Al recoger el documento sobre Al-Nuri de la mesita del café observó la fotografía que tanto había impresionado a Lexie. Su Excelencia tenía un bigote bien recortado y barba, pero su rostro, de facciones duras, era atractivo. Tenía el pelo oscuro ondulado, casi hasta los anchos hombros, y la tez morena, color aceituna. Pero lo que la llamó la atención fueron los ojos. Su hermana había dicho que tenía ojos de dormitorio. «¿Serían así los ojos de un hombre cuando estaba con una mujer en un dormitorio?» Cassandra sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal y que se le ponían los pelos del cuello de punta.
No tenía ni idea de cómo era un hombre en semejante situación, y al ritmo que iba su vida amorosa, nunca lo averiguaría.
Cassandra se paseó por la sombra del hangar. El avión de Al-Nuri tenía que aterrizar en aquel aeropuerto pequeño y privado en menos de quince minutos.
A pesar de la dificultad de la misión, Cassandra se sentía dispuesta a llevarla a cabo. Si quería subir en el escalafón, no podía permitir que nada se interpusiese en su camino. Si se convertía en la asesora capaz de manejar cualquier situación, incluso aquella, pronto sería indispensable.
Y eso era lo que quería más que nada, ser indispensable.
Su Excelencia, el jeque Kadir, había pedido reunirse con lord Carrington lo antes posible. Por diversas razones, lord Carrington todavía no estaba preparado para encontrarse con el jeque. Justo antes de dirigirse al aeropuerto, su superior, Nola Dunn, le habían pedido a Cassandra que entretuviese al jeque, no, que lo distrajese, hasta que llegase el momento de reunirse con lord Carrington.
Cassandra no sabía exactamente por qué lord Carrington no quería encontrarse con el visitante de Kahani inmediatamente, pero sí sabía que algo importante estaba ocurriendo en palacio. Algo de lo que ella no podía estar al comente. Pero que hacía que todos los que sí estaban enterados estuviesen tensos, incluso su jefa.
No importaba. Algún día, ella también estaría al corriente de todo. Algún día.
Cassandra sabía que aquella misión daría un empujón, hacia delante o hacia atrás, a su carrera en el ministerio. Durante años, había estudiado otras culturas y otros idiomas con la esperanza de representar un día a su país por todo el mundo, en lugares en los que Silvershire nunca había ocupado un lugar importante. Por el momento no era más que asesora diplomática, pero algún día… algún día, vería mundo.
Había hecho todo lo posible por conseguir que su presencia fuese valiosa en el puesto que ocupaba en esos momentos, con la esperanza de que se fijasen en ella y la ascendiesen. Había trabajado hasta tarde, e incluso los fines de semana.
Mantenerse informada acerca de lo que ocurría en el mundo era fundamental, y era una buena parte de su trabajo. Tenía informes completos de todos los países que estarían representados en el Día de la Fiesta del Fundador y había compartido toda esa información con sus compañeros. No obstante, hasta el momento nunca había recibido una misión tan importante como aquella.
Reconoció el jet del jeque al verlo aterrizar y dirigirse al hangar. La bandera de Kahani lucía orgullosa en un lateral. Se había mantenido en secreto la hora de la llegada del jeque, así que no había música, ni curiosos. Sólo estaba ella, y un chofer que esperaba en el aparcamiento que había al lado del hangar. Cassandra se puso recta y tomó aire. No sólo tenía que asistir al ministro de Asuntos Exteriores de Kahani respetando sus costumbres y las de ella misma, también tenía que ganar tiempo para que éste no quisiese ver al Duque inmediatamente. Qué pena que Lexie se hubiese marchado del país. Ella era experta en divertir a todo tipo de hombres. A Cassandra aquello nunca se le había dado bien. Era una persona directa, en ocasiones, incluso brusca.
Si su hermana era como una suave pluma en el juego de la seducción y de la distracción, ella era como un mazo.
El jet se detuvo en la pista. Después de unos momentos se abrió la puerta y apareció una escalera. Pero no bajó nadie. Cassandra tenía los nervios a flor de piel.
El primero en aparecer y descender las escaleras fue un hombre alto y delgado, vestido con un traje de riguroso negro y con una mano apoyada en la cadera derecha, donde debía de llevar algún tipo de arma.
El hombre alto dijo algo secamente y otros dos bajaron las escaleras. Cassandra se dirigió hacia el jet y los tres hombres se fijaron en ella. Estaba segura de que se habían dado cuenta de que era inofensiva, pero estaban preparados para cualquier tipo de incidente. Nadie le devolvió la sonrisa.
—Buenas tardes —los saludó ella en perfecto árabe—. Soy Cassandra Klein, y seré la guía de Su Excelencia durante su estancia en Silvershire.
Ninguno de los tres respondió, ninguno de ellos era el jeque. ¿Era posible que éste hubiese cancelado su asistencia y que hubiese enviado a alguien en su lugar? No, aquellos hombres eran todo músculo. Tenían que ser los guardaespaldas. Kahani no era un semillero de terroristas, como alguno de sus países vecinos, pero tampoco era un lugar completamente seguro. Los dirigentes que trabajaban para cambiar las cosas solían correr peligro, y Al-Nuri no debía de ser la excepción que confirmaba la regla.
Cassandra oyó una voz suave y profunda que provenía del interior del jet y un segundo después aparecía en la puerta el hombre al que reconoció como el jeque Kadir. Había otro guardia más detrás de él y Cassandra pudo ver a dos personas más que parecían sus asistentes administrativos. El jeque la miró desde lo alto de las escaleras y sonrió. Cassandra sintió un cosquilleo en el estómago y se le aceleró el corazón. Las fotografías no le hacían justicia. Ella siguió sonriendo e intentó recomponerse. Lo del estómago debía de ser por el aliño que le había puesto a la ensalada al medio día. Se armó de valor al ver cómo bajaba el jeque las escaleras, con la gracia de un atleta y la sonrisa de un actor de cine. Como el resto, llevaba puesto un traje caro que parecía estar hecho a medida. Pero al contrario que el resto, no dejaba de sonreír.
—Es un placer ser recibido por semejante belleza.
Cassandra odiaba que hiciesen comentarios acerca de su aspecto físico, que no tenía nada que ver con su trabajo. No obstante, no podía quejarse delante del jeque.
Tenía unos ojos… Qué ojos. Su hermana había dicho que eran ojos de dormitorio y, sí, aquella descripción tenía sentido. Cassandra no pudo controlarse y volvió a sentir el cosquilleo en el estómago. En ese momento, una idea inesperada y no deseada le cruzó por la mente.
«Es él».
No. Cassandra intentó convencerse de que no podía ser cierto. Intento enterrar aquella sensación. El cosquilleo en el estómago, el fuerte latir de su corazón, tenían que ser los efectos de un aliño de ensalada en mal estado. No podía permitir que fuese nada más.
Capítulo 2
Kadir saludó a la mujer que lo estaba esperando al pie del avión con una inclinación. Había recibido un comunicado varios días antes en el que le informaban de su nombre, por lo que no lo sorprendió que fuese una mujer. No obstante, no había esperado que fuese tan guapa. Aunque llevase un traje tan recatado, los zapatos a juego y el pelo rubio claro recogido con un estilo severo que acentuaba sus pómulos y sus grandes ojos grises, rezumaba una inesperada sensualidad que a él no podía pasarle inadvertida. Hasta ese momento, el día no había sido nada agradable, así que le sentó bien poder perderse en aquella belleza durante un momento.
—Excelencia —dijo ella en tono profesional—. Bienvenido. Es un placer tener la oportunidad de acompañarlo durante su estancia en Silvershire. Hay un coche esperándolo —Cassandra señaló hacia el coche con delicadeza—. Si necesita cualquier cosa durante su visita, sólo tiene que pedirlo.
Lo que necesitaba como hombre era muy distinto a lo que necesitaba como diplomático. Durante los últimos años, no había tenido demasiado tiempo para ocuparse del hombre que había en él.
—Tengo entendido que hay una finca preparada para mí y para mis hombres cerca de palacio.
—Sí —respondió ella dirigiéndose en cabeza hacia la limusina mientras Sayyid y Fahd recogían el equipaje del avión—. Es la finca de los Redmond, que en estos momentos están de vacaciones en París y no volverán hasta dentro de varios meses. Han tenido la amabilidad de ofrecer su casa. Supongo que se ha informado a su cuerpo de guardas acerca del sistema de seguridad de la misma.
—Sí. Y les ha parecido satisfactorio.
Como su yate estaba anclado en una ciudad costera relativamente cerca de donde estaba el palacio, podría escabullirse en alguna ocasión. Solía resultarle extraño vivir en una casa ajena. Prefería estar en su territorio, aunque éste fuera las pequeñas habitaciones del modesto barco.
—Los Redmond han sido muy amables al ofrecer su casa. Los hoteles son tan impersonales y… —peligrosos, pensó Kadir, pero prefirió no decirlo. Normalmente no se preocupaba en exceso por los temas de seguridad, pero el incidente de aquella misma mañana evidenciaba que Zahid estaba dispuesto a borrarlo del mapa—. Quiero decir, que no tienen la calidez de un verdadero hogar. Estoy muy agradecido.
La limusina era lo suficientemente grande como para que cupiese toda su tropa. Cuatro guardaespaldas, su secretario personal, un ayudante del ministerio de Asuntos Exteriores, él mismo. Y la señorita Klein, por supuesto. Todo su personal seguía tenso después del episodio de aquella mañana y él intentaba parecer tranquilo, para que no pensasen que su tensión podía tener algo que ver con su llegada a Silvershire. Como precaución, los guardaespaldas inspeccionaron el coche por dentro y por fuera, y cachearon al chofer. Kadir no vio la necesidad de explicarle a la señorita Klein que habían intentado asesinarlo unas horas antes.
Una vez instalados en el vehículo y cuando hubieron dejado el aeropuerto, Kadir se volvió hacia ella y sonrió. Era una sonrisa de diplomático, amplia y comedida al mismo tiempo, llena de esperanza.
—Estoy deseando reunirme con el Duque. Tenemos muchas cosas de las que hablar.
Por increíble que fuese, la señorita Klein no se sonrojó. Pero él pudo leer la respuesta en sus ojos, que permanecieron abiertos. Aquellos ojos grises que habían sido dulces unos minutos antes, se endurecieron. Dada su profesión, debía haber sido más hermética. Pero era joven, tenía tiempo de aprender a adoptar una expresión más fría.
—Siento decirle que la agenda de lord Carrington está bastante llena en estos momentos. Estoy segura de que él también está deseando verlo, y que se encontrará con usted lo antes posible. Hasta entonces, espero que esté interesado en conocer Silvershire mejor. Es un bonito país y he planeado varias actividades para las próximas semanas.
A Kadir no le interesaba conocer Silvershire, ni ningún otro lugar. El motivo del viaje era encontrarse con lord Carrington. No obstante, no lo molestó la respuesta de la joven. Jugaría al juego que ésta le había preparado.
Le daba la sensación de que jugar con aquella mujer podía ser muy interesante.
La finca en la que iba a alojarse el jeque Kadir era un edificio antiguo y majestuoso que parecía un pequeño castillo. Los muros eran de piedra y los jardines estaban bien cuidados, los muebles eran antiguos y había sirvientes por todas partes. Era como retroceder trescientos años en el tiempo.
El propietario de la misma, el señor Prentiss Redmond, no era noble. Era un nuevo rico. Bueno, relativamente nuevo. Su padre había hecho fortuna con el acero y las refinerías de petróleo. Prentiss parecía más dispuesto a gastarse el dinero que a ganarlo y su nueva esposa, que era quince años más joven que él, estaba encantada en ayudarlo. Redmond quería codearse con la realeza, y por eso había ofrecido su casa.
Los guardaespaldas del jeque tomaron inmediatamente las riendas de los dispositivos de seguridad del lugar. Habían recibido información acerca del servicio y los habían investigado a todos hacía semanas. Ninguno representaba una amenaza. La mayoría parecía llevar allí trescientos años.
Cassandra sonrió a Oscar, el viejo mayordomo, que condujo a Al-Nuri escaleras arriba. El anciano se movía muy despacio, con mucha dignidad. Y al jeque parecía no molestarle aquel ritmo, lo que era un punto a su favor. No todos los diplomáticos habrían tenido tanta paciencia, aunque fuese casi un requisito para ellos.