El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

–Y el Mal es una gnosis. Es la demonización que ustedes hacen del otro lo que conduce a la violencia. Todo empieza por la visión de las fuerzas cósmicas enfrentadas, las fuerzas del Bien contra las fuerzas del Mal, para acabar en una cosmología escindida, que hace que las fuerzas de la luz se alcen contra las fuerzas de las tinieblas. Ya no hay uno, sino dos dioses, el dios del Mal y el dios del Bien: es el final del monoteísmo.

–Fueron ellos, los judíos, los que exaltaron la violencia, no nosotros. Fueron ellos los que con el Diluvio, la torre de Babel, la huida de Egipto, las diez plagas y el paso del mar Rojo, la conquista de Canaán, la convirtieron en Dios. ¿No dicen que Saúl perdió su dignidad real porque no había matado a todos los amalequitas y había perdonado la vida a su rey? Y el Demonio, ¿no fueron los judíos quienes lo inventaron? ¿Y la serpiente del Génesis?

–La serpiente no es el Demonio, es el animal tentador que demuestra la presencia del Mal cósmico y es el motor de la historia.

–¿Lo ve? Acaba de corroborar lo que yo afirmo: la historia es la lucha del mal contra el bien… -señaló, engallándose el padre Francis, antes de añadir en voz más baja-: Jesús reveló su corazón de carne y, por los judíos, el corazón de piedra. ¿No ve, hijo mío, que ellos posponen sin cesar el día de la salvación de los hombres, que hacen imposible la liberación de la humanidad doliente, la justicia eterna y la paz? ¡Son ellos los que cometen el crimen! ¿Lo entiende? No habrá liberación mientras el judaismo no reconozca la verdad mesiánica en el ministerio de Jesús y en la Encarnación.

–¿Qué propone usted? – preguntó el padre Franz, sin perder la calma-. ¿La eliminación de Israel de la comunidad humana? ¿La destrucción violenta… o bien la conversión?

–Sí, eso es, la paciencia… Los judíos también esperan al Mesías…, pero no lo reconocieron cuando llegó. Por consiguiente, la única persona a la que esperan los judíos tiene que ser por fuerza… el Anticristo. Debe nacer de la tribu de Dan, debe estar circuncidado y convencerá a los judíos de que es el Anticristo mediante sus actos abominables. Reconstruirá el Templo, establecerá su reino y se proclamará Dios. Dos reinos se repartirán entonces la tierra: el de Cristo y el del Diablo. ¡A partir de este mismo momento, cada cual debe elegir de qué lado está, pues el día se acerca!

El padre Francis se había vuelto a levantar. Elevaba con manos trémulas los brazos al cielo, presa de la más completa exaltación.

La cámara se alejó del semblante alterado del anciano para captar una toma del público. De repente, me estremecí. Por espacio de varios segundos, fue como si me hubiera dejado de latir el corazón. En la segunda fila, a la izquierda, reconocí una cara familiar.

Claro. Félix Werner se encontraba en Alemania y estaba presente en aquel coloquio; debía proseguir con su investigación, aquella investigación que se había convertido en su obsesión, en su único proyecto.

Capítulo 4

Unos días más tarde, como para confirmar lo que había visto en la pantalla del televisor, recibí una carta de Félix en la que me hablaba de Berlín como si tal cosa, como si no mediara ausencia alguna entre los dos.

Berlín reunificado. La ciudad aniquilada se convierte en la más rica, la más poblada y la más pujante de Europa. De la Postdamer Platz al nuevo barrio administrativo, se suceden las obras y no paran de ensanchar carreteras y vías. En el cielo teñido de gris metálico, millares de grúas se apiñan como nubes amenazadoras. El ruido de los martillos neumáticos, el rugido de las máquinas, los chirridos de las ruedas de los coches: todo está inmerso aquí en una actividad frenética. Se está gestando algo.

¿Qué se hizo del Berlín abigarrado de los años veinte, el de la Alexanderplatz, la Alex para los íntimos? ¿Dónde fueron a parar los inmigrantes judíos de la Europa central, los hasidim de anchos sombreros, dónde están las tiendas oscuras y los chicos de mala vida del Unterwelt judío? ¿Dónde están los caftanes remendados, los niños pálidos con tirabuzones y Kipás, las casas de vecindad donde se hacinan decenas de familias y el yiddish que se hablaba allí? ¿Dónde están los pequeñines que escuchaban en silencio mientras el rabino leía la Tora? Judenrein.

Después del Berlín de los años treinta, el de los barrios obreros y los parques públicos donde paseaban los parados su mirada extraviada, sus mejillas hundidas y su desesperación, después del día en que Hitler llegó al poder para hacer de aquella ciudad el santuario de las misas negras y proclamar los valores eternos, la tierra, la madre, la patria, después del Berlín del año cero, ciudad lunar llena de cráteres y paredes tambaleantes, cargada del olor dulzón de los ingentes cadáveres que yacen bajo los escombros, las ruinas y los terrenos ferroviarios inutilizados, éste es el Berlín del año 2000, el flamante Berlín.

París se le debió de parecer bastante allá por 1860, cuando el barón Haussman decidió abrir sus amplios bulevares a la burguesía y destripar las calles delicadas. La tarea monumental, el magno proyecto en el que todos conspiran consiste en borrar las huellas del pasado…, aunque no todas: se plantean reconstruir una réplica exacta del castillo real de los Hohenzollern, la dinastía prusiana de orillas del Spree, en el mismo centro de la ciudad, en el sitio donde se alzaba el antiguo edificio destruido durante la guerra.

Esta capital que nos preparan es la capital de la Europa germanocéntrica. El sueño de Hitler se ha hecho realidad: Europa está dominada por Berlín, un Berlín sin judíos, es decir, sin berlineses. ¿Que el artista Christo y su mujer han camuflado el Reichstag con su envoltorio? De todas formas sigue siendo el mismo edificio, duro, pesado, imponente, incendiado en 1933, que será la moderna sede del Parlamento de Alemania. Los berlineses lo han reconstruido todo, ladrillo a ladrillo, y esto no es más que el principio: esta ciudad, activa tanto de día como de noche, esta ciudad enorme, plagada de andamios y excavadoras, es la urbe del mañana. La del Reich, la de los millares de führers capitostes de grandes empresas. Al contrario que en Francia, la Vergangenheitsbewältigung, la relación con el pasado, ha permitido aquí construir un porvenir.

Nada está aún zanjado, sin embargo. ¿Te acuerdas de la polémica de la que hablaba Lisa a propósito del monumento sobre la Shoah? En principio iban a ubicarlo cerca del Reichstag y de la puerta de Brandenburgo, en el corazón de Berlín, en un lugar simbólico. Ahora ya no quieren el monumento. Acabo de enterarme de que el proyecto de Lisa ha sido rechazado por votación, porque preveía grabar en una gran piedra los nombres de los judíos, de los gitanos, de los enfermos mentales y de los homosexuales asesinados, lo cual «enturbiaba la memoria alemana».

Las cosas han cambiado: con el Berlín reunificado, los alemanes quieren vivir el futuro y olvidar el pasado. No tienen un problema de amnesia colectiva como los franceses: prefieren reescribir el pasado. Fantasean creyéndose víctimas. Ahora que son la gran potencia europea, necesitan por fuerza hacer tabla rasa de esa historia demasiado molesta. Por eso ha causado tanto escándalo un libro de un joven historiador norteamericano: porque demuestra la culpabilidad secular de los alemanes, incluidos los ciudadanos normales, porque demuestra que no se saldrán tan fácilmente con la suya. Los políticos alemanes y los intelectuales están a la defensiva. Se han mostrado todos muy sorprendidos de descubrir que, en efecto, los alemanes, inclinados de por sí al racismo, participaron en la Shoah de forma voluntaria. ¡Menudo descubrimiento! Ayer visité una exposición sobre el papel de la Wehrmacht durante la guerra y la manera como ayudó a los nazis a matar a los judíos, ilustrada con fotos. Esta mañana había manifestaciones de protesta contra la exposición.

El espectro del totalitarismo no se ha borrado todavía. Desde la reunificación, las voces nacionalistas intentan acallar la memoria de los tiempos recientes. Dicen que no puede reprocharse a los alemanes el haberse aplicadoconcienzudamente en la guerra. ¿Qué habríamos hecho nosotros?, se preguntan. Bien mirado, no debemos avergonzarnos de nuestros padres y de nuestros abuelos, porque nosotros no habríamos actuado mejor que la gran mayoría de la gente. No es fácil ser los descendientes de quienes perpetraron la Shoah.

Capítulo 5

¿Cómo explicarlo? La carta de Félix fue para mí como una bocanada de oxígeno que me sacó de mi sopor. Seguía ahí, vivo y coleando. Me hablaba como antes. Pronto volvería y podría verlo al menos.

Aún tenía las llaves de su apartamento. Una mañana, por curiosidad, por ociosidad o por distraerme, decidí ir a su casa.

Al principio no noté nada especial. Su sala de estar en desorden conservaba las marcas de la vida de soltero: los puros a medio consumir se acumulaban en los ceniceros, la cama estaba deshecha, un ovillo desmadejado de ropa yacía sobre la cómoda.

Cerca de su escritorio, no obstante, me llamaron la atención una serie de cintas de audio. Eran de entrevistas con Wilheim Rege, el historiador alemán.

Rege era un discípulo de Heidegger que pretendía tener una «visión filosófica» de la historia. En realidad, lo que hacía era desviar la atención de la barbarie alemana, comparándola con los crímenes de los franceses, de los estadounidenses y de otros pueblos de todo el mundo. Además, identificaba constantemente al Partido Comunista con los judíos.

El era, como había explicado yo a Félix, el autor de un «alegato para la historización de la Shoah». ¿Por qué un alegato? ¿Contra quién lo había escrito? ¿Quién ve ese período demasiado en «blanco y negro», según su expresión? ¿De quién puede tratarse si no de los judíos? Me encantaría hacerle confesar lo que en el fondo se propone…

No es fácil ser los descendientes de quienes perpetraron la Shoah, decía Félix. Los alemanes tenían que vivir con aquella historia que ya no les pertenecía, puesto que se había convertido para el mundo entero en símbolo de la mayor depravación de la humanidad. Y ahora resultaba que querían desempeñar un papel importante en ese mundo para el cual eran el símbolo del Mal. ¿Cómo se podía conjugar aquello? ¿Cómo se podía firmar «la paz con la propia historia», cimentar un pueblo en torno a una identidad nacional tan problemática? Por fortuna, existían los historiadores, decía Félix. Los primeros que antes se habían apresurado a poner de relieve la especificidad de la Shoah volvían ahora la atención hacia lo que denominaban «la historización del nacionalsocialismo». Detrás de aquella pomposa fórmula se ocultaba la idea de que había que resaltar, más que las rupturas, las continuidades existentes entre la Alemania nazi y la Alemania posterior a la Shoah. Uno de sus ejemplos era el desarrollo de la política social del nacionalsocialismo, del que, según ellos, nació el concepto de seguridad social que aplicaría la República Federal en los años cincuenta: de este modo los fundamentos ideológicos del estado del bienestar hundían sus raíces en «el nacionalsocialismo».

La nueva historia alemana presentaba el nazismo como una respuesta a los cambios estructurales y a la modernización de la sociedad alemana, favorecida por diversas «reformas sociales negligidas durante la República de Weimar». Frente a esos adelantos históricos, argumentaban, el espíritu racista de la Solución Final no tenía tanta importancia como se había querido hacer creer.

Lo más curioso era que quienes habían contribuido en los años sesenta a la formulación de la teoría de la centralidad de la política antijudía y la especificidad de la Solución Final cambiaban de chaqueta y se ponían a realizar una crítica activa de esta visión; sostenían que el nacionalsocialismo era una reacción contra el bolchevismo. Retomando el concepto de «banalidad del mal», excluían el papel decisivo que tuvo la ideología de Hitler en la destrucción de los judíos de Europa. Algunos llegaban incluso a decir que Hitler había percibido la cuestión judía en «un contexto visionario», en términos de propaganda, y que no había depositado ningún interés personal en el desarrollo de las distintas etapas de la política antijudía.