El segador (Mundodisco, #11) – Terry Pratchett

Windle Poons asintió con gesto amistoso. No había oído lo que le estaban diciendo. Tenía la costumbre de asentir por regla general. Los magos, como un solo hombre, se encararon hacia la puerta. La escotilla situada bajo las doce volvió a abrirse de golpe.

—Bing bing bong bing —dijo el demonio—. Bingely-bingely hong bing bing.

—¿Qué? —se sobresaltó el tesorero.

—Las nueve y media —replicó el demonio. Los magos se volvieron hacia Windle Poons. Lo miraban con gesto en cierto modo acusador.

—¿Qué miráis? —quiso saber el anciano.

En el reloj, la manecilla de los segundos seguía su rumbo.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó el decano en voz alta.

—Nunca me había sentido mejor —respondió Windle—. ¿Queda más de ese, mmm, ron?

Los magos lo vieron servirse una generosa ración en su tazón.

—No es bueno cometer excesos —le indicó el decano, algo nervioso.

—¡Salud! —brindó Windle Poons.

El archicanciller tamborileó con los dedos sobre la mesa.

—Poons —empezó—, ¿estás del todo seguro?

Windle se había desviado por una tangente, y no parecía dispuesto a abandonarla.

—¿Quedan más torturillas de ésas? No es lo que yo llamaría una comida —añadió—, esto de mojar en lodo trozos de pastel duro, ¿qué tiene de especial? Lo que más me apetecería comer ahora es una de las famosas empanadas del señor Escurridizo…

Y entonces, murió.

El archicanciller miró a sus colegas magos, y luego, de puntillas, cruzó la habitación en dirección a la silla de ruedas. Cogió una muñeca surcada de venas azuladas para comprobar el pulso. Sacudió la cabeza.

—Así es como me gustaría morir —dijo el decano con un suspiro.

—¿Cómo, balbuceando no sé qué acerca de empanadas? —se sorprendió el tesorero.

—No. Tarde.

—Esperad un momento, esperad un momento —intervino el archicanciller—. Esto no es lo correcto. Según la tradición, cuando muere un mago, la Muerte en persona se presenta a recogerlo…

—Quizá Él estaba ocupado —se apresuró a replicar el tesorero.

—Es verdad —asintió el decano—. Tengo entendido que hay una epidemia de gripe muy grave en la zona de Quirm.

—Y además, menuda tormenta hubo anoche. Seguro que hubo montones de naufragios —corroboró el conferenciante de Runas Modernas.

—Y por si fuera poco, estamos en primavera, que es cuando más avalanchas hay en las montañas.

—Y epidemias.

El archicanciller se acarició la barba con gesto pensativo.

—Mmm —dijo.

De entre todas las criaturas del mundo, sólo los trolls creen que los seres vivos se mueven en el tiempo hacia atrás. Si el pasado es visible y el futuro nos queda oculto, según ellos, eso significa que vamos mirando en la dirección equivocada. Todo lo que vive, aseguran, avanza de espaldas por la vida. Se trata de una idea muy interesante, si consideramos que se le ha ocurrido a una raza cuyos miembros se pasan la mayor parte del tiempo golpeándose unos a otros con rocas en la cabeza.

Vayan en la dirección que vayan, el tiempo es algo que poseen las criaturas vivas.

La Muerte galopaba hacia abajo, entre crecientes nubarrones negros.

Ahora él también tenía tiempo. Y pensaba pasarlo.

Windle Poons escudriñó en la oscuridad.

—¿Hola? —dijo—. ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¡Eeeh!

Se oyó un suspiro lejano, melancólico, como el viento al final de un túnel.

—Venga, estés donde estés, sal ya —dijo Windle, con la voz temblorosa por la alegría—. No te preocupes, la verdad es que aguardaba esto con impaciencia.

Juntó las manos espirituales y se las frotó con forzado entusiasmo.

—Vamos, que hay prisa. Tengo que empezar una nueva vida, ¿sabes? —insistió.

La oscuridad siguió inerte. No había allí ninguna silueta, ningún sonido. Era un vacío sin forma. El espíritu de Windle Poons se movió hacia la oscuridad.

Sacudió la cabeza.

—Menudo bromazo —gruñó entre dientes—. Esto no está bien, no señor.

Se quedó allí un rato, y al final, como parecía que no pasaba nada, se dirigió hacia el único hogar que había conocido.

Era el hogar que había ocupado durante ciento treinta años. El hogar en cuestión no esperaba que volviera, así que opuso mucha resistencia. Para superar eso, hay que ser muy poderoso, o bien estar muy decidido, pero Windle Poons había sido mago durante más de un siglo. Además, aquello era como colarte en tu propia casa, en el lugar que has habitado durante años. Uno siempre sabía dónde estaba la metafórica ventana que no cerraba bien.

En resumidas cuentas, que Windle Poons volvió a Windle Poons.

Los magos no creen en los dioses, de la misma manera que la mayor parte de la gente no considera necesario creer, por ejemplo, en las mesas. Saben que están ahí, saben que desempeñan un papel en la existencia, probablemente están de acuerdo en que tienen un lugar asignado en un universo bien organizado, pero no comprenden la necesidad de creer, ni de ir por ahí diciendo: «Oh gran mesa, sin la cual no somos nada». En cualquier caso, o bien los dioses están ahí, creas en ellos o no, o existen sólo como resultado de esa creencia…, así que, sea como sea, no vale la pena perder el tiempo pensando en el tema. Uno siempre puede comer con una simple servilleta sobre las rodillas.

De todos modos, se había instalado una pequeña capilla junto a la sala principal de la Universidad, porque, aunque es cierto que los magos defienden la filosofía arriba expuesta, nadie tiene éxito en la profesión de la magia si se dedica a tocarles las narices a los dioses, aunque esas narices sólo existan en el sentido etéreo o metafórico. Porque, aunque es cierto que los magos no creen en los dioses, saben sin lugar a dudas que los dioses sí creen en los dioses.

Y en esta capilla yacía el cuerpo de Windle Poons. La Universidad había instituido como norma los velatorios de veinticuatro horas, de cuerpo presente por si acaso, desde el embarazoso asunto, treinta años atrás, del difunto Prissal «Bromazos» Teatar.

El cuerpo de Windle Poons abrió los ojos. Dos monedas tintinearon contra el suelo de piedra.

Las manos, cruzadas sobre el pecho, se desentrelazaron.

Windle levantó la cabeza. Algún imbécil le había puesto un lirio sobre el estómago.

Miró de reojo a un lado y al otro. Tenía una vela a cada lado junto a cada sien.

Levantó la cabeza un poco más.

Sí, allí abajo también había dos velas.

Menos mal que existió el bueno de Teatar, pensó. Si no, ahora estaría mirando la parte de abajo de una tapa de pino barato.

Qué cosas, meditó. Estoy pensando. Con claridad.

Uauh.

Windle se recostó de nuevo, notando cómo su espíritu volvía a llenar el cuerpo como un río de metal fundido al correr por el molde. Los pensamientos al rojo blanco surcaban la oscuridad de su cerebro, poniendo en marcha a las neuronas perezosas.

Cuando estaba vivo, no era así.

Pero no estoy muerto.

No vivo y no muerto.

Estoy invivo.

O no-muerto.

Oh, cielos

Se incorporó de golpe. Los músculos, que no habían trabajado como era debido desde hacía setenta u ochenta años, se pusieron en marcha a toda potencia. Por primera vez en toda su vida…, no, se corrigió, será mejor plantearlo como «ese período de existencia». Bueno, el caso es que, por primera vez, todos los músculos de Windle Poons estaban por completo bajo el control de Windle Poons. Y el espíritu de Windle Poons no iba a permitir que ningún puñado de músculos le levantara la voz.

El cuerpo se levantó. Las articulaciones de las rodillas se resistieron un poco, pero eran tan incapaces de oponerse a la oleada de fuerza de voluntad como un mosquito de soportar la llamarada de un soplete.

La puerta de la capilla estaba cerrada. De todos modos, Windle descubrió que una simple presión bastaba para arrancar el cerrojo de la madera, y para dejar la marca de sus dedos en el metal del pestillo.

—Oh, madre mía —dijo.

Se maniobró para dirigirse al pasillo. El tintineo distante de los cubiertos y el zumbido de las voces sugería que estaba teniendo lugar una de las cuatro comidas diarias de la Universidad.

Se preguntó si se le permitiría comer estando muerto. Probablemente no, pensó.

Además, ¿podría comer? No era que tuviera hambre. Simplemente…, bueno, sabía cómo pensar, y caminar y moverse sólo era cuestión de enviar estímulos a algunos nervios bastante evidentes. Pero ¿cómo funcionaba exactamente el estómago?

Windle empezaba a comprender que el cuerpo humano no está regido por el cerebro, pese a lo que pueda decir el cerebro al respecto. En realidad, los que mandan son una docena de complicados sistemas automáticos, que zumban y cliquean con esa precisión que nadie advierte hasta que se rompe por un motivo u otro.

Se inspeccionó a sí mismo desde la sala de controles que era su cráneo. Observó la silenciosa depuradora química de su hígado con la misma sensación de congoja con que un constructor de canoas supervisaría los controles informáticos de un buque cisterna. Los misterios de los riñones aguardaban a que Windle dominara el tema del control renal. En el fondo, ¿qué era un plexo solar? ¿Y cómo hacía uno para que funcionara?

El corazón se le encogió.

Mejor dicho, no se le encogió.

—Oh, dioses —murmuró Windle.

Se apoyó contra la pared. Venga, ¿cómo se ponía en marcha? Probó con unos cuantos nervios que le parecieron adecuados. ¿Era sístole…, diástole…, sístole…, diástole…? Y además, por si fuera poco, estaba la cuestión de los pulmones…

Como un prestidigitador que mantuviera dieciocho platos girando al mismo tiempo, como un hombre que intentara programar el vídeo basándose en un manual traducido del japonés al holandés por un coreano descascarillador de arroz…, en realidad, como un hombre que acabara de descubrir lo que significa de verdad la palabra «autocontrol», Windle Poons siguió caminando.

Los magos de la Universidad Invisible daban gran importancia al tema de las comidas abundantes, sólidas. Defendían la idea de que no se puede esperar que un hombre se dedique seriamente a la magia sin antes tomar sopa, pescado, caza, varios platos bien llenos de carne, un pastel o dos, algo grande y tembloroso con mucha crema por encima, cositas sabrosas sobre tostadas, fruta, nueces y una chocolatina del tamaño de un ladrillo para acompañar el abundante café. Así, según ellos, el estómago tenía un buen recubrimiento. También era de suma importancia que las comidas se sirvieran a horas regulares. En su opinión, eso proporcionaba al día una estructura razonable.

A excepción del tesorero, por supuesto. El no comía demasiado, más bien se alimentaba del sobrante de energía nerviosa. Estaba seguro de que padecía anorexia, porque, cada vez que se miraba al espejo, veía a un hombre gordo. Era el archicanciller, que estaba de pie detrás de él y le gritaba sin parar.

Y fue el desdichado sino del tesorero lo que hizo que se encontrara sentado frente a las puertas cuando Windle Poons las derribó, porque era más sencillo que empezar a trastear con los pestillos.

El tesorero clavó los dientes en su cuchara de madera.

Los magos se volvieron en sus bancos para mirar.

Windle Poons se tambaleó por un momento, tratando de controlar a la vez las cuerdas vocales, los labios y la lengua.

—Creo que seré capaz de metabolizar el alcohol —dijo al final.

El archicanciller fue el primero en recuperarse de la sorpresa.

—¡Windle! —exclamó—. ¡Creíamos que estabas muerto!

Hubo de admitir que no se trataba de una frase demasiado buena. Si pones a alguien sobre una losa y lo rodeas de velas y lirios, no es porque crees que tiene una leve jaqueca y necesita echarse media horita.

Windle avanzó unos pasos. Los magos más próximos a lo que quedaba de la puerta se cayeron en su intento de huir a toda velocidad.

—Estoy muerto, jovencito idiota —gruñó—. ¿O es que crees que voy siempre con esta pinta? Dioses. —Miró a los magos que lo observaban boquiabiertos—. ¿Alguien tiene idea de para qué sirve un plexo solar?[5]

Llegó junto a la mesa y se las arregló como pudo para sentarse.

—Probablemente tenga algo que ver con el aparato digestivo —siguió—. Qué cosas, ¿eh?, te pasas la vida entera con ese jodido trasto haciendo tic tac, o lo que quiera que haga, gorgoteando y esas cosas, y ni siquiera te enteras de para qué sirve. Es como cuando estás en la cama por la noche y oyes a tu estómago o algo así hacer pripp-pripp-pll-goinnng. Para ti, no son más que gruñidos ininteligibles, pero… ¿quién sabe qué maravillosamente complicados procesos de intercambio químico se están desarrollando realmente en tu interior?

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