¡Guardias! ¡Guardias! (Mundodisco, #8) – Terry Pratchett

Agarró a Zanahoria por el brazo y lo arrastró a lo largo de la calle.

—¿De cualquiera? —protestó el chico mientras se veía empujado con decisión.

—De cualquiera con malas intenciones —susurró Nobby.

—¡Pero nosotros somos la Guardia!

—¡Exacto! ¡Por eso no queremos tener nada que ver con esa gente! ¡Recuerda lo que le sucedió a Gaskin!

—No recuerdo lo que le sucedió a Gaskin —señaló Zanahoria, asombrado—. ¿Quién es Gaskin?

—Fue antes de que llegaras tú —murmuró Nobby, algo más calmado—. Pobre tipo. Podría habernos pasado a cualquiera. —Alzó la vista para mirar al muchacho—. Ahora, haz el favor de ir calladito. Me estás poniendo los nervios de punta. ¡Persecuciones a la luz de la luna, nada menos!

Siguieron recorriendo la calle. El método normal de locomoción de Nobby consistía en una especie de mezcla entre deslizarse y esconderse, que le daba un aspecto extraño, como el de un cangrejo cojo.

—Pero…, pero… —insistió Zanahoria—. En este libro dice que…

—No quiero saber nada de ningún libro —gruñó Nobby.

Zanahoria parecía desconsolado.

—Pero es la Ley… —empezó.

Fue casi letalmente interrumpido por un hacha que salió disparada por un portal bajo junto a él, y fue a estrellarse contra la pared del otro lado. La siguieron los sonidos de la madera al quebrarse y el cristal al romperse.

—¡Eh, Nobby! —exclamó Zanahoria, apremiante—. ¡Eso es una pelea!

Nobby echó un vistazo al portal.

—Pues claro —dijo—. Es un bar de enanos. No hay cosa peor. Ni se te ocurra acercarte, chico. Esos pequeños canallas te ponen la zancadilla y luego te echan de todo encima. Tú quédate con el viejo Nobby y…

Agarró el brazo de Zanahoria, grueso como un tronco de árbol. Fue como intentar arrastrar un edificio.

El chico se había puesto pálido.

—¿Enanos bebiendo? ¿Y peleando?

— Puedes jurarlo —asintió Nobby—. Lo hacen constantemente. Y tienen un vocabulario que yo no me atrevería a usar ni con mi anciana madre. Ni se te ocurra mezclarte con ellos, son unos malditos…, ¡no entres ahí!

Nadie sabe por qué los enanos, que en sus montañas natales llevan vidas tranquilas y ordenadas, se olvidan de todo eso en cuanto llegan a la gran ciudad. Hasta el más inocente extractor de hierro sufre una mutación que lo obliga a usar cota de mallas constantemente, llevar siempre un hacha, cambiarse el nombre por el de Agarragargantas Machacatibias o algo semejante, y beber como una esponja.

Probablemente sea porque llevan vidas tan tranquilas y ordenadas en sus montañas natales. Al fin y al cabo, con toda probabilidad, lo primero que quiere hacer un joven enano cuando llega a la gran ciudad tras setenta años de trabajar para su padre en el fondo de una mina sea echar un buen trago y luego golpear a alguien.

La pelea era una de esas encantadoras peleas de enanos, con unos cien participantes y unos ciento cincuenta bandos. Los gritos, maldiciones y el resonar de las hachas contra los cascos de hierro se mezclaban con los alaridos de un grupo de borrachos junto a la chimenea, quienes, siguiendo otra costumbre de los enanos, entonaban canciones relativas al oro.

Nobby se estrelló contra la espalda de Zanahoria, que contemplaba la escena horrorizado.

—Mira, esto es así todas las noches —dijo, apremiante—. No te metas, son órdenes del sargento. Dice que son sus costumbres folclóricas, o algo por el estilo. Y uno no tiene que entrometerse en las costumbres folclóricas de la gente.

—Pero…, pero… —tartamudeó Zanahoria—. ¡Son mi gente! Bueno, más o menos. Es una vergüenza que se comporten así. ¿Qué debe de pensar la gente?

—Pensamos que son unos pequeños salvajes intratables —le informó Nobby—. ¡Ahora, vámonos!

Pero el muchacho se había lanzado ya hacia el tumulto. Se puso las manos junto a la boca para hacer bocina, y gritó algo en un idioma que Nobby no comprendió. Casi cualquier idioma, incluido su idioma materno, habría encajado en esta descripción, pero en este caso concreto se trataba del lenguaje de los enanos.

¡Gr’duzk! ¡Gr’duzk! ¿aaK’zt ezem bur’k tze tzim?[7]

La lucha se detuvo. Un centenar de rostros barbudos alzaron la vista hacia la imponente figura de Zanahoria, con una mezcla de enfado y sorpresa.

Una desportillada jarra de cerveza rebotó contra su cota de mallas. Zanahoria se agachó y alzó en vilo, sin esfuerzo aparente, a un enano que se debatía.

J’uk, ydtruz-t’rud-eztuza, hudr’zd dezek drez’—huk, huzukmk’t b’tduz g’ke’k me’ek b’ttduz t’be’tk kce’drutk ke’bkt’d. ¿aaDb’thuk?[8]

Ningún enano había oído tantas palabras de la Antigua Lengua en boca de alguien que midiera más de un metro veinte. Se quedaron atónitos.

Zanahoria bajó al molesto enano al suelo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—¡Sois enanos! —dijo—. ¡Los enanos no deberían comportarse así! Miraos, ¿no os da vergüenza?

Un centenar de bocas se abrieron de sorpresa.

—¡Mirad lo que estáis haciendo! —El chico sacudió la cabeza—. ¿Os imagináis lo que pensarían si os vieran vuestras ancianas madres, que ahora se estarán mesando sus barbas blancas y preguntándose qué harán sus hijos esta noche? Vuestras pobres madres, las primeras que os enseñaron a blandir un hacha…

Nobby, que se había quedado junto a la puerta paralizado por una mezcla de terror y asombro, se dio cuenta de que lo que se oía allí era un coro de sollozos ahogados y ruido de narices al sonarse. Zanahoria seguía hablando.

—… seguramente las ancianas estarán pensando, seguro que mi hijo está jugando tranquilamente al dominó, o algo por el estilo…

Un enano próximo a él, que llevaba el casco adornado con púas de quince centímetros de largo, se echó a llorar silenciosamente sobre su cerveza.

—Y apuesto a que hace mucho tiempo que no le escribís una carta, y eso que prometisteis escribirle todas las semanas sin falta…

Distraídamente, Nobby se sacó un sucio pañuelo del bolsillo y se lo tendió a un enano que se había apoyado contra la pared, estremecido por los sollozos.

—Vamos, vamos —siguió Zanahoria con voz cariñosa—. No quiero ser duro con nadie, pero a partir de ahora pasaré por aquí todas las noches, y espero encontrarme con un comportamiento propio de los enanos. Sé lo que sentís al estar tan lejos de casa, pero eso no justifica semejantes desmanes. —Se tocó el casco—. G’hruk, t’uk[9].

Les dirigió una sonrisa luminosa y se dobló por la cintura para volver a cruzar la puerta del bar. Cuando llegaron a la calle, Nobby lo agarró bruscamente por el brazo.

—¡No se te ocurra volver a hacerme una cosa así! —rugió—. ¡Eres un Guardia de la Ciudad! ¡No quiero volver a oír hablar de eso de las leyes!

—¡Pero son muy importantes! —señaló Zanahoria con seriedad, siguiendo a su superior hacia una calle aún más estrecha.

—No tan importantes como seguir vivo y entero —replicó Nobby—. ¡Bares de enanos! Si tienes algo de sentido común, chico, entrarás aquí conmigo. Y en silencio.

El muchacho alzó la vista hacia el edificio al que acababan de llegar. Estaba algo alejado del lodo de la calle. Los sonidos de una bebida seria llegaron hasta ellos. Sobre la puerta se veía un destartalado letrero con el dibujo de un tambor.

—Es una taberna, ¿no? —señaló Zanahoria, pensativo—. ¿Abierta a estas horas?

—No veo por qué no —replicó Nobby al tiempo que abría la puerta—. A mí me parece muy útil. Es el Tambor Remendado.

—¿Sirven bebidas alcohólicas? —preguntó el chico mientras buscaba por las páginas del libro.

—Espero que sí —asintió Nobby. Hizo un gesto de saludo en dirección al troll contratado en el Tambor como asesinón—[10]. Buenas noches, Detritus. Le estoy enseñando el barrio al novato.

El troll gruñó y con un brazo imposiblemente sucio les hizo un gesto para que pasaran.

El interior del Tambor Remendado era ahora legendario y había pasado a la historia como la famosa taberna de peor reputación del Mundodisco, así como punto de visita obligatorio en la ciudad. Tanto era así que el nuevo propietario, tras hacer unas remodelaciones inevitables, se había pasado días recreando la capa original de polvo, hollín y otras sustancias menos identificables en las paredes. Incluso importó una tonelada de basura semipodrida para el suelo. Los clientes eran los habituales héroes, asesinos, mercenarios, criminales y villanos, y sólo un análisis microscópico habría podido diferenciar a unos de otros. Espesas espirales de humo reptaban hacia el techo, quizá para no tocar las paredes.

La conversación murió un instante cuando entraron los dos guardias, pero luego volvió a la normalidad. Un par de bebedores saludaron a Nobby.

Éste se dio cuenta de que Zanahoria estaba muy ocupado.

—¿Qué haces? Oye, nada de hablar de madres aquí, ¿entendido? —le advirtió.

—Estoy tomando notas —respondió Zanahoria, sombrío—. Tengo una libreta.

—Así me gusta —asintió Nobby—. Ya verás cómo te encanta este lugar. Yo vengo aquí siempre a cenar.

—¿Cómo se escribe «infracción»? —preguntó el chico al tiempo que pasaba una página.

—Con un lápiz —replicó su superior, abriéndose camino a codazos. Un raro impulso generoso se adueñó de su mente—. ¿Qué quieres beber?

—No creo que sea apropiado —señaló Zanahoria—. Además, de la Bebida Nacen los Vicios.

Sintió una mirada penetrante en la nuca, y se volvió para encontrarse frente a frente con el rostro amable de un orangután.

Estaba sentado junto a la barra, con una jarra de cerveza y un platito de cacahuetes ante él. Hizo un gesto amistoso con la jarra en dirección a Zanahoria, y luego bebió ruidosamente, al parecer por el sistema de hacer que su labio inferior formara una especie de embudo prensil. Aquello sonaba como una bañera al vaciarse.

Zanahoria dio un codazo a Nobby.

—Hay un mon… —empezó.

—¡No lo digas! —se apresuró a interrumpirlo su superior—. ¡No digas esa palabra! Es el bibliotecario. Trabaja en la Universidad. Siempre pasa por aquí para tomarse una copa antes de acostarse.

—¿Y a la gente no le importa?

—¿Por qué iba a importarles? Cuando le toca el turno, cede el taburete, como todo el mundo.

Zanahoria se volvió y miró al simio. Se le ocurrían un montón de preguntas a la vez, por ejemplo: ¿Dónde guarda el dinero? El bibliotecario captó su mirada, la malinterpretó y empujó el platito de cacahuetes hacia él.

Zanahoria se irguió en toda su impresionante estatura y consultó su libreta de notas. La tarde que había pasado leyendo Las Leyes y Ordenanzas había cundido mucho.

—¿Quién es el propietario, arrendatario o…, a ver…, o encargado de estas instalaciones? —preguntó a Nobby.

—¿El qué? —se sorprendió el menudo guardia—. ¿El encargado? Pues supongo que quien está al cargo esta noche es Charley. ¿Por qué? —preguntó al tiempo que señalaba a un hombretón corpulento, cuyo rostro era una telaraña de cicatrices.

Éste se detuvo en su tarea de extender la suciedad uniformemente por los vasos mediante el sistema de frotarlos con un paño húmedo, y dirigió a Zanahoria un guiño de complicidad.

—Charley, te presento a Zanahoria —dijo Nobby—. Está durmiendo en casa de Rosie Palma.

—¿Cómo, todas las noches? —se asombró Charley.

Zanahoria se aclaró la garganta.

—Si usted es el encargado de este local —declamó—, es mi deber informarle de que está arrestado.

—¿Restado de qué, hijo? —preguntó Charley, todavía limpiando los vasos.

Arrestado — siguió el muchacho—, a la espera de presentación de cargos por los siguientes hechos, 1) (i) el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, usted a) sirvió o b) permitió que se sirvieran bebidas alcohólicas después de las 12 (doce) de la noche, contraviniendo las ordenanzas que legislan los locales públicos según el Acta de 1678, y 1) (ii) el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, usted sirvió o permitió que se sirvieran bebidas alcohólicas en recipientes que no cumplen las normas de tamaño y capacidad previstas en la citada Acta, y 2 (i) que el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, permitió que los clientes llevaran sin fundas armas de filo cuya medida excedía los 18 (dieciocho) centímetros, contraviniendo la Sección Tres de la citada Acta y 2) (ii) el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, usted sirvió o permitió que se sirvieran bebidas alcohólicas en un local que carece de la correspondiente licencia para la venta o consumición de dichas bebidas, contraviniendo la Sección Tres de dicha Acta.

Autore(a)s: