El callejón volvía a estar desierto.
—Pues sí que ha sido raro —se dijo Mooty.
Extremadamente inusual, desde luego.
—¿Has visto eso? ¿Qué era? —preguntó el ladrón a la oscura figura que salía de entre las sombras—. Y ya que estamos, ¿quién eres tú? —añadió con tono de sospecha.
Adivina —respondió la voz.
Mooty escudriñó a la figura encapuchada.
—¡Vaya! —exclamó—. No sabía que acudieras a por la gente como yo.
Acudo a por todos.
— Quiero decir en persona…, bueno, más o menos.
A veces. En ocasiones especiales.
—Sí, bueno —concedió Mooty—. ¡Y ésta es una de ellas, sin duda! O sea, ¡era un jodido dragón! ¿Qué se supone que puede hacer uno? ¡Nadie espera encontrarse un dragón a la vuelta de la esquina!
En fin, si no te importa venir por aquí… —indicó la Muerte, poniendo una mano esquelética en el hombro del ex ladrón.
—¿Sabes una cosa? Una echadora de cartas me dijo que moriría en la cama, rodeado de bisnietos llorosos —dijo Mooty a la alta figura—. ¿Qué te parece, eh?
Me parece que estaba equivocada.
—Un jodido dragón —gruñó Mooty—. Y respiraba fuego, y todo. ¿Sufrí mucho?
No. Fue prácticamente instantáneo.
—Menos mal. No me gustaría pensar que sufrí mucho. —Mooty miró a su alrededor—. ¿Qué viene ahora? —preguntó.
Tras él, la lluvia convirtió en barro el montoncito de cenizas negras.
El Gran Maestro Supremo abrió los ojos. Estaba tendido de espaldas. El Hermano Yonidea se disponía a hacerle la respiración boca a boca. La sola idea bastaba para despertar a cualquiera que se hubiera desmayado. Se sentó y trató de librarse de la sensación de que pesaba varias toneladas y estaba cubierto de escamas.
—Lo logramos —susurró—. ¡El dragón! ¡Acudió! ¡Lo he sentido!
Los Hermanos se miraron entre ellos.
—Pues nosotros no hemos visto nada —señaló el Hermano Revocador.
—A mí me pareció ver algo —dijo el Hermano Vigilatorre, lealmente.
—No, no estaba aquí —bufó el Gran Maestro Supremo—. No esperaríais que se materializara aquí mismo, ¿verdad? Fue afuera, en la ciudad. Sólo unos segundos… —Señaló con un dedo—. ¡Mirad!
Los Hermanos se volvieron rápidamente, temerosos de encontrarse frente a frente con una bocanada de llamas.
En el centro del círculo, los objetos mágicos se estaban convirtiendo en polvo. Ante sus ojos, el amuleto del Hermano Yonidea se deshizo.
—Se han quedado secos —susurró el Hermano Dedos.
—Tres dólares que me costó ese amuleto, nada menos —murmuró el Hermano Yonidea.
—Pero eso demuestra que funciona —dijo el Gran Maestro Supremo—. ¿No lo veis, idiotas? ¡Funciona! ¡Podemos invocar dragones!
—Pero nos va a salir muy caro en objetos mágicos —respondió el Hermano Dedos, dubitativo.
—… tres dólares, que no es ninguna tontería…
— El poder no es barato —rugió el Gran Maestro.
—Muy cierto —asintió el Hermano Vigilatorre—. No es barato. Muy cierto. —Volvió a contemplar los restos agotados de los objetos—. Vaya —siguió—. ¡Lo hemos logrado, claro que sí! Nos pusimos a ello e hicimos magia, ¿verdad?
—¿Lo veis? —exclamó el Hermano Dedos—. ¡Os dije que no era peligroso!
—Todos lo habéis hecho excepcionalmente bien —los animó el Gran Maestro Supremo.
—… quería cobrarme seis dólares, pero me dijo que me lo dejaba en tres aunque iba a la ruina…
— Sí-siguió el Hermano Vigilatorre—. ¡Le hemos cogido el tranquillo enseguida! Y no ha dolido nada. ¡Hemos hecho magia de verdad! Además, no han aparecido demonios, ni nada por el estilo, Hermano Revocador. No sé si te habrás dado cuenta.
Los otros Hermanos asintieron. Magia de verdad. Y no era para tanto. Que se fuera preparando todo el mundo.
—Alto ahí, un momento —intervino el Hermano Revocador—. ¿Adónde ha ido este dragón? Es decir, ¿lo hemos invocado o no?
—Es muy propio de ti hacer preguntas tan estúpidas —replicó el Hermano Vigilatorre, algo inseguro.
El Gran Maestro Supremo se sacudió el polvo de su capa mística.
—Lo invocamos —explicó—, y acudió. Pero sólo mientras duró la magia. Luego volvió a marcharse. Si queremos que se quede más tiempo, necesitamos más magia, ¿comprendéis? Y la conseguiremos.
—… tres dólares, que no se ganan así como así…
—¡Cállate!
Queridísimo padre [escribió Zanahoria]: Bueno, aquí estoy, en Ankh-Morpork. Las cosas no son como en casa. Creo que todo ha cambiado un poco desde que estuvo aquí el bisabuelo del señor Varneshi. Me parece que la gente de esta ciudad no sabe diferenciar el Bien del Mal.
Encontré al capitán Vimes en una cervecería. Me acordé de lo que decías, que un enano decente no entraba en esos lugares, pero como él no salía, pasé al interior. Lo vi tumbado con la cabeza en la mesa. Cuando le hablé, me dijo que arrimara un taburete y le pagara la siguiente. Creo que la bebida le había afectado. Me dijo también que me buscara un sitio para dormir y luego me presentara al sargento Colon en la Casa de la Guardia, esa misma noche. Luego añadió que cualquiera que quisiera unirse a la guardia tenía que hacerse mirar la cabeza.
El señor Varneshi no mencionó esto. Quizá lo hagan por motivos de Higiene.
Fui a dar un paseo. Aquí hay mucha gente. Encontré un lugar que se llama Las Sombras. Luego vi que unos hombres intentaban robar a una Señorita. Me enfrenté a ellos. No sabían luchar bien, y uno de ellos intentó pegarme una patada en las Partes Vitales, pero yo llevaba el Protector, como me habían dicho, y el hombre se hizo daño. Luego la Señorita vino y me dijo que si quería una cama. Yo le dije que sí. Me llevó a donde vivía, una especie de pensión, aunque lo llamó otra cosa que empieza por B, pero no me acuerdo. La dirige la señora Palma. La señorita del Bolso se llama Reet, y le dijo, tendrías que haberlo visto, eran 3, fue increíble. La señora Palma dijo, Corre por cuenta de la casa. También me dijo, Qué Protector tan grande. Así que subí arriba y me quedé dormido, aunque era un lugar con mucho ruido. Reet me despertó una o dos veces para decirme que si quería algo, pero no tenían manzanas. Así que me quedé dormido de pie, como dicen aquí, aunque no lo entiendo muy bien, porque si te duermes de pie te caes, es de Sentido Común.
Desde luego, hay muchas cosas que hacer. Cuando fui a ver al sargento, me encontré con un lugar que es ¡¡el Gremio de Ladrones!! Pregunté a la señora Palma y me dijo que claro. Me dijo que los jefes de los Ladrones de la Ciudad se reúnen allí. Fui a la Casa de la Guardia y conocí al sargento Colon, que es un hombre muy gordo, y cuando le hablé del Gremio de Ladrones me dijo, No seas idiota. No creo que hablara en serio. Me dijo, No te preocupes por el Gremio de Ladrones, lo único que tienes que hacer es pasear por las Calles de Noche, gritando Las doce en punto y sereno. Y yo le pregunto, ¿Y si no todo está sereno? Y él me dijo que me fuera a buscar otra calle.
Esto no es Liderazgo.
Me han dado una especie de cota de mallas. Está oxidada, y no muy bien hecha.
Te dan dinero por ser guardia. Son 20 dólares al mes. Cuando los tenga te los enviaré.
Espero que estéis todos bien y que hayáis vuelto a abrir el Pozo número 5. Esta tarde iré a ver el Gremio de Ladrones. Es una vergüenza. Si hago algo al respecto, me apuntaré un Tanto. Ya empiezo a entender la manera de hablar de aquí.
Tu hijo que te quiere, Zanahoria.
P.D. Por favor, dale recuerdos a Minty. La echo mucho de menos.
Lord Vetinari, el patricio de Ankh-Morpork, se pasó una mano por los ojos.
—¿Que hizo qué?
—¡Me llevó arrestado por las calles! —exclamó Urdo van Pew, actual presidente del Gremio de Ladrones, Rateros y Profesiones Relacionadas—. ¡A plena luz del día! ¡Y con las manos atadas!
Dio unos pasos en dirección a la austera silla en el despacho del patricio, blandiendo un dedo.
—Sabes muy bien que nos hemos mantenido dentro de los márgenes de la Cuota —dijo—. ¡Y qué humillación! ¡Me trató como a un criminal común! Más vale que reciba una disculpa en toda regla —añadió— o tendrás otra huelga. Nos veremos obligados, pese a nuestra natural responsabilidad cívica —zanjó.
Fue lo del dedo. Lo del dedo fue un error. El patricio contemplaba con ojos fríos el dedo. Van Pew siguió la dirección de su mirada y bajó la mano rápidamente. El patricio no era hombre ante el cual se pudiera blandir un dedo, a no ser que quisieras acabar contando sólo hasta nueve.
—¿Y dices que fue una sola persona? —preguntó lord Vetinari.
—¡Sí! Exacto… —titubeó Van Pew.
Ahora que lo narraba en voz alta, sonaba un tanto extraño.
—En cambio, dentro había cientos de vosotros —siguió el patricio con tranquilidad—. Es una cueva de ladrones…, si me disculpas la expresión.
Van Pew abrió y cerró la boca unas cuantas veces. La respuesta sincera habría sido: sí, y si alguien se hubiera colado a hurtadillas, lo habría pasado mal. Fue su manera de entrar, como si fuera el dueño del edificio, lo que engañó a todo el mundo. Eso y el hecho de que no dejó de golpear a todo el mundo y de decirnos que Rectificáramos.
El patricio asintió.
—Me ocuparé de este asunto en un momento —dijo.
Era una buena frase. Siempre hacía titubear a la gente. Nunca estaban seguros de si quería decir que se ocuparía enseguida, o que se ocuparía brevemente. Y nadie se atrevía a preguntarle.
Van Pew reculó.
—Una disculpa en toda regla, te lo recuerdo. Tengo que proteger mi reputación —insistió.
—Gracias. No quiero entretenerte más —replicó el patricio, dando de nuevo su toque personal al idioma.
—Eso. Bien. Gracias. Muy bien —asintió el ladrón.
—Al fin y al cabo, tienes mucho trabajo —siguió lord Vetinari.
—Por supuesto, por supuesto.
El ladrón titubeó. La última frase del patricio tenía punta. Uno se encontraba a la espera de recibir el golpe.
—Ejem… —carraspeó, a la espera de recibir una pista.
—Lo digo por todo el trabajo que estáis haciendo, claro.
El pánico se apoderó del rostro del ladrón. Un sentimiento de culpabilidad sin rumbo fijo vagó por su mente. No se trataba de lo que había hecho, se trataba de lo que el patricio hubiera averiguado al respecto. Aquel hombre tenía ojos en todas partes, pero no había par más aterrador que los gélidos azules que brillaban sobre su nariz.
—Yo…, eh…, no acabo de comprender…
—Una selección muy curiosa. —El patricio tomó una hoja de papel—. Por ejemplo, una bola de cristal perteneciente a una adivina de Calle Abrupta. Un pequeño adorno del templo de Offler, el Dios Cocodrilo. Y más cosas. Chatarra.
—La verdad es que no sé… —tartamudeó el jefe de los ladrones.
El patricio se inclinó hacia él.
—No habrá ladrones sin licencia, claro —dijo[6].
—¡Investigaré ese asunto personalmente! —balbució el ladrón—. ¡Puedes estar seguro!
El patricio le dirigió una dulce sonrisa.
—Lo sé —replicó—. Gracias por venir a verme. No te entretengo más.
El ladrón salió lo más deprisa que pudo. Con el patricio siempre pasaba lo mismo, reflexionó amargamente. Acudías a presentarle una queja de lo más razonable, y lo siguiente que sabías era que te estabas retirando caminando de espaldas, haciendo reverencias y satisfecho de seguir con vida. Eso había que concedérselo al patricio, admitió de mala gana. Porque, si no se lo concedías, enviaba a sus hombres para que lo cogieran de todos modos.
Cuando se hubo marchado, lord Vetinari hizo sonar la campanita de bronce con la que llamaba a su secretario. Pese a su caligrafía, el hombre se llamaba Lupine Wonse. Apareció esgrimiendo ya la pluma.
La principal característica de Lupine Wonse era su limpieza. Siempre daba la impresión de estar recién hecho. Hasta su cabello era tan liso y engominado que parecía pintado.
—Parece que la Guardia ha tenido algunos problemas con el Gremio de Ladrones —dijo el patricio—. Van Pew acaba de pasar para decirme que un guardia lo arrestó.
—¿Por qué, señor?
—Al parecer, por ser un ladrón.
—¿Un miembro de la Guardia? — se asombró el secretario.
—Lo sé, lo sé. Arréglalo, por favor.
El patricio sonrió para sus adentros.
Siempre resultaba difícil entender el peculiar sentido del humor de lord Vetinari, pero no podía dejar de recordar al jefe de los ladrones, enrojecido y airado.
Una de las mejores contribuciones del patricio a las reformas de Ankh-Morpork había sido legalizar el antiguo Gremio de Ladrones, al principio de su mandato. Siempre habrá crimen, razonó, y por tanto, si tenemos que soportarlo, al menos que sea crimen organizado.
Así que habían persuadido al Gremio para que saliera de las sombras y construyera una gran casa de reuniones, ocupara su lugar en los banquetes de la ciudad y fundara una academia con cursillos acelerados, certificados de aprendizaje, libros de escolaridad y todo eso. A cambio de la no intromisión de la Guardia, accedieron a mantener el nivel de criminalidad según las cifras acordadas anualmente. De esa manera, dijo lord Vetinari, todo el mundo podía planear sus gastos por anticipado, y se eliminaban parte de las inseguridades del caos que es la vida.