Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

Lo cual significó que Cuddy vio al enano en el agua.

Si es que a aquello podías llamarlo agua.

Si es que a aquello otro todavía podías llamarlo un enano.

Miraron hacia abajo.

—Sabéis —dijo Detritus pasados unos momentos—, se parece a ese enano que hace armas en calle Escarcha.

—¿Bjorn Martillogrande? —dijo Cuddy.

—Ese mismo, sí.

—Sí, se parece un poco a él —admitió Cuddy, todavía hablando en un tono muy frío y carente de entonación—, pero no es exactamente como él.

—¿Qué quieres decir? —dijo Angua.

—Pues que el señor Martillogrande no tenía un agujero tan enorme allí donde hubiese debido estar su pecho —dijo Cuddy.

¿Es que nunca duerme?, pensó Vimes. ¿Es que este hombre nunca deja reposar a su condenada cabeza? ¿No hay en algún sitio una habitación con un batín negro colgando de la puerta?

Llamó a la puerta del Despacho Oblongo.

—Ah, capitán —dijo el patricio, levantando la vista de su papeleo—. Ha sido usted meritoriamente rápido.

—¿Ah, sí?

—¿Recibió mi mensaje? —dijo lord Vetinari.

—No, señor. He estado… ocupado.

—Claro, claro. ¿Y qué ha podido tenerlo tan ocupado?

—Alguien ha matado al señor Martillogrande, señor. Un hombre muy importante en la comunidad enana. Le han… disparado con algo, algún tipo de arma de asedio o algo por el estilo, y luego lo tiraron al río. Acabamos de sacarlo de allí. Me disponía a ir a decírselo a su esposa. Creo que vive en la calle de la Melaza y entonces pensé, ya que estoy de paso por aquí…

—Es una gran desgracia.

—Para el señor Martillogrande ciertamente lo fue —dijo Vimes.

El patricio se recostó en su asiento y miró a Vimes.

—Cuénteme cómo lo mataron —dijo.

—No lo sé. Nunca había visto nada semejante… solo había un agujero enorme. Pero voy a averiguar qué fue.

—Mmm. ¿Le he mencionado que el doctor Cruces vino a verme esta mañana?

—No, señor.

—Estaba muy… preocupado.

—Sí, señor.

—Me parece que usted le puso un poco nervioso.

—¿Señor?

El patricio parecía estar llegando a una decisión. Su silla se inclinó hacia delante hasta que volvió a quedar apoyada en el suelo con un golpe seco.

—Capitán Vimes…

—¿Señor?

—Ya sé que se retira pasado mañana y que, por lo tanto, está un poco… intranquilo. Pero mientras sea usted capitán de la Guardia Nocturna, le pediré que siga dos instrucciones muy específicas…

—¿Señor?

—Pondrá fin inmediatamente a cualquier clase de investigación relacionada con ese robo cometido en el Gremio de Asesinos. ¿Me ha entendido? Eso es asunto del gremio.

—Señor —dijo Vimes, manteniendo el rostro cuidadosamente inmóvil.

—Opto por creer que la palabra que no ha llegado a pronunciar en esa frase era un «sí», capitán.

—Señor.

—Y en esa también. En cuanto al asunto del desgraciado señor Martillogrande… ¿El cuerpo fue descubierto hace muy poco?

—Sí, señor.

—Entonces queda fuera de su jurisdicción, capitán.

—¿Qué? ¿Señor?

—La Guardia Diurna se encargará de ello.

—¡Pero nunca nos hemos molestado en seguir todas esas normas de la jurisdicción de las horas diurnas!

—Aun así, y teniendo en cuenta las circunstancias actuales, daré instrucciones al capitán Quirke de que se haga cargo de la investigación. Eso suponiendo que finalmente resulte ser necesario llevar a cabo una, claro está.

Si resulta que es necesario llevar a cabo una, pensó Vimes. Si al final no resulta que morir porque te ha desaparecido la mitad del pecho ha sido un accidente, claro está. Un impacto de meteorito, quizá.

Hizo una profunda inspiración de aire y se apoyó en el escritorio del patricio.

—¡Mayonesa Quirke no podría encontrar su trasero con un atlas! ¡Y no tiene ni idea de cómo hay que hablar a los enanos! ¡Les llama chupapiedras! ¡Mis hombres encontraron el cuerpo! ¡Es mi jurisdicción!

El patricio miró las manos de Vimes. Vimes las apartó del escritorio como si este se hubiera puesto súbitamente al rojo vivo.

—Guardia nocturno. Eso es lo que es usted, capitán. Su circunscripción se reduce a las horas de oscuridad.

—¡Estamos hablando de enanos! ¡Si no lo hacemos como es debido, se tomarán la justicia por su mano! ¡Y normalmente eso significa cortarle la cabeza al troll más próximo! ¿Y usted quiere poner a Quirke en esto?

—Le he dado una orden, capitán.

—Pero…

—Puede irse.

—Pero usted no puede…

—He dicho que puede irse, capitán Vimes.

Señor.

Vimes saludó. Luego giró sobre sus talones, y salió de la habitación. Cerró la puerta con mucho cuidado, de tal manera que apenas hubo un chasquido.

El patricio lo oyó golpear la pared con el puño en cuanto estuvo fuera de la habitación. Vimes no era consciente de ello, pero había un número de melladuras apenas perceptibles en la pared al lado del Despacho Oblongo, con profundidades correspondientes a su estado emocional del momento.

A juzgar por el sonido del golpe, aquella iba a necesitar los servicios de un escayolador.

Lord Vetinari se permitió una sonrisa, aunque no hubo humor alguno en ella.

La ciudad marchaba. Era una corporación autorregulada de gremios unidos por las leyes inexorables del interés propio, y funcionaba. En general. A grandes rasgos. En conjunto. Normalmente.

Lo último que hacía falta era un guardia que fuera husmeando por ahí interfiriendo con las cosas, como una… una… una… una saeta perdida.

Normalmente.

Vimes parecía hallarse en el estado emocional apropiado. Con un poco de suerte, las órdenes que le había dado Vetinari surtirían el efecto deseado…

Hay un bar como ese en cada gran ciudad. Es donde beben los policías.

Los guardias rara vez iban a beber a las tabernas más acogedoras y animadas de Ankh-Morpork cuando no estaban fuera de servicio. Allí siempre resultaba demasiado fácil ver algo que haría que volvieran a estar de servicio.[9] Por eso generalmente iban a El Cubo, en la calle del Brillo. El Cubo era pequeño y tenía el techo muy bajo, y la presencia de guardias de la ciudad tendía a mantener alejados a los otros bebedores. Pero el señor Queso, el propietario, no se preocupaba demasiado por eso. Nadie bebe tanto como un policía que ha visto demasiadas cosas como para seguir sobrio.

Zanahoria contó el cambio encima del mostrador.

—Entonces son tres cervezas, una leche, un azufre molido con carbón y ácido fosfórico…

—Con sombrilla —dijo Detritus.

—… y un Doble Sentido Largo Y Cómodo con limonada.

—Con una macedonia de frutas dentro —dijo Nobby.

—¿Guau?

—Y un poco de cerveza en un cuenco —dijo Angua.

—Parece que ese perrito te ha cogido mucho cariño —dijo Zanahoria.

—Sí-dijo Angua—. No sabría decirte por qué.

Les pusieron las bebidas delante. Miraron las bebidas. Bebieron las bebidas.

El señor Queso, que conocía a los policías, volvió a llenar sin decir palabra los vasos y la jarra envuelta en aislante de Detritus.

Miraron las bebidas. Se las bebieron.

—¿Sabéis? —dijo Colon pasado un rato—, lo que me saca de quicio, lo que de verdad me saca de quicio, es que se limitaran a tirarlo al agua. Quiero decir que, bueno, ni siquiera le ataron unos cuantos pesos. Se limitaron a tirarlo al agua. Como si no importara que le encontraran. ¿Sabéis lo que quiero decir?

—Lo que me saca de quicio es que era un enano —dijo Cuddy.

—Lo que me saca de quicio es que lo asesinaron —dijo Zanahoria.

El señor Queso volvió a pasar a lo largo de la fila. Miraron las bebidas. Se las bebieron.

Porque la realidad era que, a pesar de todo lo que parecía indicar lo contrario, el asesinato no era un acontecimiento corriente en Ankh-Morpork. Había inhumaciones, cierto. Y como ya se ha dicho antes, también había maneras en que uno podía cometer suicidio sin darse cuenta. Y estaban los ocasionales jaleos domésticos del sábado noche, cuando la gente buscaba una alternativa más barata al divorcio. Había todas esas cosas, pero al menos tenían una razón, por poco razonable que fuera.

—El señor Martillogrande era una personalidad muy respetada entre los enanos —dijo Zanahoria—. Y también era un buen ciudadano. No se pasaba el día removiendo los viejos problemas como el señor Fuerteenelbrazo.

—Tiene un taller en la calle Escarcha — dijo Nobby.

—Tenía — dijo el sargento Colon.

Miraron las bebidas. Se las bebieron.

—Lo que yo quiero saber es qué le hizo ese agujero — dijo Angua.

—Nunca había visto nada así-dijo Colon.

—¿No sería mejor que alguien fuera y se lo contara a la señora Martillogrande? —dijo Angua.

—Lo está haciendo el capitán Vimes —respondió Zanahoria—. Dijo que no pediría a nadie más que lo hiciera.

—Mejor él que yo —dijo Colon fervientemente—. Yo no haría eso ni por un reloj bien grande. Esos pequeños mamones pueden llegar a ser realmente temibles cuando se enfadan.

Todo el mundo asintió sombríamente, incluso el pequeño mamón y el gran pequeño mamón por adopción.

Miraron las bebidas. Bebieron las bebidas.

—¿No deberíamos estar averiguando quién lo hizo? —dijo Angua.

—¿Por qué? —dijo Nobby.

Angua abrió y cerró la boca una o dos veces, y por fin terminó diciendo:

—¿Por si acaso vuelven a hacerlo?

—No fue un asesinato, ¿verdad? —dijo Cuddy.

—No —dijo Zanahoria—. Siempre dejan una nota. Les obliga la ley.

Miraron las bebidas. Se las bebieron.

—Menuda ciudad —dijo Angua.

—Lo curioso es que todo funciona —dijo Zanahoria—. ¿Sabéis?, cuando entré en la Guardia era tan simple que arresté al jefe del Gremio de Ladrones por robar.

—Pues a mí me parece una buena idea —dijo Angua.

—Me metí en ciertos líos por eso —dijo Zanahoria.

—Veréis —dijo Colon—, aquí los ladrones están organizados. Lo que quiero decir es que se trata de algo oficial. Se les permite una cierta cantidad de robos. No es que hoy en día lleven a cabo muchos, ojo. Si les pagas una pequeña prima cada año, te dan una tarjeta y te dejan en paz. Ahorra tiempo y esfuerzo a todo el mundo.

—¿Y todos los ladrones son miembros? —dijo Angua.

—Oh, claro que sí —dijo Zanahoria—. En Ankh-Morpork no puedes ir robando por ahí sin contar con un permiso del gremio. No a menos que tengas un talento especial.

—¿Por qué? ¿Qué sucede si lo haces? ¿Y a qué clase de talento te refieres? —dijo Angua.

—Bueno, me refería a un talento como el de ser capaz de sobrevivir estando colgado cabeza abajo de una de las puertas de la ciudad con las orejas clavadas a las rodillas —dijo Zanahoria.

Y entonces Angua dijo:

—Eso es terrible.

—Sí, lo sé. Pero el caso —dijo Zanahoria—, el caso es que funciona. Todo el montaje. Gremios y crimen organizado y todo. Todo funciona de alguna manera.

—Para el señor Martillogrande no funcionó —dijo el sargento Colon.

Miraron las bebidas. Muy lentamente, como una imponente secoya que inicia el primer paso hacia la resurrección convertida en un millón de folletos de Salvad Los Árboles, Detritus fue desplomándose hacia atrás con su jarra todavía en la mano. Aparte del cambio de noventa grados que sufrió su posición, no movió ni un músculo.

—Es el azufre —dijo Cuddy, sin volverse a mirar—. Se les sube directamente a la cabeza.

Zanahoria dio un puñetazo en la barra.

—¡Deberíamos hacer algo!

—Podríamos quedarnos con sus botas —dijo Nobby.

—Me refiero a lo del señor Martillogrande.

—Ah, sí, sí —dijo Nobby—. Me recuerdas al viejo Vimes. Si tuviéramos que preocuparnos por cada cuerpo muerto que hay en esta ciudad…

—¡Pero no han muerto así! —estalló Zanahoria—. Normalmente solo es… bueno… suicidio, o peleas entre gremios, ese tipo de cosas. ¡Pero él no era más que un enano! ¡Un pilar de la comunidad! ¡Se pasaba el día entero haciendo espadas y hachas y armas funerarias y ballestas y utensilios de tortura! ¡Y de pronto está en el río con un gran agujero en el pecho! ¿Quién va a hacer algo al respecto, sino nosotros?

—¿Te has estado echando algo en la leche? —dijo Colon— Oye, los enanos pueden encargarse de aclararlo. Es como el Camino de la Cantera. No metas la nariz allí donde alguien puede arrancártela y comérsela.

—Somos la Guardia de la Ciudad —dijo Zanahoria—. ¡Eso no significa únicamente esa parte de la ciudad que da la casualidad de que mide más de un metro ochenta y está hecha de carne!

—No lo hizo ningún enano —dijo Cuddy, que se estaba bamboleando suavemente—. Ningún troll, tampoco. —Intentó tocarse el lado de la nariz con un dedo, y falló—. Lo sé porque todavía tenía todos sus brazos y sus piernas.

—El capitán Vimes querrá que se investigue —dijo Zanahoria.

—El capitán Vimes está intentando aprender a ser un civil —dijo Nobby.

—Bueno, pues yo no voy a… —empezó a decir Colon, y se levantó de su taburete.

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