Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

—Esté callada o será la próxima. Su Excelencia está de camino, así que ya no la necesito.

Capítulo 15

Kadir aparcó cerca del edificio en el que vivía Cassandra. Había conducido el deportivo negro con el que había ido a Barton con tanta rapidez que había conseguido deshacerse del personal de seguridad que le habían asignado.

Le quedaban un par de minutos antes de que se terminase el tiempo que Hakim le había dado. No era momento de dejarse llevar por el pánico, ni precipitarse. Tenía que pensar. ¿Estaría Hakim trabajando solo? Era probable, ya que se trataba de una cuestión de dinero y Hakim no querría compartirlo. Pero no podía estar seguro. Salió del coche y se dirigió hacia el edificio de Cassandra. Si llamaba a la puerta estaría muerto en cuestión de segundos, al igual que Cassandra y Sharif, si es que seguían vivos.

Se quedó en un callejón oscuro y marcó el número del teléfono móvil de Cassandra. Fue Hakim quien respondió, de nuevo en tono profesional.

—Residencia de la señorita Klein.

—Estoy fuera del edificio —dijo Kadir—. Pase el teléfono a la señorita Klein o a Sharif. Y salga fuera para que pueda notase mientras hablo con sus rehenes, entonces le daré lo que quiere.

—No. Venga usted o no hay trato.

—Entonces, no hay trato —se negó Kadir, esperando que Hakim no oyese el pánico en su voz—. Si entro por esa puerta nos matará a los tres, estoy seguro.

—Acaba de condenar a sus amigos a muerte.

—¿De verdad? —preguntó Kadir enfadado—. Zahid no le paga para que mate a la señorita Klein y a Al-Asad. Sé que está dispuesto a matar a quien sea para llegar hasta mí. Conocía a Sayyid, Fahd y Haroun, y a los otros hombres que mató. Pero pierde su tiempo asesinando a la señorita Klein y a Al-Asad si yo me marcho. Estoy en la esquina del edificio.

—Diga hola —ordenó Hakim a Cassandra.

—¡No subas, Kadir! —gritó ella—. Sharif está…

Entonces se cortó la comunicación. ¿Qué pasaba con Sharif? ¿Estaba muerto? ¿Herido? ¿Formaba parte del plan, tal y como Cassandra había sospechado?

Kadir volvió a marcar el mismo número pero nadie contestó. Se dirigió con paso rápido a la entrada del edificio. A pesar de lo que había dicho, no podía dejar a Cassandra y a Sharif en manos de un hombre armado.

Antes de llegar a la puerta, Hakim salió del edificio. No estaba solo. Sujetaba a Cassandra delante de él y aunque Kadir no podía verla, sabía que había una pistola entre Hakim y ella.

Era tarde y la calle estaba desierta y oscura. Kadir y Hakim se fueron acercando despacio el uno al otro. Kadir mantuvo el revólver en la mano, pero escondido.

—Aquí estoy —dijo—. Déjala marchar.

—No —respondió Hakim.

Kadir se metió la pistola en la cintura del pantalón, en la espalda y levantó las manos.

—Sólo quiero que los dejes marchar. Yo me entregaré. Estoy cansado de luchar contra Zahid. De todos modos, me quitó la vida hace mucho tiempo, cuando me obligó a sacrificarlo todo para perseguirlo por lo que había hecho. La muerte será un alivio.

—Me alegro —sonrió Hakim.

Movió la mano y dejó ver la pistola con la que apuntaba a Cassandra.

—Déjala marchar —repitió Kadir.

—No.

Hakim había dejado de apuntar a Cassandra para centrarse en Kadir, ya no la agarraba con tanta fuerza. Kadir la miró a los ojos y asintió una vez y ella supo lo que le estaba pidiendo. Dio un tirón y se separó de Hakim. Kadir se tiró al suelo al tiempo que Hakim disparaba y sacó su revólver.

Hakim parecía sorprendido. No esperaba obtener resistencia en aquel punto. Desde el suelo, Kadir disparó dos veces. Hakim también lo hizo, pero la bala fue a parar al vacío.

Kadir volvió a disparar y Hakim cayó al suelo y su pistola también.

Kadir corrió hacia Cassandra, que parecía no saber qué hacer.

—¿Estás bien?

Ella asintió.

—¿Y Sharif?

—Está gravemente herido. Hakim le ha disparado —le explicó mirándolo a los ojos. Acababa de comprender por qué él no podía permitirse el lujo de quererla. Sólo por conocerlo y por ser importante para él, se había convertido en el objetivo de Hakim. Podían haberla matado.

Los guardias de seguridad a los que Kadir había conseguido perder temporalmente aparecieron por la esquina y salieron del coche de un salto al mismo tiempo que se asomaban varios vecinos.

Kadir se volvió hacia los guardaespaldas.

—Éste es el hombre que puso una bomba en mi yate. Estoy seguro de que también fue él quien contrató a alguien para que me disparase a la salida del museo de Maitland. Un miembro del ministerio de Defensa de Kahani está en casa de la señorita Klein, herido. Les agradecería que llamasen a una ambulancia.

Los dos hombres hicieron lo que se esperaba de ellos y Kadir condujo a Cassandra a su edificio. Estaba deseando agarrarla del brazo y ayudarla a mantenerse en pie, pero no podía hacerlo. No podían dejarse ver tan cerca el uno del otro, todavía no.

Sharif estaba atado a una silla de madera en la cocina. Le habían disparado dos veces, una en la pierna y otra en el hombro.

Kadir empezó a cortar la cinta adhesiva que lo tenía atado a la silla.

—La herida del hombro no tiene mala pinta.

—Eso es porque no es tu hombro —gruñó Sharif.

Kadir sonrió. Sharif se recuperaría. No dejaría de protestar hasta que no se le curase el hombro, pero seguía vivo. Cuando lo hubo liberado, lo ayudó a ponerse en pie y se volvió hacia Cassandra.

—Siento que hayas tenido que pasar por esto. Ésta no es tu guerra y si los soldados de Zahid fuesen decentes… Pero no lo son, lo siento.

Sharif levantó la cabeza y miró a Cassandra. Kadir los observó, pero no consiguió descifrar aquella mirada.

—Hemos sobrevivido —dijo Sharif—. Pensé que no lo haríamos.

—Ya sé lo que quiere decir —contestó Cassandra con voz temblorosa—. Pero por ahora sólo debemos preocuparnos de que llegue un médico.

—Odio a los médicos —gruñó Sharif.

A Kadir le hubiese gustado poder disfrutar de un momento de tranquilidad, dado que el hombre que había intentado matarlo y que había asesinado a muchos inocentes en su yate, estaba muerto. Pero, desgraciadamente, a Bin-Asfour nunca le faltaban soldados, y volvería a enviar a otro para que hiciese lo que él quería.

Kadir sujetó a Sharif lo mejor que pudo, intentando ser fuerte y natural al mismo tiempo. Ni siquiera quería llevarlo hasta el sofá, prefirió esperar a que llegase el personal sanitario.

Sharif sabía el riesgo que corría desde hacía tiempo y lo había aceptado. Pero Cassandra era inocente.

No debería haber sido el objetivo de Zahid ni en aquel momento, ni en ningún otro.

Quizás sólo Hakim supiese lo que Kadir sentía por Cassandra. Quizás Zahid ignorase que él había pensado que quizás podría tener una vida normal.

Kadir, que continuaba arrodillado al lado de Sharif, levantó la cabeza y miró a Cassandra:

—Sería mejor que esperases en tu habitación —dijo bruscamente.

—¿Qué? —preguntó ella confusa, asustada y… sorprendida.

—Ve a tu habitación, cierra la puerta y cuando te pregunten por mí di que no soy más que un representante de mi país. Que estabas en el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso es todo.

—Pero…

—Después de llevar a Sharif al hospital, haré unas llamadas. Todo el mundo piensa que casi no me conoces. No sabías que estaba vivo hasta que no lo leíste en el periódico; te convendría no volver a ver me nunca más.

—Kadir…

—Váyase, señorita Klein.

Ella se puso recta, dio media vuelta y salió de la cocina. Él la observó hasta perderla de vista. Cassandra cerró la puerta de su habitación de un portazo.

—De verdad pensé que íbamos a morir —susurró Sharif.

Cassandra hizo exactamente lo que la señora Dunn le había pedido. Se involucró en los preparativos de la celebración y se aseguró de que los representantes de los países visitantes estaban bien atendidos. Comida, religión y excentricidades personales.

Desde la noche que los habían secuestrado a Sharif y a ella, ya no se sentía tan abatida por haber perdido a Kadir. Las lágrimas que seguía vertiendo, el dolor que todavía sentía y el vacío que no sabía cómo llenar… todo merecía la pena. Había conocido el amor.

Kadir sólo la había llamado una vez, para decirle que Sharif estaba bien. Estaría de baja una temporada, y no dejaba de quejarse, pero viviría e incluso recobraría el movimiento del brazo y de la pierna. Después de aquello… nada. Cassandra se enteró de que Kadir se reuniría con lord Carrington el miércoles por la noche. No sabía si también se quedaría a la celebración. Su país le había enviado un nuevo cuerpo de seguridad y había vuelto a instalarse en la finca de los Redmond, pero después de la reunión con lord Carrington, ya no tendría motivos para permanecer en Silvershire.

Gracias a la información que le había dado Hakim, Cassandra sabía que Zahid Bin-Asfour no había tenido nada que ver con la muerte del príncipe Reginald, ni el gobierno de Kahani tampoco. Así que lord Carrington podía reunirse con Kadir sin ningún temor. Quizás incluso firmasen la alianza que Kadir tanto deseaba.

Era difícil estar enfadada con un hombre que anhelaba tanto hacer avanzar a su país.

Cassandra se mantenía ocupada por el día, pero, por la noche, siempre se acordaba de Kadir. Algunas noches, incluso esperaba verlo aparecer ante su puerta para declararle su amor.

El martes por la noche, Cassandra se puso su pijama azul claro y se sentó a escribirle una carta a su madre.

Querida mamá:

Ya sabes que esta semana tengo mucho trabajo. Todavía quedan muchas cosas por hacer. Me sorprende que la señora Dunn no nos haya atado a nuestras mesas para que nos quedemos allí hasta que la celebración haya terminado.

No le había contado a su madre lo del secuestro, ni que había visto cómo le disparaban a un hombre, ni tampoco que sabía que Kadir la quería. No obstante, tendría que evitar que sus padres se encontrasen con la señora Thatcher el siguiente fin de semana…

Quiero a Kadir. Aunque eso no importa demasiado. Se marcha a Kahani esta semana. Quizás mañana mismo, después de su reunión con lord Carrington, o quizás el sábado, después de la fiesta. El jeque y yo somos demasiado diferentes en muchos aspectos. Lo nuestro nunca podría funcionar, y lo entiendo. Lo quiero, y me ha roto el corazón. Aunque me duele, no me arrepiento. Nunca me arrepentiré. No te preocupes por mí. De verdad estoy bien.

Nos vemos el sábado. ¡Espero que papá se haya comprado un esmoquin nuevo!

Te quiere,

Cassandra

Cerró el sobre y lo preparó para echarlo al correo a la mañana siguiente, como hacía habitualmente. Apagó las luces y se dirigió hacia la cama.

Entonces oyó que llamaban a la puerta. No se sorprendió, a pesar de la hora que era. Miró por la mirilla y tampoco se sorprendió.

Abrió la puerta.

—¿Vienes como Excelencia o como Kadir?

Él la abrazó y aquello bastó como respuesta. Entró, cerro la puerta y echó la llave.

—¿Están tus guardaespaldas en el rellano? —Preguntó Cassandra—. ¿Nos espían por las ventanas?

—No. Nadie sabe que estoy aquí. Les he dado esquinazo a mis nuevos guardaespaldas —respondió él mientras la besaba en el cuello. Luego suspiró—. Es la única manera.

Cassandra lo abrazó. Aquello era su secreto, y ella lo entendía. Nadie podía saberlo… y no duraría mucho.

—Kadir…

Él le levantó la barbilla y la miró a los ojos.

—No quiero que hablemos —murmuró él—. Ni preguntas, ni lágrimas, ni deseos que nunca se harán realidad. Si no estás de acuerdo, me marcharé ahora mismo.

—¿Sólo quieres sexo, entonces?

—Sí.

Ella lo besó, sabiendo que mentía una vez más y encantada de poder compartir una última noche con él. Ambos se besaban con desesperación, pero ésta pronto dejó paso a la pasión.

Cassandra estaba deseando decirle que lo quería. Pero no lo hizo… no hacía falta. Él ya lo sabía.

Del mismo modo que sabía que él la amaba a ella. Las palabras de Sharif, cuando pensaba que ambos iban a morir, no habían hecho más que confirmar algo de lo que su corazón ya tenía la certeza.

Se besaron de camino al dormitorio, se quitaron la ropa y se acariciaron. A Kadir no le costó mucho desnudarla, ya que Cassandra sólo llevaba puesto el pijama.

Kadir iba bien vestido, incluso llevaba el revólver de Lexie. Cuando se tumbaron en la cama, lo dejó en la mesita de noche. Ella ya estaba completamente desnuda, y a él le había desabrochado varios botones y le había bajado la cremallera. Observó cómo terminaba de desnudarse solo. Había ido preparado y dejó un par de preservativos encima de la mesita, al lado del revólver.