Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Él intentó luchar, desesperado, pero aquel monstruo era demasiado grande para un niño y no podía respirar…

Kadir gimió y consiguió alargar una mano y agarrarse a una roca. Otra ola, ya no era un monstruo, sino una ola, intentó llevárselo, pero él se aferró a la roca. Parpadeó para librar sus ojos de aquella agua llena de sal y respiró hondo. Le dolía todo el cuerpo. Casi no podía respirar. Y si no tenía cuidado, la siguiente ola volvería a hundirlo en el mar, y ya no podría salir.

El cielo estaba oscuro, media luna iluminaba las olas y la roca. Durante uno o dos segundos, Kadir pensó que era una pesadilla. Pero entonces recordó.

Estaba a punto de subir la escalera que le conduciría al yate cuando su conciencia lo obligó a cambiar de opinión. Su actitud con Cassandra la apartaría de él, tal y como había planeado, pero lo cierto era que tampoco quería que ella pensase que no le importaba nada. No quería que pensase que era un vividor al que sólo le importaban las mujeres que se metían en su cama cuando él quería.

Así que volvió a la barca y se dirigió hacia el muelle. Había visto a Cassandra marchándose de allí, no había esperado a Sayyid, como él le había dicho. Estaba enfadada, y con razón. Y lo único que él tenía que hacer para continuar con su plan era dejar que lo estuviese…

Y entonces había oído la primera explosión. Y había caído al agua. La onda expansiva lo había tirado de la barca como si no pesase nada. Antes de hundirse en el agua, algo afilado le había cortado el brazo. La barca estaba completamente destruida y él se hundía. La segunda explosión se había producido mientras él luchaba por salir a la superficie, y luego… la oscuridad.

No estaba seguro de cómo había logrado sobrevivir. Había conseguido llegar a la superficie para poder respirar, pero no recordaba cómo. Había flotado o nadado, o se había agarrado a aquella roca, pero no lo recordaba. Quizás algún día lo hiciese, o quizás no.

Tenía la absurda sensación de que su hermana Amala, que había muerto quince años antes, lo había ayudado a salir. Durante un momento, estuvo casi seguro de que el espíritu de su hermana lo había salvado del monstruo del mar.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para subirse a la roca, utilizando el brazo derecho, porque el izquierdo estaba muy débil. Se tumbó, exhausto, incapaz de moverse, mientras se le iban aclarando las ideas.

Después de un rato, se preguntó quién sería el responsable de aquella explosión. ¿Quién sabía que iba a estar en el yate aquella noche? ¿Quién le había dado a Zahid la hora y el lugar de su asesinato? Sus guardaespaldas. Hakim y Tarif. El fotógrafo, cuyo nombre no conocía. O la tripulación del yate.

Y Cassandra.

No podía creer que ella tuviese algo que ver, pero había rechazado su invitación para pasar la noche en el yate, aunque él tampoco se lo había puesto fácil, y aquello la había salvado de la explosión.

En realidad, cualquiera podría estar detrás de aquello. Los seguidores de Zahid habían secuestrado a la familia de Mukhtar para obligar al anciano a hacer lo que ellos querían. Podían haber vuelto a hacerlo, lo que significaba que no podría fiarse de nadie.

De nadie.

Pronto empezó a sentir frío y se puso a temblar. Hacía quince años que su vida no había estado completamente exenta de peligro, pero siempre había estado rodeado de personas en las que había podido confiar.

Pero lo cierto era que, con el fin de pararles los pies a Zahid y a sus seguidores, Kadir se había distanciado de casi todo el mundo, incluso de aquellos que se habían ganado su confianza. Ya no tenía una relación cercana con sus hermanos, ya casi no se conocían. Las esposas y los hijos de éstos eran extraños. Y las mujeres entraban y salían de su vida sin acercarse demasiado a su corazón. Durante quince años, había puesto una barrera entre su persona y todas las demás.

¿Por qué le parecía que en esos momentos estaba más solo que nunca? ¿Por qué le daba la impresión de que no podía fiarse de nadie, salvo de los muertos? De sus padres, de Amala. Y de las personas que estaban en el yate cuando había explotado.

Tenía tanto frío que se vio obligado a dirigirse hacia la carretera, aunque no sabía adonde podía ir un hombre que no podía confiar en nadie. Caminó despacio, primero por encima de la roca, hasta llegar a la carretera. Y cuando quiso darse cuenta estaba delante de la casa de Cassandra.

De la casa de su hermana, para ser más precisos. De una de las ventanas salía luz. Otras estaban a oscuras. ¿Dónde estaría ella, en la habitación iluminada o en una de las que estaban a oscuras? ¿Estaría sola o con un hombre? Con su amante. Quizás con Zahid. ¿Sería Cassandra Klein una de las seguidoras de Zahid Bin-Asfour? Quizás fuese su amante…

Aturdido y confundido, cerró los ojos. No, podía confiar en Cassandra. Ella no tenía nada que ganar aliándose con Zahid. Y… no podía ser. Era una mujer moderna, que valoraba su carrera y su independencia. Zahid despreciaba a las mujeres como ella.

Y a Amala le habría encantado ser como ella, pero no había tenido las mismas oportunidades. Si las hubiese tenido, ¿seguiría viva?

Kadir caminó hacia la ventana que estaba iluminada. Debía tener cuidado. Cuando se hiciese de día, no podría confiar en nadie.

Le era imposible dormir. Quizás Cassandra no volviese a dormir nunca.

Se sentó en el pequeño sofá de Lexie y se echó una manta por los hombros para intentar entrar en calor, aunque el frío que sentía no tenía nada que ver con la temperatura exterior. En el salón había dos lámparas encendidas. El resto de la casa estaba a oscuras.

Había llamado a sus padres por teléfono, antes de que se hiciese demasiado tarde, para asegurarles que estaba bien. Si no los hubiese llamado, se habrían presentado allí. Cassandra no quería compañía, así que les había dicho que la señora Dunn iba a enviar a alguien a recogerla para llevarla de vuelta a Silverton. No había mencionado que ella había rechazado la oferta.

Alguien llamó a la puerta de atrás y Cassandra se sobresaltó. A esas horas de la noche, sólo podían ser malas noticias. Quizás Lexie estuviese de vuelta antes de tiempo porque se hubiera peleado con su novio. Quizás la policía había encontrado el cuerpo de Kadir. Se estremeció sólo de pensarlo. Quizás la señora Dunn había desoído lo que le había dicho y había enviado a Tim Little a recogerla.

¿Pero por qué no había oído ningún coche?

Se puso en pie y tiró la manta que llevaba en los hombros. Volvió a oír un golpe en la puerta.

Alguien había asesinado a Kadir. ¿Querrían matarla a ella también? Lexie tenía un pequeño revólver en el cajón del escritorio. Habían discutido acerca de ello la última vez que Cassandra había estado allí. Lexie había argumentado que podía necesitarlo para defenderse, dado que la casa estaba tan aislada. Ella le había dicho que había más posibilidades de que se disparase ella sola por accidente.

Pero en ese momento, Cassandra se dirigió corriendo al escritorio, abrió el cajón y sacó el arma. No sabía mucho de armas. ¿Estaría cargada? ¿Tendría el seguro echado? Quizás lo único que tuviese que hacer sería apuntar y disparar.

Aquella era la clave. ¿Sería capaz de apuntar y disparar a alguien? La duda se disipó pronto. Si tuviese enfrente a la persona que había asesinado a Kadir, sería capaz de apretar el gatillo.

Volvieron a llamar, pero no era exactamente un golpe. Quizás se tratase de un animal. Si fuesen personas, habría oído un coche. Si fuese alguien que quería matarla, no habría llamado a la puerta. Era posible que fuese un animal.

No obstante, no dejó el arma.

Al llegar a la puerta trasera, se colocó a un lado y levantó la cortina que cubría los cuatro pequeños cristales. A pesar de que la luz de la cocina estaba apagada, no se veía nada más que oscuridad fuera. Quizás fuese un animal, después de todo. Casi se había relajado cuando vio que una mano pegaba contra uno de los cristales. El corazón le dio un vuelco, levantó el revólver y entonces oyó una voz que la llamaba en voz baja.

—¿Cassandra?

Conocía aquella voz. Con manos temblorosas, abrió la puerta. Allí estaba Kadir, apoyado al lado de la puerta como si no pudiese tenerse de pie. Estaba empapado, tenía la mirada perdida y llevaba la ropa rasgada y llena de sangre.

Pero no estaba muerto.

Lo agarró por la muñeca y lo hizo entrar en la cocina.

Una vez allí, dejó la pistola en la encimera. Iba a encender una luz cuando Kadir la detuvo.

—No. Puede que alguien esté observándonos.

Aquello le recordó a Cassandra que no había cerrado la puerta con llave, así que lo hizo antes de llevarlo al salón, donde las lámparas estaban encendidas, pero las cortinas echadas, así que nadie podría verlos.

Colocó un brazo alrededor de su cintura para ayudarlo a sentarse en el sofá en el que ella misma había estado llorándolo poco antes. Su brazo derecho sangraba, y estaba tiritando.

Al llegar al sofá, él se desplomó. Cassandra se olvidó del miedo que sentía y pensó en lo que debía hacer. Se dirigió al teléfono.

Kadir le agarró la muñeca.

—No llames a nadie.

Era evidente que no pensaba con claridad. Estaba en estado de shock y quizás delirase.

—Necesitas un médico. Después llamaré a la señora Dunn y ella contactará con las autoridades de Kahani. ¿Prefieres hacer tú la llamada? Alguien debe hacerlo cuanto antes. Todo el mundo piensa que estás muerto, Kadir. Tenemos que contarles…

—No —insistió él—. No quiero que llames al médico. Ni a nadie —la miró a los ojos y ella se dio cuenta de que no deliraba—. Prefiero que piensen que estoy muerto. Al menos por ahora. No sé en quién puedo confiar, Cassandra. Sólo puedo confiar en ti.

Ella volvió a dejar el teléfono en su sitio y tapó a Kadir con la manta.

—Te sangra el brazo.

—¿Sí? —dijo él mirándoselo—. Tendrás que vendármelo.

—No soy médico.

—Eso da igual. Si alguien se entera de que estoy vivo, los dos estaremos en peligro —alargó la mano izquierda para acariciarle el rostro—. Siempre he sabido que mi vida podía correr peligro. Pero tú… no quiero que tú corras peligro porque estés conmigo. Si no puedes guardar mi secreto, si tienes que llamar a alguien y decirle que sigo vivo, me marcharé ahora mismo. Si me quedase contigo podría atraer hasta tu puerta a aquellos que han asesinado a todas las personas que estaban en el yate. Y no quiero hacerlo.

Cassandra se inclinó y le dio un breve beso. Lo acarició, todavía sin poder creerse que estuviese vivo. Que estuviese allí. Que confiase en ella.

—No llamaré a nadie.

Lo curó lo mejor que pudo. Le dijo una y otra vez que había sentido un gran alivio al ver que estaba vivo. Quiso besarlo cuando hubo terminado de vendarle el brazo y le hubo ayudado a ponerse ropa seca. ¿Y después de aquello?

Cassandra no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir después.

Capítulo 8

Kadir se despertó jadeando. Pero al contrario que la última vez que había recobrado la conciencia tan abruptamente, no estaba empapado ni sentía frío, estaba seco y tumbado en una cama, sano y salvo… y no estaba solo. Evaluó la situación rápidamente. Le habían limpiado y vendado el brazo. Recordó que Cassandra le había curado la herida con cuidado. Estaba dormida a su lado, con su cálido cuerpo pegado contra él. Dormía profundamente, pero tenía uno de los pies encima de su pierna, como si quisiese poder despertarse si él intentaba levantarse de la cama o marcharse de su lado.

Casi había amanecido. Después de una noche tan larga, no entendía cómo había podido estar en la finca de los Redmond veinticuatro horas antes. Un haz de luz entraba a través de la ventana. Un nuevo día acababa de empezar.

Kadir se relajó por completo. No había guardaespaldas a su alrededor, no tenía que tomar precauciones, ningún peligro lo acechaba. Todo el mundo, salvo Cassandra, pensaba que había muerto en la explosión. Zahid y quien lo hubiese traicionado debían de pensar que estaba muerto.

Y a él le gustaba aquella sensación. Le gustaba mucho. Pasó los dedos por la piel caliente de Cassandra y volvió a quedarse dormido.

El timbre del teléfono despertó a Cassandra, que se sobresaltó. Kadir también se despertó. Se sentó y la miró. Ella respiró hondo y alargó la mano para descolgar el aparato que había al lado de la cama.

—¿Dígame?

Cassandra se relajó al oír la voz de su jefa al otro lado del teléfono. Quería saber si había cambiado de opinión acerca de que Timothy Little fuese a recogerla y la llevase de vuelta a Silverton. Había trabajo en el ministerio, sobre todo teniendo en cuenta que sólo faltaban dos semanas para la celebración del Día del Fundador.