Hombres de armas (Mundodisco, #15) – Terry Pratchett

Había asesinos en prácticas en las calles que discurrían alrededor del recinto gremial, todavía muy ocupados barriendo escombros.

—Asesinos a la luz del día —gruñó Vimes—. Me asombra que no se conviertan en polvo.

—Eso les pasa a los vampiros, señor —dijo Zanahoria.

—¡Ja! ¡Tienes razón! ¡Asesinos, ladrones con licencia y putos vampiros! ¿Sabes, muchacho?, hubo un tiempo en el que esta era una gran ciudad.

Sin darse cuenta de lo que hacían, los dos empezaron a andar al mismo paso… a proceder.

—¿Se refiere a cuando teníamos reyes, señor?

—¿Reyes? ¿Reyes, dices? ¡Demonios, no!

Un par de asesinos se volvieron a mirarle con sorpresa.

—Te diré una cosa —dijo Vimes—. Un monarca es un gobernante absoluto, ¿no? El mandamás…

—A menos que sea una reina —dijo Zanahoria.

Vimes lo fulminó con la mirada, y luego asintió.

—De acuerdo, o la mandamasina.

—No, ese término únicamente se le podría aplicar si se tratara de una mujer joven. Las reinas siempre tienden a tener bastantes más años. Tendría que ser una… ¿una mandamasarina? No, eso es para las princesas que son muy jóvenes. No. Mmm. Una mandamasa, creo yo.

Vimes se detuvo. Hay algo en el aire de esta ciudad, pensó. Si el Creador hubiera dicho «Hágase la luz» en Ankh-Morpork, no hubiese llegado más allá de eso porque todo el mundo habría empezado a preguntar: «¿De qué color?».

—El gobernante supremo, de acuerdo —dijo, volviendo a ponerse en movimiento.

—De acuerdo.

—Pero eso no está bien, ¿comprendes? Me refiero a que haya un hombre que tenga poder sobre la vida y la muerte.

—Pero si es un buen hombre… —empezó a decir Zanahoria.

—¿Qué? ¿Qué? De acuerdo, de acuerdo. Vamos a suponer que es un buen hombre. Pero el que actúa como su mano derecha… ¿él también es un buen hombre? Ya puedes esperar que lo sea. Porque él también es el gobernante supremo, en nombre del rey. Y el resto de la corte… tienen que ser hombres buenos. Porque con que solo uno de ellos sea un hombre malo, el resultado será soborno y prebendas.

—El patricio es un gobernante supremo —observó Zanahoria. Luego saludó con una inclinación de cabeza a un troll que pasaba por allí—. Buenos días, señor Carbúnculo.

—Pero no lleva una corona ni se sienta en un trono, y no te dice que es justo que él deba gobernar —dijo Vimes—. Odio a ese bastardo. Pero es honesto. Sí, Vetinari es tan honesto como un sacacorchos.

—Aun así, si el rey fuera un buen hombre…

—¿Sí? ¿Y entonces qué? La realeza le ensucia la mente a las personas, muchacho. Los hombres honestos empiezan a inclinarse y a hacer reverencias por el mero hecho de que el abuelo de alguien fue un bastardo asesino más grande que el de ellos. ¡Escúchame bien! ¡Probablemente hubo un tiempo en el que tuvimos buenos reyes! ¡Pero los reyes engendran otros reyes! ¡Y al final la sangre siempre impone su ley, y terminas teniendo una pandilla de bastardos arrogantes y asesinos! ¡Que le cortan la cabeza a una reina y luchan con sus primos cada cinco minutos! ¡Y tuvimos siglos enteros de eso! ¡Y entonces un día un hombre dijo «No más reyes», y nos levantamos en armas y luchamos contra los putos nobles y sacamos a rastras al rey de su trono, y lo llevamos a rastras hasta la plaza Sator y le cortamos la maldita cabeza! ¡Un trabajo bien hecho, créeme!

—Uf-dijo Zanahoria—. ¿Quién era?

—¿Quién?

—El hombre que dijo «No Más Reyes».

La gente les estaba mirando. El rostro de Vimes pasó del rojo de la ira al rojo de la vergüenza. Aun así, había muy poca diferencia en la tonalidad.

—Oh… Era comandante de la Guardia de la Ciudad de Ankh-Morpork en aquellos tiempos —farfulló—. Le llamaban el Viejo Cara de Piedra.

—Nunca he oído hablar de él —dijo Zanahoria.

—El, ejem, no aparece mucho en los libros de historia —dijo Vimes—. A veces tiene que haber una guerra civil, y a veces, después, es mejor fingir que algo no ocurrió. A veces las personas tienen que hacer un trabajo, y luego tienen que ser olvidadas. Él empuñó el hacha, ¿sabes? Nadie más estaba dispuesto a hacerlo. Después de todo, se trataba del cuello de un rey. Los reyes son —escupió la palabra— especiales. Incluso después de que se les vieran las… habitaciones privadas, y limpiaran los… trocitos. Incluso entonces. Nadie estaba dispuesto a limpiar el mundo. Pero él cogió el hacha y los maldijo a todos y lo hizo.

—¿De qué rey se trataba? —dijo Zanahoria.

—Lorenzo el Bueno —dijo Vimes, distantemente.

—He visto su retrato en el museo del palacio —dijo Zanahoria—. Un anciano gordo. Rodeado por montones de niños.

—Oh, sí —dijo Vimes, hablando muy despacio y con mucho cuidado—. A Lorenzo el Bueno le gustaban mucho los niños.

Zanahoria saludó con la mano a un par de enanos.

—No sabía nada de eso —dijo—. Pensé que solo había sido alguna rebelión malvada o algo por el estilo.

Vimes se encogió de hombros.

—Está en los libros de historia, si sabes dónde buscar.

—¿Y ese fue el fin de los reyes de Ankh-Morpork?

—Oh, creo que un hijo sobrevivió. Y unos cuantos parientes que estaban locos también sobrevivieron. Se les desterró. Se supone que eso es un destino terrible, para la realeza. No veo por qué, francamente.

—Yo sí que puedo verlo. Y a usted le gusta mucho la ciudad, señor.

—Bueno, sí. Pero si tuviera que elegir entre el destierro o que me cortaran la cabeza, lo único que te pediría sería que me ayudaras a bajar con esta maleta. No, estamos mejor habiéndonos librado de los reyes. Pero lo que quiero decir es que… la ciudad solía funcionar.

—Todavía lo hace —dijo Zanahoria.

Pasaron por delante del Gremio de Asesinos y llegaron a los imponentes muros del Gremio de Bufones, que ocupaba la otra esquina del bloque.

—No, se limita a seguir en marcha —dijo Vimes—. Quiero decir, mira ahí arriba.

Zanahoria alzó obedientemente la mirada.

En el cruce de la Vía Ancha con Alquimistas había un edificio familiar. La fachada estaba suntuosamente adornada, pero se hallaba cubierta de mugre. Las gárgolas la habían colonizado.

El lema corroído que había encima del pórtico rezaba: NI LA NIEVE NI LA LLUVIA NI LA TENEBROSA NOCHE PUEDEN APARTAR A ESTOS MENSAGEROS DE SU DEBER, y en días más espaciosos muy bien pudo ser ese el caso, pero recientemente alguien había encontrado necesario clavar un apéndice en el que ponía:

NO NOS PRESGUNTES ACERCA DE:

rocas

trolls con palos

Toda clase de dragones

La señora Cake

Henormes cosas verdes con dientes

Cualquier clases de perros negros con cejas anaranjadas

Lluvias de mastines

niebla.

La señora Cake

—Oh —dijo—. El Correo Real.

—La Oficina de Correos —lo corrigió Vimes—. Mi abuelo decía que hubo un tiempo en el que podías echar una carta allí y llegaba a su destino antes de un mes, sin falta. No tenías que dársela a un enano que pasaba por ahí y esperar que el pequeño mamón no se la vaya a comer antes de…

Su voz se fue perdiendo en el silencio.

—Uh. Lo siento. Lo he dicho sin ánimo de ofender.

—No me ha ofendido —dijo Zanahoria alegremente.

—No es que tenga nada en contra de los enanos, que conste. Yo siempre he dicho que tendrías que buscar mucho antes de encontrar una, una pandilla de gente más respetuosa con la ley, más trabajadora y más conocedora de su oficio que esos…

—¿… pequeños mamones?

—Sí. ¡No!

Continuaron andando.

—Esa señora Cake es una mujer muy decidida, ¿eh? —dijo Zanahoria.

—No lo sabes tú bien —dijo Vimes.

Algo crujió bajo la enorme sandalia de Zanahoria.

—Más cristales —dijo—. Los trozos han llegado realmente lejos.

—¡Dragones que estallan! Menuda imaginación tiene esa chica.

—Guau, guau —dijo una voz detrás de ellos.

—Ese maldito perro nos ha estado siguiendo —dijo Vimes.

—Le está ladrando a algo en la pared —dijo Zanahoria.

Gaspode los contempló sin inmutarse.

—Guau, guau, maldito gañido gañido —dijo—. ¿Es que estáis ciegos o qué?

Era cierto que las personas normales no podían oír hablar a Gaspode, porque el caso es que los perros no hablan. Es un hecho sobradamente conocido. Es sobradamente conocido al nivel orgánico, al igual que ocurre con muchos otros hechos sobradamente conocidos que invalidan las observaciones de los sentidos. Esto es así porque si las personas fueran por ahí dándose cuenta de todo lo que estaba ocurriendo continuamente, nadie llegaría a terminar nada de lo que había empezado.[7] Además, la inmensa mayoría de los perros no hablan. Aquellos que lo hacen son un mero error estadístico, y por lo tanto pueden ser ignorados.

No obstante, Gaspode había descubierto que se le tendía a escuchar a un nivel subconsciente. Sin ir más lejos, el día anterior alguien lo había mandado a la cuneta de una patada sin darse cuenta, y luego había dado unos cuantos pasos antes de que pensara súbitamente: «Soy un hijo de puta de mucho cuidado».

—Hay algo ahí arriba —dijo Zanahoria—. Mire… algo azul, colgando de esa gárgola.

—¿Guau, guau, guau! ¿Os lo podéis creer?

Vimes se subió a los hombros de Zanahoria y fue subiendo la mano por la pared, pero la pequeña tira azul siguió estando fuera de su alcance.

La gárgola volvió un ojo de piedra hacia ellos.

—¿Te importa? —dijo Vimes—. Está colgando de tu oreja…

Con un rechinar de piedra sobre piedra, la gárgola elevó una mano hacia arriba y se desprendió el material.

—Gracias.

—’A ‘ido ‘n ‘acer.

Vimes volvió a bajar al suelo.

—Le gustan las gárgolas, ¿verdad, capitán? —dijo Zanahoria mientras se iban.

—Pues sí. Puede que solo sean una especie de trolls, pero no se relacionan con el resto del mundo, rara vez llegan a ir por debajo del primer piso, y no cometen crímenes que lleguen a descubrirse nunca. Sí, las gárgolas son justo mi tipo de gente.

Desdobló la tira.

Era un collar para animales o, al menos, lo que quedaba de un collar para animales. Estaba quemado en ambos extremos y la palabra «Regordete» era apenas legible a través del tizne.

—¡Los muy malvados! —dijo Vimes—. ¡Realmente hicieron estallar un dragón!

El hombre más peligroso del mundo debería ser presentado.

En toda su vida nunca le ha hecho daño a ningún ser vivo. Ha diseccionado a unos cuantos, pero solo después de que estuvieran muertos,[8] y se ha asombrado ante lo bien hechos que estaban teniendo en cuenta que el trabajo había sido llevado a cabo por mano de obra no especializada. El hombre más peligroso del mundo llevaba varios años sin salir de una habitación muy grande y bien ventilada, pero aquello no suponía ningún problema para él porque en cualquier caso siempre pasaba la mayor parte del tiempo dentro de su propia cabeza. Existe un cierto tipo de persona a la cual resulta muy difícil encarcelar.

No obstante, había llegado a la conclusión de que una hora de ejercicio al día era esencial para tener un apetito sano y unos movimientos intestinales apropiados, y en aquel momento se encontraba sentado encima de una máquina de su propia invención.

La máquina consistía en un sillín situado encima de un par de pedales que hacían girar, mediante una cadena, una gran rueda de madera que quedaba mantenida encima del suelo por un soporte metálico. Otra rueda de madera que giraba libremente estaba colocada delante del sillín y podía accionarse mediante un dispositivo de timón. El hombre más peligroso del mundo había adaptado la rueda adicional y el timón de tal manera que podía llevar rodando todo el artefacto hasta la pared cuando había terminado de hacer ejercicio, y, además, eso otorgaba una agradable simetría a toda la estructura.

La llamaba «la-máquina-de-hacer-girar-la-rueda-con-pedales-y-otra-rueda».

Lord Vetinari también estaba trabajando.

Normalmente, se encontraba en el Despacho Oblongo o sentado en su sencilla silla de madera al pie de los escalones en el palacio de Ankh-Morpork. Al final del tramo de escalones había un suntuoso trono, cubierto de polvo. Era el trono de Ankh-Morpork, y estaba hecho nada menos que de oro. A Vetinari nunca se le había pasado por la cabeza sentarse en él.

Pero hacía un día precioso, así que estaba trabajando en el jardín.

Quienes visitaban Ankh-Morpork solían sorprenderse al descubrir que había unos cuantos jardines muy interesantes anexos al palacio del patricio.

El patricio no era la clase de persona dada a los jardines. Pero algunos de sus predecesores sí que lo habían sido, y lord Vetinari nunca cambiaba o destruía nada si no existía una razón lógica para hacerlo. Mantenía el pequeño zoo, y el establo de caballos de carreras, e incluso reconocía que los jardines eran de un extremado interés histórico porque obviamente ese era el caso.

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