—No hará falta investigar quién ha sido, porque sé perfectamente quién ha ordenado que me maten.
—No permitiremos la presencia de terroristas en Silvershire —espetó Cassandra, como si sus palabras fuesen a detenerlos.
Kadir se apoyó en el respaldo de la limusina, que arrancó y se alejó del museo.
—Eso me parece lógico, pero la lógica no existe en el terrorismo. Zahid ha tomado el antiguo y preciado ideal de tribu, unidad y amor por la cultura antigua, ha tomado el concepto de hermandad y lo ha convertido en odio y derramamiento de sangre. Quiere volver atrás en el tiempo y está dispuesto a matar a quien no esté de acuerdo con él. Habla de herencia y de dignidad, pero lo que busca en realidad es el poder, y los destruye a ambos con la violencia y el odio. Zahid Bin-Asfour es un criminal. Un asesino y un contrabandista. Su razonamiento no es lógico, señorita Klein.
—Estoy segura de que tiene usted razón, pero…
Cassandra tartamudeó y volvió a ruborizarse. Kadir estaba seguro de que aquella mujer nunca tartamudeaba.
Se acercó a ella y murmuró:
—¿Está preocupada por mí?
—¡No! —negó ella rápidamente. Luego se contradijo—. Quiero decir que, como escolta suya, su seguridad es mi responsabilidad. Ordenaré que le pongan más guardaespaldas, además de los suyos propios, y cambiaré nuestra agenda. A partir de ahora, nadie sabrá de antemano cuáles van a ser nuestras actividades.
—No quiero más guardaespaldas —dijo Kadir con determinación.
—Pero…
—No.
Cassandra respiró hondo y no discutió con él. Kadir no estaba tan loco como para ignorar la necesidad de que lo protegiesen, pero no quería esconderse detrás de todo un ejército.
Debería prometerle a Cassandra que no volvería a comportarse de un modo tan poco apropiado, que no volvería a pensar en besarla, ni en nada más. Que haría lo posible por que su relación fuese sólo profesional. Era lo adecuado. Pero no lo hizo.
A Cassandra el corazón seguía latiéndole con fuerza porque alguien le había disparado. Al menos, ella intentaba convencerse de que era por eso, a pesar de que ya habían pasado varias horas desde que habían salido del museo.
Al-Nuri y sus hombres estaban en su alojamiento y ella esperaba a que la señora Dunn acabase una llamada de teléfono importante para hablar con ella. El jeque Kadir no quería más protección, pero se la pondrían de todos modos. Si le pasase algo mientras estaba bajo su responsabilidad… Si le ocurriese algo…
Después de más de media hora de espera, Cassandra pasó al despacho de su jefa. Estaba tan afectada que empezó a hablar nada más entrar.
—Su Excelencia el jeque Kadir está deseando encontrarse con lord Carrington. Ya sé que no es el mejor momento, pero quizás pudiésemos arreglarlo.
La señora Dunn se apoyó en su sillón de cuero.
—Respira hondo y relájate, Cassie. El encuentro que tanto desea el jeque Kadir tendrá lugar a su debido tiempo, probablemente.
La señora Dunn le indicó que se sentase, pero ella no era capaz de hacerlo con el corazón latiéndole de aquel modo.
—¿Cómo que probablemente?
Nola Dunn llevaba más de cuarenta años en el departamento y era una persona que imponía respeto. Era la primera vez que Cassandra le hablaba así. Probablemente hacía años que nadie se había atrevido a decirle otra cosa que no fuese «Sí, señora».
No obstante, a la señora Dunn no pareció molestarle el descaro de Cassandra.
—Cuando te concedí esta misión te informé de que el príncipe Reginald se había encontrado con Zahid Bin-Asfour poco antes de su muerte.
—Sí, señora, lo recuerdo muy bien —aquella era la razón por la que se sospechaba que aquel terrorista podía estar detrás de la muerte del Príncipe.
—Y también sabes que Bin-Asfour y el gobierno de Kahani se encuentran enfrentados desde hace mucho tiempo.
—Sí, señora.
La señora Dunn apoyó los brazos en el escritorio y se echó hacia delante.
—¿Y si Bin-Asfour no es responsable del asesinato del príncipe Reginald? ¿Y si Reginald y él trabajaban juntos y es el gobierno de Kahani el que está detrás de la muerte del Príncipe?
—Pero…
—Hasta que no sepamos a ciencia cierta que Kahani no tiene nada que ver con el asesinato del Príncipe, el Duque no puede encontrarse con tu jeque. Pero al mismo tiempo, no podemos tratar a Al-Nuri como si él o su país fuesen sospechosos de asesinato si no tenemos pruebas. Haz que esté contento. Prométele que la reunión tendrá lugar en el momento adecuado. Y mantenlo alejado de palacio. ¿Está claro?
Cassandra estaba segura de que Al-Nuri no tenía nada que ver con el asesinato del príncipe Reginald, no tenía ninguna duda. Aunque su gobierno tuviese algo que ver con aquello, estaba segura de que él no. Era demasiado bueno. Demasiado amable y bienintencionado. Pero no podía defenderlo con semejantes argumentos. Necesitaba pruebas.
—¿Por qué se habría alineado el príncipe Reginald con un terrorista?
—Es sólo una suposición y no es demasiado probable. Pero hasta que no sepamos algo más, es mejor que mantengas a Al-Nuri alejado de palacio. Y de lord Carrington.
—Sí, señora.
—Habéis sido el blanco de un tiroteo esta mañana —dijo la señora Dunn mirando a Cassandra con cautela.
—Al-Nuri era el objetivo —la corrigió Cassandra.
—Pero tú estabas allí. Supongo que ha sido una experiencia terrible.
—Ha sido… —Cassandra pensó en la confusión que había seguido al tiroteo, en el modo en que Al-Nuri la había agarrado con fuerza, en cómo se había cerrado la puerta de la limusina tras ellos, en el peso de su cuerpo encima de ella y en la manera en que la había mirado—. Ha sido angustiante, pero ha pasado muy rápidamente y nadie ha resultado herido.
—Tengo grandes planes para ti, Cassie. Eres una chica dura e inteligente. Algún día podrías ocupar este sillón. Estoy contenta de tenerte en mi equipo.
A ella le hubiese gustado decirle a su jefe que prefería que la llamase Cassandra en vez de Cassie, y mujer en vez de chica, pero aquel día ya había ido suficientemente lejos.
La señora Dunn cambió de tema.
—El Rey ha pasado por el quirófano esta mañana. Le han quitado el tumor y los médicos dicen que la operación ha sido un éxito.
—¿Va a ponerse bien?
—Es demasiado pronto para saberlo —respondió su jefa encogiéndose de hombros—. Sigue estando en coma.
Cassandra se preguntó si su jefa le estaba contando aquello por alguna razón oculta. El futuro del país era más importante que los deseos de un solo hombre. En aquellos momentos, cualquier detalle podía ser crucial, como mantener a Al-Nuri alejado de lord Carrington. Cassandra se dio la vuelta para abandonar la sala, preguntándose cómo haría para mantener a Al-Nuri ocupado durante toda su estancia. Él estaba decidido a mantener aquella reunión y ella no podía hacer nada para conseguir que así fuese. Al menos, todavía no.
La señora Dunn le había dicho que algún día podría ocupar su lugar. Aquella era su máxima aspiración. Por primera vez, se preguntó si aquello era realmente lo que quería. ¿Quería ser como Nola Dunn? Poderosa, inteligente.
Y solitaria.
—Cassie —la llamó su jefa.
Cassandra se volvió cuando ya estaba en la puerta. La señora Dunn sonreía, algo poco habitual en ella.
—Ten cuidado. He oído que Al-Nuri es muy peligroso con las mujeres. No te habría asignado esta misión si no hubiese pensado que podrías mantenerlo a raya.
—Aprecio mucho su confianza en mí.
—Ten cuidado.
Cassandra asintió, estaba segura de que aquella advertencia no tenía nada que ver con balas ni con intentos de asesinato.
El jueves, a última hora de la mañana, Kadir recibió una breve llamada de Sharif. Habían rescatado a la familia de Mukhtar y en la operación habían muerto varios hombres de Zahid. Dos de los soldados de Sharif habían resultado heridos, pero no habían tenido que lamentar víctimas mortales. Los terroristas estaban bien instalados en varios edificios antiguos, por lo que era evidente que Zahid estaba intentando reestablecerse en Kahani. No había duda de que había sido él quien había intentado matar a Kadir, ya que era él quien más luchaba contra Bin-Asfour y sus ambiciones.
Kadir tenía la esperanza de que hubiesen encontrado a Zahid al rescatar a la familia de Mukhtar, o que alguno de sus hombres hubiese dado información acerca de su paradero. Pero no habían tenido tanta suerte.
Por la tarde, la adorable Cassandra Klein lo llevó a visitar unos jardines privados al norte de la capital del país, Silverton. Eran bonitos, pero no lo suficiente como para que Kadir olvidase todas las cosas importantes que le rondaban por la cabeza. Zahid Bin-Asfour. La reunión con lord Carrington. La violenta muerte de Mukhtar. El intento de asesinato en el museo la mañana anterior. Era difícil concentrarse en las flores con todo aquello en mente.
Fahd y Jibril se habían situado en los dos lados opuestos del jardín mientras Kadir y Cassandra lo visitaban, dispuestos a defenderlos si así era necesario, pero adormecidos por la serenidad del entorno.
Kadir se detuvo a mitad del camino y se volvió hacia Cassandra. Por fin tenía algo delante que hacía que se olvidase de todas las cosas desagradables que tenía en la cabeza. No había ninguna imperfección en su rostro, ni tampoco en su cuerpo. Sus ojos brillaban con la misma pasión que desde hacía dos días. ¿Había un hombre en su vida que despertaba aquella pasión?
—¿Hay algún hombre en tu vida?
A Cassandra le sorprendió la pregunta.
—Mi vida personal no es de su incumbencia, Excelencia.
—Es sólo curiosidad. ¿Tienes marido, algún pretendiente o un prometido…?
—No —respondió ella sonrojándose un poco—. Soy una mujer soltera. Mi carrera es muy importante, y no me deja tiempo libre para… para…
—¿Historias de amor?
—Para nada. Y eso es todo lo que tengo que decirle acerca de mi vida privada.
Aquello era todo lo que Kadir quería saber, así que cambió de tema de conversación.
—¿Te gusta este tipo de jardín, Cassandra?
A ella la sorprendió que la llamase por su nombre de pila, pero miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaban a solas.
—¿Qué quiere decir? No es más que un jardín. Muy bonito, por supuesto. ¿No le parece que son todos parecidos?
Él sonrió, y Cassandra volvió a sonrojarse.
—No, no todos son parecidos. En absoluto. Personalmente, yo prefiero los jardines en los que las plantas crecen libremente, en los que hay que abrirse paso para avanzar. Me gustan las flores grandes, de colores brillantes, rojas, amarillas, moradas, que nos recuerdan que la vida es bella. Las plantas tienen que ser fuertes para sobrevivir en ese tipo de jardines. Estas de colores tan pálidos no lo harían. Las flores de colores vivos les quitarían la luz del sol. Las raíces más fuertes se llevarían todos los nutrientes —comentó mirando a Cassandra, que lo observaba con curiosidad—. Algo tan delicado no sobreviviría en un medio salvaje.
Kadir se dio cuenta de que no hablaba de flores. Su propia vida había sido salvaje en el pasado. Todavía tenía días en los que seguía siendo como una flor silvestre, pero se había dedicado tanto a su misión, que su color había palidecido un poco, aunque no por completo.
Su vida corría peligro y, a pesar de que tomaba las precauciones necesarias, no era posible estar completamente a salvo. Cassandra Klein era una flor delicada que no sobreviviría en semejante jardín.
Kadir deseaba besarla. Era un deseo inadecuado, imprudente. Una locura. Y, aun así, quería besarla. Quizás, si pusiese sus labios sobre los de ella, podría descubrir la flor silvestre que había en su alma. Quizás no fuese tan delicada como parecía.
—Siento que no esté divirtiéndole el paseo —se disculpó Cassandra de modo muy profesional—. Ya veo que estos jardines no le interesan. Mañana…
—Mañana iremos a Barton —dijo él sonriendo.
—Pero…
—Dijiste que cambiaríamos los planes para que nadie supiese dónde encontrarnos. Quiero ir a Barton mañana.
—De acuerdo.
—¿Y conoceré a tu madre?
—Supongo que sí —respondió ella suspirando y apartando la mirada.
—Bien. Saldremos temprano y yo conduciré.
—Pero…
—Yo conduciré —repitió Kadir.
La tomó por el brazo y la condujo hacia donde se encontraba Jibril mientras se preguntaba cómo iba a hacer para deshacerse de sus hombres, que se suponía que tenían que vigilarlo veinticuatro horas al día. Estaba cansado de llevar una vida tan ordenada. Cansado de tanto aburrimiento.
Deseaba volver a ser como una flor silvestre, aunque sólo fuese un rato.
Capítulo 4
Cassandra cerró los ojos e intentó controlar su estómago. El jeque estaba volviendo a causar estragos en su interior, aunque en aquellos momentos lo que hacía que estuviese aturdida era su manera de conducir. Nunca había ido tan rápidamente por aquella carretera.