los trolls y utilizarlos luego para pavimentar carreteras. Pero ahora el enano no estaba diciendo nada. Se limitaba a poner cara de autocomplacencia. Había un aire de amenaza callada y cortés, que decía: Te escucharemos. Y después haremos lo que decidamos hacer.

Ni siquiera había estado muy seguro de cuál era la señora Martillogrande. A él todos los enanos le parecían iguales. Cuando se la presentaron —con casco, barbuda—, Vimes obtuvo unas cuantas respuestas educadas que no comprometían a nada. No, ya había cerrado el taller de su marido y luego parecía haber perdido la llave. Gracias.

Vimes había intentado indicar con toda la sutileza posible que una marcha a gran escala por el Camino de la Cantera no sería vista con muy buenos ojos por la Guardia (que probablemente la vería pasar desde un punto de observación situado a una distancia prudencial), pero no tuvo el valor de decirlo en voz alta. No podía decir «No intenten resolverlo por su cuenta, puesto que la Guardia ya anda detrás del malhechor», porque no tenía ni idea de por dónde empezar. ¿Su esposo tenía algún enemigo? Sí, alguien le hizo un agujero bien grande, pero aparte de eso, ¿tenía algún enemigo?

Por eso había salido del apuro con la mayor dignidad posible, que no era mucha, y después de una batalla consigo mismo que acabó perdiendo, cogió una botella medio llena de Abrazodeoso de la variedad Viejo Quisquilloso y se alejó en la noche.

Zanahoria y Angua llegaron al final de la calle del Brillo.

—¿Dónde te alojas? —quiso saber Zanahoria.

—Ahí abajo —dijo ella, señalando con el dedo.

—¿En la calle Olmo? No estarás viviendo en la casa de la señora Cake, ¿verdad?

—Pues sí. ¿Por qué no? Es un lugar limpio a un precio razonable. ¿Qué hay de malo en eso?

—Bueno… quiero decir que no tengo nada en contra de la señora Cake, es una mujer realmente encantadora, una de las mejores… pero… bueno… a estas alturas ya tienes que haberte dado cuenta de que…

—¿De qué?

—Bueno… de que la señora Cake no es muy… ya sabes… selectiva.

—Lo siento. Sigo sin saber adonde quieres ir a parar.

—Tienes que haber visto a algunos de los otros huéspedes. Quiero decir que… Bueno, supongo que Reg Shoe todavía vive allí

—Oh —dijo Angua—, te refieres al zombi.

—Y hay un banshee en el ático.

—El señor Ixolite. Sí.

—Y luego está la vieja señora Drull.

—La gul. Pero está retirada. Ahora lleva un servicio de catering para fiestas infantiles.

—No, yo me refería a que… Bueno, ¿no te parece que es un sitio un poco raro?

—Pero los precios son razonables y las camas están limpias.

—No creo que nadie duerma nunca en ellas.

—¡De acuerdo! ¡Tuve que conformarme con lo que pude encontrar!

—Lo siento. Ya sé cómo son estas cosas. Yo pasé por lo mismo cuando llegué aquí. Pero te aconsejo que te cambies de casa tan pronto como sea educado hacerlo y encuentres algún sitio más… bueno… más apropiado para una joven dama. Supongo que ya sabes a qué me refiero, ¿verdad?

—No, la verdad es que no lo sé. El señor Shoe incluso intentó ayudarme a subir mis cosas por la escalera. Ojo, luego yo tuve que echarle una mano para que pudiera subir sus brazos. Al pobrecito siempre se le están cayendo trozos.

—Pero en realidad no son… nuestra clase de gente —dijo Zanahoria, poniendo cara de sentirse muy desdichado—. No me malinterpretes. Quiero decir que… ¿enanos? Algunos de mis mejores amigos son enanos. Mis padres son enanos. ¿Trolls? No tengo absolutamente ninguna clase de problema con los trolls. Son la sal de la tierra. Literalmente. Debajo de toda esa corteza hay unos tipos realmente maravillosos. Pero… los no muertos… desearía que volvieran al sitio del que han venido, eso es todo.

—La mayoría de ellos provienen de por aquí.

—Sencillamente no me gustan. Lo siento.

—He de irme —dijo Angua fríamente, y se detuvo en la oscura entrada de un callejón.

—Claro. Claro —dijo Zanahoria—. Mmm. ¿Cuándo volveré a verte?

—Mañana. Trabajamos en el mismo sitio, ¿no?

—Pero cuando estemos libres de servicio quizá podríamos ir a dar un…

—¡He de irme!

Angua dio media vuelta y echó a correr. El halo de la luna ya se había hecho visible por encima de los tejados de la Universidad Invisible.

—De acuerdo. Bueno. Está bien. Mañana, entonces —le dijo Zanahoria mientras la veía alejarse.

Angua podía sentir cómo el mundo giraba rápidamente mientras ella iba dando traspiés entre las sombras. ¡No hubiese tenido que dejarlo para tan tarde!

Entró tambaleándose en una travesía en la que había poca gente y se las arregló para llegar hasta la entrada de un callejón, manoseándose las ropas…

Mientras hacía todo eso la estaba observando Bundo Prung, recientemente expulsado del Gremio de Ladrones por entusiasmo innecesario y conducta indecorosa en un atracador, y un hombre desesperado. Una mujer aislada en un callejón oscuro era justo aquello a lo que Bundo se sentía capaz de hacer frente en esos momentos.

Miró en torno a él, y la siguió al interior del callejón.

Luego hubo silencio durante cosa de unos cinco segundos. Pasados esos segundos, Bundo salió del callejón, muy deprisa, y no dejó de correr hasta que hubo llegado a los muelles, donde una embarcación se estaba disponiendo a zarpar con la marea. Bundo subió corriendo por la plancha justo antes de que la izaran, y se convirtió en un marinero, y murió tres años después en un país lejano cuando le cayó un armadillo en la cabeza, y durante todo ese tiempo nunca dijo lo que había visto. Pero gritaba un poco cada vez que veía un perro.

Angua salió del callejón unos segundos después, y se alejó trotando.

Lady Sybil Ramkin abrió la puerta de su casa y olisqueó el aire nocturno.

—¡Samuel Vimes! ¡Estas borracho!

—¡Todavía no! ¡Pero espero estarlo!-dijo Vimes en un tono muy jovial.

—¡Y no te has quitado el uniforme!

Vimes miró hacia abajo, y luego nuevamente hacia arriba.

—¡Exacto!-exclamó alegremente.

—Los invitados llegarán aquí en cualquier momento. Sube a tu habitación. Hay una bañera llena y Willikins te ha dejado preparado un traje. Venga, muévete de una vez…

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