Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Al llegar a la cocina, Kadir vio que todavía llevaba puesto el pijama. Él había buscado algo de ropa en el armario del dormitorio y había encontrado unos vaqueros azules, una camisa de algodón verde y unos zapatos que tenían las suelas desgastadas, pero que le servirían hasta que se comprase ropa nueva.

Aunque no sabía cómo iba a comprársela. No tenía dinero en efectivo y se suponía que estaba muerto.

—¿Te gustan las magdalenas? —Le preguntó Cassandra mirando el horno—. Umm, ya casi están listas. Les deben de faltar otros tres minutos —se dio la vuelta y lo miró, y su sonrisa desapareció inmediatamente—. Dios santo, ¿qué has hecho?

Kadir se pasó la mano por la cara.

—Me he afeitado —no le dijo que la idea se le había ocurrido al verle a ella las mejillas y la barbilla irritadas después del beso que se habían dado. No quería herirla, ni siquiera de esa manera—. Quiero que quienes crean que estoy muerto sigan pensándolo. En cuanto acabemos de desayunar, me gustaría que me cortases el pelo. Con esos cambios y tomando algunas precauciones, nadie me reconocerá.

Cassandra sonrió.

—Me gusta. Pareces más joven sin barba y… diferente. La ropa también te hace parecer distinto. En cuanto te corte el pelo sólo podrá reconocerte alguien que te conozca muy bien.

Kadir prefirió no comentarle que lo más probable era que el que lo había traicionado era alguien que lo conocía muy bien.

Se acercó a él, no parecía estar molesta por lo que había sucedido en el cuarto de baño, a pesar de que a la mayoría de las mujeres no les sentaba nada bien que las rechazasen. Quizás Cassandra se hubiese dado cuenta de que él tenía razón. Al fin y al cabo, era una persona muy sensata.

Al llegar a su lado, levantó la mano y le tocó la mejilla.

—Me gusta —admitió poniéndose de puntillas y dándole un beso en los labios.

Lo besó. No puso los brazos alrededor de su cuello y él tampoco la abrazó a ella. Pero el cuerpo de Kadir respondió a aquel beso. Se estremeció.

Cassandra se retiró con una sonrisa.

—No me mires así —le pidió—. Quería comprobar cómo era besarte sin barba, ahora ya lo sé.

Era el razonamiento enrevesado de una mujer, pero Kadir no se atrevió a discutir con ella.

Después, como si nada hubiese ocurrido, Cassandra comentó:

—Las magdalenas están listas. Espero que tengas hambre, porque he hecho muchas.

Si el objetivo de aquel beso había sido restregarle su anterior rechazo por la cara y hacer que se arrepintiese de él, lo cierto era que había surtido efecto.

Pero, en aquellos momentos, Kadir sólo podía pensar en una cosa. Se sentó en la mesa de la cocina, en la que había café y las magdalenas y dijo:

—Anoche tenías una pistola. La quiero.

Capítulo 9

Por la manera en la que Kadir sujetaba el revólver era evidente que estaba más acostumbrado a ellos que Cassandra. Encontró lo necesario para limpiarlo en el fondo del armario, junto con más munición. Lo limpió y lo cargó con cuidado y en esos momentos lo estaba examinando una vez más.

Como si sintiese la mirada de Cassandra sobre él, levantó la cabeza y la miró. Ella seguía sin acostumbrarle a verlo sin barba, pero le gustaba su aspecto. En cuanto le cortase el pelo, nadie lo reconocería.

Aunque necesitaría unas gafas de sol para completar el disfraz. Ella habría sido capaz de reconocer aquellos ojos de todos modos.

—Me estás observando —comentó él.

—Lo siento. Es la primera vez que veo a un diplomático tan cómodo con una pistola.

—No siempre he sido diplomático —respondió él encogiéndose de hombros.

Era evidente que Kadir no era como los otros embajadores que ella había conocido y, dado que pensaba que era el hombre de su vida, no sabía si debía pedirle más detalles. Pero Kadir podía pensar que sus preguntas eran demasiado personales. Aquella mañana desconfiaba de ella, así que si iba demasiado lejos, quizás decidiese continuar él solo con aquello. Cassandra quería ayudar; necesitaba implicarse. Pero, por otro lado, quería conocer a Kadir lo mejor posible y no sabía cuanto tiempo tendría para ello.

—¿Has estado en el ejército? —Sí.

—¿Y por qué decidiste convertirte en embajador? Kadir dejó el revólver encima de la mesa y la miró fijamente.

—Si de verdad quieres saberlo, te lo contaré mientras me cortas el pelo.

Fueron los dos al cuarto de baño que había en el pasillo, que era algo mayor que el de la habitación, y Kadir se sentó en el borde de la bañera. Cassandra le pidió que se quitase la camisa. Cuando lo hubo hecho, le colocó una toalla por encima de los hombros y empezó a cortar con cuidado su pelo rizado.

Justo cuando iba a pedirle que se lo contase, él empezó a hablar.

—Tenía una hermana —empezó—. Se llamaba Amala y era tres años mayor que yo.

El hecho de que hablase en pasado y el tono de su voz indicaron a Cassandra que Amala estaba muerta.

Pensó en lo duro que sería perder a una de sus hermanas. No hacía falta que le dijese lo mucho que lo sentía. Él lo sabía.

—Cuando tenía veinte años, Amala se enamoró, pero mi padre se negó a darle permiso para que se casase con quien ella quería. Le concertó un matrimonio con un hombre más apropiado, con más dinero, poder e influencias. A Amala no le interesaba el hombre que mi padre había escogido para ella, pero no tenía elección, ya que aquella era la costumbre.

Una costumbre primitiva, pensó Cassandra, pero no lo dijo. Kadir también sabía eso.

—Amala era una buena hija, así que se casó con el hombre que había elegido nuestro padre y, durante un tiempo, pareció estar contenta. No era feliz, pero tampoco pensé nunca que fuese infeliz. Si hubiese sabido… —respiró profundamente antes de continuar—. Pero no lo sabía, y los errores del pasado no se pueden corregir. Hay que seguir adelante.

—Eso es cierto —comentó Cassandra.

—La asesinaron.

Cassandra se estremeció ante aquel repentino comentario.

—Su marido la sorprendió comunicándose con el que a ella le hubiese gustado que fuese su marido y la mató. Le puso las manos alrededor del cuello y le quitó la vida. Luego, le metió la carta que había estado escribiendo en la garganta. Dijo que le había quitado la vida porque era su deber como marido ante la infidelidad de su esposa. Como si escribir una carta a un viejo amigo fuese una infidelidad. Como si Amala le perteneciese, como si quitarle la vida fuese lo correcto.

—Lo siento mucho —dijo Cassandra dejando de cortarle el pelo y poniendo las manos en sus hombros. Aunque él ya lo supiese, quería decírselo para reconfortarlo. Él colocó las manos encima de las de ellas sólo un instante, como si no le pareciese buena idea tocarla, ni siquiera de aquella manera—. Debió de ser muy duro para tu familia.

—Lo fue. Querían justicia. Pero no la hubo. Ante la ley, un marido engañado tenía derecho a quitarle la vida a su esposa.

—¿Qué le pasó a él? —quiso saber Cassandra mientras le cortaba otro mechón de pelo y pasaba los dedos por su cabeza.

—Nada. Mi padre se puso enfermo y nunca se recuperó. Murió un año más tarde. Mi madre, cuya alegría se extinguió para siempre, falleció seis meses después. Pero Zahid siguió viviendo como si nada hubiese cambiado. Imagino que, para él, nada había cambiado.

—¿Zahid Bin-Asfour, el hombre que intenta matarte?

—Sí. He deseado muchas veces haberme dejado llevar y haberlo matado cuando me enteré de lo que había hecho con mi hermana. Él se marchó de Kahani un par de meses después de aquello, a pesar de no haber violado la ley. Casi lo seguí. No habría sido fácil, pero podría haberlo encontrado y podría haberlo matado de modo que nadie se enterase. Yo sólo tenía veintiún años y era un soldado que pensaba que semejante venganza era, además de posible, justa.

—Pero no lo hiciste.

—No —admitió él. Luego guardó silencio, y Cassandra supuso que había terminado por el momento. Pero él continuó—. Quería a Zahid muerto, pero, sobre todo, quería que no pudiesen ocurrir esas cosas en mi país. Cambiar las costumbres de todo un país lleva mucho tiempo. Hay que llegar a muchos acuerdos, compromisos y hay que ser perseverante. Hay días en los que me digo que habría sido mejor matar a Zahid en vez de tomar este otro camino. Aunque en Kahani ya no se admite que un hombre le quite la vida a su esposa, como si ella fuese de su posesión.

—Y eso gracias a ti.

—No sólo gracias a mí, pero yo estaba allí —admitió Kadir antes de volver a guardar silencio. En esa ocasión sí había terminado de hablar.

Cassandra decidió no presionarlo más. Tenía preguntas pendientes, pero, por el momento, aquello era suficiente. Continuó cortándole el pelo.

—Quizás alguien de la ciudad haya visto algo —comentó Kadir—. Iré a ver lo que dice la gente.

—Iremos los dos —lo corrigió ella—. Pero quizás sea mejor esperar a mañana. La mitad de las tiendas están cerradas los domingos y hoy la ciudad estará llena de policía. Además, necesitas descansar. Te estás recuperando muy bien, pero la herida de tu brazo es importante.

—Iré yo solo. No quiero mezclarte en esto —replicó Kadir.

—Ya lo estoy —dijo ella enfadada—. Por si lo has olvidado, los dos podíamos haber estado en el yate. Si hubiese accedido a cenar contigo, los dos seríamos carnada para los peces hoy. Alguien intentó matarme a mí también.

Él volvió la cabeza para mirarla. El corte de pelo lo había cambiado mucho. No sólo parecía más joven, sino que estaba mucho más guapo.

—Siempre he sabido que mi propósito de cambiar las costumbres de Kahani podría costarme la vida. Es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer. Pero no quiero sacrificar tu vida.

—Eso es muy amable por tu parte, pero no pienso quedarme aquí mientras tú te marchas a la ciudad. No suelo venir a Leonia a menudo, pero sé que la gente me conoce. Si quieres saber lo que se habla, tendrás que mezclarte con ellos.

—Pero…

—Además, sé donde están las llaves de la motocicleta de Lexie.

—¿Tiene una motocicleta? —preguntó Kadir con los ojos brillantes.

—Sí.

—¡Eso no es una motocicleta! —Insistió Kadir—. ¡Es un escúter! ¡Y es rosa!

—¿Y? —respondió Cassandra.

—¿Cómo quieres pasar desapercibida con un escúter rosa?

—No te comportes como un niño.

—¿Como un niño?

La sonrisa de Cassandra hizo que se le olvidase que su único medio de transporte casi no corría y que, evidentemente, estaba hecho para una mujer.

Había hecho como ella le había aconsejado y se había quedado descansando todo el día anterior. Él no se había dado cuenta de lo cansado que estaba, pero Cassandra, sí. Lo desconcertaba lo bien que lo conocía ya.

No obstante, Kadir seguía decidido a mantener las distancias con ella. La noche anterior, había intentado dormir en la habitación de invitados, pero al despertarse en mitad de la noche, había descubierto a Cassandra pegada a él. Ambos llevaban pijamas y sólo se habían tocado de manera accidental pero, aun así… dormir con ella y no poder hacerle el amor era una tortura.

Ella seguía sorprendida porque estuviese vivo y él no quería acostarse con ella porque estuviese sufriendo de estrés postraumático. Aquella era la única explicación que encontraba Kadir después de que Cassandra lo hubiese rechazado el viernes y el sábado por la noche para ofrecérsele después el domingo por la mañana.

Algún día le agradecería que fuese tan cauto. Pero tendría que esperar para ello.

—Supongo que podemos ir andando… —propuso Cassandra.

—No.

Kadir pensaba que ir y volver andando sería una pérdida de tiempo. Y el tiempo era en aquellos momentos un lujo que no podían derrochar.

Tenían un plan. Dirían que él era el novio de Cassandra que había llegado de Silverton para reconfortarla. Kadir tenía que hablar lo menos posible mientras ella intentaba sacar información a la gente de la ciudad. A pesar de que su aspecto era muy diferente al de tres días antes, su voz seguía siendo la misma.

Cassandra haría las preguntas y él escucharía. No correrían peligro porque todo el mundo pensaba que estaba muerto.

Como parte del plan, ella había elegido uno de los nombres de sus ascentros, Yusef, y lo había transformado en Joe. Así sería como lo llamaría si tenía que presentárselo a alguien. Joe el del escúter rosa.

Y cuando volviesen a casa por la tarde, Cassandra llamaría por teléfono al ministerio de Asuntos Exteriores en Kahani e intentaría dejarle un mensaje a Sharif.

Sharif, que había amado a Amala y que probablemente siguiese haciéndolo. Sharif, que preferiría morir antes que unirse a Zahid Bin-Asfour.