—Le he dado órdenes a Sayyid para que busquen cena para dos. Va a ir a uno de los restaurantes que nos has recomendado hoy, al que has dicho que era tu favorito. No has dicho cuál es tu plato preferido, así que le he dicho que los pida todos.
—¿Todos?
Kadir caminó hacia la casa, despacio y con toda tranquilidad. Aquella ciudad, la casa, el mar que tanto le gustaba a Kadir, todo aquello hacía que Cassandra estuviese relajada, algo que no le ocurría muy a menudo. No se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba unas vacaciones hasta entonces.
Una vez recogidos los aparejos de pesca, Cassandra y Kadir empezaron a caminar hacia el muelle. Durante unos minutos, todo fue bien. Kadir hizo varias preguntas acerca de Leonia y de Lexie, y no hablaron de lord Carrington, ni de intentos de asesinatos ni alianzas. De vez en cuando, el jeque parecía querer decir algo, y luego cambiaba de opinión y comentaba cualquier cosa sin importancia. El tiempo, la pesca, la comida. El muelle apareció ante ellos demasiado pronto. Allí los esperaba una pequeña embarcación, tal y como Kadir había asegurado.
Al llegar al muelle, Kadir se detuvo y se volvió hacia ella tan de repente, que Cassandra casi chocó contra él. Logró parar a tiempo, pero se quedó tan cerca de él que pudo olerlo, olía a mar. Cassandra empezó a retroceder, pero él la agarró por el brazo y la atrajo hacia él, sujetándola con fuerza.
—Esta noche no hay ojos observándonos, Cassandra. Mañana, eso cambiará, pero esta noche…
—No —se quejó ella suavemente.
—Te deseo —continuó él sin hacer caso a su negativa—. El sexo entre dos personas adultas que se atraen no es algo de lo que haya que avergonzarse. Sé por qué insistes en ocultar lo que sientes, pero esta noche, sólo esta noche, ¿por qué no podemos hacer lo que ambos queremos? Los dos lo necesitamos.
Una parte de ella se sintió tentada, más tentada de lo que lo había estado nunca. Kadir le atraía, ¿pero acaso quería arruinar su carrera por una aventura? ¿Merecía un hombre que sacrificase por él años de trabajo y dedicación?
Mientras ella dudaba, Kadir se agachó y la besó. No había nadie a su alrededor, así que no tenía excusa para rechazarlo. Además, deseaba aquel beso. Deseaba volver a sentirse unida a él.
Deseaba a Kadir.
Él la siguió besando y ella apretó su cuerpo contra el de él, que la estrechó con más fuerza. Cassandra lo abrazó por la cintura mientras el beso se hacía cada vez más intenso. Y se planteó aceptar su propuesta. Allí había algo más que un deseo sexual. Aquel hombre, al que había conocido menos de una semana antes, le importaba. Le importaba mucho.
Fue Kadir el primero en apartar sus labios de los de ella.
—Dime que sí y te prometo que no te arrepentirás —murmuró—. No permitiré que te arrepientas.
A Cassandra le temblaron las rodillas. Aquel hombre significaba mucho para ella. ¿Pero qué significaba ella para él?
—No puedo. Me estás pidiendo que eche a perder mi trabajo por… ¿por qué? ¿Qué es esto para ti, Kadir? ¿Una juerga? ¿Una aventura de una noche? ¿Una diversión, ya que no puedes reunirte con lord Carrington?
—¿Qué más da? ¿Tenemos que ponerle un nombre a lo que está ocurriendo entre nosotros para que puedas archivarlo correctamente? ¿Todas tus relaciones pertenecen a una determinada categoría y hasta que no catalogues ésta vas a privarnos de ella a los dos?
Cassandra no quería decirle que todas sus relaciones se reducían a… él.
—No te estoy pidiendo que te fugues conmigo —continuó Kadir—. Te estoy pidiendo que pases una noche conmigo. Que estemos trabajando juntos no significa que no podamos disfrutar también de una relación sexual juntos. Ha sido una semana muy dura. El sexo nos ayudará a relajarnos.
Habría sido muy fácil alejarse de él después de aquello. Cassandra se sentía atraída por él; le gustaba. Pero no pensaba poner en peligro su carrera por una noche.
—Creo que será mejor que cenes solo —contestó severamente, dándole la espalda.
—¿Y mañana? ¿Volverás a ponerte un traje color gris y a hacer como si no hubiese pasado nada?
—Pero en realidad no ha pasado nada —insistió ella.
—Qué pena —dijo Kadir. Saltó a la barca y desató las amarras. Antes de poner en marcha el motor, se volvió a mirarla—. Llama al ministerio y diles que quiero a otra persona para el resto de mi estancia. Alguien que sea… más hospitalario —luego miró hacia el oeste, donde el sol ya casi había desaparecido en el horizonte—. Ya casi es de noche. Espera aquí. Mandaré a Sayyid con las llaves de la limusina. Te llevará a casa.
Estupefacta, Cassandra observó cómo se dirigía la barca hacia el yate. Se quedó inmóvil unos segundos. Las últimas palabras de Kadir habían sido crueles, a pesar de que ella había pensado que aquel hombre era incapaz de ser cruel. ¿Había sido agradable con ella sólo porque pensaba que se acostaría con él? Los besos, las sonrisas… ¿Habrían sido sólo parte de su juego de seducción?
¿Y qué diría la señora Dunn cuando la llamase y le dijese que tendría que asignar la misión a otra persona?
La barca desapareció detrás del yate, donde debía de haber una escalera. Y Cassandra sintió que la confusión y el dolor dejaban paso a la ira.
Entonces se dio cuenta de que era mejor haber descubierto la verdadera naturaleza de Kadir lo antes posible. Casi la había engañado. Casi. Y ella había estado a punto de cometer un error del que se habría arrepentido durante el resto de su vida.
No pensaba quedarse allí a esperar que Sayyid, ni nadie, la llevase a casa de Lexie. Podía andar hasta allí, aunque fuese de noche. Caminar la tranquilizaría.
¿Cómo se había atrevido? Aquello no había sido más que un juego para él, y ella casi se lo había tomado en serio. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero las contuvo. Al-Nuri no se merecía sus lágrimas. Era un machista, un caprichoso, un cerdo. Y era el momento de que ella se comportase como la mujer de hielo que su hermana tantas veces le había dicho que era.
Todavía no había dado ni dos pasos por la carretera cuando oyó una explosión que la dejó sin aliento. Se dio la vuelta y corrió hacia el mar, donde vio el yate de Kadir envuelto en una bola de fuego. Entonces se oyó una segunda explosión y el barco saltó por los aires.
Primero se quedó atónita, y luego se dio cuenta de que Kadir estaba en aquel yate.
Incapaz de controlar las piernas, Cassandra cayó de rodillas al suelo y se puso a gritar.
Capítulo 7
Cassandra no llevaba su teléfono móvil encima, pero no lo necesitó. Cuando dejó de gritar, empezó a oír sirenas que se acercaban. Toda la ciudad había visto la explosión y las autoridades locales se ocuparían de aquello, buscarían algún superviviente y abrirían una investigación.
Hizo una declaración breve, casi histérica, al oficial que la recogió de la carretera. Leonia tenía policía local, pero era una ciudad pequeña y los oficiales no estaban acostumbrados a casos de semejante magnitud. Nada más verlos trabajar, Cassandra se dio cuenta de que tendría que llamar a la señora Dunn para que el caso quedase en manos de personas más cualificadas. Quien hubiese hecho aquello, tendría que pagarlo.
Pero la justicia no podría devolverle a Kadir, ni al resto de las personas que había en el yate. Aquello era tan injusto.
El mismo oficial que le había tomado declaración la llevó a casa. Le preguntó si necesitaba ayuda, un médico o a alguien que le hiciese compañía, pero ella dijo que no. Quería estar sola. Quería llorar y volver a gritar, y no podía hacerlo con aquel extraño allí, ni con nadie viéndola.
Una vez en casa, Cassandra llamó a la señora Dunn y consiguió transmitirle la noticia de la explosión y de la muerte de Kadir con tranquilidad. Las lágrimas hacían que le picasen los ojos, pero no permitió que su jefa lo supiese. No obstante, la señora Dunn, que era muy astuta, debió de notar algo.
—¿Cassie, estás bien?
—Estoy… —la palabra «bien» se le quedó trabada en la garganta. Podía haber estado en aquel yate en el momento de la explosión. Seguía viva porque había declinado la nada romántica invitación de Kadir, porque había sido la dama de hielo de la que hablaba su hermana Lexie, porque el amor le había llegado de un modo diferente al que ella había esperado. Le flaquearon las rodillas y tuvo que sentarse en el suelo, con el teléfono en la mano.
—Prefiero que me llame Cassandra —dijo en voz demasiado baja.
—Cómo no —respondió su jefa amablemente.
La confusión dejó paso, de nuevo, a la ira.
—El jeque Kadir era un hombre agradable, ya lo sabe. Inteligente, divertido, tan dedicado a su país como nosotras al nuestro. No merecía morir así. Asegúrese de que lord Carrington envía a los mejores profesionales a investigar la explosión, el asesinato. Quiero que atrapen a los responsables y que sean castigados.
—Por supuesto. No podría ser de otra manera, Cassandra. Voy a enviar a Timothy Little a recogerte mañana.
Cassandra no tenía ganas de verlo, ni a aquel asesor diplomático, ni a nadie. Quería… necesitaba… estar sola.
—No, gracias. Voy a quedarme aquí un par de días.
No podía volver a casa en esos momentos, ni tampoco podría volver al ministerio inmediatamente, como si nada hubiese ocurrido. No conseguía pensar con claridad y tenía el corazón roto en tantos pedazos que no sabía cómo iba a poder recomponerlo. ¿Cómo había podido hacerle eso un hombre en tan sólo unos días? ¿Cómo podía importarle tanto Kadir que su muerte y la idea de no volver a verlo la destrozaba, si en realidad casi no lo conocía?
—Desde luego, si eso es lo que quieres. Llámame cuando te parezca. Quiero saber que estás bien.
—Lo haré.
Cuando terminó la conversación, Cassandra se quedó en el suelo. Todavía le temblaban las piernas, así que se apoyó contra el sofá y se abrazó con brazos temblorosos. Intentó ignorar las lágrimas que le corrían por las mejillas. Tenía que llamar a su madre antes de que corriese la noticia de la muerte de Kadir, pero… todavía no podía hacerlo. Tenía que recomponerse antes de hablar con ella. Prefería quedarse sentada en el suelo y dejar que las emociones que había intentado negar, la invadiesen.
En vez de entregarse sin reservas a lo que había sentido por él desde la primera vez que lo había visto, había permitido que sus dudas le hiciesen guardar las distancias. Incluso cuando él la había besado, cuando ella lo había besado a él, el recelo se había interpuesto entre ellos. ¿Por qué no podía ser como Lexie? Más atrevida con los hombres. Más audaz. ¿Por qué no lo había siquiera intentado?
Si hubiese invitado a Kadir a cenar con ella en casa, todavía estaría vivo. Quizás se hubiese quedado y la hubiese besado. Quizás lo habría hecho en aquel mismo sofá. La habría abrazado, si ella lo hubiese permitido. ¿Lo habría hecho? No lo sabía, y ya nunca lo sabría. Si no se hubiese preocupado tanto por su carrera, tendría un buen recuerdo del único hombre que había conseguido que sintiese aquel cosquilleo en el estómago.
Si hubiese admitido cuales eran sus sentimientos, no se sentiría como si hubiese echado de su lado al único hombre que había amado.
Si, si, si. Cassandra se tumbó en el suelo y se tapó la cara con las manos, como si pudiese esconderse de aquella manera tan infantil. Temblando, sin una lágrima, aterrada, pensó que nunca tendría la energía necesaria para levantarse del suelo.
Y todo por haber intentado ser cauta. Había mantenido a Kadir lejos de ella, había mantenido una actitud profesional… casi todo el tiempo. Y aun así, tenía el corazón hecho trizas.
Amala corría por la playa, riendo, dando saltos, como hacían las niñas. Kadir intentaba alcanzarla, pero no podía. Su hermana era tres años mayor que él y a pesar de ir ataviada con una falda que le llegaba hasta los pies, corría más rápido que él. Sus piernas eran mucho más largas que las de Kadir y se alejaba primero despacio y luego tan rápido que él se quedó sin respiración.
Entonces supo que algo malo iba a ocurrir. Aparecieron nubes grises en el cielo, amenazadoras. Amala se alejó todavía más de él, que intentó correr más rápido, pero no consiguió mover las piernas.
Una ola bañó la arena, y se llevó a Amala, que irritó… y luego desapareció en el mar.
Entonces, la ola fue en busca de Kadir. Allí estaba él, incapaz de moverse ni de decir una sola palabra, mientras el mar lo engullía. Tenía agua en los ojos y en la boca, intentaba ahogarlo.