Kadir no se dio prisa, pero tampoco perdió tiempo. Y no separó sus bonitos ojos de ella en ningún momento. Aquellos ojos le decían que la amaba, aunque él lo negase.
Cuando él se tumbó en la cama, Cassandra lo abrazó y lo atrajo hacia ella. Le encantó el volver a sentir su piel, cerró los ojos y se dejó llevar. Él la besó en la garganta, luego en los labios y después otra vez en la garganta. Lo hizo con suavidad. Cassandra disfrutó de los besos y de la respuesta de su propio cuerpo.
Kadir le acarició los pechos y los muslos, unas veces casi ni la rozaba y otras, la apretaba con fuerza. Ninguno de los dos corrió a pesar de que probablemente sería la última vez que hiciesen el amor. Tenían que saborearlo bien.
Kadir le besó el interior del codo y dejó los labios allí un momento. La sensación era maravillosa y ella sonrió. Quizás él también quisiese guardar el recuerdo de todo aquello.
Cuando pensaba que no podría esperar más, Cassandra colocó a Kadir boca arriba y exploró su cuerpo como él había explorado el de ella. Lo besó en la garganta y en los labios, y pasó las manos por todo su cuerpo, buscando nuevos lugares en los que besarlo. Detrás de la oreja, justo debajo del ombligo, en el interior del muslo.
Pasó las puntas de los dedos por su erección y la probó con la lengua. Eso hizo que él alargase la mano para buscar un preservativo.
Kadir le hizo el amor tan despacio como la había ido excitando. No se dieron prisa porque sabían que cuando aquella noche terminase, todo se terminaría. Cuando él se marchase de allí, probablemente no volverían a verse.
Cassandra sintió que llegaba al orgasmo con una nota de tristeza. Demasiado pronto. En general, era demasiado pronto. No podía decirle a Kadir que lo quería… no si quería que se quedase con ella un poco más… pero mientras su cuerpo palpitaba bajo el de él, gritó su nombre y cuando sintió que él también llegaba al clímax, le dijo:
—Nunca me arrepentiré de esto, Kadir.
Casi había amanecido cuando Kadir se levantó de la cama de Cassandra. La dejó profundamente dormida y satisfecha. Se vistió sin hacer ruido, pero dudo antes de recoger el revólver. No era suyo. Lo había tomado prestado y ya había servido para su propósito.
Se sentó en el borde de la cama, se vistió y se preparó para marcharse, aunque no se sentía preparado. Bajó las sábanas y puso una mano sobre la espalda de Cassandra. Tenía una espalda muy bonita, femenina y fuerte. ¿Le había dicho alguna vez que le encantaba su espalda desnuda? También le gustaba la curva de sus caderas, su sonrisa, las uñas de los pies pintadas de rosa y… todo. Todo en ella era bonito.
Se agachó y besó a Cassandra en la espalda. Ella se movió y sonrió como respuesta.
—Adiós —susurró él.
—¿Ya? —preguntó ella más dormida que despierta—. No… No puede ser…
Cassandra intentó darse la vuelta pero él la besó en el hombro y la obligó a quedarse como estaba. No podía marcharse sin despedirse, pero tampoco quería regodearse en su pena.
—Eres sorprendente —murmuró Kadir—. No hay otra mujer como tú en todo el mundo, Cassandra.
Ella se despertó.
—¿Irás a la fiesta el sábado? —le preguntó sin volverse a mirarlo. No quería que viese sus lágrimas, pero él las oyó en su voz.
—No. Después de la reunión con lord Carrington, volveré inmediatamente a Kahani. Con todo lo que ha ocurrido, pienso que será lo mejor.
—Qué pena. No podré verte vestido con el traje tradicional de tu país —comentó intentando, sin éxito, mostrar indiferencia.
—Confía en mí —dijo Kadir besándola de nuevo en el hombro—. No te pierdes nada.
Cassandra se dio la vuelta y lo miró con los ojos enrojecidos.
—Te echaré de menos.
Él le dio un beso rápido y se separó de su lado mientras podía. Al llegar a la puerta susurró en voz baja, para que ella no pudiese oírlo.
—Yo tampoco me arrepentiré.
Capítulo 16
El jueves por la mañana, Sharif Al-Asad estaba de mal humor. Todas las enfermeras lo temían. Se suponía que tenían que darle el alta esa misma tarde y a nadie le daría pena verlo marchar.
Cassandra le llevó unas flores a pesar de que él había dicho que las odiaba y que no quería tenerlas a la vista.
Ella había decidido que el amigo de Kadir no era tan fiero como parecía.
Cuando Sharif se dio cuenta de que iba a dejar las flores donde estaban, suspiró asqueado y volvió a apoyar la espalda en la almohada.
—¿Viste a Kadir anoche, antes de que se fuese? —quiso saber Cassandra.
—Sí.
Ella no había ido allí a llorar en su hombro, no era su estilo, y él tampoco era la persona más comprensiva del mundo.
—He oído que la reunión con lord Carrington fue bastante bien.
—Eso he oído yo también.
Cassandra dejó de juguetear con las flores y sonrió a Sharif. Éste no había permitido que lo afeitasen ni que le cortasen el pelo, así que seguía pareciendo un hombre salvaje, sobre todo por su mirada. Ella se sentó en la cama y él se sorprendió de que se tomase tantas confianzas.
—Dado que las cosas han ido tan bien con lord Carrington. Espero que Kadir vuelva a Silvershire de vez en cuando.
—No te equivoques pensando…
—No me equivoco —lo interrumpió Cassandra—. No espero ver llegar a Kadir montado en un caballo blanco para buscarme. Yo tengo mi vida y él tiene la suya, y son dos vidas muy diferentes. Sé que la historia no tendrá un final de cuento de hadas —no obstante, tenía la esperanza de volver a ver a Kadir. Aunque sólo fuese una noche de vez en cuando…
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó Sharif bruscamente.
—Para traerte flores, por supuesto. Además, quería verte antes de que te marchases, para asegurarme de que te has recuperado y para…
—¿Para qué?
—Seré clara. Nadie quiere a Kadir como tú y yo. Sólo… —había practicado lo que quería decir muchas veces la noche anterior y esa misma mañana, pero no le salían las palabras.
—Cuídalo, por favor. Protégelo si puedes. Me gustaría pensar que muy pronto veréis los dos a Zahid muerto, o en la cárcel, y quiero pensar que, cuando eso ocurra, Kadir estará por fin a salvo. Pero en el fondo sé que eso no es del todo verdad. Alguien ocupará el puesto de Zahid Ben-Asfour. Kadir está determinado a realizar ciertos cambios en Kahani y sólo piensa en eso. Me preocupa que no se dé cuenta de que tiene que tener cuidado. Quiero que tú lo cuides.
Cassandra esperaba que él se negase, pero la sorprendió diciendo:
—Dimitiré de mi puesto de jefe de seguridad de Kadir si él quiere. Después del desastre de tu casa, quizás prefiera a otro.
—Estoy segura de que querrá tenerte a su lado.
—Pero fracasé.
Cassandra sonrió y se puso en pie.
—No te conozco demasiado, pero me da la sensación de que no fracasas a menudo.
Él contestó con un gruñido y ella entendió que había respondido afirmativamente, así que le apretó la mano para cerrar el trato. Kadir estaría en buenas manos, eso era lo más importante.
—Si tuvieses una novia no serías tan cascarrabias —comentó Cassandra—. Ya has sufrido suficiente. Amala no querría que estuvieses triste toda la vida.
—Hablas de una tristeza que no conoces.
—No —reconoció ella—. Nunca podré entender lo que tuviste que pasar. Pero sé lo que es el amor.
—Hasta que Zahid no esté muerto, no podré…
—No es que no puedas, es que no quieres.
Sharif no le dio la razón. No parecía ser de los que daban la razón fácilmente. Pero protegería a Kadir con su propia vida si fuese necesario.
Aquel día, el mar frente a la casa de Kadir no lo apaciguaba. Le recordaba otra parte del océano y otra casa cerca de la costa que no era la suya.
Tenía un nuevo equipo de seguridad, un nuevo secretario y un asistente, por cortesía del ministerio. Todo parecía haber vuelto a la normalidad, dentro de lo posible dadas las circunstancias.
Su casa estaba llena de extraños… y aunque el ministerio los había investigado a todos, no confiaba en ellos. No sabía si podría hacerlo algún día.
Su nuevo secretario, que era demasiado joven e impetuoso, salió al balcón.
—Excelencia, tiene una visita —anunció nervioso.
Antes de que Kadir pudiese preguntarle quién era, Sharif apareció por la puerta. Llevaba un hombro vendado, andaba con ayuda de una muleta… y sonreía.
—No te esperaba hasta mañana —dijo Kadir—. ¿Los médicos te han dejado que te marches antes?
—No, he decidido marcharme yo. Después de recibir una importante llamada de teléfono —comentó sonriendo, algo inhabitual en él.
—¿Qué tipo de llamada?
Sharif, que también era desconfiado, miró al nuevo secretario de Kadir, y éste le hizo un gesto con la cabeza para que los dejase a solas.
Cuando estuvieron solos, Sharif empezó a hablar:
—Te dije que tenía a un hombre en la organización de Bin-Asfour.
—Sí.
—Pues ya sé por qué está intentando asesinarte, porque está planeando volver a Kahani y sabe que nadie luchará con él con la misma fuerza que tú. Por eso quiere deshacerse de ti.
—Pero tú eres tan peligroso para él como yo mismo.
—Yo no tengo tu influencia, Kadir. Soy un soldado del que se podría prescindir en cualquier momento. Tú no, y tu muerte sería de gran interés periodístico.
Ambos observaron el océano durante unos segundos. Kadir esperaba que le siguiese contando más cosas. Entonces Sharif dijo:
—No puedo recordar el sonido de su voz.
Kadir se volvió hacia su amigo. Sabía de quién hablaba.
—Al principio, soñaba a menudo con Amala, y ella me hablaba en esos sueños. Podía recordar su voz y su rostro con claridad. Pero ahora me falla la memoria y hace mucho que no sueño con ella. Sigo deseando la muerte de Zahid. Pero eso no cambiará nada. Eso no me devolverá el sonido de su voz —se lamentó Sharif—. Estoy seguro de que le gustaría tu amiga, la señorita Klein.
—Sí.
—Es una vergüenza que las cosas sean como son —añadió Sharif.
—Estoy de acuerdo contigo.
Sharif cambió de postura y también de tema.
—Volviendo a la razón por la que he salido antes del hospital y he venido hoy aquí… Sabemos donde va a estar Zahid esta noche. Voy a estar allí, aunque esté herido. ¿Y tú?
—No me lo perdería por nada del mundo.
Sólo de pensar que quizás fuese a cumplir el sueño de sus últimos quince años, se le alegró el corazón.
Sharif miró hacia el mar. Suspiró, como si estuviese disfrutando de aquello.
—Cuando Zahid esté muerto, ¿crees que podremos seguir adelante?
—No lo sé.
Sharif volvió a suspirar, pero esta vez intranquilo.
—Yo tampoco.
Cassandra debía haber esperado que todo empezase a salirle mal al mismo tiempo.
Sus padres llegaron a su piso el sábado por la mañana. Su padre se había llevado su esmoquin favorito, aunque le quedaba fatal y la camisa tuviese volantes azules en la pechera y en las mangas. Dijo que no estaba pasado de moda y que nunca lo estaría. El esmoquin era, según él, un clásico.
Cassandra consiguió evitar a su vecina, la señora Thatcher, pero no sabía si podría mantenerla alejada todo el fin de semana. Quizás algún día le contase a su madre por carta todo lo que había pasado el sábado anterior. Pero todavía no. Y tampoco quería que se enterase a través de una vecina cotilla.
Lexie apareció después de la comida, tenía los ojos rojos de llorar. Había roto con Stanley. En otra ocasión, Cassandra le habría dicho a su hermana que ya le había advertido acerca de aquel hombre, pero aquel día se limitó a abrazarla y a buscarle un vestido para la fiesta. Seguro que Lexie acababa animándose. En el fondo del armario encontró un vestido de satén azul que nunca había estrenado pero que sería perfecto para Lexie.
La señora Dunn estaba muy nerviosa. Pero aquello era lo normal. La llamó una docena de veces para hacerle varias preguntas. Cassandra tenía que llegar temprano a palacio para asegurarse de que los embajadores eran recibidos adecuadamente.
Lexie ayudó a su hermana a recogerse el pelo. Luego, Cassandra sacó un vestido negro del armario.
—¿Bromeas? —dijo Lexie haciendo muecas al ver el vestido.
—Es adecuado —contestó Cassandra.
Era un vestido liso, largo hasta los pies y con un corte muy sencillo. No llamaría la atención con él, pero no le importaba. Para ella la fiesta formaba parte de su trabajo.
—Adecuado no es suficiente, hermanita. Yo me pondré el negro, tú ponte el azul. Al fin y al cabo, estoy de luto.
Cassandra omitió que Stanley no se merecía ni un minuto de luto. Para Lexie sí lo merecía.
Así que Cassandra terminó poniéndose el vestido azul y se marchó a palacio, sabiendo que su familia se reuniría con ella más tarde. Estaría demasiado ocupada para estar con ellos, pero se tenían los unos a los otros. Siempre había un espectáculo y, además, todo el mundo estaría deseando ver a la Princesa embarazada, y habría fuegos artificiales al final del baile, a media noche.