Kadir tenía cerca varias armas, entre ellas el revólver de la hermana de Cassandra.
Las horas pasaron. Kadir había estado solo en el pasado, a veces, incluso había disfrutado de la soledad. Pero aquella noche se sentía desolado. Se había acostumbrado a escuchar las voces de sus hombres. Pero, sobre todo, se había acostumbrado a Cassandra.
Quizás si atrapase a Zahid y acabase con el hombre que tantas veces había intentado matarlo a él, podría tener una vida privada. Una vida privada que incluyese a Cassandra Klein.
¿Qué pensaría ella de Kahani? ¿Le gustaría la casa que tenía él junto al mar? ¿Sería capaz de seguirlo? Sus paisanos no aceptarían fácilmente a una mujer de Silvershire, pero ella era exactamente el ejemplo de lo que quería llevar a su país.
Kadir estuvo sentado en la oscuridad durante horas y esperó algún tipo de ataque. Una bomba, una bala o una puñalada por la espalda. Dado que la finca había estado vigilada, era poco probable que hubiesen puesto otra bomba. Visto que los dos intentos precedentes habían fracasado, esperaba que en aquella ocasión tendría un cara a cara con su asesino. Con un poco de suerte, vería a su atacante llegar y le dispararía.
Si no tenía suerte, estaría muerto.
Cassandra descargó toda su ira con Sharif, que sabía lo que iba a ocurrir y no se lo había contado. Hablaron poco de la situación, pero al amigo de Kadir tampoco parecía gustarle el plan más que a ella.
Por fin estaban de acuerdo en algo, aunque aquello no fuese un gran consuelo.
Sharif no quería seguir a su lado, pero se negaba a dejarla sola, aunque ella le ordenó que lo hiciese. Desde que habían llegado al apartamento de Cassandra, él se había pasado el tiempo yendo y viniendo por el pasillo y por la cocina, hablando solo, y bebiendo café.
Después de pasarse el sábado comprando, limpiando la casa, naciendo la colada y preocupándose, Cassandra cenó una ensalada en la cocina antes de tumbarse en el sofá a ver la televisión. Bueno, la televisión estaba encendida, pero ella no le prestaba demasiada atención. Sharif seguía en la cocina, paseando, hablando solo y bebiendo café. De vez en cuando, Cassandra entendía una palabra: estúpido, peligroso, tontería. Era evidente que pensaban lo mismo.
Su madre volvió a llamarla, lo había hecho en varías ocasiones aquel día y ya había empezado a dejar un mensaje en el contestador cuando Cassandra descolgó. Llevaba dos días evitando aquella conversación.
Cassandra dejó que su madre se desahogase. Estaba preocupada, y no sin razón. Cassandra casi no habló. Sólo al final, le dijo a su madre que estaba bien, que no tenía ganas de hablar del jeque y de lo que había ocurrido. No podía mentir a su madre como había mentido a la señora Dunn, por eso había querido evitar hablar con ella. Así que se limitó a decirle que no podía discutir acerca del tema todavía.
Después de colgar, pensó un segundo acerca de cómo se enfrentaría cara a cara con su madre a la semana siguiente, cuando sus padres fuesen a la celebración del Día del Fundador.
Luego volvió a tirarse en el sofá. No se molestó en subir el volumen del televisor.
Había pasado muchas noches sola en su apartamento. Pero nunca se había sentido tan sola. ¿Merecía la pena aquel dolor por sólo un par de días de alegría?
En aquellos momentos no podía decir que sí… pero tampoco que no.
Creyó haber oído unos pasos en el pasillo que llevaba a la habitación. ¿Sería el sonido de la televisión? Sharif continuaba en la cocina. Quizás fuese eso lo que había oído. Y entonces, volvió a oírlos.
Lo que le faltaba. ¡Ratones! Su vecina había tenido problemas con ellos el año anterior, aunque ella nunca había visto ninguno en su casa. No obstante, eso no quería decir que no los hubiera.
Oyó que Sharif seguía hablando solo en la cocina mientras iba a buscar allí una escoba. No podría dormir tranquila fingiendo que no había oído aquel ruido. El hombre la vio salir de la cocina armada con la escoba. Si hubiese sido de otra manera, quizás le habría preguntado si quería ayuda, pero, de todos modos, ella era capaz de resolver sola sus problemas.
Llegó al pasillo y levantó la mano para encender la luz. Pero antes de que pudiese hacerlo alguien la agarró por la muñeca con fuerza. Cassandra empezó a gritar, pero le taparon la boca enseguida. La escoba se le cayó al suelo y el intruso la llevó hacia el salón, donde la televisión seguía encendida.
Sharif estaba en la puerta de la cocina, su mirada era dura y llevaba la pistola en la mano. Nunca se había fiado de él…
Entonces sintió que le ponían una pistola en la sien y que una voz que le era conocida decía:
—Tira la pistola, Al-Asad, o la mato aquí y ahora. A regañadientes y muy despacio, Sharif dejó caer su arma. Luego, avanzó hacia ellos con decisión. —Déjala marchar. Tú y yo podemos… Sharif no pudo decir nada más. Cassandra dejó de sentir el acero en su sien y el arma cambió de dirección. Oyó una explosión más fuerte de lo que esperaba, pero no lo suficiente como para alertar a los vecinos. Sharif cayó al suelo. Tenía sangre justo por encima de la rodilla.
El hombre que sujetaba a Cassandra se relajó al verlo en el suelo y le permitió que se girase lo suficiente para verle la cara. Ella no debía haberse sorprendido, después de haber escuchado las suposiciones de Kadir acerca de quién había podido traicionarlo. Lo primero que dijo al verlo fue:
—Se ha afeitado.
Hakim, el tímido secretario personal de Kadir volvió a apuntarla con el revólver.
El teléfono que tenía al lado sonó y Kadir respondió. Sharif tenía que llamarlo cada tres horas para decirle cómo estaba Cassandra. En esa ocasión, lo hacía quince minutos tarde.
Pero la voz que le habló no fue la de Sharif.
—Los tengo a los dos —anunció Hakim, cuya voz era fácilmente reconocible.
Kadir no necesitó preguntar de quiénes hablaba. Sólo había dos personas en el mundo por las que se preocupase.
—Déjame que hable con ellos.
—No.
—¿Entonces cómo quieres que me crea que los tienes?
—No sea pesado, Excelencia. Parece ser que Al-Asad no se tomó en serio su preocupación por la señorita Klein. La seguridad era funesta. He entrado en el apartamento por una ventana. Una vez dentro, ella ha venido a buscarme con una escoba —rió Hakim—. Y cuando he tenido a la señorita Klein no me ha sido difícil hacerme con Al-Asad.
—Quiero hablar con ellos.
—No tenemos tiempo. Si vuelve a insistir, mataré a uno de ellos.
—¿Están heridos? —preguntó Kadir con el corazón en un puño.
—Todavía no. Si usted coopera, ambos sobrevivirán.
—¿Qué quiere a cambio de sus vidas?
—La de usted —respondió Hakim con frialdad. Aquel hombre había sido su secretario personal durante años. ¿Habría estado siempre de parte de Zahid? ¿Lo habrían chantajeado?
—¿Por qué? —Quiso saber Kadir—. Si Zahid lo ha amenazado a usted, o a su familia, si lo está obligando a hacer algo que no quiere hacer, puedo ayudarlo. Sharif y yo lo ayudaremos, Hakim, si usted nos permite que lo hagamos.
—No es tan simple, Excelencia. Bin-Asfour me ha ofrecido mucho dinero para que le envíe pruebas de su muerte. No tendré que volver a trabajar en toda mi vida, tendré mi propia casa, sirvientes, y no tendré que responder a las órdenes de nadie.
Kadir apoyó una mano cansada en su frente. Todo aquello por dinero. Docenas de muertos, Sharif y Cassandra amenazados, y todo por dinero.
—Si piensa que Bin-Asfour va a compartir su fortuna con usted, se equivoca. Lo matará antes de compartir un céntimo.
—No lo creo —replicó Hakim—. Zahid desea tanto verlo muerto, que pagará lo que haga falta para conseguirlo.
—¿Cuándo le ha hecho esa oferta? —Hace un par de meses. Pero no ha sido fácil pensar en un plan que no me dejase a mí en manos de sus guardaespaldas.
—Por eso decidió matarlos a todos.
—Sí —admitió Hakim sin un ápice de remordimiento—. Ahora dejemos de charlar y vayamos al grano. Ya sabe donde estoy. Si no está aquí dentro de quince minutos, empezaré a disparar. Si no viene solo y desarmado, dispararé un tiro en la cabeza de Al-Asad y otro, en la de la señorita Klein.
Kadir no se molestó en protestar. Colgó el teléfono. Pero antes de ir al garaje, tomó el auricular otra vez y llamó a casa de Cassandra. Quizás Hakim le hubiese mentido. Pero el teléfono sonó dos veces y luego la voz de Hakim respondió diciendo:
—Residencia de la señorita Klein.
Kadir no dijo nada, y Hakim rió de nuevo:
—Ya sólo le quedan trece minutos, Excelencia.
Kadir estaba confuso, casi no podía pensar, pero agarró el revólver y salió de la habitación.
Sharif no estaba muerto, pero sí mal herido.
La vecina, la señora Thatcher, llamó a la puerta después de que Cassandra gritase, y Hakim le volvió a poner la pistola en la cabeza. Cassandra explicó, a través de la puerta cerrada, que había visto un ratón. La mujer se marchó satisfecha.
Cassandra ayudó a Hakim a mover a Sharif. El secuestrador le permitió que le vendase la herida. Una vez hecho, lo ayudaron a instalarse en una silla de la cocina y Hakim lo ató a ella.
Después hizo lo mismo con ella, a punta de pistola, por supuesto. Mientras le ataba los tobillos a la silla, Cassandra le preguntó:
—¿Trabaja para Zahid Bin-Asfour, verdad? —No sea entrometida, señorita Klein. Eso no va a traerle nada bueno.
—¿Mató usted al príncipe Reginald? Hakim levantó la cabeza. La pregunta parecía haberlo sorprendido.
—No, ¿por qué me pregunta eso? —Porque se sospecha que fue un seguidor de Bin-Asfour quien lo hizo. Me preguntaba…
—¿Por qué iba a matar Bin-Asfour al Príncipe cuando éste acababa de acceder a alinearse con la organización en cuanto accediese al trono? Para el gobierno de Kahani habría sido un duro golpe que Bin-Asfour fuese reconocido oficialmente y aceptado por el trono de Silvershire. Zahid se sintió muy decepcionado cuando se enteró de la muerte del Príncipe.
—¿Así que usted piensa que fue alguien del gobierno de Kahani quien mató al Príncipe?
—¿Qué más da? —Preguntó Hakim sacudiendo la cabeza—. Debería preocuparse usted por su propia vida, no por la de un príncipe que ya está muerto.
—Sólo quería saberlo, eso es todo. Cuando salga de aquí, quizás pueda ascender e investigar acerca del asesinato.
En realidad, Cassandra sólo quería ganar tiempo, pero lo cierto era que si salía viva de allí, quizás pudiese ayudar a quienes investigaban el asesinato del Príncipe.
Hakim dejó a Sharif y a Cassandra solos en la cocina, aunque ninguno de los dos podía hacer nada. Él estaba herido, desarmado y atado. Y ella no estaba mucho mejor.
—El gobierno de Kahani no tuvo nada que ver con la muerte del príncipe Reginald, lo juro —comentó Sharif en voz baja.
—Como si fuese a decirme lo contrario aunque fuese verdad —replicó Cassandra.
—No tengo motivo alguno para mentirla —dijo Sharif mirándola a los ojos—. Hakim va a matarnos a los dos.
—Quizás no…
—Aunque Kadir venga a salvarnos, que sin duda debe de ser el plan, Hakim nos matará. Espero que Kadir sea lo suficientemente listo como para no venir, pero lo dudo mucho.
—Seguro que sabe que es una trampa… —empezó Cassandra.
—Pero le dará lo mismo. ¿Quiere saber por qué estoy aquí cuando debería estar con Kadir? ¿Quiere saber por qué no he intentado matar a Hakim cuando la tenía a usted?
—Sí —murmuró Cassandra.
—Dado que vamos a morir, se lo contaré. Quizás debiera saberlo. Cuando estábamos en Leonia, Kadir me dijo que sentía por usted lo mismo que yo sentí un día por Amala, y que si algo le ocurría, nunca me lo perdonaría. Su perdón me da igual, pero Amala quería a su hermano pequeño y si él la quiere a usted, yo tenía que hacer lo que me pedía, por ella y por él.
—Pero Kadir… —«no me quiere», empezó a decir Cassandra. Pero sí la quería—. Gracias por contármelo.
—Debía saberlo antes de morir.
Sharif parecía ser un hombre que aceptaba fácilmente la muerte. Quizás no tuviese nada que perder. Quizás estuviese preparado. Había perdido al amor de su vida hacía mucho tiempo.
—Tenía que haber intentado dispararle —continuó Sharif—, pero tuve miedo de que se moviese y de darle a usted.
Sharif intentó desatarse, pero el tiempo pasaba y parecía no estar haciendo ningún progreso.
Hakim entró en la cocina y lo vio luchando por liberarse. Levantó la cabeza y le disparó un tiro, Sharif se quedó inmóvil.
Cassandra gritó. Hakim se volvió hacia ella y la apuntó con la pistola. No le temblaban las manos y su mirada era fría.