—Haré todo lo necesario. En verano hay muchas menos actividades que durante el resto del año, pero podemos dar una vuelta por el centro y reunimos con la decana, si le parece bien.
—Me encantará. ¿Y tendré la oportunidad de conocer también a su madre?
Aquella pregunta volvió a pillarla desprevenida. Al jeque le gustaba sorprenderla, sus reacciones eran tan auténticas que le permitían ver a la mujer que había detrás de aquella fachada.
—Quizás.
Cassandra se miró el reloj y pareció sorprendida por lo tarde que era.
—Debería marcharme, Excelencia —comentó poniéndose en pie—. Muchas gracias por la cena. Mañana pasaré a recogerlo a las nueve menos cuarto para ir al museo.
A Kadir le traían sin cuidado los museos, pero no dijo nada.
—Estoy deseando volver a verla —contestó haciendo una reverencia—. ¿Podría…?
Ella se volvió a mirarlo mientras tomaba su bolso de la pequeña mesa que había al lado de la puerta. Sayyid estaba justo detrás de aquella puerta, pero no estaba a la vista.
—¿Sí?
—¿Podría llamarla Cassandra? Es un nombre tan bonito, y vamos a pasar mucho tiempo juntos durante las próximas semanas. Y me encantaría que usted me llamase Kadir. Nunca me he sentido identificado con lo de «Excelencia». Cada vez que me llaman así miro detrás de mí, en busca de algún anciano que responda a un título tan digno.
Kadir sonrió, aunque ella, que parecía tener prisa por marcharse, no parecía dispuesta a acceder a su propuesta.
—No me parece una buena idea —respondió Cassandra con calma y antes de que él pudiese preguntarle por qué, ya se había marchado.
Cassandra escribía una carta a su madre todos los martes por la noche. Se había convertido en un hábito y no podía dormirse sin haber escrito esa carta. Las echaba al correo los miércoles por la mañana, y la señora Klein las recibía los jueves por la tarde. Unas veces eran cartas cortas, si Cassandra estaba ocupada o no tenía mucho que contar, y otras, ocupaban varias páginas.
El correo electrónico hacía que fuese fácil estar en contacto con todo el mundo, y Cassandra lo utilizaba con regularidad. Pero su madre le había dicho lo mucho que le gustaba recibir cartas de las de toda la vida de vez en cuando, y así había sido como había nacido aquella tradición que había acabado convirtiéndose en un ritual.
Querida mamá:
Lexie se ha marchado a Grecia con Stanley. Supongo que ya lo sabes, pero como Lexie no suele ser demasiado comunicativa, he pensado que debía hacértelo saber. Estará fuera un mes.
Vestida con un pijama amplio de color amarillo y con una taza de té que se estaba quedando fría cerca del codo, Cassandra golpeó la hoja de papel azul con el bolígrafo. Era una hoja sin líneas, decorada con unas flores color rosa y lavanda en el margen izquierdo. Tenía el bloc apoyado en el escritorio, y ella estaba sentada en el borde de la silla. ¿Debía mencionar al jeque o no? Su instinto le decía que no lo hiciese, pero si iba a tener que acompañarlo a Barton, no merecía la pena guardar el secreto. Cassandra se puso recta. ¿Por qué no hablar de Su Excelencia, el jeque Kadir? Solía escribir acerca de su trabajo, y el jeque formaba parte de él. Nada más.
Hoy he comenzado una nueva y excitante misión. Un representante del ministerio de Asuntos Exteriores de Kahani ha venido a pasar tres semanas a nuestro país, y yo tengo que ser su guía y su ayudante durante ese tiempo. Finalmente han merecido la pena todas las noches que he pasado estudiando árabe. Es una misión muy importante, y estoy contenta de que me la hayan asignado a mí. Podría decirse que es la oportunidad que estaba esperando. La señora Dunn, a la que es tan difícil complacer, dijo que yo estaba preparada para llevarla a cabo con éxito.
El jeque es una persona muy conocida. Su Excelencia el jeque Kadir Al-Nuri. Quizás hayas visto su fotografía en el periódico. Hubo un artículo acerca de él en el Silvershire Times sobre su visita hace tres o cuatro días.
Cassandra volvió a golpear el bolígrafo contra el papel. Podía dejarlo ahí, pero su madre tenía un don para averiguar cosas que no debía averiguar, y una carta tan corta quizás la hiciese responderle «¿qué es lo que no me estás contado?». No era justo.
Es probable que vayamos a visitar la universidad. Ha sido una sugerencia de Al-Nuri, no mía. No pensé que podría interesarle. Le gustaría fundar un centro femenino como Bortón en su país, un proyecto muy ambicioso, teniendo en cuenta las costumbres tan arcaicas que siguen teniendo allí. Quiere hacer cambios, y eso es de admirar. En cualquier caso, el jeque y yo pasaremos por la universidad en algún momento durante las próximas tres semanas. No estoy segura de cuándo. Quizás te veamos allí.
Cassandra no quería contarle a su madre que Al-Nuri había preguntado si la conocería durante su visita a Barton. Era una petición que sonaba personal y que planteaba preguntas que ella prefería no hacerse. Iba a despedirse, pero se lo pensó mejor. Quizás debiera terminar la carta con algún comentario más personal.
Creo que al medio día he comido algo que me ha sentado mal, pero esta noche ya me encuentro bien.
Te quiere,
Cassandra
Metió la hoja en un sobre a juego y se la guardó en el bolso para no olvidarla a la mañana siguiente. Tiró el té que quedaba en la taza, se lavó los dientes, apagó la luz y se metió en la cama.
Su madre siempre la había llamado Cassandra, pero el resto de la gente se empeñaba en acortar su nombre y llamarla Cassie o Cass. Como le parecía petulante insistir siempre en que la llamasen por su nombre completo, había terminado por aceptar que la llamasen así. Sus hermanas siempre la habían llamado Cass. Incluso su padre la llamaba Cass, y no le importaba. La molestaba más que la llamasen así personas a las que acababa de conocer.
Al-Nuri había preguntado si podía llamarla Cassandra. No Cass, ni Cassie… Cassandra. Había dicho su nombre de una manera tan sensual… Aquel hombre podía causarle problemas. Si ella lo permitía, claro. Y no pensaba hacerlo.
Se tapó hasta la barbilla, cerró los ojos e intentó dormirse lo antes posible. Justo antes de caer, esperó no soñar con aquellos ojos de dormitorio ni con aquella voz.
Capítulo 3
El museo era sólo medianamente interesante. El edificio era grande y moderno, nada que ver con el resto de la ciudad. Había mucho cristal y las líneas eran muy marcadas, no pegaba con la zona vieja de la ciudad. Las salas estaban llenas de cuadros y dibujos, esculturas y armas que tenían alguna importancia en la historia de Silvershire.
A pesar de que a Kadir le gustaba el arte, ningún cuadro ni escultura podía hacerle sombra a su guía personal, la adorable señorita Klein. Aquel día también iba vestida con un traje liso y recatado, y llevaba el pelo recogido. No obstante, aquella mañana tema las mejillas sonrojadas y un brillo en los ojos que no podía disimular, por mucho que quisiese. Le gustase o no, su presencia la perturbaba.
Y a él le ocurría lo mismo.
Ella era toda una fuente de conocimientos y le iba contando cosas de cada artista y de cada obra. Enseguida, Kadir dejó de escucharla y se limitó a mirarla y a disfrutar de ella. La belleza de Cassandra era superior a la de cualquier obra, y no se sentía culpable por estar admirándola a ella en vez de admirar los cuadros o las tallas.
En el exterior del museo había varios fotógrafos esperándolos, algún trabajador del museo debía de haberlos alertado de su presencia. Kadir estaba acostumbrado a que le hiciesen fotografías y a verlas en los periódicos de todo el mundo. En realidad, su vida no le pertenecía, así que sonrió a las cámaras al pasar por su lado y saludó con la mano cuando lo llamaron por su nombre. La señorita Klein se mantuvo en un segundo plano, permitiendo que él y sus guardaespaldas fuesen el centro de la atención. Qué pena, una fotografía de ella hubiese sido mucho más agradable que la suya propia.
Fahd y Jibril estaban tensos. El intento de asesinato del día anterior, que habían conseguido que no se filtrase a la prensa, los tenía nerviosos. Y no sin razón. Su viaje a Silvershire llevaba anunciándose varias semanas, así que Zahid debía de estar al corriente de que Kadir estaba allí. ¿Tendría Bin-Asfour la osadía de volver a intentarlo allí, en otro país, o esperaría a que Kadir volviese a casa?
Al llegar al aparcamiento, con Fahd y Jibril alerta, Hakim y Tarif detrás de ellos y la señorita Klein haciendo todo lo posible por pasar desapercibida, un fotógrafo consiguió saltar la barrera y acercarse. Levantó la cámara e hizo varias fotografías antes de que Jibril le hiciese retroceder.
Jibril era un hombre corpulento, y nadie pensó que el menudo fotógrafo fuese a enfrentarse a él, pero lo hizo, y Fahd condujo rápidamente a Kadir hasta la limusina que los estaba esperando. En aquel momento se oyó el inconfundible estallido de un disparo.
Kadir se separó instintivamente de Fahd y de la limusina y agarró a la señorita Klein por el brazo. La echó hacia él para protegerla con su propio cuerpo y la condujo hasta la puerta del coche. Detrás de ellos, los curiosos y los fotógrafos gritaban y se tiraban al suelo, y Jibril daba órdenes en árabe. Cassandra gritó cuando la obligaron a meterse en la limusina y Kadir cayó encima de ella, en el asiento. Fahd cerró la puerta de golpe, pero ya no se oyeron más disparos, así que Kadir dedujo que el peligro ya había pasado.
Habían intentado matarlo dos veces en los dos últimos días, y en lo único que él podía pensar era en la mujer que tenía debajo.
Cassandra tenía las mejillas sonrosadas y los labios entreabiertos. Una de sus piernas estaba metida entre las de él e, instintivamente, la joven lo había abrazado. A pesar de que ya estaban a salvo, seguía agarrándolo con fuerza. El corazón le latía tan rápido que Kadir podía sentirlo.
—¿Está bien? —preguntó el jeque.
—Sí —respondió ella con voz temblorosa—. ¿Y usted?
—Yo también.
Disponían de varios segundos hasta que el resto del grupo se uniese a ellos.
Y, aun así, Kadir no se movió, sus cuerpos encajaban tan bien, que nada podía hacer que se sintiese incómodo con aquel cuerpo bajo el suyo. No quería moverse. Todavía no.
—Quizás pudiese… levantarse —sugirió ella sin demasiado entusiasmo.
—Quizás debiese hacerlo —asintió él. Pero no lo hizo.
La tenía tan cerca. Era tan tentador. Sería tan fácil besarla. No tenían tiempo para un beso de verdad, pero el simple roce de sus labios sería algo delicioso. No era apropiado besar a su asesora. Ni siquiera debía haber pensado en ello. Pero lo estaba haciendo…
Fuera del coche, sus guardaespaldas se gritaban en árabe y el resto de la gente lo hacía en inglés. El alboroto parecía lejano y Kadir, en vez de pensar en aquello, observaba los carnosos labios que tenía a tan sólo unos centímetros, veía la pasión que rezumaban aquellos ojos grises y pensaba en días más felices. Quizás el futuro le deparase días mucho más felices.
—¿Puedo ahora llamarte Cassandra?
Ella abrió la boca para decir que no. Kadir podía verlo en sus ojos, en sus labios, igual que había visto el deseo. Y entonces dudó.
—Quizás cuando estemos a solas —dijo—. Supongo que no hay nada malo en ello. Aunque no deberíamos estar solos —añadió rápidamente—. Entre los guardaespaldas, los ayudantes, la prensa, el personal de la casa y…
En ese momento se abrió la puerta de la limusina.
—El tirador ha escapado, Excelencia —anunció Jibril ignorando la comprometedora postura en la que estaba su jefe—. Fahd ha intentado seguirlo, pero no lo ha encontrado.
Kadir se incorporó lentamente y la señorita Klein, Cassandra, lo siguió. Intentó peinarse, pero Kadir sospechó que no le iba a ser fácil. La falda se le había subido hasta los muslos y ella intentó bajársela inmediatamente.
Hakim y Tarif se refugiaron en la limusina, era evidente que ambos estaban asustados. Ninguno de los dos había estado nunca en el Ejército y ambos tenían miedo.
—El personal de seguridad del Duque es muy profesional y empezarán a investigar acerca de este incidente inmediatamente —dijo Cassandra con voz profesional, como si no acabase de estar debajo de él, a punto de besarse.
—No será necesario —respondió Kadir.
—¿Cómo que no será necesario? —preguntó ella—. Alguien ha intentado matarlo. Eso es inaceptable.