El segador (Mundodisco, #11) – Terry Pratchett

—¡Yeee! —gritó Ridcully, mientras la gente se apartaba precipitadamente de su paso.

—Entonces, ¿yo también puedo decirlo? —se apresuró a preguntar el decano.

—Bueno, de acuerdo. Pero sólo una vez. Todo el mundo puede decirlo una vez.

—¡Yeee!

—¡Yeee! —repitió Reg Shoe.

—¡Oook!

—¡Yeee! —gritó Windle Poons.

—¡Yeee! —gritó Schleppel.

(En la oscuridad de la noche, en la zona donde había menos gente, la escuálida forma del señor Ixolite, el último banshee vivo del mundo, se deslizó hacia el edificio tembloroso y, tímidamente, deslizó una nota por debajo de la puerta.

Decia: OOOOeeeOOOeeeOOOeee.)

Por último, el carrito se detuvo. Nadie se atrevió a darse la vuelta.

—Estas detrás de nosotros, ¿verdad? —preguntó Reg con vos pausada.

—Y tanto que sí, señor Shoe —replicó Schleppel alegremente.

—Supongo que deberíamos empezar a preocuparnos cuando esté delante de nosotros —apuntó Ridcully—. ¿O es peor ahora, porque sabemos que está detrás?

—¡Ja! ¡Se acabaron los armarios y los sótanos para este hombre del saco! —exclamó Schleppel.

—Pues es una pena, porque en la Universidad tenemos unos sótanos enormes —se apresuró a señalar Windle Poons.

Schleppel se quedó en silencio un instante.

—¿Cómo de enormes? —quiso saber al final.

—Gigantescos.

—¿Sí? ¿Con ratas?

—Ratas y muchas cosas más. Están llenos de demonios que se nos han escapado, allí hay de todo. Están infestados, te lo digo yo.

—¿Qué diantres haces? —siseó Ridcully—. ¡Lo estás invitando a nuestros sótanos!

—¿Preferiríais tenerlo debajo de la cama? —murmuró Windle—. ¿O caminando detrás de ti?

Ridcully asintió apresuradamente.

—Ufff, sí, esas ratas son bárbaras, no hay manera de controlarlas —dijo en voz alta—. Las hay que miden…, cáspita, medio metro, ¿verdad, decano?

—Un metro —replicó el decano—. Como mínimo.

—Y son gordísimas —corroboró Windle.

Schleppel meditó un instante.

—Bueno, de acuerdo —dijo al final de mala gana —. A lo mejor voy a echarles un vistazo.

La gigantesca tienda explotó e implosionó al mismo tiempo, cosa que es casi imposible de lograr sin un enorme presupuesto para efectos especiales, o tres hechizos contradictorios lanzados a la vez. Dio la impresión de que una vasta nube se expandía, pero, al mismo tiempo, se disipaba tan rápidamente que parecía encogerse hasta formar un punto. Los muros se combaron y fueron absorbidos hacia el interior. La tierra arrancada de los campos giró en una loca espiral hacia el vértice. Se oyó una violenta ráfaga de antimúsica, que murió casi al instante.

Luego no quedó nada más que un prado embarrado.

Y, flotando en el cielo de la madrugada, aparecieron miles de cosas semejantes a blancos copos de nieve. Se deslizaron silenciosamente por el aire, y fueron a caer sobre la multitud.

—No estará dispersando semillas, ¿verdad? —se asustó Reg Shoe.

Windle atrapó uno de los copos de nieve. Era un rudimentario rectángulo, desigual y lleno de manchas. Con un cierto esfuerzo de la imaginación, era posible distinguir las palabras:

—No —respondió Windle—. Creo que no.

Se recostó y sonrió. Nunca era demasiado tarde para disfrutar de la vida.

Mientras nadie miraba, el último carrito superviviente del Mundodisco se alejó traqueteando tristemente en la noche, solitario y perdido.[24]

—¡Kiriquirokorico!

En la cocina, la señorita Flitworth se sentó.

Alcanzaba a oír en el exterior los desesperados movimientos ajetreados de Ned Simnel y su aprendiz, que estaban recogiendo los maltratados restos de la Cosechadora Combinada. Había otro montón de gente que, en teoría, los ayudaban, pero que en realidad estaban aprovechando la ocasión para echar un vistazo por los alrededores. La anciana les había preparado un té.

Ahora tenia la barbilla apoyada entre las manos, con la vista clavada en la nada.

Alguien llamó a la puerta. Spigot asomó su rostro sonrosado.

—Por favor, señorita Flitworth…

—¿Mmm?

—Por favor, señorita Flitworth… ¡hay un esqueleto de caballo en el granero! ¡Se está comiendo el heno!

—¿Qué?

—¡Pero se le cae todo por entre los huesos!

—¿De verdad? Entonces, nos lo quedaremos. Al menos, será barato de alimentar.

Spigot se quedó allí unos instantes, dando vueltas al sombrero entre las manos.

—¿Se encuentra bien, señorita Flitworth?

—¿Se encuentra bien, señor Poons?

Windle tenía la vista clavada en la nada.

—¿Windle? —insistió Reg Shoe.

—¿Mmm?

—El archicanciller le acaba de preguntar si quiere beber alguna cosa.

—Quiere un vaso de agua destilada —intervino la señora Cake.

—¿Cómo, sólo agua? —se sorprendió Ridcully.

—Eso es lo que quiere —le aseguró la señora Cake.

—Un vaso de agua destilada, por favor —pidió Windle.

La señora Cake no cabía en sí de orgullo. Al menos, las zonas de la mujer que estaban a la vista no cabían en sí de orgullo. Eran las que quedaban entre el sombrero y su bolso de mano, que era una especie de contrapeso para el sombrero, y tan grande que, cuando se sentaba y se lo ponía sobre el regazo, tenía que levantar las manos para coger las asas. Al enterarse de que habían invitado a su hija a la Universidad, ella también había acudido. La señora Cake siempre daba por supuesto que una invitación a Ludmilla era por extensión una invitación a la madre de Ludmilla. Hay madres como ella por todas partes y, al parecer, la cosa no tiene remedio.

Los miembros del club Volver a Empezar estaban siendo agasajados por los magos, y todos trataban de poner cara de estar pasándoselo muy bien. Era una de esas reuniones problemáticas, plagadas de largos silencios, carraspeos esporádicos y gente diciendo de cuando en cuando: «vaya, qué bien que nos hayamos reunido».

—Por un momento parecía que no estabas en este mundo, Windle —dijo Ridcully.

—Es que estoy algo cansado, archicanciller.

—Creía que los zombis no dormíais.

—Aun así, estoy cansado.

—¿Seguro que no quieres probar otra vez con lo del entierro y todo eso? Te garantizo que lo haríamos con todas las de la ley.

—Te lo agradezco, pero no, muchas gracias. Me parece que no estoy hecho para la no-vida. —Windle miró de reojo a Reg Shoe—. Lo siento, de verdad. No entiendo cómo te las arreglas tú.

Sonrió con gesto apologético.

—Tienes todo el derecho a estar vivo o muerto, a hacer lo que elijas —replicó Reg con severidad.

—Hombre-Un-Cubo dice que la gente ya vuelve a morir con normalidad —intervino la señora Cake —. Así que probablemente tenga usted una cita pronto.

Windle miró a su alrededor.

—Ha sacado a pasear a su perro —dijo la señora Cake.

—¿Dónde está Ludmilla? —preguntó.

Windle esbozó una sonrisa cansada. Las premoniciones de la señora Cake podían llegar a ser agotadoras.

—Me gustaría mucho saber que alguien cuida de Lupine cuando yo… me vaya —dijo—. Oiga, ¿le importaría llevárselo a su casa?

—Bueno… —titubeó la señora Cake.

—¡Pero si es…! —empezó Reg Shoe.

Se interrumpió al ver la expresión de Windle.

—La verdad, reconozco que es tranquilizador tener un perro así en casa —siguió la anciana—. Siempre estoy preocupada por ahí.

—Pero si su hija es… —empezó de nuevo Reg Shoe.

—Cállate, Reg —zanjó Doreen.

—Entonces, todo arreglado —suspiró Windle—. ¿Tiene por casualidad unos pantalones?

—¿Qué?

—¿Hay pantalones en su casa?

—Bueno…, supongo que quedarán algunos del difunto señor Cake, pero… ¿por qué…?

—Lo siento —dijo Windle—. No sé en qué estaba pensando. La mitad de las veces no sé lo que digo.

—Ah —exclamó Reg, animado —. Ya entiendo. Lo que dices es que cuando él…

Doreen le pegó un codazo con toda su alma.

—Oh —se sobresaltó Reg Shoe —. Perdón. No me hagan caso. Perdería hasta la cabeza si no la llevara cosida.

Windle se echó hacia atrás, y cerró los ojos. De cuando en cuando, escuchaba fragmentos de la conversación. Oyó a Arthur Winkings preguntar al archicanciller quién les decoraba el edificio, y dónde compraba la Universidad las frutas y verduras. Oyó gimotear al tesorero acerca del precio de exterminar a todas las maldiciones que se las habían arreglado para sobrevivir a los últimos cambios, y que ahora se alojaban en la oscuridad del tejado. Y, si agudizaba su ahora perfecto oído, alcanzaba incluso a oír los grititos alegres de Schleppel en los sótanos lejanos.

No lo necesitaban. Por fin. El mundo no necesitaba a Windle Poons.

Se levantó silenciosamente y caminó hacia la puerta.

—Voy a dar un paseo —dijo—. Puede que tarde en volver.

Ridcully le dirigió un asentimiento distraído, y siguió concentrado en las explicaciones de Arthur sobre lo mucho que cambiaría la Gran Sala con sólo poner un papel pintado que imitara la madera de pino.

Windle cerró la puerta a su espalda, y se apoyó contra el grueso muro frío.

—¿Estás ahí, Hombre-Un-Cubo? —preguntó en voz baja.

— ¿Cómo lo ha sabido?

—Por que siempre andas cerca.

— ¡je, je, menudos líos ha causado usted por aquí! ¿sabe lo que pasará la próxima luna llena?

—Sí, lo sé. Y tengo la sensación de que ellos también lo sospechan.

— pero él se convertirá en hombre lobo.

—Sí. Y ella en mujer lobo.

— cierto, pero… ¿qué clase de relación pueden tener dos personas que sólo se ven una semana de cada cuatro?

—Tendrán tantas oportunidades de ser felices como la mayor parte de las personas. La vida no es perfecta. Hombre-Un-Cubo.

— ¡a mí me lo cuenta!

—Oye, ¿puedo hacerte una pregunta personal? —pidió Windle—. Mira, tengo que saberlo…

— uff

—Venga, hombre…, al fin y al cabo, vuelves a tener el plano astral para ti solo.

bueno, adelante.

—¿Por qué te llaman Hombre…?

— ¿nada más que eso? creí que ya se lo habría imaginado, con listo que es uste. en mi tribu, la tradición es poner como nombre a los niños la primera cosa que la madre ve cuando sale de la tienda del parto. es la abreviatura de Un-Hombre-Echando-Un-Cubo-De-Agua-A-Dos-Perros.

—Qué mala suerte —lo compadeció Windle.

— no es tan grave —replicó Hombre-Un-Cubo—. el que sí tuvo mala pata fue mi hermano gemelo. él sí que es digno de compasión, para ponerle su nombre, mi madre miró diez segundos antes.

Windle Poons meditó un instante.

—No me lo digas, déjame adivinar —pidió—. ¿Se llama Dos-Perros-Peleando?

— ¿Dos-Perro-Peleando?¿Dos-Perros-Peleando? — rió Hombre-Un— Cubo—. ufff, mi hermano habría dado el brazo derecho por llamarse Dos-Perros-Peleando.

La historia de Windle Poons llegó a su final realmente mucho más adelante, si por «historia» entendemos todo lo que hizo o puso en marcha. En el pueblo de las Montañas del Carnero donde se baila la auténtica danza Morris, por ejemplo, creen firmemente que nadie ha muerto del todo hasta que mueren las ondulaciones que ha provocado en este mundo: hasta que se para el reloj al que dio cuerda, hasta que fermenta el vino que preparó, hasta que se recoge la cosecha que plantó. Según ellos, los años de la vida en sí no son más que el núcleo de la existencia real.

Mientras caminaba por las calles envueltas en la bruma, dirigiéndose a una cita que tenía concertada desde que nació, Windle tuvo la sensación de que podía predecir ese último acontecimiento.

Tendría lugar dentro de unas semanas, cuando volviera a brillar la luna llena. Seria una especie de codicilo o añadido a la vida de Windle Poons, que nació en el año del Triángulo Significativo, en el siglo de los Tres Piojos (él siempre había preferido el calendario antiguo, con sus viejos nombres, a todos aquellos números de ahora), y murió en el año de la Serpiente Especulativa, en el siglo del Murciélago Frugívoro, más o menos.

Habría dos figuras corriendo por los páramos bajo la luna. No del todo lobos, no del todo humanos. Con un poco de suerte, tendrían lo mejor de ambos mundos. No sólo sentirían, también sabrían.

Siempre es mejor tener dos mundos.

La Muerte se había sentado en su oscuro estudio, con el rostro entre las manos.

De cuando en cuando se mecía adelante y atrás en su silla.

Albert le llevó una taza de té, y volvió a salir en diplomático silencio.

Sólo quedaba un cronómetro de vida sobre el escritorio de la Muerte.

Lo miró.

Se meció. Se meció. Se meció. Se meció.

Afuera, en el vestíbulo, el gran reloj seguía con su tictac, matando al tiempo.

La Muerte tamborileó los dedos esqueléticos sobre la arañada madera del escritorio. Ante él tenía un montón de libros, con las páginas llenas de marcadores improvisados. Eran las vidas de algunos de los mejores amantes del Mundodisco.[25] Sus experiencias, bastante repetitivas, no le habían ayudado en absoluto.

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