Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Quizás debiese hacer aquello por ella. Cassandra no era como las demás mujeres que habían pasado por su vida y entre ellos, no podría haber nada más. Lo mejor sería que él se ocupase de los asuntos que le habían llevado hasta allí y que después se marchase lo antes posible.

Al día siguiente llamaría al ministerio de Asuntos Exteriores de Silvershire y pediría reunirse con lord Carrington. Aunque fuese sábado por la mañana, seguro que alguien respondería al teléfono.

Se estaba haciendo tarde y Kadir estaba pensando en retirarse cuando Hakim llamó a la puerta y entró.

—Tiene una visita, Excelencia.

Por un momento, Kadir dudo… ¿sería Cassandra? Pero sabía que no podía ser ella, por mucho que lo desease.

—Es el señor Nikolas Donovan.

—Es muy tarde. ¿No puede esperar a mañana?

Hakim parecía cansado.

—Me parece que no, Excelencia. Ha estado esperando a que se marchasen los fotógrafos porque no quiere que nadie se entere de su visita. Mañana por la mañana los fotógrafos volverán a estar en la puerta.

El hecho de que Donovan no quisiese que nadie supiese que estaba allí intrigó a Kadir.

—Hazlo pasar.

Kadir sabía en representación de quien iba Nikolas Donovan. Conocía bien todos los grupos políticos de Silvershire, incluido el de la Unión por la Democracia.

A pesar de que habían cacheado a Donovan, Sayyid insistió en quedarse en la sala durante la entrevista. Como Kadir confiaba en su guardaespaldas, no le importó. Su presencia pareció distraer a Donovan al principio, pero Sayyid hizo lo posible por pasar inadvertido.

Una vez hechas las presentaciones, Donovan tomó asiento frente a Kadir.

—Iré directo al grano —dijo—. Usted es un hombre muy respetado en el ámbito diplomático, y yo estoy aquí para pedirle que apoye mi causa.

—¿Quiere que apoye públicamente a su partido? —preguntó Kadir.

—Sí, Excelencia. Creo que podemos ayudarnos el uno al otro, si nos aliamos.

Aquella unión era la contraria de la que tenía planeada Kadir con lord Carrington. Aunque admiraba lo que Donovan estaba intentando hacer, no podía hacer aquello y, al mismo tiempo, intentar aliarse con la monarquía de Silvershire. Además, había oído rumores de que algunas facciones de la Unión por la Democracia habían empezado a defender la violencia como medio para conseguir sus objetivos. Kadir estaba prácticamente seguro de que aquella no era la postura de Donovan, pero no podía arriesgarse.

—Siento tener que rechazar su propuesta —respondió Kadir con dureza, para no dejar traslucir sus opiniones personales al respecto.

—Créame, sé que su situación aquí es precaria. Por eso he esperado a que se fuesen los fotógrafos antes de llamar. No quiero ponerlo en una situación más difícil. Lo único que le pido es que lo piense.

Kadir sacudió la cabeza.

—Estoy aquí como representante de mi gobierno para formar una alianza con lord Carrington, y en cuanto me reúna con él, volveré a casa.

—Buena suerte. Carrington acaba de marcharse del país y no creo que vuelva hasta un día o dos antes del Día del Fundador.

A Kadir se le hizo un nudo en el estómago.

—¿Está seguro de eso?

—Lo vi anoche. Él y su esposa, la princesa Amelia, estaban preparándose para ir de visita a Gastonia.

La noche anterior. Kadir suspiró. ¿No iba a salirle nada como tenía planeado?

—¿Qué piensa usted de lord Carrington, señor Donovan, será un buen rey?

Donovan se puso tenso.

—Es un buen hombre, mucho mejor que el príncipe Reginald.

—Eso no es mucho decir —comentó él sonriendo—, teniendo en cuenta las cosas que me han contado del difunto Príncipe.

—A pesar de que el Rey está en coma, Carrington se niega ni siquiera a hablar de cambiar el anticuado sistema de gobierno. El pueblo debería poder elegir a la persona que quiere que lo gobierne. Sé que Kahani también es una monarquía, pero ustedes llevan años intentando cambiar. Lo que usted quiere no es tan distinto de lo que quiero yo.

—Yo no intento derrocar un gobierno.

—Yo tampoco —protestó Donovan—. Quiero que mi país avance, lo mismo que usted. Juntos podríamos luchar por el cambio con mucha más fuerza que por separado.

Era tentador. Y había algo en Donovan, que le gustaba. Era un hombre apasionado, como solían serlo los visionarios. Pero Kadir no tenía elección.

—No puedo aceptar su propuesta.

Donovan estaba decepcionado, pero no enfadado. El hecho de no enfurecerse por no conseguir lo que había ido a buscar, era un punto a su favor. Además, sabía que tenía a Sayyid detrás de él, así que no le convenía perder los nervios.

Donovan se apoyó en el respaldo de la silla y sonrió amablemente.

—He visto su fotografía en el periódico esta mañana.

—¿De verdad? ¿Y no cree que pierde usted el tiempo leyendo un periódico tan poco serio? —preguntó Kadir.

—Lo leo siempre. Entre las historias de extraterrestres y de chicos lobo suele haber alguna que otra verdad.

Donovan sonrió todavía más.

—Nadie admite que lo lee, pero todo el mundo está al corriente de sus noticias. Es un placer vergonzoso, supongo. ¿Usted no tiene ninguno, Excelencia?

—Si los tuviese —dijo Kadir sonriendo—, no se los contaría a usted.

—Por supuesto que no —admitió Donovan levantándose y ofreciéndole la mano.

Kadir se puso en pie y se la apretó con firmeza.

—Buena suerte, señor Donovan.

—A usted también, Excelencia. Si cambia de opinión, póngase en contacto conmigo. Soy fácil de encontrar. Sé que trabajaríamos bien juntos si tuviésemos la oportunidad.

Sayyid acompañó a Donovan hasta la puerta. Cuando se hubo marchado, Kadir volvió a sentarse, apoyó la espalda en el respaldo del sillón y se relajó un momento. Lord Carrington se había marchado del país, así que no podría reunirse con él inmediatamente. ¿Por qué no se lo habría dicho Cassandra? ¿Era posible que no lo supiera? ¿O acaso le gustaban los secretos?

En cualquier caso, no tenía ningún motivo para permanecer en la finca de los Redmond. Al día siguiente iría a Leonia y se instalaría en el yate. Dado el ambiente que había entre ellos después de su visita a Barton, seguro que a Cassandra le alegraría verlo marchar.

Cassandra estaba a punto de meterse en la cama cuando sonó el teléfono. El timbre la sobresaltó. ¿Quién podía llamar tan tarde? ¿Pasaría algo? Quizás fuese Kadir, que quería darle las buenas noches.

—¿Dígame? —contestó.

—Esperaba que todavía no estuvieses acostada.

Cassandra suspiró aliviada al oír la voz de su madre.

—Iba en dirección a la cama.

Después de un breve silencio, Piper preguntó en voz baja.

—¿Está él ahí?

A Cassandra no le hizo falta preguntarle a quién se refería.

—¡No! ¡Por supuesto que no! Ya te he dicho, mamá, que te confundes. Mi relación con el jeque es únicamente profesional.

Y así sería hasta que se marchase del país. No volverían a besarse, ni a hablar de sueños y deseos.

—Qué pena. Me hubiese gustado tener a un jeque como yerno. Podríamos ir de vacaciones a Kahani, he oído que es precioso. ¿Tus hijos también serían jeques? La verdad es que no sé cómo funciona eso. Y Kadir es un hombre muy agradable. Me gusta. Es tan guapo. ¿Estás segura de que no está contigo?

—Estoy segura —dijo Cassandra, que no pudo evitar reír.

—Qué pena. Ya va siendo hora de que sientes la cabeza. Eres lo suficientemente inteligente como para no liarte con el primero que se te pone delante. Lo suficientemente inteligente como para no dejarte llevar por tus alocadas hormonas. Pero, cariño, a veces eres demasiado inteligente. Hay momentos en los que una mujer debe seguir a su corazón y olvidar lo que le dice la cabeza. El amor es un bien muy preciado y si no aprovechas la oportunidad cuando se presenta, quizás no vuelva nunca más.

—¿Qué te hace pensar que todo esto tiene algo que ver con el amor? —preguntó Cassandra intentando parecer despreocupada.

—Que te conozco.

Cassandra se tumbó en la cama con el teléfono pegado a la oreja.

—Eres una entrometida. De acuerdo. Dado que estás empeñada en meterte en esto, quiero que contestes a una pregunta por mí.

—Dispara.

Cassandra esperó un momento antes de hablar, y su madre guardó silencio. Entonces, la joven empezó a hablar muy deprisa.

—¿Cómo sabe una mujer si lo que habla es su corazón o si son sus hormonas? Has hablado de hormonas alocadas y sabes que odio no poder controlarme. ¿Merece un hombre, cualquier hombre, que tires a la basura años de dedicación y de planes? ¿Cómo puede saber una mujer si le están hablando con el corazón? Y si sabe que una relación es imposible, ¿merece la pena arriesgarse a que le rompan a una el corazón? Lexie ha sido muy feliz con todos sus maridos y novios, durante un tiempo. ¿Merecen la pena los buenos momentos o es preferible evitarlos si así podemos evitar sufrir?

Piper no contestó inmediatamente.

—Eso es más de una pregunta.

—Bueno, pues elige la que quieras —dijo Cassandra frustrada.

—De acuerdo —suspiró su madre—. Sí, la respuesta es sí.

—¿A qué…?

—Tengo que colgar —la interrumpió Piper—. Me está llamando tu padre. Le prometí que le prepararía un sándwich antes de que se fuese a la cama.

—Pero…

—Buenas noches, cariño., te quiero.

Después no se oyó nada más, y Cassandra se quedó allí, sujetando el auricular. Lo miró durante unos segundos, como si eso fuese a devolverle a su madre. Necesitaba respuestas concretas a sus preguntas, no un monosílabo. Enseguida volvió a oírse el tono de llamada.

Cassandra colgó el teléfono y se dejó caer en la cama. «Sí». ¿A cuál de las preguntas había contestado su madre con aquello? ¿Acaso importaba? Todo la llevaba hacia el mismo sitio.

Pero ella no era como su madre, ni como sus hermanas mayores en lo que a hombres se refería. No era tan aventurera como ellas, ni tenía tanta confianza en sí misma, ni era tan romántica. Era más precavida.

Además, era la única que dormiría sola aquella noche.

Capítulo 6

Cuando Cassandra detuvo su coche en la puerta de entrada a la finca de los Redmond a la mañana siguiente, tres fotógrafos empezaron a disparar. Ella mantuvo la compostura e incluso volvió la cabeza hacia las cámaras para dedicarles una fría y profesional sonrisa. No quería que supiesen que aquello le afectaba. Se mantuvo tranquila, incluso cuando uno de ellos le guiñó un ojo y le sonrió de manera sugerente. ¿Por qué le daba la impresión de que era aquél quien había hecho la fotografía de sus piernas?

Aquel día se había puesto el traje más recatado que tenía. La blusa era de cuello alto y la falda le llegaba por debajo de la rodilla. Era de un color gris verdoso. A la señora Dunn le encantaba aquel traje, y se lo decía cada vez que se lo ponía.

Cuando se abrieron las puertas, Cassandra levantó la mano para despedirse de los fotógrafos.

En la puerta estaba Oscar, que parecía nervioso, y la entrada estaba llena de maletas. También había un baúl enorme.

—¿Qué está pasando?

—Se marchan —contestó Oscar—. Me preocupa que hayamos podido hacer algo que los haya molestado. Ha sido culpa mía. El hombre alto, Jib… Jib..

—Jibril —dijo Cassandra.

—Sí, creo que no le gusto. He tenido que hacer algo que le haya ofendido, aunque no sé el qué. Están enfadados porque ayudé al jeque a escapar ayer un rato. No debí haberlo hecho. El jeque es el jefe, pero si los otros se enfadan conmigo, él tampoco querrá quedarse. Él también está enfadado. Estaba de muy mal humor esta mañana. Y ha tenido que ser por mi culpa. He hecho mal mi trabajo, por eso se marchan.

—No se preocupe —dijo Cassandra dándole una palmadita en el brazo—. Estoy segura de que no se van a ningún sitio. He planeado una excursión a Silverton-upon-Kairn para hoy, y mañana…

Kadir apareció en la entrada, atrayendo su atención. El corazón le dio un vuelco… y Cassandra se convenció de que era porque su repentina entrada la había sorprendido.

—Siento decirle que no estaremos aquí mañana —anunció secamente el jeque. A juzgar por la expresión de su rostro, Oscar tenía razón acerca de su humor—. Me han informado de que lord Carrington está fuera del país y no volverá hasta justo antes de la fiesta del Día del Fundador, así que no hago nada aquí.

Kadir se dirigió hacia una de las maletas más grandes y Cassandra lo siguió.

—Lo siento, Excelencia. No tenía ni idea de que lord Carrington fuese a marcharse del país.

Él se volvió y la miró, levantando las cejas al oírla llamarlo Excelencia. Pero no estaban solos. Oscar estaba presente y ella no quería que nadie pudiese hablar de ellos.