Tendría que ser un mensaje sencillo, ya que no podían contarle a nadie que Kadir seguía vivo. Todavía no. Sólo podían esperar que Sharif les devolviese la llamada.
Kadir se burló del ridículo escúter y tomó el casco que Cassandra le ofrecía. Al menos, éste no era rosa, sino negro. Pero el de ella…
Cassandra no se puso el casco inmediatamente. Antes, tenía algo que decir. En momentos como aquel, era completamente transparente, como si no supiese lo que era la decepción. Y en un mundo en el que la decepción formaba parte del día a día, a Kadir aquello le parecía digno de admiración.
—Hay algo que debo decirte. Aunque no debería decírtelo ni a ti, ni a nadie. Quizás no tenga nada que ver con esto, pero no estoy segura. Siento que tienes que saberlo todo antes de que esto empiece.
—Guardaré tu secreto.
—Lo sé, pero… es la primera vez que comparto este tipo de información con alguien. Siento que es como una traición, pero si no te lo contase, quizás te estuviese traicionando a ti, y no puedo hacer eso.
—Todo lo que me digas quedará entre nosotros. Yo tampoco te traicionaría.
Ella dudó un instante.
—Piensas que Zahid Bin-Asfour está detrás de los intentos de asesinato.
—No tengo ninguna duda.
Ella asintió, como si lo comprendiese.
—Aunque no es de dominio público, sé que el príncipe Reginald se reunió con Bin-Asfour un par de días antes de su muerte. Están intentando averiguar más cosas acerca de su encuentro, por si éste tuviese algo que ver con la muerte del Príncipe, pero nadie está seguro de por qué se vieron.
—Por un tema de drogas —dijo Kadir—. Zahid hizo una entrega y luego se quedó unas horas con el Príncipe. Nuestro consejo de seguridad se enteró del encuentro hace unas semanas. Zahid gana la mayor parte de su dinero vendiendo narcóticos. No suele participar en las entregas, pero cuando se trata de la realeza… Le entregó droga a vuestro príncipe a cambio de dinero y promesas. Supongo que la reunión fue algo más que una simple venta, pero nunca lo sabremos.
Cassandra no lo reprendió por no haber compartido aquella información con ella antes. Se limitó a asentir.
—Una cosa más —añadió ella poniéndose el casco rosa debajo del brazo y mirándolo a los ojos—. ¿Me puedes dar un beso de buena suerte?
Él hubiese debido decirle que no y haber mantenido las distancias, pero era algo que no podía negarle.
Tal y como Cassandra había imaginado, en la ciudad todo el mundo hablaba de la explosión. Mucha gente había dicho haber visto al jeque el sábado, antes de que el yate saltase por los aires.
Todo el mundo estaba deseando hablar con ella, ya que había acompañado a Kadir hasta Leonia. Nadie le preguntó acerca de Joe, su silencioso novio de Silverton, que con aquella ropa de Stanley, no tenía nada que ver con un jeque. Después de afeitarse, con el pelo corto y las gafas de sol, ni ella misma lo había reconocido.
No se enteraron de nada importante. Pero, aparentemente, la mayoría de los vecinos del lugar había visto la explosión en persona.
A última hora de la tarde, cuando estaban sentados en una terraza tomándose un café y repasando las notas que habían tomado, los vio el fotógrafo que los había seguido desde Silverton. No habían averiguado nada que mereciese la pena. Seguía habiendo varios investigadores de la capital en Leonia, haciendo preguntas a todo el que decía haber presenciado la explosión. Antes o después, también querrían interrogar a Cassandra, pero ella les contaría lo mismo que había dicho al policía local justo después de la explosión.
El fotógrafo se acercó a ellos, se presentó como Simón York y les preguntó si podía sentarse con ellos. Pero se sentó sin darles tiempo a responder. Sin hacer caso a Joe, le tendió una mano a Cassandra por encima de la mesa. Ella hizo como si no la hubiese visto.
—¿Qué quiere? —le preguntó fríamente.
—No sea así, Cassie. Imagino que está disgustada por la foto de la semana pasada, pero sólo estaba haciendo mi trabajo.
Dado que York había estado ignorando a Kadir, lo sorprendió que éste alargase la mano para agarrarlo con fuerza de la muñeca que le tendía a Cassandra.
—Llámela señorita Klein —dijo Kadir en voz baja.
—Lo siento —se disculpó el fotógrafo. Cuando Kadir lo soltó, se frotó la muñeca y frunció el ceño—. No pensé que era de las que contrataba a matones.
—Joe es muy protector —contestó ella—. Pero si se comporta como debe no tendrá ningún problema con él. ¿Qué es lo que quiere?
—Estuve haciendo fotografías de la puesta de sol el sábado —susurró York—. Tomé varias en las que salía el yate. Había un hombre a la derecha de la imagen, pero no me preocupó. Me dije que si la fotografía era buena, sólo tendría que eliminarlo. Se quedó allí hasta que el yate explotó. Luego, se marchó —York hizo una pausa para darle más dramatismo a sus palabras—. Estaba sonriendo.
—¿Aparece su rostro en la fotografía? —quiso saber Kadir.
—Sí —contestó el fotógrafo, aunque era evidente que no quería que «Joe» participase en la conversación, así que Cassandra le hizo una indicación con la mano y Kadir apoyó la espalda en la silla.
—¿Se lo ha dicho a la policía? —preguntó Cassandra.
—No —contestó York—. Si lo hago, me confiscarían la película. De todos modos, eso no le devolvería la vida al jeque. Mi laboratorio de revelado está en Silverton, pero me da la sensación de que si me marcho, me perderé algo aquí. Nadie sabe qué es lo próximo que podría ocurrir. Así que he llevado la película a revelar aquí. Estará lista en… —el fotógrafo se miró el reloj —, menos de una hora.
—¿Y por qué me está contando esto?
—Porque por el momento me dedico sólo a hacer fotografías, pero también escribo bien. Si tuviese, además de las fotografías, una exclusiva de la mujer que vio morir a Al-Nuri, a la que se le había relacionado emocionalmente con él, mi carrera daría un vuelco. Sería una estrella, señorita Klein.
La idea de darle algo a aquel hombre le repugnaba, pero…
—Quiero ver esas fotografías en cuanto las tenga —dijo ella.
—Por supuesto —contestó York mirando a Kadir—. ¿Él también tiene que venir?
—Sí —afirmó Cassandra.
York pidió un café y dirigió la conversación. Había hablado con las mismas personas que Cassandra y Kadir. Nadie le había mencionado al hombre que aparecía en su fotografía. Pero seguro que alguien lo reconocía cuando tuviesen su imagen. Aquella era una ciudad pequeña y aunque hubiese mucho trasiego de turistas, éstos tenían que comer y alojarse en algún sitio.
Simón York ya se imaginaba convirtiéndose en una estrella.
Unos minutos antes de la hora a la que se suponía que las fotografías estarían reveladas, los tres se marcharon de la cafetería. Kadir se colocó entre Cassandra y York, para protegerla. Quería ver las fotografías, pero ni le gustaba York, ni confiaba en él.
—La tienda de fotografías está después de la pastelería —señaló York.
De aquella misma zona provenía una nube de humo negro. Curiosa, pero no alarmante. Entonces vieron una segunda nube.
Kadir fue el primero en echarse a correr. Se volvió hacia atrás y gritó:
—¡Fuego!
Capítulo 10
Cuando Kadir llegó a la tienda de fotografía vio que salía un humo negro del local y que ya había mucha gente observando lo que ocurría. Kadir se quitó las gafas de sol, respiró profundamente y abrió la puerta de la tienda.
Alguien le gritó que no era seguro entrar. Al abrir la puerta, una humareda negra salió por ella. Alguien volvió a gritar que habían llamado a los bomberos.
Kadir no se echó atrás. El fuego avanzaba con rapidez. Los bomberos llegarían demasiado tarde para ayudar a la gente que quedase dentro.
Las llamas provenían de la sala trasera. Si las fotografías estaban allí, sería demasiado tarde para salvarlas. Miró hacia el mostrador, que estaba rodeado de humo, pero que aún no ardía. Las fotografías no estaban a la vista, y no tenía tiempo para buscarlas.
Había un hombre mayor tumbado en el suelo, parecía haberse caído mientras intentaba salir. Kadir se arrodilló a su lado y le buscó el pulso, aunque era débil, el anciano seguía vivo. Kadir volvió a mirar a su alrededor y deseó haber llegado antes para haber podido ver el rostro del hombre que salía en la fotografía de York.
Pero era demasiado tarde. La película, los negativos y las fotografías, si estaban en la sala de atrás, ya estarían destruidos. Levantó al hombre que estaba inconsciente del suelo y sintió algo caliente y húmedo en su hombro. Era sangre, sin duda. Aquel hombre no se había caído a causa del humo, alguien le había dado un golpe para que no pudiese salir.
¿Se lo habría dado el hombre que aparecía en la fotografía? Era casi seguro.
Sólo tardó unos segundos en sacarlo. Los tenderos de los comercios vecinos y sus clientes se arremolinaron a su alrededor. Había siete personas mirando, todos aliviados al ver al anciano. Cassandra y el fotógrafo se quedaron en un segundo plano, observando la acción.
—Gracias, señor —dijo una señora regordeta ataviada con un delantal manchado de chocolate a Kadir mientras le tocaba al anciano la cabeza llena de sangre—. Pobrecillo, ¿se ha caído al intentar salir?
—Supongo que sí —contestó Kadir mientras recuperaba sus gafas de sol del suelo y se las volvía a poner.
Todo el mundo lo miraba y se oían sirenas de fondo. Lo único que le faltaba era pasarse el resto del día siendo entrevistado. La policía le preguntaría su apellido. Kadir pensó en volver a entrar en la tienda para buscar las fotografías, pero imaginó que la persona que había golpeado al dueño se las habría llevado o las habría destruido.
—Me gustaría poder quedarme, pero tengo que marcharme. Por favor, quédense con el señor hasta que llegue una ambulancia.
—Sí, por supuesto, pero… ¿Quién es usted? —Preguntó la señora regordeta—. Estoy segura de que William querrá saber quién lo ha salvado.
—Me llamo Joe.
—¿Joe qué más? —preguntó un cliente.
—Sólo Joe —respondió él antes de agarrar a Cassandra por el brazo para marcharse de allí—. Han destruido o robado las fotografías —le dijo en voz baja. Luego se volvió hacia el fotógrafo—. ¿Podría describir al hombre que salía en la foto?
—Imagino que sí —respondió York disgustado por la pérdida de las fotografías—. ¿Pero qué más da eso ahora?
A Kadir se le estaba agotando la paciencia.
—Si me lleva hasta el hombre que presenció la explosión y se marchó sonriendo, le daré una exclusiva que lo convertirá en toda una estrella. Todo el mundo en Silvershire y en el extranjero, lo conocerá.
—¿Por qué debería creer a un matón como usted? —quiso saber York.
—Porque si fuese un matón, le sacaría la información de otra manera —dijo Kadir tranquilamente—. Es usted bajito y no tiene mucho músculo, no me sería difícil.
Por primera vez, York observó a Kadir.
—¿De dónde es usted? No es de Silverton.
—Una exclusiva a cambio de que me diga todo lo que sabe de ese hombre —se limitó a responder Kadir.
—Claro que sí, Joe. ¿Por qué no? A estas alturas, ya no tengo nada que perder.
Dieron dos vueltas más, hasta llegar a una calle desierta. York se detuvo. Se apoyó contra una pared y empezó a darles la descripción del hombre. Kadir lo escuchó atentamente. La mayor parte de la información no sirvió para nada. El hombre era de estatura media, parecía árabe, iba vestido con un traje negro y estaba afeitado.
—Eso es todo —terminó York—. ¿Qué hay de mi exclusiva?
—Antes tengo que encontrarlo —dijo Kadir tomando a Cassandra por el brazo.
—¿Qué? —exclamó York siguiéndolos—. Ése no era el trato.
—¿Y cómo sé que nos ha dicho la verdad? —Preguntó Kadir—. No me parece usted el hombre más escrupuloso del mundo. Cuando sepa que lo que me ha dicho es verdad, le daré la exclusiva.
—¿Quién es usted? —Inquirió el fotógrafo—. No es su novio, ni es de Silverton y apostaría a que el inglés no es su lengua materna. ¿Es un espía? Eso sería interesante. Secretaria sexy pillada en compañía de un espía estúpido, o algo así…
Kadir agarró a York por el cuello con mucha rapidez, aplastándolo contra la pared.
—Siento haber dicho que es estúpido —se excusó York—. Sólo… Venga, déme algo. He perdido todas las fotografías. Tengo motivos para estar de mal humor.
—Si se le ocurre escribir una sola palabra acerca de la señorita Klein sin que yo le dé permiso, lo lamentará. Ah, y no es una secretaria.
Soltó al hombre y se marcharon. El fotógrafo no los siguió.