Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Vio la expresión en sus ojos y supo que iba a decir algo importante.

Así que la besó para evitarlo. Quería a Cassandra con toda su alma, pero no podía permitir que el amor se interpusiese entre ellos.

Vestida con el pijama de Lexie, Cassandra se sentó en el escritorio del dormitorio principal, de donde unos días antes había sacado el revólver.

Una tradición era una tradición, estuviese donde estuviese. Y era martes por la noche.

Querida mamá:

La casa de Lexie es muy bonita, y relajante. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba unas vacaciones hasta que me he visto obligada a tomármelas. El sonido de las olas me tranquiliza y hay ocasiones en que la vista del mar me corta la respiración. No me extraña que este lugar le guste tanto a Lexie.

No había necesidad de hacerle saber a su madre que Kadir estaba vivo, y si se enteraba de que había habido un incendio y de que estaban buscando a un asesino, se plantaría allí en un par de horas. Así eran las madres, y ella prefería que la suya se quedase en Barton.

Me encuentro mucho mejor que ayer. Teníais razón. Lexie, Daisy, Paula y tú, todas. Supongo que no esperabas que te lo dijese. Pero es cierto. Cuando me decías que disfrutase de la vida en vez de planearlo todo, cuando me decías que me divirtiese, tenías razón. Algunas cosas no se enseñan, tienen que vivirse, y el amor es una de ellas. Las pérdidas, también. El jeque y yo nos habíamos hecho buenos amigos, tal y como tú habías sospechado. Nada habría podido prepararme para ver la explosión de su yate, ni para el vacío que sentí después.

A pesar de que unas horas más tarde había descubierto que Kadir seguía vivo, nunca olvidaría lo que había sentido.

Ya estoy mucho mejor. La señora Dunn quiere que vuelva a la oficina el fin de semana, siempre hay mucho trabajo para la fiesta del Día del Fundador. ¿Vais a venir papá y tú este año? Puedo conseguiros entradas para la fiesta, pero papá tiene que llevar esmoquin. Dile que no sirve el que se puso cuando erais novios, que los volantes eran horribles y, además, hace años que no le vale.

El martes que viene te escribiré desde mi apartamento y todo habrá vuelto a la normalidad.

No sabía si estaría de vuelta a casa el martes siguiente, pero esperaba que así fuera. Cuando Kadir obtuviese las respuestas que necesitaba, se marcharía. Y ella se las arreglaría sola. Al fin y al cabo, era una persona realista y no se desmoronaba con facilidad.

Ver marcharse a Kadir sería menos doloroso que haber visto explotar su yate. Quería saber que él estaba vivo, que estaba bien y que respiraba y sonreía en algún lugar del mundo.

Aunque sería doloroso.

Nos vemos pronto, espero.
Te quiere,
Cassandra

Su madre acabaría sabiendo que Kadir había sobrevivido y tendría que darle muchas explicaciones. Pero aquella noche no era necesario.

Una vez terminada la carta, Cassandra apagó las luces y se metió en la cama con Kadir. Parecía dormido, pero no creía que lo estuviese. Ella se tumbó a su lado y lo abrazó. También echaría de menos eso, además del sexo, cuando se fuese.

¿Era ésa la razón por la que Lexie siempre se buscaba a otro hombre cuando fracasaba una relación? Ella sabía lo que era ser abrazada, mimada y querida, y aquello debía de hacer que la soledad fuese más dolorosa.

Cassandra no sabía cómo iba a acostumbrarse a dormir sola cuando Kadir se marchase. No obstante, sabía que no podría reemplazarlo por otro.

El beso que le había dado Kadir un rato antes, en el sofá, le había hecho entender que él no quería oír que lo amaba. Era una complicación que no sabía cómo manejar. Ella debía disfrutar al máximo del momento y recordarlo para siempre.

Los recuerdos no eran buenos sustitutos de la realidad, pero serían suficiente. Tembló de miedo. Nunca había pensado que encontraría el verdadero amor, pero que éste no permanecería a su lado para siempre.

Capítulo 13

El miércoles por la mañana, Cassandra estaba deseando ir a echar la carta a Leonia. Imaginó que no tardaría mucho tiempo y no correría riesgos. Kadir no tenía planeado seguir investigando hasta que no volviese York, con algo de suerte, con nueva información, así que no había razón para que fuese con ella. Ambos sabían que cada vez que él iba u la ciudad alguien podía reconocerlo. Por mucho que lo intentase, el papel de Joe no se le daba bien.

No obstante, Kadir se negó a dejarla ir sola.

Como no tenían razón para entretenerse en la ciudad, Cassandra echó la carta, Kadir compró más dulces y se dirigieron de vuelta a la casa.

Ella se dio cuenta de que, mientras estuvieron en Leonia, Kadir había permanecido atento a la gente que los rodeaba, como si sospechase de todo el mundo. Llevaba el revólver de Lexie siempre con él, escondido.

A Cassandra le dio la sensación de que, a pesar de la preocupación, los habitantes de Leonia estaban excitados por toda la historia. Se habían creído que Kadir era su novio, que había llegado desde Silverton para reconfortarla. «Novio» no era la palabra más adecuada para catalogar su relación, pero Cassandra suponía que cuando iban agarrados de la mano y se susurraban al oído, eso era lo que debían parecerles a los demás.

Estaba deseando pasar el día tranquilamente en casa. En realidad, sería un día y medio de tranquilidad, ya que York no volvería hasta el jueves por la noche. Kadir y ella podrían hacer el amor en todas las habitaciones de la casa, incluso varias veces. Podrían ir a pescar por la tarde y tal vez Kadir le hiciese el amor sobre las rocas, aunque quizás éstas estuviesen demasiado duras. Sólo había una manera de averiguarlo. Ella cocinaría para él, le haría reír y le preguntaría acerca de su vida, y haría todo lo posible por que se olvidase de sus preocupaciones, durante un rato.

Tenía un día y medio para generar suficientes recuerdos para toda una vida.

Cassandra y Kadir entraron a la casa por la puerta de la cocina. Ella miró a su alrededor preguntándose dónde y cómo exactamente podrían hacer el amor…

Antes de que cerrasen la puerta, Kadir la agarró de la mano y la colocó detrás de él, dejando caer la caja de dulces y sacando el revólver. Cassandra se agarró a sus pantalones vaqueros e intento ver qué era lo que lo había asustado. Había un hombre en la puerta que comunicaba la cocina con el pasillo, también llevaba una pistola.

Tenía la piel color aceituna, como el propio Kadir, y el pelo largo recogido en una coleta. Su rostro era duro y delgado y llevaba una barba descuidada. Parecía peligroso.

Kadir se relajó inmediatamente.

—Me has asustado —comentó bajando el revólver.

—¿Kadir? —preguntó el hombre haciendo lo mismo. Parecía sorprendido, pero no tardó en sonreír—. Estas vivo.

El otro hombre entró en la cocina y abrazó a Kadir, riendo. Cuando hubieron terminado de saludarse, Kadir abrazó a Cassandra por los hombros.

—Éste es Sharif Al-Asad, del ministerio de Defensa de Kahani y mi mejor amigo. Sharif, la señorita Cassandra Klein, la asesora que me asignaron al llegar a Silvershire.

Cassandra le ofreció la mano y Sharif le dio la suya.

—Una señorita muy guapa, si puedo permitirme decirlo.

—No me devolvió la llamada —se quejó Cassandra.

—¿Cómo iba a quedarme sentado en mi oficina a responder a llamadas telefónicas si habían asesinado a mi mejor amigo?

Cassandra observó a Al-Asad. Llevaba ropa cara, que le sentaba bien. Y agarraba la pistola con la soltura de muchos años de experiencia. Era evidente que sí era un hombre peligroso.

Pero era el hombre en el que confiaba Kadir. En el único que confiaba. Mientras los tres entraban en el salón para ponerse al día, Cassandra sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.

Quizás Kadir confiase en él, pero ella, no.

La sonrisa de Sharif desapareció en cuanto vio a Cassandra desaparecer en la cocina. Cuando su amigo le había pedido que les preparase una taza de té, Kadir se había dado cuenta de que quería hablar con él a solas.

—Podemos marcharnos ahora mismo —propuso Sharif—, mientras ella está en la cocina, y estarás en un lugar seguro en menos de dos horas. Luego, yo volveré a Leonia y dirigiré las investigaciones personalmente.

Kadir no se levantó, se limitó a tocar el brazo de Sharif.

—Estoy a salvo aquí, al menos por ahora.

—Sólo hace una semana que conoces a esa mujer —contestó su amigo enfadado—, ¿quieres poner tu vida en sus manos? Nunca pensé que fueses un insensato, pero esta decisión no me parece sensata. Quizás Zahid la haya comprado, chantajeado o amenazado. Podría envenenarte, o dispararte mientras duermes, o…

—No hará nada de eso.

—No puedes estar seguro.

Kadir sí lo estaba, pero era algo difícil de explicar.

—Piensa que está enamorada de mí —dijo suspirando.

—Quizás sea un truco.

—No lo es.

—Estás ciego —comentó Sharif volviendo a sentarse a regañadientes.

—Yo no he dicho que la ame —aunque lo hiciese, el amor era algo imposible en aquellas circunstancias—. Pero me gusta, mucho.

—No me digas más —refunfuñó Sharif.

—Me gusta lo suficiente como para protegerla mientras pueda y también para alejarme de su lado cuando todo esto haya acabado.

Mientras Cassandra seguía en la cocina, Kadir le contó a su amigo cuáles eran sus sospechas. Sharif se sorprendió, pero no se asombró. Ya nada podía asombrarlo; había visto demasiadas cosas. Esa misma tarde haría una llamada para que se investigase a todas las personas que habían estado en el yate.

—Hemos descubierto que Zahid se reunió con el príncipe Reginald —comentó después Sharif.

Kadir lo escuchó con una oreja puesta en la puerta de la cocina, por si volvía Cassandra.

—Zahid le ofreció una alianza —continuó Sharif—. Una alianza entre Silvershire y Bin-Asfour a cambio de toda la droga que desease el Príncipe.

—¿Y cuál fue la respuesta del Príncipe ante una propuesta tan ridícula? —inquirió Kadir.

—No lo sabemos. Si la propuesta fue rechazada, quizás Zahid se sintió con derecho a asesinar al Príncipe. Tengo un hombre infiltrado, dentro de unos días…

—¿Tienes a un hombre en el campamento de Zahid?

—Mi informante quiere dejar la banda, pero sabe que si se marcha, la organización lo matará a él y a su familia. Si lo sorprenden pasándonos información también lo matarán, pero es un riesgo que está dispuesto a correr.

Antes de que Cassandra hubiese terminado de preparar el té, Sharif se había marchado por la puerta principal de la casa. No era de los que se quedaban sentados esperando, quería ir a Leonia, por si el culpable seguía por allí. Antes de marcharse, advirtió a Kadir que tuviese cuidado y miró con desconfianza hacia la cocina.

Cassandra entró en el salón con una bandeja y tres tazas. Kadir la informó de que Sharif acababa de marcharse.

Ella suspiró aliviada y dejó la bandeja en la mesita del café y se sentó a su lado, muy cerca, como hacía siempre. La expresión de su rostro lo decía todo.

—No me fío de él.

—¿Por qué no? Desea la muerte de Zahid tanto como yo. Quizás más. Es uno de los hombres a los que Bin-Asfour nunca podría comprar ni chantajear.

Kadir también pensó en la posibilidad de que fuese ella la que pudiese ser comprada y la desechó inmediatamente.

No, el peligro que Cassandra representaba no tenía nada que ver con Bin-Asfour.

—Tu amigo me parece un hombre que no conoce límites. Que haría lo que fuese por conseguir lo que quiere, incluso sacrificarte a ti. Te creo cuando dices que quiere ver muerto a Bin-Asfour. Pero, permíteme que te haga una pregunta. ¿Sacrificaría su vida por ello?

—Sin ninguna duda —respondió Kadir.

—¿Qué te hace pensar entonces que tu vida vale más que la suya propia? Quizás estuviese dispuesto a sacrificarte para ganarse la confianza de Zahid y atraparlo.

—Quizás —respondió Kadir pensativo. Lo cierto era que, con el paso de los años, Sharif parecía cada vez más desesperado, más hambriento, como si hubiese empezado a darse cuenta de que era posible que el hombre que había asesinado a Amala nunca fuese a pagar por ello.

—Y no le gusto nada —añadió Cassandra.