Y ninguno la había besado como Al-Nuri, con tanta pasión y entrega. Ningún otro beso la había hecho desear más de lo que podía tener. Era posible que su reacción ante aquel beso no hubiese sido nada más que un momento de arrebato, y otro beso le demostraría que aquel hombre era como todos los demás.
La decana llegó con una carpeta llena de papeles para Al-Nuri y el jeque se dirigió hacia ella. Piper aprovechó para acercarse a su hija.
—Dios mío —susurró—. Es un hombre sorprendente. Guapo, rico, poderoso y simpático. Hasta el momento, me parece el hombre perfecto. Tenías razón al esperar a que llegase un hombre como éste a tu vida.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando —comentó Cassandra imperturbable.
—No te avergüences. ¿Así que te sentó mal la comida el día que lo conociste? Aunque no me lo hubieras dicho, lo habría averiguado yo sola.
—Yo no te he dicho nada —protestó Cassandra en voz baja.
—En tu carta me contaste todo lo que necesito saber, sólo había que leer entre líneas. Es un hombre maravilloso, es inteligente, me ha sentado mal la comida.
—El aliño de la ensalada estaba rancio.
—Además, he visto la fotografía. ¿Pensabas que no iba a verla?
Cassandra inclinó la cabeza y miró a su madre confundida. ¿De qué estaba hablando?
—¿Qué fotografía?
—¿No te parece un poco tarde para hacerte la inocente, Cassandra? De verdad, un hombre no actúa así a no ser que sienta algo. Es muy galante y romántico, y… —Piper estudió a su hija, que parecía sorprendida—. ¿Cariño, no la has visto?
—¿El qué? —volvió a preguntar ella, que empezaba a preocuparse.
Su madre corrió hacia su escritorio y Cassandra la siguió. Al-Nuri seguía entretenido con la decana por el momento. Piper movió una pila de libros de la mesa y tomó un periódico.
Nada más verlo, Cassandra se dio cuenta de qué periódico se trataba.
—¡Mamá! ¿Lees esa basura?
El Silvershire Inquisitor era un periódico sensacionalista.
Piper lo dobló para mostrarle a su hija la parte superior de la portada, en la que dominaba un ojo que, aparentemente, lo veía todo. Justo debajo del ojo había una fotografía que llamó la atención de Cassandra.
Era ella. Y Al-Nuri. Bueno, en realidad, eran sus piernas. Entrelazadas encima del asiento de la limusina, momentos después de que él la hubiese hecho entrar de un salto para ponerla a salvo.
Las piernas de Al-Nuri estaban cubiertas por los pantalones, pero a ella se le había subido la falda hasta los muslos, así que se veía bastante carne. Además, ella tenía las piernas abiertas y entre ellas estaba él. Debajo de la fotografía decía: Sensacional jeque salva a secretaria sexy.
—¡Yo no soy su secretaria! —protestó Cassandra.
—No te lo tomes de manera personal, cariño, estoy segura de que las palabras han sido elegidas para llamar más la atención.
Debajo de aquella foto había otras dos menos llamativas. En una aparecía su busto y en otra, el del jeque. De ahí las risitas de las estudiantes.
Cassandra leyó el artículo por encima, lo que no mejoró las cosas. Aparentemente, el sensacional jeque se había tirado encima de ella para salvarla de un balazo. Pero sólo había habido un disparo, y el objetivo había sido él, no ella. ¿Por qué querían hacerlo parecer un héroe? Luego decían que era posible que el jeque y la asesora diplomática tuviesen una relación y que seguirían dando detalles de la historia.
Tantos esfuerzos por desarrollar su carrera para eso. Que la gente pensase que el jeque y ella estaban liados era casi tan malo como si de verdad estuviesen…
Dándose algún beso. Compartiendo confesiones personales. Y empezando a gustarse de un modo nada diplomático.
—¿Qué es eso?
Cassandra se sobresaltó al oír su voz, detrás de ella. Al-Nuri le quitó el periódico de las manos y lo desdobló para ver la fotografía.
—Voy a denunciarlos —dijo ella tranquilamente.
—¿Por qué? Es una fotografía muy buena.
—¡No lo es!
Él torció la cabeza, como si pudiese ver mejor de esa manera.
—Usted estaba allí, Excelencia —protestó Cassandra—. No hace falta que estudie la fotografía con tanto detenimiento.
—No había visto el incidente desde este ángulo —contestó él.
Cassandra intentó arrebatarle el periódico, pero él era más alto y fuerte. Quizás fuese una locura, pero al ver aquella fotografía, Cassandra recordó cómo se había sentido en esos momentos. No justo cuando él la había hecho entrar en la limusina, sino después, cuando había sentido el cuerpo de él sobre el suyo y sus labios habían estado tan cerca…
—Por favor, devuélvame el periódico, Excelencia.
—No he terminado.
—Sí ha terminado.
—No he leído el artículo.
—La mitad son mentiras, no es necesario, Excelencia.
Él la miró y sonrió.
—Llámame Kadir y será tuyo.
Ella dudó, y él se puso a leer el artículo. El artículo en el que él era un héroe que le salvaba la vida, y eran amantes.
—Por favor, dame el periódico, Kadir.
Él dejó de leer y la miró a los ojos.
—Repítelo.
—Kadir —dijo ella con más suavidad.
El jeque se sintió satisfecho y le dio el periódico.
Kadir. Era un nombre bonito y le iba mucho mejor que Excelencia o Al-Nuri. Ella había sospechado que llamarlo por su nombre haría que él estuviese demasiado cerca. Que fuese demasiado real. Demasiado como ella misma.
Y había tenido razón.
Capítulo 5
Para el viaje de vuelta, Al-Nuri puso la capota al coche. Parecía que iba a llover, así que era normal tomar precauciones. También condujo mucho más despacio que a la ida.
Pero Cassandra echó en falta su alegre sonrisa. Y aquello era algo que no podía permitirse. Nunca se permitía nada a sí misma, nada tan ilógico como una sonrisa, ni tampoco había considerado nunca que su carrera pudiese pasar a un segundo plano. Y aquello había tenido sentido siempre… hasta aquel mismo día. De pronto, ya no estaba tan segura de que sus planes de futuro fuesen los correctos.
Empezó a llover media hora después de que saliesen de Barton. Aunque no diluviaba. Al-Nuri puso en funcionamiento el limpiaparabrisas y redujo la velocidad, ya que la visibilidad no era buena. La radio estaba apagada y los dos se mantuvieron en silencio. Sólo se oía el sonido de la lluvia y de los limpiaparabrisas.
Cassandra centró su atención en el Silvershire Inquisitor y volvió a leer el artículo acerca del tiroteo en el museo. Le pareció tan alarmante como la primera vez que lo había leído.
—Esa historia te angustia —comentó Al-Nuri en voz baja.
—Sí, y a ti también debería preocuparte, los dos tenemos que pensar en nuestra reputación.
—Pero has dicho que no es un periódico serio. ¿Creerá alguien importante lo que pueda decir?
—Probablemente no —admitió ella—. Pero debemos tener cuidado. No podemos cometer ningún error.
Sin decir nada, Al-Nuri detuvo el coche en el borde de la carretera y apagó el contacto. Durante unos segundos, sólo se oyó la lluvia. Las gotas caían sobre el techo de lona y en el parabrisas. Después de un tiempo, Cassandra se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
—¿Estás angustiada porque personas sin importancia puedan pensar que te has comportado de manera incorrecta o porque puedan pensar que tienes una aventura con un árabe de Kahani?
—Mi preocupación no tiene nada que ver con tu procedencia ni con lo que seas. He trabajado muy duro para llegar a donde estoy en el ministerio de Asuntos Exteriores y que la gente piense que utilizo mi puesto para… liarme con un hombre me parece insultante.
Parecía más tranquilo, aunque Cassandra no estaba segura de que lo estuviese.
—¿Ahora nos seguirán de cerca, verdad?
—Sí. Es posible que haya fotógrafos esperándonos en la puerta de casa y que intenten seguirnos a todas partes, tendremos que escabullimos, como hemos hecho esta mañana. Pero no nos será tan fácil.
Al-Nuri apoyó un brazo en el volante.
—¿Quieres que pida que me asignen a otra persona para el resto de mi estancia?
Cassandra pensó en responder que sí durante unos segundos.
—No, eso sólo alimentaría todavía más el rumor. Debemos continuar trabajando juntos de la forma más profesional posible —dejar que la prensa tomase fotografías. Y que intentasen encontrar algo… inapropiado.
—Ahora no nos ve nadie —comentó Al-Nuri.
—No.
—Quizás sea la última vez que estemos solos de verdad.
A Cassandra no le gustaba nada la idea.
—Supongo que tienes razón.
Al-Nuri no se movió, pero la manera en que la miraba hizo que el corazón de Cassandra se pusiese a latir más deprisa.
—Pedirte otro beso sería seguramente poco apropiado —dijo él—. Ya me has dejado claro que sólo quieres tener una relación profesional conmigo. Me gustas mucho. Y me hubiese gustado conocerte en otras circunstancias. Pero los deseos están hechos para los niños que todavía creen en los sueños, y no para los hombres que tienen que enfrentarse día a día a la dura realidad. Hay personas que me quieren muerto. Vivo rodeado de guardaespaldas porque ignorar el peligro sería una locura. Y, aun así, hoy he dejado atrás ese peligro, esa realidad, y no lo lamento. No quiero que termine el día, Cassandra. Imagino que piensas que hago este tipo de cosas a menudo, pero te equivocas. Te admiro. Me atraes. Me marcharé de aquí dentro de dos semanas y tu vida volverá a ser la misma que antes de que llegase. Has dejado claro que no quieres que nos dejemos llevar por lo que sentimos.
Cassandra pensó en decir que ella no sentía nada, pero no hubiese sido verdad, y él lo sabía.
—Así que quiero volver a besarte. Aquí, estamos solos y nadie nos verá. Un último beso antes de volver a la realidad. Si la idea no te atrae, dímelo. Yo volveré a arrancar el coche y no lo mencionaré más. Pero si sientes, como yo, que ese beso es necesario…
Cassandra se inclinó ligeramente hacia él. Hubiese preferido que la besase directamente. La estaba dejando elegir, le hacía pensar. Y no quería pensar más en aquello.
Otro beso le demostraría que la reacción que había tenido ante el primero había sido falsa. Otro beso le recordaría que Al-Nuri era como el resto de los hombres.
—Bésame, Kadir —dijo.
Otro beso la ayudaría a aclararse y a acabar con los inapropiados sentimientos que crecían en su interior cada vez que miraba a aquel hombre.
Al-Nuri, Kadir, colocó sus labios sobre los de ella y una mano grande y caliente detrás de su cabeza. El beso se hizo intenso y ella, además de deseo, sintió desesperación. Se acercó más a 61, que la sujetaba con fuerza, y entreabrió los labios. Aquel sería su último beso, era lo único que podrían tener, y Cassandra no quería que terminase. Tenía que durar un poco más. Sus lenguas se entrelazaron y ella pasó la mano por su hombro, para aferrarse a él.
Cassandra sintió un torbellino de sensaciones: pasión, necesidad, ternura. Y sintió, como Kadir, que le hubiese gustado conocerlo en otras circunstancias.
Pero ella también sabía que aquel deseo era imposible.
¿Cómo había podido pensar que aquel beso le recordaría que ese hombre era como todos los demás? No lo era… y el beso fue algo realmente extraordinario.
Cassandra se separó de él porque sabía que si no lo hacía en ese momento, no sería capaz de parar. Y no era una mujer acostumbrada a perder el control. Kadir apoyó la cabeza en su hombro y luego apoyó los labios en su cuello. Sólo un momento, fue un beso cargado de ternura y emoción. Luego se retiró y la miró a los ojos.
Hacía días que Cassandra no comía nada en mal estado y no obstante…
Cuando llegaron a la finca de los Redmond había tres fotógrafos esperándolos, pero ya había oscurecido y no podían ver quién había en el coche. Aquello molestó a Kadir y le demostró que Cassandra había tenido razón. Durante las siguientes semanas, tendrían que tener mucho cuidado con su comportamiento en público.
Una vez dentro de la casa, Cassandra se despidió rápidamente y se dirigió hacia su coche. Estaba ansiosa por escapar de allí. De los fotógrafos, y de él. Y Kadir sintió como si la estuviese perdiendo al verla marchar, aunque, en realidad, nunca había sido suya.
Sayyid había descubierto la huida de Kadir a última hora de la tarde, pero gracias a las explicaciones de Tarif y de Oscar, no se había preocupado por su ausencia. Estaba irritado, eso sí, pero no preocupado. No obstante, no podía decir nada.
Kadir se encerró en su despacho e intentó ocuparse del trabajo que había descuidado durante todo el día. Si pudiese ver a lord Carrington pronto, quizás podría inventarse una excusa para marcharse de allí antes de tiempo. Aquella reunión era el principal objetivo de su estancia en Silvershire y, en cualquier caso, su marcha le facilitaría la vida a Cassandra.