El segador (Mundodisco, #11) – Terry Pratchett

—No digas nada, déjame adivinar —dijeron—. Eres un zombi, ¿a que sí?

—Eh…

Windle Poons no había visto en toda su vida ni en toda su muerte a alguien con la piel tan pálida. Ni que llevara ropa que pareciera haber sido lavada entre navajas, o que oliera no sólo como si alguien hubiera muerto con ella, sino que además aún la llevara puesta. Ni que llevara una chapa con el lema «Me gusta ser gris».

—No lo sé —consiguió responder al final—. Supongo que sí. Pero luego me enterraron, claro, y me encontré con esta tarjeta…

La esgrimió como si fuera un escudo.

—Pues claro, pues claro —dijo la figura.

Va a querer que le estreche la mano, pensó Windle. Y si lo hago, seguro que al final tengo más dedos que al empezar. Oh, dioses, ¿yo también voy a acabar así?

—Estoy muerto —añadió con poca convicción.

—Y además, harto de que te traten como a un zapato, ¿eh?-asintió el hombre de piel verdosa.

Windle le estrechó la mano con suma cautela.

—Bueno, no exactamente…

—Shoe. Me llamo Reg Shoe.

—Poons. Windle Poons —respondió Windle—. Eh…

—Sí, siempre pasa lo mismo —asintió Reg Shoe con amargura—. En cuanto estás muerto, la gente no quiere saber nada, ¿verdad? Se comportan como si tuvieras una enfermedad contagiosa. En cambio, la muerte es algo que le puede suceder a cualquiera, ¿no?

—Yo pensaba que a todo el mundo —señaló Windle—. Eh…, no estoy…

—Sí, ya sé cómo te sientes. En cuanto le dices a alguien que estás muerto, parece como si hubieran visto un fantasma —continuó el señor Shoe.

Windle se dio cuenta de que hablar con el señor Shoe era muy semejante a hablar con el archicanciller. No importaba gran cosa lo que uno dijera, porque no te escuchaban. Sólo que, en el caso de Mustrum Ridcully, era porque no le importaba un bledo lo que pudieras decir, mientras que con Reg Shoe daba la sensación de que él mismo aportaba mentalmente tu parte de la charla.

—Sí, claro —asintió Windle, rindiéndose.

—La verdad es que estábamos a punto de terminar —dijo el señor Shoe—. Permite que te presente a todos los demás. Muchachos, éste es…

Titubeó.

—Poons. Windle Poons.

—El hermano Windle —anunció el señor Shoe—. ¡Dadle una bienvenida Volver a Empezar!

Hubo un embarazoso coro de «holas». Un joven corpulento bastante peludo, sentado al final de la hilera, captó la mirada Windle y puso en blanco los ojos amarillentos, en un teatral gesto de comprensión.

—Este es el hermano Arthur Winkings…

—El conde Noserastu —replicó bruscamente una voz femenina.

—Y la hermana Doreen…, es decir, la condesa Noserastu, por supuesto.

—Es todo un placer —dijo la voz femenina, mientras la mujercita menuda y regordeta sentada junto a la figura menuda y regordeta del conde extendía una mano llena de anillos.

El conde se limitó a dedicar a Windle una sonrisa angustiada Parecía vestir un traje de ópera, diseñado para un hombre varias tallas más corpulento.

—Y el hermano Schleppel…

—Buenas noches.

La silla estaba vacía. Pero le había saludado una voz profunda, desde la oscuridad de debajo de ella.

—Y el hermano Lupine.

El joven peludo y musculoso, con las orejas puntiagudas y colmillos afilados, estrechó calurosamente la mano de Windle.

—Y la hermana Drull. Y el hermano Gorper. Y el hermano Ixolite.

Windle estrechó buen número de variaciones sobre el tema de la mano.

El hermano Ixolite le entregó un trocito de papel amarillo que tenía escrita una palabra: OoooEeeeOoooEeeeOoooEEEee.

—Siento que no seamos más esta noche —dijo el señor Shoe.— Hago todo lo que puedo, pero me temo que algunas personas no parecen muy dispuestas a poner algo de su parte.

—Eh…, ¿personas muertas? —inquirió Windle, que no dejaba de mirar la nota.

—Yo creo que es apatía —replicó el señor Shoe con amargura—. ¿Cómo va a progresar el movimiento si la gente no hace más que pasarse el día tendida por ahí?

Lupine empezó a hacerle frenéticas señales de «¡no le tires de la lengua!» por detrás de la cabeza del señor Shoe, pero Windle no consiguió interrumpirse a tiempo.

—¿Qué movimiento? —preguntó.

—Los Derechos de los Muertos —se apresuró a responder el señor Shoe—. Te daré uno de mis panfletos.

—Pero…, pero bueno, los muertos no tienen derechos, ¿verdad?-señaló Windle.

Por el rabillo del ojo vio que Lupine acababa de taparse la cara con las manos.

—Con eso has llegado a un punto muerto —dijo el joven, con el rostro absolutamente serio.

El señor Shoe le lanzó una mirada.

—Apatía —repitió—. Siempre pasa lo mismo. Haces lo que puedes por la gente, y ellos ni caso. ¿Sabes que los vivos pueden decir lo que quieran de ti, pueden llevarse tus propiedades, sólo porque estás muerto? Además…

—Es que yo pensaba que la mayor parte de la gente, cuando moría…, pues ya sabes…, moría —gimió Windle.

—No es más que pereza —replicó el señor Shoe—. Lo que les pasa es que no quieren hacer el esfuerzo.

Windle Poons nunca había visto a nadie que pareciera tan abatido. Reg Shoe se había encogido varios centímetros.

—¿Cuánto tiempo lleva muerrto, Windle? —preguntó Doreen, con quebradiza animación.

—Casi nada, muy poco —respondió Windle, animado por el cambio de tono—. La verdad es que no está siendo como imaginaba.

—Ya se acostumbrará —le dijo Arthur Winkings, alias conde Noserastu, con gesto pesimista—. Es una de las cosas que tiene esto de estar no muerto. Es tan fácil como despeñarte por un acantilado. Aquí todos somos no muertos.

Lupine carraspeó.

—Excepto Lupine —añadió Arthur.

—Digamos que más bien soy un no muerto honorario —asintió —Claro, como es un hombre lobo… —explicó Arthur.

—En cuanto lo vi, me imaginé que era un hombre lobo —asintió Windle.

—Cada luna llena —dijo Lupine—. Como un reloj.

—Empiezas a aullar y te sale pelo —señaló Windle.

Todos sacudieron las cabezas.

—Eh…, no —suspiró el joven—. En realidad, lo que me pasa es que dejo de aullar y se me cae temporalmente parte del pelo. Es muy embarazoso, te lo digo yo.

—Pero yo tenía entendido que, en las noches de luna llena, el típico hombre lobo…

—El prroblema de Lupine —intervino Doreen— es que su aprroximación al tema es la inversa.

—Técnicamente, soy un lobo —explicó Lupine—. Resulta ridículo, de verdad. En cuanto llega la luna llena, me transformo en un lobo hombre. El resto del tiempo soy un simple lobo.

—Cielo santo —lo compadeció Windle—. Debe de ser un problema espantoso.

—Lo peor son los pantalones —señaló el joven.

—Ah…, ¿sí?

—Ni te lo imaginas. Para los hombres lobo humanos la cosa va bien, ya sabes. Se quedan con la ropa puesta. Bueno, puede que se les desgarre un poco, pero al menos la tienen al alcance de la mano, ¿no? En cambio yo, si veo la luna llena, lo siguiente que se es que voy andando, hablando y que estoy en un buen apuro por ir tan escaso de pantalones. Así que necesito tener siempre un par en alguna parte. El señor Shoe…

—…llámame Reg…

—…me deja que los tenga en el lugar donde trabaja.

—Trabajo en la funeraria de Elm Street —explicó el señor Shoe-Y no me da ninguna vergüenza. Todo sea por salvar a algún hermano que otro.

—¿Cómo dice? —se sorprendió Windle—. ¿Salvar?

—Yo soy el que clava las tarjetas en la parte interior de la tapa-asintió el señor Shoe—. Nunca se sabe. Vale la pena intentarlo.

—¿Y suele dar resultado a menudo? —pregunto Windle.

Contempló la habitación a su alrededor. Su tono debía de haber sugerido que era una sala bastante amplia, y en cambio solo había ocho personas en ella…, nueve si se contaba a la voz procedente de debajo de la silla, que, era de suponer, pertenecía a alguna persona.

Doreen y Arthur intercambiaron una mirada.

—En el caso de Arrthurr, dio rresultado —explicó la mujer.

—Discúlpenme —se atrevió a añadir Windle Poons—, no he podido dejar de preguntarme…, en fin…, ustedes dos… ¿son vampiros, por casualidad?

—Y tanto —suspiró Arthur—. Por desgracia.

—¡Bah! No deberrías hablarr de esa manerra —replicó Doreen con tono arrogante—. Deberrías estarr orrgulloso de tu noble herrencia.

—¿Por qué? —suspiró Arthur.

—¿Le mordió un murciélago, o algo por el estilo? —intervino rápidamente Windle, que no quería provocar ninguna disputa familiar.

—No —respondió Arthur—. Me mordió un abogado. Es que recibí una carta, ¿sabe? El sobre llevaba un sello muy cursi de cera, y todo eso. Blablablabla… tío-abuelo… blablablabla… único pariente vivo… blablablabla… queremos ser los primeros en presentar nuestro más sincero… blablablabla. En un momento era Arthur Winkings, un próspero comerciante en el negocio de la venta de frutas y verduras al por mayor, y al siguiente me encuentro con que soy Arthur, el conde Noserastu, propietario de cincuenta acres de la cara rocosa de un acantilado por donde se caería hasta una cabra, un castillo de donde han huido hasta las cucarachas, y una invitación del burgomaestre para dejarme caer por el pueblo cualquier día de éstos y charlar acerca de más de trescientos años de impuestos atrasados.

—Detesto a los abogados —dijo la voz desde debajo de la silla.

Tenía un tono triste, hueco. Windle trató de acercar un poco más las piernas a su propia silla.

—Erra un castillo muy bonito —protestó Doreen.

—Era un jodido montón de piedras mohosas —replicó Arthur Con un bufido.

—Tenía unas vistas prreciosas.

—Sí, a través de todas las paredes.-El conde pareció dar por zanjada esa línea de conversación—. Debí de imaginarlo incluso antes de que fuéramos a echarle un vistazo. Así que, nada más llegar, hice que el carruaje diera media vuelta. Vale, genial, pensé, cuatro días perdidos, y justo en la temporada de más trabajo. Y no le doy más vueltas al asunto. Lo siguiente que sé es que me despierto en la oscuridad, dentro de una caja. Por fin encuentro aquellas cerillas, enciendo una y veo que tengo una tarjeta delante de la nariz. Decía…

—«No tienes por qué aguantar que te entierren» —dijo el señor Shoe con cierto orgullo—. Fue una de las primeras que puse.

—No fue culpa mía —replicó Doreen con gesto tenso—. Llevabas trres días tendido, rrígido.

—Pues menudo susto le di al sacerdote —gruñó Arthur.

—¡Bah! ¡Sacerdotes! —bufó el señor Shoe—. Todos son iguales. Se pasan el tiempo diciéndote que volverás a vivir después de la muerte, pero cuando lo haces, no veas qué cara ponen.

—A mí tampoco me gustan los sacerdotes —corroboró la voz desde debajo de la silla.

Windle empezaba a preguntarse si alguien más la oía.

—Nunca se me olvidará la expresión en la cara del reverendo Welegare —suspiró Arthur, sombrío—. Yo llevaba treinta años asistiendo a los servicios en ese templo. Era un miembro respetado de la comunidad. Ahora, con sólo pensar en poner el pie en un local religioso, me empieza a doler toda la pierna.

—Sí, pero tampoco hacía falta que dijeras lo que dijiste al levantar la tapa —le reprochó Doreen—. Y al pobre, que es un sacerdote, nada menos. Los sacerdotes ni siquiera deben de saber que existen esas expresiones.

—Me gustaba ese templo —insistió Arthur con ansiedad—.Así tenía algo que hacer los miércoles.

Windle Poons se dio cuenta de que, milagrosamente, Doreen había aprendido a utilizar bien las erres.

—¿Y usted también es una vampira, señora Win…, oh, disculpe…, condesa Noserastu? —preguntó con educación.

La condesa sonrió.

—Porr supuesto que sí —asintió.

—Por matrimonio —añadió Arthur.

—¿Eso se puede hacer? Pensaba que lo del mordisco era obligatorio —señaló Windle.

La voz bajo la silla dejó escapar una risita disimulada.

—No veo ningún motivo para ir por ahí mordiendo a mi señora después de treinta años de matrimonio, así de claro —replicó el conde.

—Todas las mujerres deberrían comparrtirr las aficiones de sus esposos —añadió Doreen—. Así el matrrimonio conserrva el intterrés.

—¿Quién quiere un matrimonio interesante? A ver, ¿he pedido yo alguna vez un matrimonio interesante? Eso es lo malo de la gente de hoy, que esperan que cosas como el matrimonio sean interesantes. Además, lo mío no es una afición —gimió Arthur—. Esto de ser un vampiro no es lo que la gente cree, ¿sabe? No se puede salir al sol, no puede comer ajo, no se puede uno afeitar bien…

—¿Por qué no…? —empezó Windle.

—No puedo utilizar los espejos —suspiró Arthur—. Pensé que eso de convertirme en murciélago al menos sería interesante, pero los búhos de esta zona son monstruosos. En cuanto a lo de…, ya te imaginas…, lo de la sangre…, bueno, eso…

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