Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Abrió un ojo y miró a Al-Nuri. Él iba sonriendo de oreja a oreja, disfrutando del viaje. El viento lo despeinaba, sus ojos iban escondidos detrás de unas gafas de sol e iba vestido de modo mucho más informal que de costumbre. Parecía un hombre diferente.

La miró y sonrió todavía más. Aquel hombre estaba loco.

—¡Mire la carretera! —ordenó ella.

Kadir obedeció y ella volvió a cerrar los ojos.

Al-Nuri se había escapado de sus guardaespaldas aquella mañana, y había dejado a Tarif encargado de contarles una mentira: tenía que decirles que tenía muchas llamadas que hacer y que no quería que lo interrumpiesen, que tenía mucho trabajo aburrido que requería que estuviese todo el día encerrado en su despacho. Después, con la ayuda de Oscar, había ido al garaje y se había hecho con un descapotable negro.

A aquella velocidad, llegarían a Bailón en la mitad de tiempo que solía llevarle a Cassandra.

La carretera era bastante buena, pero necesitaba ser reparada, y tenía curvas. Al-Nuri no redujo la velocidad en ningún momento.

Iba a matarla. Cassandra iba a morir virgen, sin conocer el amor que tanto había estado esperando, ni tampoco el sexo que su hermana Lexie tanto le había recomendado. A esas alturas, no conocería la sensación de ser madre. Iba a morir vestida con un traje de chaqueta azul marino, con el pelo recogido, pero despeinado por el viento.

De pronto, el coche se detuvo. Cassandra abrió los ojos muy despacio. Al-Nuri había detenido el coche a un lado de la carretera. Delante de ellos había un cartel que indicaba que estaban a ocho kilómetros de Barton.

—Conduce muy rápido —comentó.

Al-Nuri parecía tan contento, que Cassandra no podía enfadarse.

—Lo sé —admitió él—. Ha sido maravilloso.

Ella no quería sonreír. Pero no podía evitarlo. El jeque Kadir, Su Excelencia, parecía un niño de diez años que acababa de montarse en la montaña rusa.

—¿Por qué nos hemos detenido?

Para su sorpresa, él inclinó su cuerpo hacia ella, le agarró la cara con una mano y la besó. Lo hizo muy despacio, pero con ganas. Y la sujetó con fuerza, pero con cuidado. Ella debía haberse separado de él. Pero no lo hizo.

Kadir la besó. Intensamente, disfrutando del beso tanto como había disfrutado de la conducción de aquel coche deportivo que había tomado prestado. Y ella le devolvió el beso, a pesar de que aquello no era nada apropiado, era un error. En esa ocasión, su estómago sufrió algo más que un cosquilleo. Se encogió, le dio un brinco y bailó. Y su corazón también. La lengua del jeque jugó con su labio inferior y ella sintió que se le escapaba un gemido.

Cassandra se echó hacia atrás, confundida por su propia reacción. Tenía que ser más fuerte que aquello.

—Excelencia, sólo nos conocemos desde hace tres días.

—Lo sé —respondió él apartándole un mechón de pelo rubio que le caía sobre la mejilla—. Tres días es mucho tiempo esperando un beso, pero…

—No, no es mucho tiempo —replicó ella—. ¡Casi no lo conozco!

—Tus palabras parecen desaprobarlo, pero tu manera de besar, no. ¿Debo creer a mis oídos o a mis labios?

—Crea lo que quiera. Pero no vuelva a hacerlo.

Él se acomodó en su asiento y la estudió. Cassandra no podía verle los ojos detrás de las gafas de sol oscuras.

—Si he malinterpretado tus intereses, acepta mis disculpas.

—Disculpas aceptadas, Excelencia —contestó ella.

—Pensé que ibas a llamarme Kadir cuando estuviésemos a solas.

—Pues se equivocó.

«Acerca de muchas cosas», pensó.

Al-Nuri condujo el resto del camino más despacio y mantuvo los ojos pegados a la carretera. Ya no sonreía encantadoramente, por suerte. Cassandra sabía que era un conquistador. ¿Seduciría siempre a sus asesoras sólo para divertirse? ¿Haría muescas en la cabecera de la cama para ir contando sus conquistas? ¿Habría ido rompiendo corazones por todo el mundo?

Por muchas cosquillas que sintiese en el estómago, no se dejaría engatusar por un hombre que sólo estaba interesado en una aventura para las tres semanas que iba a pasar allí. En realidad ya sólo quedaban dos semanas y media.

El campus de Barton era antiguo y prestigioso y el recinto estaba muy bien cuidado. Sus jardines no eran tan ordenados como los que habían visitado el día anterior, pero eran limpios. Los árboles tenían muchos años y el césped estaba bien cortado. Los edificios eran de piedra gris, que parecía fría a pesar de que el sol brillaba con fuerza aquella tarde.

Kadir conoció a la decana, una mujer severa e inteligente de mediana edad, y habló con varias estudiantes. Un par de ellas rieron tontamente al verlo, pero eran jóvenes y por eso no lo molestó su comportamiento.

Tenía cosas más importantes en mente.

Había planeado mudarse a su yate ese mismo fin de semana, para pasar allí al menos un par de días. Era evidente que lord Carrington no tenía intención de encontrarse con él, tal y como había pedido, en los próximos días, y Kadir no quería jugar a hacer de turista durante las siguientes dos semanas, antes de la fiesta a la que iba a asistir. El yate estaba anclado en Leonia, una ciudad costera situada al norte de la capital. Le vendría bien pasar un par de días tranquilamente en un lugar que fuese realmente suyo.

Pero irse al yate, lejos de Silverton, significaría seguramente dejar atrás a su ayudante local, y no estaba preparado para separarse de Cassandra Klein. Ninguna mujer le había intrigado tanto antes.

Cassandra había estado más callada de lo habitual durante su paseo por la universidad. No sólo callada, apagada. Retraída. Aquello era el resultado del beso, estaba seguro. A pesar de que la joven se había entregado a él, seguía molesta por lo que había ocurrido. A Kadir le era fácil descifrar la verdadera razón de su cambio de humor.

Anduvieron por un camino que llevaba a un pequeño parque que daba al río Lodan. Allí, Kadir encontró un banco vacío y se sentó, dejando sitio a su lado para que se sentase Cassandra. Pero ella prefirió quedarse de pie, detrás del banco, rígida e implacable.

Él golpeó el espacio que quedaba a su lado con la mano.

—No, gracias —respondió ella a su invitación.

—Prometo no morderte —dijo él—. Ni besarte —Kadir esperó un momento, pero ella no se movió—. Por favor —añadió el jeque en voz baja.

Cassandra rodeó el banco y se sentó finalmente a su lado, aunque en la otra punta del banco. Había tenido que soltarse el pelo porque el viaje de ida en el descapotable la había despeinado completamente. Kadir no se había dado cuenta antes de lo largo que lo tenía. Era un crimen que lo llevase siempre tan recogido.

—No suelo besar a las asesoras diplomáticas —empezó él.

Ella rió.

—De hecho, es la primera vez que lo hago. Me parece algo poco profesional y potencialmente problemático.

—Exacto —respondió ella, obviamente aliviada. Parecía pensar que él opinaba igual que ella, pero era porque no había entendido bien su comentario.

—Pero tú, Cassandra, eres diferente.

—No soy diferente —lo contradijo ella—. Y espero que no espere que me crea que…

Dejó la frase a la mitad, pero Kadir entendió lo que quería decir. Era extraño, con sólo mirarla a la cara, sabía lo que estaba pensando. Hacía años que no se había sentido tan cerca de otra persona. Y nunca le había ocurrido con una mujer con la que, además, quisiese acostarse. Nunca.

—Hace mucho tiempo que no pienso en mí mismo —dijo él—. Años. Tantos años, que no recuerdo cuántos —bueno, podría haber hecho un esfuerzo, pero prefería no hacerlo—. He estado centrado en mi objetivo, mi carrera, mi misión, hasta que mi mundo se ha reducido sólo a eso. Y tú haces que quiera algo más. Desde la primera vez que te vi…

—Ya es suficiente —lo detuvo ella—. Excelencia, esto es…

—Kadir.

Ella volvió la cabeza para mirarlo.

—Excelencia, yo no soy el tipo de mujer que usted piensa que soy.

—Creo que eres una mujer bella e inteligente. ¿Me equivoco?

Ella apretó los labios.

—No soy de las que dan a los hombres… algo más —dijo ella ruborizándose—. Mi carrera es algo muy importante para mí, Excelencia. Y no haría nada que pudiese mancharla.

Y acostarse con él mancharía sin duda su reputación. Y también la de él. Si alguien los descubría, por supuesto. Él sabía que no tenían futuro. La vida de Cassandra estaba allí, en Silvershire. Y la suya, en Kahani, como representante de su país en todo el mundo. Eran demasiado diferentes como para que pudiesen tener algo más allá de aquella visita, ¿pero por qué negar algo que era evidente que ambos sentían?

—¿Tu carrera es más importante que la emoción y la alegría de vivir? —preguntó él . Más importante que la felicidad —«¿más importante que el amor?» Todavía no podía hacerle aquella pregunta, no la conocía lo suficiente como para hablar de amor. Y no podía prometerle, ni siquiera sugerirle, algo que no pudiese ofrecerle.

—Mi carrera es la cosa más importante de mi vida —le explicó ella, rogándole con la mirada que no se lo pusiese más difícil—. En realidad, es la única cosa importante de mi vida. No me malinterprete, quiero a mis hermanas y a mis padres, tengo amigos. Pero he dedicado mi vida a mi trabajo, dejando todo lo demás de lado. Ayer me preguntó por mi vida privada, y me parece que dejé claro que no tengo vida privada. No tengo tiempo. Quizás algún día, pero ahora, no. No puedo permitir que usted llegue y estropee todo por lo que tanto he trabajado.

Kadir suspiró. No podía decir nada para explicarle a Cassandra que su interés por ella no era algo meramente superficial. No tenían futuro, aquello era cierto, pero, no obstante, ella era especial. Diferente. No podía explicarle que no podía cambiarla por otra mujer y sentirse feliz si ella hubiese apreciado sus atenciones.

La quería a ella. A ella y a nadie más. Pero a juzgar por la expresión de su rostro, no iba a conseguirla. Intentaría hacerle cambiar de opinión, si tenía la oportunidad, pero no podía obligarla a mantener con él una relación temporal que, evidentemente, ella no quería.

Un par de estudiantes pasaron delante de ellos. Una de ellas llevaba un periódico doblado. Las dos rieron.

De pronto, Kadir se mostró fácilmente irritable.

—¿Qué les pasa a esas idiotas?

Cassandra dejó la visita al departamento de Arte para el final. Cuanto menos tiempo pasasen juntos Al-Nuri y Piper Klein, mejor. Hola y adiós.

Aunque no tenía ganas de volver a la ciudad.

—¡Cassandra! —la saludó su madre saliendo de detrás de un escritorio lleno de libros y papeles—. Estaba a punto de ir a buscarte. Me han dicho que hace horas que estáis aquí.

—He querido dejar lo mejor para el final, por supuesto —contestó ella sonriendo.

Piper miró a Al-Nuri con aprobación.

—Usted debe de ser el jeque —dijo ofreciéndole la mano—. Piper Klein, encantada de conocerlo.

Cassandra suspiró, intentando calmarse.

—Mamá, tienes que dirigirte a él como Excelencia.

Al-Nuri tomó la mano de Piper y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

—De eso nada. Le he dicho a su hija en varias ocasiones que las formalidades no están hechas para mí. Llámeme Kadir, por favor.

«Oh, no, por favor, no», pensó Cassandra.

—Kadir —repitió Piper—. Que nombre tan bonito.

Piper Klein tenía cincuenta y seis años, todavía estaba delgada y era guapa. Tenía unos alegres ojos azules y le gustaban las aventuras, y solía tener pintura o arcilla debajo de las uñas. Cassandra había heredado los ojos grises de su padre, pero en todo lo demás se parecía a su madre. Aunque no era tan aventurera como ella. Eso lo había heredado todo Lexie.

Piper relató a Al-Nuri varias historias acerca de sus años en Barton. Cassandra escuchó con atención. Si a su madre se le ocurría empezar a decir: «Cuando Cassandra era una niña…», la visita habría terminado. Pero la conversación sólo giró entorno a la universidad y a los planes de Al-Nuri de fundar un centro similar en Kahani.

En muchos aspectos, era un hombre como los demás, la prueba estaba en el beso que le había dado, pero en otros, era especial. Quería cambiar el mundo a mejor. Quería crear una universidad como aquella en un país en el que aquello afectaría a innumerables vidas.

Cassandra no quería volver a besarlo, pero eso no significaba que no pudiese admirarlo, como hombre y como político.

Ella sabía que nunca olvidaría aquel beso, y aunque no pensaba decírselo ni a Al-Nuri ni a nadie… le hubiese gustado repetirlo. Sólo como experimento, por supuesto. ¿Volvería a causar estragos en su corazón? Era virgen, pero no era la primera vez que besaba a un hombre.