Para la señora Dunn, el trabajo duro era la mejor terapia para cualquier mal, incluida la impresión de haber visto saltar por los aires un yate con gente dentro.
Era su manera de comprobar que Cassandra estaba bien en Leonia. Nunca se lo preguntaría directamente, pero Cassandra la conocía lo suficiente como para saber cuáles eran las verdaderas intenciones de la llamada.
Ella le aseguró a su jefa que prefería tomarse un par de días libres y que volvería a la capital a finales de semana. No estaba segura de que fuese a hacerlo, pero eso no importaba por el momento.
Una vez que hubo tranquilizado a la señora Dunn, Cassandra se volvió hacia Kadir.
—¿Qué tal estás esta mañana?
—Mejor. Mucho mejor.
Tenía mucho mejor aspecto. Parecía alto y guapo y sano y descansado. Tenía la barba y el bigote menos cuidados que de costumbre y estaba despeinado. Ella se imaginó que así debía de despertarse todas las mañanas, despeinado y somnoliento y con aquella mirada llena de promesas que no acababa de comprender.
La noche anterior lo había ayudado a ponerse unos pantalones de pijama que debían de pertenecer a Stanley. Pero tenía el pecho desnudo y bien formado, con algo de vello, como debían tener los hombres. Cassandra debía apartarse de allí, pero no lo hizo.
—¿Qué tal el brazo?
—Bien. Eres un buen médico —contestó él sonriendo.
Ella le devolvió la sonrisa e intentó hablar como si el hecho de que ambos estuviesen en la misma cama no la afectase.
—El corte no era tan profundo como parecía, pero tendremos que vigilarlo para que no se infecte.
Cassandra debía salir de la cama y poner más distancia entre ella y el hombre con el que había dormido. No tenía por qué quedarse allí sentada. Podía haber dormido en otra habitación, pero Kadir estaba aturdido cuando lo acostó y tenía miedo de que ya no estuviese allí cuando ella despertase. Tenía miedo de que su aparición en la cocina hubiese sido sólo un sueño.
Pero aquella mañana era muy real.
Kadir se acercó más a ella, que no retrocedió. La abrazó y Cassandra respiró profundamente, llenando los pulmones con su olor, tenía una mano apoyada en su vientre desnudo. Su piel estaba más caliente que la noche anterior y sus músculos parecían más duros, más reales, más seguros. Cassandra mantuvo la mano allí, en su abdomen. Era una sensación agradable, que le hacía recordar que Kadir era real, que estaba vivo y estaba allí, con ella.
—Pensé que estabas muerto —murmuró ella—. Vi explotar el yate, y pensé que estabas en él y… —el resto se le quedó atrapado en la garganta—. ¿Qué ocurrió? —Cassandra no entendía cómo había sido posible, pero Kadir estaba allí, así que algo había tenido que pasar.
—No estaba en el yate cuando explotó —dijo él poniéndole los labios en la garganta. Ella se estremeció al sentirlos—. Cambié de opinión y volvía hacia ti.
¿Para volver a intentar seducirla? ¿Para decirle de nuevo que no le convenía como asesora? En aquellos momentos no le importaba lo que lo había hecho volver hacia donde ella estaba. Gracias a aquello había salvado su vida, y Cassandra estaba contenta de ello.
—No quería que pensases que no me importabas —añadió Kadir en voz baja—. Aunque sabía que era mejor que siguieses enfadada conmigo, aunque lo hice adrede para alejarte de mí, no quería que las cosas acabasen así entre nosotros. Me importas, Cassandra.
¿Estaría diciendo aquello porque estaban juntos en la cama? ¿O era sincero? A ella le daba igual por qué dijese que le importaba, le parecía que lo había dicho con sinceridad. Por el momento, aquello era suficiente.
En el intento de ser independiente y libre, había desaprovechado la oportunidad de conocer la verdadera pasión. No volvería a hacerlo.
Movió la cabeza y se acurrucó contra Kadir. Probó su cuello, su barbilla, hasta llegar hasta sus labios para besarlo con intensidad. Cassandra se estremeció e instintivamente apretó su cuerpo contra el de él. En esa ocasión, ni nada ni nadie la detendrían. No se lo pensaría dos veces, no se preocuparía de que le hiciesen daño.
De hecho, no le importaba que Kadir le partiese el corazón. Lo único que le importaba era el presente. Aquel momento, sus caricias, el que pudiesen celebrar que estaba vivo.
Y que ella también lo estaba.
No fue un beso desesperado, pero tampoco fue dulce. Ambos se fundieron en algo mucho más que físico, algo que iba mucho más allá de un par de labios y de lenguas tocándose.
Kadir la agarró por la cabeza, con los dedos enterrados en su pelo. Tenía la barba fuerte y a veces le rascaba la barbilla o la mejilla, pero a ella le daba igual. Tan pronto sus labios se separaban, como volvían a unirse. A Cassandra se le aceleró el pulso y sintió que nunca había deseado nada tanto…
—Cassandra —susurró Kadir.
Si le preguntaba que si estaba segura de lo que estaba haciendo, quizás se echase atrás, así que Cassandra prefirió no dejarlo continuar. Lo agarró por la nuca y volvió a besarlo mientras le ponía una pierna por encima de la cadera. Sólo los separaban los pijamas. ¿Estaba segura de lo que estaba haciendo? Sí, nunca había estado más segura de nada.
Kadir metió los dedos por la cinturilla del pantalón de su pijama y a ella le quemó la piel, una piel que ningún otro hombre había tocado antes, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Entonces dejó escapar un gemido. Aquello era algo que no le había ocurrido nunca antes.
La mano de Kadir descendió y ella deseó tenerlo más cerca. Cada vez más cerca…
Cuando sonó el teléfono, Cassandra se sobresaltó, pero no se separó de él. Siguió besándolo y luego susurró:
—Volverán a llamar.
Él respondió con algo parecido a un gemido y respondió:
—Si no, vendrán hasta aquí a comprobar qué tal estás. Y no queremos que eso ocurra —el teléfono había sonado tres veces. Cuatro. Cinco. Otro beso. Seis. Cassandra refunfuñó y agarró el aparato.
—¡Diga!
Se separó de Kadir.
—Ah, hola, mamá.
—¿Va todo bien?
Su madre, mejor que nadie, sabía lo mucho que le importaba Kadir, así que era normal que se preocupase por ella.
—Sí… Me has despertado —contestó ella sentándose.
—Lo siento. Como siempre te levantas temprano, di por hecho que ya estarías despierta. Sé que anoche te acostaste tarde y… oh, cariño, cómo lo siento. Podemos ir un par de días allí contigo, o vernos en Silverton.
Le había hecho la misma propuesta la noche anterior y Cassandra la había rechazado. Volvió a hacerlo.
—No, gracias. No será necesario. La señora Dunn me está metiendo prisa para que vuelva al trabajo lo antes posible. Supongo que piensa que me vendrá bien mantenerme ocupada. Es posible que vuelva esta misma tarde —odiaba tener que mentirle a su madre, pero no tenía otra opción—. Estoy bien, de verdad, mamá.
La cama crujió y Kadir salió de entre las sábanas en dirección del baño. Cerró la puerta detrás de él.
Cassandra le dio la espalda al cuarto de baño. Estaba deseando contarle a su madre que Kadir estaba vivo. Pero no podía hacerlo. Eso no sólo significaría traicionarlo, sino que pondría a Piper Klein en peligro. Así que prefirió decirle en voz baja:
—Tenías razón cuando me decías que era demasiado prudente. Debería haberme tirado en los brazos del jeque Kadir en cuanto lo vi bajar del avión y empecé a sentir aquel cosquilleo en el estómago. Debí decirle desde el principio que era él.
—Siempre has sido muy prudente. —Siempre he tenido miedo —replicó ella. Oyó que Kadir abría la ducha. Ya podía hablar más alto, pero prefirió mantener un tono bajo.
—Siempre he tenido miedo de que me hiciesen tanto daño como le han hecho a Lexie en varias ocasiones. Sólo quiero encontrar lo que tenéis papá y tú.
—Y algún día lo tendrás —le aseguró su madre. Aunque aquello era como decirle a una niña pequeña que algún día llegaría su príncipe azul y que serían felices para siempre.
—Quizás —respondió ella—. Pero no lo conseguiré si sigo teniendo miedo y si ni siquiera lo intento. Imagino que debería aprender un par de cosas de Lexie.
—¡Pero sin excederte!
Cassandra rió.
—Sigo siendo yo, mamá. Sólo que… —diferente. Más atrevida. Menos miedosa—. Siento como si tuviese cien años más que ayer.
—Iré a Leonia hoy mismo.
—No lo hagas. Es posible que ni siquiera esté aquí esta tarde. De verdad, voy a volver al trabajo —insistió en que estaba bien y luego colgó el teléfono y volvió a tumbarse en la cama, deseosa de que Kadir siguiese allí con ella.
Seguía oyendo la ducha en el cuarto de baño. Kadir estaba allí, desnudo. Cassandra sabía que la deseaba. Siempre la había deseado. Siempre había sido ella la que había puesto los límites, quien había insistido en que su relación fuese sólo profesional.
Se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño y se desabrochó la parte de arriba del pijama. Aquel pijama había sido un regalo de Navidad de sus padres, pero aparentemente era demasiado recatado para Lexie, porque lo había estrenado ella. Su hermana siempre dormía con lencería sexy, o sin nada. Ella sabía bien cómo seducir a un hombre. Y Cassandra, no. Tenía la boca seca de los nervios, ella, una mujer que nunca se permitía el lujo de estar nerviosa.
Abrió la puerta del baño sin llamar y vio la figura de Kadir a través de la mampara empañada. Era alto y delgado. Tenía una figura muy masculina y Cassandra ya había podido saborear en la cama un aperitivo de lo que podría ofrecerle. Se quitó la parte de arriba del pijama y la dejó caer al suelo.
Antes de poder dar un paso más hacia la ducha y hacia el hombre desnudo que había en ella, una voz profunda la detuvo con una sola palabra.
—No.
Sorprendida, se quedó en medio del cuarto de baño, medio desnuda.
—¿No, qué?
—No te metas conmigo en esta ducha —dijo Kadir—. No tengas sexo conmigo sólo por el hecho de que no esté muerto.
—Kadir, no…
—Y no mientas. Ni a mí, ni a ti misma. Me he dejado llevar al tenerte cerca y sentir tus labios y tu cuerpo contra el mío, pero al separarnos, me he parado a pensarlo. Te habías resistido hasta ahora, ¿por qué has cambiado de opinión?
Cassandra se dio cuenta de que lo que estaba a punto de ocurrir justo cuando su madre había llamado no iba a ocurrir tampoco en ese momento.
—Quizás hayas pensado demasiado —se quejó ella.
—Me gustaría no tener que pensar, pero no tengo elección —comentó él casi riendo—. Sólo hay un hombre en el mundo en el que confío y todavía no he decidido cómo voy a ponerme en contacto con él sin alertar a nadie más de que estoy vivo —luego continuó en voz más baja—. Sólo puedo fiarme de una mujer en el mundo. Si me acuesto con ella en un momento de debilidad, si me aprovecho de que se ha sentido aliviada al descubrir que sigo vivo, ¿lamentará algún día algo que nunca debería ser causa de lamentaciones?
—No…
—No lo sabes, todavía no lo sabes. No lo sabes esta mañana, porque piensas que no hay nadie más en el mundo que nosotros dos. No estamos solos en el mundo, Cassandra. ¿Qué pasará cuando tengamos que enfrentarnos a la realidad, seguirás pensando lo mismo que ahora?
—Podría prometerte que no me arrepentiré, pero no me creerías, ¿verdad?
—Hoy no.
—De acuerdo.
Cassandra recogió el pijama del suelo del cuarto de baño y salió al dormitorio cerrando la puerta tras de ella. No lloró. Las lágrimas debían reservarse a la muerte, a la destrucción y a los desengaños, pero no a los simples fracasos. Y aquello, después de todo, no era más que un fracaso. En lo que a la seducción se refería, era una fracasada.
Se volvió a poner la parte de arriba del pijama y se dirigió a la cocina. Necesitaba un buen desayuno y no recordaba lo que Lexie tenía en la cocina.
No, no lloró, ni tampoco se enfadó. Tenía la mente ocupada con otras posibilidades, planes y escenarios. Quizás como seductora fuese una fracasada, pero eso era porque no tenía práctica. Dado que estaba segura de que Kadir la deseaba, no le parecía que su objetivo fuese a ser tan difícil de obtener.
No iba a tirar la toalla. Ya no quería las mismas cosas que el día anterior, pero su personalidad seguía siendo la misma. Lucharía por lo que quería con determinación.
Kadir dejó el dormitorio y olió a dulce y a canela, la casa estaba impregnada de un delicioso olor. Le preocupaba que Cassandra se hubiese ofendido con su rechazo, pero era un riesgo que tenía que correr. Una mujer no cambiaba de opinión tan fácilmente. Bueno, a veces, sí, pero eso quería decir que no lo había reflexionado bien. Le gustaba que ella se hubiese sentido aliviada al verlo vivo, pero no quería que hiciese el amor con él aquella mañana sólo por eso y que lo lamentase en cuanto la noche volviese a caer.