El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

–¿Y si ese asesinato sirviera para hacernos tomar conciencia de nuestro propio destino? ¿Quién sabe lo que sucederá después de la muerte de Samy y del hijo que esperábamos? ¿No cree usted en la gracia? ¿No le parece que el exilio pueda nacer de la Revelación?

–No. Yo creo en la destrucción, la separación, la estratificación, la división y creo que a veces se producen milagros sorpresas o casualidades.

El Mal es eterno, es absoluto.

Indague, había dicho el padre Franz.¿Qué podía ponerme a indagar sin embargo, ahora? ¿Y cómo? Era Félix quien me había implicado en ese asunto. Él era el investigador y no yo.

¿Donde estaba Félix Werner? Me roía la vaga inquietud de que podía haberle ocurrido algo.

Tenía, por otra parte, la certeza casi absoluta de que estaba bien.

Capítulo 2

Félix. Félix Werner.

¿Félix? ¿Dónde estaba Félix? Félix no estaba en ningún sitio y estaba en todas partes.

Estaba ilocalizable. ¿Habría huido? ¿Adónde? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Félix? ¿O la serpiente?

Otra vez ella, siempre ella instalada en mis noches. El asesinato era su ocupación, la destrucción el objetivo de su vida. Tenía varias formas de matar: la mordedura sangrante, agarrotadora, que dejaba manar la sangre mala, emponzoñada por su veneno. Empleaba además el estrangulamiento cuando se enroscaba en torno al cuello del animal y apretaba hasta que la bestia se asfixiaba y ella percibía el último estertor de su agonía.

Se valía asimismo de la fascinación que ejercía sobre los seres y que impulsaba a las víctimas a arrojarse al agua o a echar a correr sin tino, desesperadas, hasta la extenuación. No conocía la piedad; nunca había hecho una excepción con nadie. La conciencia era su fuerte; no había nada que la atormentara…, salvo la ausencia del crimen.

Podía engullir unas presas enormes que la dejaban hinchada al máximo. La movilidad de la mandíbula, la facilidad con que sacaba la lengua de la boca, dotada de venenosos colmillos, la hacían temible. A veces subyugaba a su víctima con una mirada antes de escupirle el veneno a la cara.

Nunca se desplazaba erguida como el resto de las criaturas: avanzaba como los arroyos y los ríos, trazando meandros. Tortuosa, no insistía en la dirección insinuada por su primer movimiento. Se deslizaba en silencio y todo su cuerpo transmitía el impulso de su avance. Reptaba sin alzarse jamás, se pegaba al suelo sobre el que discurría con toda la superficie interior de su cuerpo. Se comía el polvo, la suciedad, la basura.

¿Dónde estaba? ¿Fuera? ¿Delante de mis ventanas? ¿Por qué estaba esa plaza llena de gente? ¿Qué hacía aquella multitud debajo de mi casa, en la Place de 18-juin-1940?

Aquella multitud ingente, ruidosa, que aclamaba a su líder, aquella masa inmovilizada en bloque, rodeada de soldados de uniforme, que saludaba al hombre que desde el balcón se ponía a lanzar vituperios contra el cosmopolitismo vienes y el judeo bolchevismo. Pero ¿quién es ese hombre? Ora celebra la nueva era, la era revolucionaria, ora se dirige a la muchedumbre al ritmo de una música altisonante, ora hipnotiza a las masas, recurre a la radio y al cine para convencer y para saludar el advenimiento del hombre nuevo, ora dispensa mimos a perros y niños y el pueblo enfervorecido camina como un solo hombre a la sombra del líder que ha elegido. Pero ¿quién es ese hombre?

¿Qué es este caos, esta muerte que se abaten sobre mí, esta mezcla de tierra y de agua? El abismo me llama y el mar agresivo, agitado, habitado por serpientes monstruosas, me atrae hacia su seno. El monstruo inmenso, desproporcionado y temible soy yo y ellos carecen de fuerza suficiente para vencerme y la aurora, antaño una joven de rosados dedos, es una vieja bruja horrible y el día odia a la noche y ya no desea abrazarla y se enoja con ella, bajo las nubes, el trueno, el rayo, el relámpago, la lluvia, la niebla, el granizo, la nieve, la escarcha y el hielo, y el día regaña a la noche y mediante el trueno, que es su voz, le dedica una terrible reprimenda, una escena de casados, y los rayos son sus flechas, y la lluvia la lluvia la lluvia es una tempestad desatada por las aguas superiores, ese mar celeste suelta un granizo mortífero, ¿dónde está Félix?

Haría ya dos, tres meses que no lo veía y lo peor era que lo necesitaba. ¿Acaso no era mi amigo, mi confidente, mi amparo al final del día? ¿No era mi hermano, mi familia? Entonces comprendí el lugar que ocupaba en mi vida. ¿Cómo habría podido separarme de él? Félix, lo llamaba en mis noches desoladas, Félix, ¿dónde estás? ¿Por qué me has abandonado? Estoy solo, tan solo…

¿Quién es Félix Werner? Sí, ¿quién es?

¿Dónde está Félix Werner? Más adelante supe cuan absurda era esta pregunta.

¿Quién es Félix Werner? ¿Es visible o invisible? ¿Está presente o ausente? ¿En la superficie de la tierra o en el exterior, por encima del mundo? Al principio pasaba cerca de él como si tal cosa; procurando no hacerle caso y que él no se fijara en mí. Deseaba casi olvidar su existencia.

Qué sentido tiene todo esto decía un misterio que no puedes comprender decía acaso soy incapaz de diferenciar a Job de mi enemigo decía es toda la respuesta entérate de que esas cosas tienen su sentido oculto y de que yo no soy tu enemigo decía la respuesta es el grito de fe la posibilidad de la fe después de Auschwitz la confrontación con Dios se realiza a través del misterio no hay que tratar esto con las categorías normales aquí tenemos algo de demoníaco y satánico que nos es revelado y luego al final Job tiene otros hijos qué bien pero los otros no regresaron jamás, ¿jamás?

Olvidar, sí, olvidar los crímenes pasados, aplicar falsos apositos sobre la herida del mal, que no permitía comprender el terrible, el indecible, el impensable sentido del mal, sí, olvidarlo todo, recordar el amor en la noche de bodas, primer paso hacia el olvido. Sí, porque el amor se halla del lado de la inconsciencia y a través de él se hunde el pasado… durante un momento, para resurgir, como una hidra de mil cabezas, aún más terrible y más virulento.

Abajo, abajo de todo, en nuestro mundo de carne y de materia, hay abismos donde se acumulan los desechos engendrados por el Error. El historiador, que intenta recogerlos, sabe no obstante que el pasado es un rebelde, una sombra misteriosa que se encuentra en las tinieblas. El historiador, como el Demiurgo, quiere verlo todo, saberlo todo, conocerlo todo. El es el torturador del pasado: es el que lo interroga, lo retuerce, lo lleva al límite, violentando a la violencia.

¿Dónde está Félix Werner?

Lo localicé en Bosnia, «donde Europa y la ONU humilladas capitulaban una vez más ante el reinado del horror, del cinismo y de la brutalidad propiciados por la impotencia de la comunidad internacional».

Encendí el televisor. ¿No era él ese que estaba en Ruanda? ¿Neonazi?

Estaba en todas partes, en todas partes donde actuaba el Mal. Galopaba, corría tras él.

Capítulo 3

Una noche, al encender el televisor, topé por azar con un debate que se retransmitía desde Berlín.

Entre los participantes reconocí al padre Francis y al padre Franz, sentados uno junto al otro.

Tras una breve introducción del presentador, que anunció el tema, «el Mal en la tradición cristiana», el padre Francis tomó la palabra.

–Los barbelognósticos -expuso- pensaban que existía un octavo cielo donde vivía una mujer, hija del verdadero Dios, el Padre desconocido, que reinaba sobre los arcontes. Esta mujer tuvo un hijo, Sabaoth, que era el amo del séptimo cielo. Pero éste se rebeló contra su madre y contra el verdadero Dios y decidió hacerse dueño del mundo: «Yo soy el Eterno -dijo-, no existe más dios que yo.» Hasta ahora, es él quien determina el destino del hombre. Para combatir esta impostura hay que seducir uno a uno a los arcontes, a fin de sustraerlos a la influencia de Sabaoth, y recoger su semen con objeto de concentrar la Potencia dispersa del verdadero Dios y reconstituir su unidad perdida. Se dice que el ritual barbelognóstico consistía en una repetición del acto de Barbelo, es decir, una recuperación del esperma de los vivos. Los miembros de esta secta compartían a sus mujeres, pasaban la vida ocupados en un banquete inacabable, servían comidas refinadas, comían carne y bebían vino en abundancia, se entregaban a la orgía y al desenfreno. Comulgaban sobre su semen, que según su creencia representaba el cuerpo de Cristo. Cuando una mujer concebía, extirpaban el embrión de la matriz, lo mezclaban con miel, pimienta y aceites aromáticos y todos debían tomar con los dedos pasta del feto y comérsela.

Se había puesto en pie: realizaba ampulosos gestos y se tiraba de la barba de chivo mientras se desplazaba con pasos renqueantes.

–En Alejandría, en tiempos de Basílides y Valentín, vivían los carpocracianos, secta fundada por Carpócrates, un griego originario de Cefalonia, y su hijo Epifanio. Los carpocracianos sostenían que este mundo era obra de los ángeles caídos, que se habían rebelado contra el verdadero Dios. Para tener acceso al verdadero mundo, el de la gracia y la bondad originales, había que rechazar esta vida sensible que era obra del Mal, había que escarnecer sus reglas, abuchear a sus dioses, los genios malignos y violar sus leyes cada vez que se presentara ocasión de hacerlo. Enseñaban, por ejemplo, que Jóse era el padre natural de Jesús, y que éste había nacido como cualquier otro hombre. Decían que es el verdadero Dios el que ha creado el placer del amor para todos los hombres y mujeres, pero que los ángeles dictaron la monogamia para limitar la ley del verdadero Dios. Vivían en comunidad y, críticos respecto a la noción de propiedad, lo ponían todo en común, bienes y mujeres. La única manera de combatir el mal era el inmoralismo: para agotar su sustancia, había que cometer todas las bajezas. Y si el alma no llegaba a conseguirlo en el transcurso de una sola vida, tendría que reencarnarse en otro cuerpo hasta que hubiera cubierto su cupo de infamias. Esa amenaza de un eterno retorno del mal incitaba al discípulo carpocraciano a cometer el mal como si de una ascesis se tratara, para no tener que hacerlo más que en una sola vida.

»Cometían, en efecto, el mal por deber y no por placer. Para ellos el hombre no era malo en sí, tal como demostraban la repugnancia que todos experimentaban al obrar el mal y el sentimiento de injusticia que les inspiraba el mal cometido. Sí, les resultaba duro cometer el mal y, si tenían que practicar el incesto, el aborto, el infanticidio, las orgías y los banquetes comunitarios, si tenían que tomar diferentes drogas e ingredientes, lo hacían en nombre de sus principios, no de sus deseos.

Tras un carraspeo, el presentador se decidió a interrumpir al anciano para ceder la palabra al padre Franz. En el semblante de éste se advertía una gravedad poco habitual en él. ¿Estaría intimidado por el gran número de espectadores, o más bien preocupado? Iba vestido de negro, con una especie de americana de cuello Mao que confería a su cara una palidez más acentuada que de costumbre.

Me acuerdo muy bien de la primera frase que pronunció: «Ningún espacio está vacío de Dios.»

Ningún espacio está vacío de Dios. ¿Y la Shoah? ¿Y Lisa, mi amada, que ya no quería verme? ¿Y los exilios, las angustias, los tormentos de las víctimas?

–Las lágrimas del cielo -decía el padre Franz-, el sufrimiento de Dios, no pueden anular el dolor del hombre: se suman a él. ¿Por qué permite Dios el Mal? No hay nada que lo justifique. ¿Dónde está entonces Dios? Él no es el que sufre en la cruz y el que soporta el dolor hasta la muerte. Cristo no muere por la humanidad, muere y es absurdo. La revelación crística es la del misterio: el misterio del Mal.

»En la Shoah, la razón abdica, cede a la locura, y la teología también. Lo inenarrable es lo que corre el riesgo de caer en el olvido cuando se ordena que se rememore, lo que se sume en el silencio cuando pide la palabra.

–Está usted en un error -lo interrumpió el padre Francis-. Existe un saber sobre el Mal. El Mal puede ser conocido y comprendido.

–¿Se refiere a la gnosis?

–El nazismo es una gnosis, la burocracia es una gnosis, la religión es una gnosis, la ciencia y el poder son gnosis, el éxito es una gnosis y el fracaso también lo es.